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Cuadernos de historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0719-1243

Cuadernos de Historia  no.42 Santiago jun. 2015

http://dx.doi.org/10.4067/S0719-12432015000100002 

ESTUDIOS

 

Cabeza socialista, brazos proletarios. Los liderazgos socialistas en Colombia, 1909-1924

Socialist head, proletarians arms. Socialist leaders in Colombia, 1909-1924

 

Isidro Vanegas*

* Doctor en Historia, profesor de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia – Tunja. Correo electrónico: isivanegas@yahoo.com


Resumen

Este artículo estudia a los agenciadores del socialismo colombiano durante la primera etapa de existencia de esta corriente política. Busca comprender de qué manera concibieron al pueblo, cómo imaginaron su rol de representantes de él y de qué recursos se valieron para tratar de cumplir ese cometido. Mediante este análisis se pretende contribuir a la comprensión del paso de una democracia, en cuya arena política participó un rango muy limitado de actores, como fue la del siglo XIX, a una democracia de masas, como comenzó a serlo tras el Gobierno del general Rafael Reyes.

Palabras clave: socialismo, Colombia, representación política, democracia, partidos políticos.


Abstract

This article studies the leadership Colombian socialism during the first time of this political current existence. Seeks to understand how people conceived, how imagined their role as representatives of him and what available resources to try to fulfill that role. This analysis intended to contribute to understanding of the change of a democracy in which political arena involving a very limited range of actors, as was the nineteenth century, to a mass democracy, as it was after the government of General Rafael Reyes.

Key words: Socialism, Colombia, Political representation, Democracy, Political parties.


 

1. Introducción

"Hombres de corazón, abnegados y valientes han dicho a los proletarios del mundo: hermanos sonó para vosotros la hora de la justicia; somos la inteligencia que organiza la victoria, sed nuestro brazo"1. Esta frase de un periódico de Popayán en 1920 bien podría haber sido la divisa de quienes durante cerca de quince años intentaron hacer arraigar el socialismo en Colombia. Aquellos activistas, que se pensaron como una legión de hombres justos y desinteresados pero que generalmente no trabajaron por un salario, fueron los primeros que buscaron representar políticamente al mundo popular desde el socialismo.

Esta investigación se propone estudiar aquellos liderazgos que marcan la etapa inaugural de la izquierda colombiana y que recrearon el socialismo a la luz de las tradiciones republicanas forjadas en el primer siglo de experiencia nacional colombiana. Pero interesa menos discernir su carácter de socialistas, esto es, de hombres de doctrina, que su carácter de intermediarios políticos, figura que se multiplicó en los albores del siglo XX y también abundó en las filas liberales, conservadoras y republicanas. Deseo indagar quiénes fueron esos agenciadores del socialismo, de qué manera concibieron al pueblo, cómo imaginaron su rol de representantes de él y de qué recursos se valieron para tratar de cumplir ese cometido. Una de las ambiciones del presente estudio es contribuir al mejor conocimiento del paso de una democracia en cuya arena política participó un rango muy limitado de actores, como fue la del siglo XIX, a una democracia de masas, como empezó a serlo tras el gobierno del general Rafael Reyes. Esta aproximación a cierta categoría del personal político constituye, entonces, una aproximación preliminar y fragmentaria a una cuestión central de la historia del régimen democrático, cual es la representación política del pueblo soberano.

 

El tiempo de los profetas

Los incruentos esfuerzos por terminar con el autoritario gobierno de Rafael Reyes –coronados con éxito en marzo de 1909– conllevaron la introducción de importantes modificaciones en la escena política. Una de las más notorias fue la organización de un nuevo partido político, el republicanismo, fruto de una alianza impulsada por sectores modernizadores del conservatismo y el liberalismo, especialmente de Medellín y Bogotá. El sentimiento nacionalista producido a raíz de la separación de Panamá había abierto el camino a un amplio consenso entre las agrupaciones políticas sobre la necesidad de preservar la paz, considerada condición primordial de la modernización e incluso de la sobrevivencia de la nación. En su breve apogeo, el republicanismo fue tomado con tanta fuerza por ese ambiente de concordia que sus líderes soñaron con la desaparición de los viejos partidos, los cuales deberían fundirse en un republicanismo concebido como crisol de una nación plural pero liberada de los conflictos partidistas. El partido republicano entrañaba por lo tanto una crítica a los caudillos, especialmente a aquellos de orden regional o local, más ligados a las bases y tradiciones partidistas, quienes supuestamente eran los responsables de las guerras, la ruina y la decadencia nacional. Liberalismo y conservatismo no llegaron a ser, sin embargo, unos referentes muertos para la multitud de activistas políticos que en los diversos niveles y regiones estaban ligados por fuertes vínculos a los jefes partidistas nacionales. Así, pasado el breve regocijo republicano, reapareció con ardor la necesidad del reagrupamiento bajo las antiguas banderas.

