Introducción
Nacida en Cañada de Gómez, provincia de Santa Fe, el recorrido académico de Lorandi se inició en 1960, cuando se recibió de Profesora de Historia por la Universidad del Litoral. Por aquella época, el contacto con Alberto Rex González la llevó a volcarse a la arqueología, participando de los trabajos de campo en el NOA. Su crecimiento profesional le permitió luego -entre 1965 y 1985- dirigir investigaciones arqueológicas en Santiago del Estero, por las que se la considera una de las principales promotoras del conocimiento histórico- antropológico de la región (Taboada 2015).
Lorandi se doctoró muy joven, en 1967, en una época en que “era usual que fuera el corolario de una larga carrera académica”. Esto la habría favorecido en varios aspectos de su profesión, como el poder ingresar como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y el hacerse un lugar entre los andinólogos referentes del escenario académico internacional (Boixadós y Bunster 2016:10). Un año antes, durante la dictadura de Onganía, Lorandi había renunciado a su puesto docente en la Universidad del Litoral, pasando luego a formar parte de la Universidad de La Plata (Torres, Gesteira y Hirsch 2011:155).
Por la misma época, conforme la arqueología argentina se volcaba a su faceta más dura, Lorandi empezó a interesarse por la etnohistoria. La transición de la Lorandi arqueóloga a la etnohistoriadora fue, sin embargo, lenta. Esta abarcó toda la década de 1970 y los años iniciales de la del 80, en un contexto político signado por la dictadura cívico-militar de 1976-1983. En este traspaso, el contacto con destacados investigadores del campo etnohistórico fue también decisivo. En primer lugar, está su vínculo con John Murra, al que conoció en el Congreso Internacional de Arte Rupestre en Huánuco (Perú, 1967), cuando este se hallaba difundiendo su modelo de verticalidad y complementariedad. En segundo lugar, su estancia en Francia en los 70, en donde se vinculó al equipo de Nathan Wachtel y realizó un posgrado en la École des Hautes Études (Ramos y Chiappe 2016).
El retorno de la democracia en 1983 trajo nuevos aires a las Ciencias Sociales argentinas. En la UBA se encaró una reforma de la docencia e investigación en antropología que incluyó al Instituto de Ciencias Antropológicas (ICA). En aquella oportunidad le fue ofrecido a Lorandi hacerse cargo del ICA. Su aceptación la alejó de la Universidad de La Plata, asumiendo la dirección desde 1984 hasta 1991. Lorandi llevó a cabo una profunda reforma en el ICA, que involucró la creación de nuevas secciones, entre ellas la de Etnohistoria y la Antropología Social. Estas operaban -y lo hacen todavía- como espacios de investigación especializada. A la par de su trabajo en este puesto de gestión, se preocupó por colaborar en la consolidación de la Etnohistoria a nivel regional. Las tareas llevadas a cabo por la Sección Etnohistoria (SE) se caracterizaron por presentar una perspectiva interdisciplinar que combina la Antropología, la Historia y la Arqueología y que fue cobrando mayores dimensiones a partir de la incorporación de nuevas áreas de estudio, así como de becarios y graduados. Desde entonces, la práctica de la etnohistoria en la UBA cobró gran dinamismo mediante diferentes materias y seminarios, proyectos, publicaciones y eventos académicos de alcance internacional (Zanolli et al. 2010, Zanolli, Ramos y Chiappe 2016).
Todos los que compartieron espacios y momentos con Ana María, desde sus primeros hasta sus últimos discípulos y colegas, coincidirían en señalarla como pionera en Argentina de una forma holística de investigar, que combinó los aportes de diferentes disciplinas, y formó una escuela caracterizada por el compromiso de trabajo, la honestidad intelectual, el compañerismo y la reciprocidad (Zanolli 2016, Boixadós y Bunster 2016). En nuestro caso, como investigadores interesados en el análisis de las prácticas en las que el conocimiento científico respecto de lo andino se produce y circula, además de refrendar las anteriores aseveraciones, reconocemos en Ana María una pionera de nuestro tema de estudio. En sus primeros trabajos tras embarcarse en la Etnohistoria se ocupó de las articulaciones entre Antropología e Historia y de la forma específica que adquirió en los Andes (cfr. Lorandi y Rodríguez Molas 1984, Lorandi y del Río 1992); este tópico permaneció como parte de sus intereses hasta sus escritos más recientes (cfr. Lorandi 2012).
