Este volumen permite recapitular muchas ideas expresadas en Acta Bioethica y otras publicaciones.
El lenguaje constituye el fundamento último de todas las ciencias llamadas humanas, sociales e históricas. Desde el punto de vista de la semiótica, se distingue en su estudio la semántica, relación de los signos a lo que designan, la sintáctica, relación de los signos entre sí, y la pragmática, relación de los signos a sus usuarios. En este último plano está la retórica, definida como una disciplina que “enseña a crear y analizar discursos de persuasión social, con base deontológica”(pág. 29). Es una ars bene dicendi con finalidad persuasiva. Ha de agregarse una ars bene legendi, el arte de interpretar, que no se equipara al primero. Como en la fisiognómica, hay talentos codificadores y talentos descodificadores. Parecen ser habilidades distintas.
Lo que hace relevantes los estudios retóricos para la bioética es su dimensión “deontológica”. Cuando afirmamos que la bioética es “el uso del diálogo para formular, resolver o disolver dilemas morales” es evidente que la elocutio, la forma de decir, lejos de constituir adorno, se constituye en basamento de las enunciaciones; tanto o más que lo destacado por las tradiciones racionalistas, que hacen del concepto el núcleo de la argumentación. A la tradición racionalista, que privilegia tanto la elaboración metafísica como la autoridad de lo empírico en la argumentación, debe agregarse esta herencia de los sofistas, reactualizada por humanistas del Renacimiento y teóricos del lenguaje. En la reconstrucción histórica, los proponentes de esta “retórica constructivista” recuerdan también a Vico y Nietzsche, y contraponen el homo rhetoricus al homo seriosus. Por la omnipresente articulación narrativa de los discursos persuasivos debería también hablarse de homo narrativus, pues las narraciones son discursos, estructuras con una articulación que posibilita su verosimilitud y su inteligibilidad, esenciales en la persuasión. Las narraciones no solamente ilustran. También son argumentos. La casuística, y no solo la religiosa, es argumentación con ejemplos y predecentes que describen situaciones, proponen alternativas o soluciones y terminan, en sus versiones literarias, en moralejas. Un núcleo de la argumentación casuística en materia moral es considerar la circunstancia (circum-stare, lo que está alrededor, el contexto) en el juicio sobre un aserto. Es la quintaesencia de la perspectiva idiográfica que, a diferencia de la nomotética, no aspira a producir leyes generales sino reglas prácticas para decidir en futuros casos.
La idea de que la bioética es un “juego de lenguaje” (Sprachspiel) que transparenta o hace evidente un “mundo vital” (Lebenswelt) debiera ser reelaborada. En el ambiente “tecnofílico” de Estados Unidos (y sus imitadores principialistas), se sugiere que es una disciplina more geometrico: mediante la aplicación de unos principios (el mantra de Georgetown, especialmente) permite formular dilemas, resolverlos y tomar decisiones. Es necesario considerar la faz retórica de la argumentación moral y reforzar la idea de que las construcciones verbales representan “modos de ser y hacer” que constituyen realidades. Esta idea, como demuestran los autores de este libro, está lejos de ser novedosa, e incluso a sus observaciones sobre precursores podrían agregarse otras, empezando por las concepciones de Schelling, la Naturphilosophie alemana y los trabajos de Luhmann y Latour, especialmente aplicables a la “construcción de literatura científica”. Lo crucial es desentrañar los mecanismos por los cuales las creencias se convierten en certidumbres y los “arte-factos” de la imaginación se transforman en “facts”, hechos. Con la “autoridad” que el discurso “científico” reclama por su aparente exclusión de la fantasía (la “imaginación es la loca de la casa”, decía Claude Bernard) se instaura una ortodoxia no diferente de la religiosa. Con “creyentes”, “herejes”, “apóstatas” en el escenario. Según demuestran numerosos ejemplos, algunos aludidos por los autores de este libro, la “construcción” de los hechos es ya su interpretación y su interpretación es ya indicación para la conducta adecuada. Toda observación es una selección de rasgos que interesan al observador. Todo conocimiento es fruto del interés (Interés de Inter-Esse, lo que está entre los entes) y todo interés genera conocimiento, por citar a Habermas. En situaciones de incertidumbre, la “ciencia” no resolverá problemas si existe aquella forma no culposa ni culpable de ignorancia que es la ignorancia universal. Las grandes crisis terminan siempre socavando autoridades intelectuales o creenciales; lo demostró la Atra Mors del siglo XIV, que debilitó la autoridad de la Iglesia Católica por la insuficiencia de sus respuestas y la inutilidad de sus consejos para combatir la peste.