La tradición liberal, que un amplio contingente de activistas guardaba con intensos sentimientos, y que líderes carismáticos como Rafael Uribe Uribe contribuían a avivar, oponía una sólida barrera a la disolución de la identidad partidista2. Los conservadores, por su parte, también encontraron fácil reagruparse. Además de contar con una tradición tan querida como la de sus rivales, recibieron el impulso de la Iglesia, que consideraba al republicanismo un mero caballo de Troya del pecaminoso liberalismo y que recrudeció sus presiones sobre los jefes moderados para que abandonaran el recién nacido partido3.

Los forcejeos partidistas condujeron a la revalorización de la participación política de los sectores populares, que se habían expresado de diversas formas en el pasado, especialmente los artesanos4. Ahora también se prestó atención a los trabajadores asalariados, que nacían ante los ojos de todos como agrupamiento social. Ciertamente, los obreros eran muy pocos en esos años, pero a muchos publicistas se les hizo lógico pensar que si el país seguía creciendo económicamente y asimilando las novedades del mundo, ocuparían un lugar destacado en las luchas políticas, como ya ocurría en los países industrializados5. Así, la participación de los trabajadores y grupos populares venía a resultar relevante en una escena política que no estaba restringida a las élites y que se hallaba inmersa casi permanentemente en contiendas electorales6. A los partidos y líderes políticos se les hacía necesario estar cerca de los trabajadores, ganarse su representación política, intentar modelarlos.

En medio de la agitación consiguiente a la restauración de la arena política y a la momentánea crisis de identidad de los partidos, los activistas políticos de todos los bandos se multiplicaron. Los datos sobre la prensa pueden ser ilustrativos del incremento de los intermediarios políticos, puesto que mediante un periódico, muchos activistas se reclamaron actores de la escena política. Mientras que en el año 1907 registramos en el país la aparición de 102 periódicos de todas las corrientes políticas, en 1908 contabilizamos 104, en 1909 encontramos 177 y al año siguiente se llega a 2227. Esos activistas tenían ante sí una sociedad receptiva a discursos inéditos que intentaban descifrar y encauzar el afán modernizador que se tomó sobre todo a los sectores urbanos mejor integrados. Los trabajadores, tanto aquellos que podían ser clasificados en las antiguas categorías socio-profesionales, como quienes podían ser ubicados en las nuevas denominaciones que la disputa política fraguaba, estuvieron por supuesto involucrados en el forcejeo por moldear el mundo del trabajo. Cada agrupación política se esforzaba por hacer aparecer sus valores e intereses como los valores e intereses de los trabajadores, pero estos no fueron en absoluto sujetos inertes, como lo sugiere la experiencia de los agenciadores del socialismo colombiano.

Entre la gran cantidad de activistas que se lanzó a la arena política en aquellos años iniciales de la década de 1910, un puñado se asignó la denominación de socialistas, comunistas, liberal-socialistas o radical-socialistas. Intervinieron en nombre de una adscripción doctrinaria laxa y no de alguna organización partidista, y sus labores políticas ayudaron al surgimiento de asociaciones gremiales locales, así como a la asimilación de nuevos referentes culturales, formas de movilización y demandas. Con su participación, el término socialismo, largamente execrado, incluso por los mismos líderes artesanos, vino a circular con mayor frecuencia y dejó de remitir solo a formas de degradación del orden social.