En trabajos recientes hemos abordado la figura de Ana María Lorandi focalizando en su recorrido como docente e investigadora, en puestos de gestión y en su inserción en las redes académicas internacionales (Zanolli, Ramos y Chiappe 2016, Ramos y Chiappe 2016). A grandes rasgos, estos tópicos incluyen sus trabajos pioneros en arqueología del NO argentino (NOA); su labor etnohistórica, que ayudó a posicionar el Tucumán colonial como tema de investigación; la creación de la cátedra Sistemas Socioculturales de América II en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de otros espacios docentes de grado y posgrado; la formación de innumerables recursos humanos; la continua implementación de proyectos de investigación con diversas fuentes de financiamiento; su labor reformista al frente del Instituto de Ciencias Antropológicas de la UBA y la organización de eventos académicos de alcance internacional. En este pequeño escrito-homenaje quisiéramos focalizar en un hito fundamental para el desarrollo de los estudios andinos, el Primer Congreso Internacional de Etnohistoria (Buenos Aires, 1989).
El Primer Congreso Internacional de Etnohistoria (I CIE)
En 2015 y 2016, en el marco de dos proyectos individuales de investigación acerca de la evolución de los estudios andinos (Ramos 2016, Chiappe 2018), realizamos varias entrevistas a Ana María en su casa del barrio de San Cristóbal (C.A.B.A.). Entre otras cuestiones, nos interesaba conocer cómo se había organizado el I CIE en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (Buenos Aires, 1989). Teníamos entonces la intención -y, ahora, la certeza de lograrlo- de publicar diversos materiales inéditos (cartas, circulares, resúmenes) originados alrededor de ese evento, los que veníamos leyendo a la par que organizándolos para su inclusión en el Archivo Institucional de la Sección Etnohistoria (AISE). La futura publicación precisaba de un exordio crítico y quién mejor que Ana María para darnos detalles y orientar el análisis. Los siguientes párrafos condensan información obtenida por medio de la pesquisa archivística y de aquellas charlas con ella.
En enero de 1983 se celebró en San Pedro de Atacama el Primer Simposio de Arqueología Atacameña. Lorandi presentó allí la ponencia “El borde oriental de la Puna de Tucumán prehispánica” en el simposio coordinado por John Murra y Jorge Hidalgo, titulado “Problemática etnohistórica de la Subárea Circumpuneña: Síntesis actualizada”. En la versión impresa del programa y las conclusiones del simposio -publicada al año siguiente en Estudios Atacameños- quedó asentado el ofrecimiento de la autora para “gestionar la organización de un simposio de Etnohistoria Andina en Buenos Aires para un futuro próximo” (Universidad Católica del Norte 1984: 21). Es esta la primera mención publicada de lo que finalmente tomaría forma como el I CIE. Obsérvese que esto sucedió antes de que Lorandi se vinculase a la UBA, por lo que el interés en organizar este evento fue anterior a su asunción como directora del ICA.
Poco tiempo después de fundada la SE, su pequeño pero calificado equipo asumió el desafío de organizar el I CIE. Luego de una agitada gestación, que empezó en 1987 -recordemos que, en aquella época, toda comunicación se realizaba por correo postal-, el evento se organizó sobre la base de cinco simposios que trataban los temas centrales de la época: Rebeliones (Coord. Frank Salomon), Simbolismo y sincretismo religioso (Coord. Luis Millones), Estrategias de supervivencia (Coord. Thierry Saignes), Pasado y presente de las relaciones interétnicas en el Gran Chaco, Brasil central y Amazonia (Coord. Alejandra Siffredi); y Sociedad indígena y relaciones fronterizas en el área meridional de Argentina y Chile (siglos XVI-XIX) (Coord. Raúl Mandrini). Al que se sumaba un sexto simposio destinado a Comunicaciones (Cuarta Circular ICIE 1989, Libro de Resúmenes ICIE 1989).