Este volumen da una denominación a algo que existe y define sus contornos, además de brindar, en contribuciones puntuales, algunos ejemplos de aplicación del constructivismo retórico que propugna. Falta demostrar su real eficacia en cambiar actitudes y comportamientos. Esta “ingeniería social” con base retórica (la otra conocida proviene del conductismo) permite cuestionar la real entidad de los llamados “principios bioéticos”, que a veces no son sino “dispositivos retóricos” que producen respeto e inspiran confianza pero carecen de eficacia performativa. Es una desafiante perspectiva indagar cuánto “valor cosmético” tiene la invocación de abstracciones como la dignidad o la solidaridad en discursos persuasivos, frecuentes en política.
Como el trabajo en los comités de bioética se da siempre en el contexto de tensiones entre discursos discrepantes (teleológicos y deontológicos, por caracterizarlos de algún modo), esta perspectiva es útil como herramienta para mejorar (o hacer más reflexivas) las deliberaciones. En el mundo real, las personas no actúan solo por “máximas universales” o “intereses particulares” en forma exclusiva y excluyente. Convicción y responsabilidad (los pilares de la ética occidental para Max Weber, cada uno con fortalezas y debilidades) se entrelazan de modos inesperados. Y, lo más evidente, las “racionalizaciones” para explicar las conductas superan con creces a las buenas “razones”. Toda racionalización es un artefacto retórico, que aplaca conciencias y conforta en las decisiones difíciles.
Lo más destacable de este volumen es su potencia incitativa. Repitiendo la vieja convicción de que no hay hechos sino solamente interpretaciones (retóricas) de los hechos, rescata y promueve una seria indagación sobre la “imaginación moral”, clave del discernimiento práctico y fundamento de valores tan populares en el discurso político como la solidaridad y la reciprocidad. Para quienes deseen indagar más, puede ser útil la noción de “humanidades translacionales” que hemos mencionado en más de alguna ocasión. Así como existe una medicina translacional (translational medicine), que convierte (“traduce”) los datos del laboratorio en sapiencia clínica, hay también estudios de las humanidades que transforman la teoría en praxis, aunque su intención original no haya sido manifiestamente pragmática. Extrapolar metafóricamente lo ganado en un ámbito a otro diferente es el ejercicio fructífero que ilumina el papel de las humanidades en la medicina y otras profesiones.
Los estudios retóricos, con traducción adecuada a las prácticas sociales, brindan perspectivas valiosas para indagaciones e intervenciones. No dejará de advertirse que el sistema judicial “adversarial” que prevalece en el Derecho anglosajón (ilustrado con frecuencia en el cine estadounidense) es una retórica escenificada en la que la noción misma de justicia se resuelve en una persuasión instrumental de los jurados. Y que las técnicas del neuromarketing hace ya tiempo que emplean la discursividad retórica construyendo necesidades y proponiendo soluciones para ellas sobre la base de imaginativas recompensas. Las “narraciones” escenificadas en los anuncios no solamente proponen bondades de los productos. Sugieren (construyen) buenas razones y excusas para usarlos: por ejemplo, ascendiente social, prestigio, estilo de vida envidiable, salud, belleza. No de otro modo proceden las prédicas religiosas, que invitan a evitar y superar el pecado, alejarse del mal y actuar conforme a las indicaciones de una ideología o creencia. En todos los casos, la fuerza ilocucionaria puede variar, ser más o menos real en la realidad, pero la finalidad es mover voluntades. Persuadir. Ejercer poder.
Saludamos en esta aportación un estímulo para ambiciosas investigaciones.