Esos activistas que vindicaron el socialismo estando aislados unos de otros, hicieron presencia casi simultáneamente en la Costa Atlántica (Cartagena), Bogotá y Santander (Bucaramanga), zonas dinámicas laboralmente, con fuerte tradición liberal y con un ambiente comparativamente más abierto a las novedades intelectuales y políticas que otras regiones. En Cartagena, L. M. Pérez L’Hoeste anunció la inminencia de un socialismo universal fruto de las "grandes evoluciones sociales de los países más civilizados y cultos"8. En Bogotá, Juan Francisco Moncaleano y Tomás Rodríguez Schandon invocaron un socialismo de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que dignificaría a los trabajadores y cimentaría la ruta de la regeneración del pueblo colombiano9. También en la capital, Juan C. Dávila instó al liberalismo a que atendiera tanto las inquietudes de las sufrientes multitudes como al socialismo, que en otras latitudes había sabido escucharlas10. Mientras que Eduardo Arias Correa justificó el socialismo y planteó que si bien las instituciones parlamentarias eran valiosas, ellas debían desaparecer cuando el proletariado tuviera "una completa conciencia de sus derechos y de la elevada misión que le corresponde"11. En Bucaramanga, Arquimedes Buitrago se definió como un socialista practicante de la doctrina de Jesucristo, que no deseaba atacar ni a la iglesia ni a la autoridad civil, pues concebía la actividad cívica como una labor "instruccionista y no destructora"12.

Aquellos pioneros eran modestos hombres públicos dedicados a una mezcla muy heterogénea de actividades profesionales. Juan Francisco Moncaleano y Alejandro Torres Amaya eran litigantes, pequeños comerciantes y comisionistas, mientras que Juan C. Dávila era abogado13. Pero ellos parecían definirse ante todo por su relación con el instrumento de que se valían para intervenir en la arena política: la prensa. En Bogotá, Eduardo Arias publicaba El Ariete, Tomás Rodríguez, Chantecler, Moncaleano, Ravachol, C. Obando Espinosa, El Domingo. En Cartagena, L. M. Pérez L’Hoeste publicaba El Símbolo y en Bucaramanga, Arquimedes Buitrago iría a participar en El Obrero Moderno. Estos periódicos eran una herramienta política que en el mejor de los casos producía para la sobrevivencia de la propia publicación. De ahí que el editor muchas veces le agregara el rubro de los pequeños negocios. Moncaleano y Torres Amaya, por ejemplo, ofrecieron en el primer número de Ravachol, el periódico que dirigían, sus servicios profesionales: comercio inmobiliario, despacho de mercancías fuera de Bogotá, agencia de libros y periódicos, gestiones legales, cobros judiciales, redacción de memoriales y escritos de toda clase14.

En los periódicos a través de los cuales intervinieron los primeros adalides del socialismo fue común un discurso anticlerical, modernizador, nacionalista. Más particular fue tal vez el tono apasionado con que expresaron sus pretensiones y la voluntad de sacrificio que manifestaron. L. M. Pérez L’Hoeste se veía como uno de los revolucionarios "vencidos por la burguesía", que habían "soportado siglos tras siglos de despotismo monacal"15. Tomás Rodríguez se enorgullecía de haber "rendido fervores y cultos a la causa de la libertad" desde los campamentos y los panópticos16. C. Obando Espinosa, director del "semanario radical" El Domingo, lamentaba, dos décadas después de ocurrida, la muerte del anarquista francés Ravachol, quien según él había sido castigado por "querer escribir valores nuevos en las viejas Tablas"17. Pero es en Moncaleano, quien se percibe a sí mismo como el primer apóstol y acaso mártir del socialismo colombiano, en quien se puede observar con más claridad ese lenguaje de la inmolación. Luego de varios arrestos manifestó: "si esta lucha en pro de mi desgraciada patria me ha de llevar mañana al sacrificio del destierro o del patíbulo, es decir, a ese Gólgota en el cual fue inmolado el inmortal Ferrer, partiré o subiré tranquilo, como ese sublime mártir, con la conciencia del que ha cumplido con su deber y la firme convicción de que otros como yo seguirán la ruta luminosa que informan las doctrinas del socialismo"18.