El Comité Organizador1 dispuso, en el marco del Congreso, un homenaje a Gunnar Mendoza “en reconocimiento de su obra en el Archivo Nacional de Bolivia y por el constante, erudito y cordial apoyo que Ud. brinda a los investigadores que lo visitan” (Carta de Lorandi-del Río a Mendoza 1987). Se decidió homenajear también a John Murra “en mérito a su importante labor en torno de la Etnohistoria Andina y su influencia magistral sobre varias generaciones de especialistas que reconocen en Ud. al maestro y orientador singular” (carta de Lorandi-del Río a Murra 1987). La confirmación de Murra no se hizo esperar: “Acabo de recibir tu carta con la invitación al congreso INTERNACIONAL de etnohistoria... y qué programa. Claro que acepto y con emoción. Ahora tendré que planear alguna contribución que valga la pena” (carta de Murra a Lorandi 1988).
Entre los participantes se encontraron otras figuras extranjeras como Frank Salomon, Luis Millones, Thierry Saignes, Thomas Abercrombie, Silvia Arze, Eric Langer, Robin Wrigth, Amalia Castelli, Isabelle Combes, Gilles Riviere, Héctor Noejovich, Carlos Mamani, Carmen Bernand, Horacio Zapater, Jorge Hidalgo, Luis Galdames, Osvaldo Silva y Eduardo Téllez, entre otros (Libro de Resúmenes ICIE 1989). La comitiva chilena fue, como se ve, abundante.2
Como se destaca del contenido de las cartas guardadas en el AISE, el I CIE solo pudo concretarse por la férrea voluntad de la Comisión Organizadora y -en especial- de Ana María, ya que su realización coincidió con el estallido social y político que atravesaba el país. La hiperinflación, que se agudizaba mes a mes, impidió la financiación de todos los viajes y estadías programados, debiéndose cancelar las invitaciones para dictados de clases post-Congreso, ya que la Universidad no podía solventarlas. A pesar de estos inconvenientes, el evento tuvo una amplia convocatoria, recibiendo inesperadamente a más de 500 asistentes.
Aún hoy, y pese al evidente éxito del I CIE, resulta difícil entender cómo se impulsó su realización en una coyuntura tan volátil, que no permitía la más mínima previsión. ¿Por qué Ana María siguió con el plan original? La respuesta, más sencilla de lo imaginado, se relaciona con la voluntad del grupo:
Estábamos tan embaladas cuando ocurrió la renuncia [del presidente] Alfonsín, que no previmos lo que iba a pasar. La inflación crecía, pero la renuncia de Alfonsín es lo que la disparó. Era tal la inflación en ese momento, que ni pagando en dólares -por anticipado- nos querían hacer la reserva en los hoteles donde se hospedarían los coordinadores y asistentes más reconocidos... Nosotras no habíamos organizado congresos, entonces, se nos desbordó de tal manera. ¡Pero le pusimos un ímpetu! ¡Fue terrible! Nunca nos imaginamos todo ese maremágnum de gente que vino. a esa Facultad que estaba casi vacía. fría. no había calefacción [.] en pleno julio. ¡solo pudimos ofrecer una copa de vino económica, de damajuana, porque no teníamos nada! Y en ese congreso -que fue el primero- aparecieron españoles, ¡que no teníamos ni idea de cómo se habían enterado! De Bolivia y Perú, ¡lleno! (Lorandi 2015).

Figura 1 Carta de Ana María Lorandi a John Murra, en donde se expresan las condiciones de realización del Congreso.
El I CIE fue un evento pionero que contribuyó a la consolidación nacional y regional de la Etnohistoria. Su valor como espacio de actualización y difusión de la disciplina ha quedado demostrado en su continuidad hasta el presente.3 Su relevancia estuvo dada por aspectos de diverso orden. En primer lugar, el de la coyuntura académica. Como dijimos, la SE es producto de una reorganización institucional tras la reapertura democrática. Sus líneas de investigación se anclan en tradiciones nacionales (como la impulsada por el reconocido arqueólogo A. Rex González) e internacionales (como parte del auge de las discusiones acerca de los vínculos entre Antropología e Historia). En segundo lugar, la coyuntura política. El I CIE se realizó en medio del proceso hiperinflacionario acontecido durante el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), lo que afectó notablemente su desarrollo. Si bien el Congreso no se suspendió, sí lo hicieron diversas actividades complementarias que hubieran posibilitado un mayor aprovechamiento de la concurrencia de investigadores de relieve internacional. En tercer lugar, la gestación de redes académicas. El I CIE representó un hito en la conformación de una red académica internacional en torno a la Etnohistoria andina, campo que revolucionó la investigación de la región y que continúa manteniendo una impronta interdisciplinar e internacional. En este sentido, el I CIE contribuyó a que el equipo de trabajo de la SE se instalara en el plano internacional.
En Memoria
Pese a los lógicos problemas de salud que cualquier persona de edad tiene, hasta el último año de vida Ana María seguía desarrollando diferentes actividades, siendo la más recordada el recibimiento del Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Santiago del Estero, en mérito a su trayectoria y, en especial, por sus aportes al desarrollo de la arqueología santiagueña. El paulatino y reciente retiro de los espacios de la UBA en los que se había desempeñado durante años, traspasados, ahora, a sus más conspicuos discípulos, no había morigerado un ápice su afán de conocer. Hace pocos años Ana María escribió, comentando una investigación en curso:
En esta etapa preliminar en la que me encuentro estoy profundizando el análisis de documentación producida por diversos personajes que participan de los acontecimientos de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Algunos firmes defensores del absolutismo monárquico como Benito Mata Linares o el obispo San Alberto, otros que proponen una monarquía parlamentaria o moderada como Victoriano Villava, pero todos a su manera opuestos al sistema republicano, como sinónimos de anarquía política y de inversión de la jerarquía social. Sobre todo, en América, donde el temor a un hipotético gobierno de los indígenas no solo retarda la emancipación de la Corona de España, sino que refuerza la solidaridad interna de la sociedad no indígena o que no quiere identificarse con ella. No vale la pena insistir en la gigantesca tarea que tengo por delante: leer toneladas de libros y artículos sobre este período de transición y la República temprana tanto en América como en España, a lo que se suma la búsqueda de documentación que dé cuenta de los microprocesos locales sobre los que en este momento me gustaría indagar. Por tanto, en este momento me debato entre la incertidumbre acerca de la metodología más adecuada para abordar estos objetivos y la adrenalina que provoca un nuevo desafío (Lorandi 2013:198).
Efectivamente, cuando falleció Ana María, estaba en prensa un artículo concerniente a su trayectoria en donde destacábamos su mantenido vigor, volcado ahora a conocer la trayectoria de Juan Antonio Álvarez de Arenales (1770-1831) mediante su recorrido independentista por diversos espacios andinos que ella había abordado en sus investigaciones (Ramos y Chiappe 2016). Según nos comentó en la última de las entrevistas que le realizamos, el general Arenales era una figura que le permitía “hilvanar” a los actores de estos espacios desde una perspectiva biográfica inserta en la mirada más general que ella ayudó a desarrollar, la de la Antropología Histórica. Lo que implicaba atender simultáneamente a las lógicas nativas y a la profundidad temporal para abordar el estudio y la compresión de los procesos sociales regionales.
En 2014 Ana María participó del IX Congreso Internacional de Etnohistoria, realizado en la Universidad de Tarapacá, Arica. Allí estuvo tan vital como siempre, interactuando con sus pares, concurriendo a los simposios, visitando el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa e interviniendo en la sesión de clausura. Conocida y reconocida por todos, recordamos cuánto disfrutó en aquella oportunidad, e intuimos que ella valoraría en gran medida este sentido homenaje en la revista Diálogo Andino de la misma Universidad.