En un país en el que las asimetrías sociales no generaban la diferenciación política, y en el que predominaba un amplio consenso acerca de los mecanismos de la acción política y las posibilidades de progresivo mejoramiento social, las palabras de Moncaleano resultaban poco representativas del estado de ánimo de los trabajadores, y extrañas aún para los activistas políticos radicales. Podía haber entre estos más consenso acerca de la forma de percibir la sociedad colombiana, que se les aparece dividida en polos antagónicos pero no determinados tanto por factores socioeconómicos (ricos-pobres, burgueses-trabajadores) como políticos (burócratas rapaces-ciudadanos inermes). Para Alejandro Torres Amaya, por ejemplo, Colombia contenía dos castas: una que usufructuaba del tesoro público y otra que no sabía sino contemplar a "los que explotan el alma nacional". Y para Moncaleano, por un lado estaba el artesano hambriento y sin trabajo, y por el otro, los "potentados burocráticos"19.

A sus ojos, el pueblo era la primera víctima del oscurantismo clerical y la miseria económica, pero como lo dijo Juan C. Dávila, ese pueblo tenía las virtudes necesarias para redimirse: "heroísmo y abnegación".20 Según otro activista, que firmaba como "Diavolín", el pueblo estaba enterrado en el fangal de las miserias y calamidades nacionales, "sin un gesto de protesta, sin un signo de desaprobación", pero llegaría el momento en que despertaría de su marasmo, de su "sueño de faquir", convirtiéndose entonces en un bloque poderoso que pediría cuentas a sus "vilipendiadores"21. Esos iniciadores del socialismo que pretendían representar al pueblo creían necesario primero que todo sacudirlo de su presunto letargo clerical, de su carencia de racionalidad, de su conformidad con los caudillos y los partidos. Por lo tanto buscaron instruir al pueblo en los conocimientos modernos y en las nuevas tendencias políticas. En el periódico El Comunista se proclamaron seguidores de los apóstoles del modernismo y confiaron en que los colombianos participarían del necesario perfeccionamiento de la humanidad y de la conquista de las "verdades reservadas al porvenir"22. Moncaleano ambicionaba que el pueblo, carente de instrucción y de enseñanzas prácticas, saliera del aletargamiento en que se encontraba desde hacía varios años, y trató de establecer una biblioteca socialista para los trabajadores bogotanos, pues deseaba devolverle a ese pueblo "tiranizado y explotado por tanto tiempo [...] sus derechos propios y hacerle conocer el alto puesto que desempeña en la familia humana"23. La educación era, más que un instrumento, un valor en sí mismo, y Tomás Rodríguez llegó a plantear que los pueblos necesitaban más de la educación que del trabajo, porque ella automáticamente generaría empleo24.

La inserción de esos activistas en el mundo del trabajo fue harto superficial, en buena medida porque no se interesaron mucho en ello. Además, respecto a los activistas gremiales, los socialistas estuvieron situados en este primer momento de manera muy marginal en la escena política. Su intervención tenía que vérselas no solo con fuerzas mejor posicionadas en la competencia por representar políticamente a los trabajadores sino con el hecho de que el socialismo seguía produciendo a priori inquietud en el mundo popular. Pero los principales obstáculos que encontraron para hacer arraigar el socialismo fueron sus propias concepciones y sus limitaciones como agentes políticos, así como la tradición fuertemente individualista y liberal que se había construido en Colombia en el primer siglo de la república.

La iglesia, que desde hacía décadas consideraba al socialismo una doctrina perversa, a comienzos del siglo XX incrementó sus programas de encuadramiento doctrinario, particularmente aquellos dirigidos a los trabajadores asalariados, donde realizó programas laborales, de vivienda, ahorro y educación, redoblando así mismo los esfuerzos por controlar la difusión de los discursos que tenía por peligrosos25. Ese programa fue reforzado con la punición de quienes criticaran la institución eclesiástica, de manera que los periódicos socialistas Ravachol y Chantecler de Bogotá fueron excomulgados, lo mismo que una larga lista de publicaciones liberales26.

Pero el alcance de la intervención política de la Iglesia en el mundo del trabajo fue más bien modesto, siendo en esto más exitosos los liberales y republicanos. Unos y otros no solo aplaudieron los esfuerzos organizativos que tenían por escenario el mundo laboral sino que entraron a participar activamente en ellos, pese a que los paladines obreristas solían repudiar esos partidos e incluso la actividad política en general. Así, en la Unión Nacional de Industriales y Obreros (UNIO) y en el Partido Obrero –que dependía de dicha Unión–, fundados en 1910, participaron inicialmente trabajadores tanto liberales como republicanos, pero los forcejeos partidistas por su control condujeron a la escisión. A raíz de ello, tres años más tarde fue creada la Unión Obrera Colombiana (UOC), en la que predominaron los activistas más ligados al republicanismo, mientras que en la UNIO continuaron los más cercanos al general Uribe Uribe. Las organizaciones del mundo laboral no estaban, sin embargo, previa e indefectiblemente vinculadas a uno u otro bando político. Las simpatías políticas de los activistas no significaron que ellos hubieran deseado, y, menos, que hubieran logrado, convertir esas organizaciones gremiales en meros apéndices partidistas. Tal pretensión hubiera erosionado la capacidad de liderazgo de esos activistas. No obstante, las cercanías políticas de aquellas organizaciones abrían mejores posibilidades a una corriente política para que los trabajadores la escucharan con simpatía. Los esfuerzos por organizar a los trabajadores fueron en buena medida, por lo tanto, el resultado de la actividad partisana a la vez que una razón para que los partidos se acercaran al mundo laboral.

Quienes hacían alguna vindicación del socialismo recibieron con grados diversos de entusiasmo aquellas tentativas de organización de los trabajadores. En Cartagena, El Símbolo saludó la creación del Partido Obrero en el entendido de que serviría para hacer "posible la igualdad ante la ley, para despertar en la conciencia de los hombres el respeto a la Justicia, para hacer efectiva la verdadera democracia y la igualdad de derechos, para abolir los privilegios y constituir la verdadera república"27. En Bogotá, Obando Espinosa formó parte del Comité Eleccionario de Industriales y Obreros que preparó la intervención en las elecciones para la Asamblea departamental y el Congreso28, pero Rodríguez Schandon, situado en la periferia del liberalismo, y Moncaleano, al margen, si bien no parecen haber criticado a los promotores de esas organizaciones, permanecieron ajenos a esas labores.

Profundamente ligados a un liberalismo que constituía su fuente de valores, de modos de acción, de concepciones de lo social, quienes apelaban al socialismo consideraban que este, como opción política para la satisfacción de un conjunto específico de demandas de los trabajadores, no era incompatible con otras doctrinas. Tomás Rodríguez, por ejemplo, lamentó que su periódico Chantecler, subtitulado hoja socialista, no le hubiera parecido a algunos "liberal en el sentido lato del término". Mientras que Juan C. Dávila esperaba que el liberalismo escuchara las penalidades del pueblo y en esa medida se sintonizara con el socialismo29.

Entre los precursores del socialismo, Moncaleano fue tal vez el único que se preocupó por aproximarse doctrinariamente al socialismo. Aunque se enorgullecía de su liberalismo, enunció una ruptura agria con él, repudiando al que consideró un partido compuesto por "traficantes de conciencias, hombres vientres que se han alquilado a todas las tiranías"30. Moncaleano tuvo que salir del país después de haber sido encarcelado en varias ocasiones, y marchó a Cuba y México donde ahondó sus convicciones, enriqueció su discurso y amplió su influencia. Desde su peculiar liberalismo, los demás precursores continuaron apelando al socialismo y la revolución y proclamando la necesidad de que los trabajadores se organizaran31.

Una mirada panorámica a la etapa que siguió a la fuga del presidente Reyes muestra que las invocaciones al socialismo escuchadas en el mundo del trabajo fueron débiles voces, si se observa la gran variedad de discursos y de iniciativas que los activistas políticos dirigieron por entonces a los trabajadores. Conferencias, periódicos, creación de organizaciones mutuales y espacios de sociabilidad, labores de todo tipo para vincularlos a las jornadas electorales. Además de impulsar la fundación de las ya indicadas organizaciones con pretensiones gremiales y políticas: Unión Nacional de Industriales y Obreros y Partido Obrero en 1910, Unión Obrera de Colombia en 1913. Los discursos y los objetivos de los socialistas variaban poco, sin embargo, respecto a los demás activistas que buscaban movilizar a los trabajadores. Estos se esforzaban por hacer de los trabajadores sujetos autónomos políticamente y, en consecuencia, por erigir las necesidades de los trabajadores en objetivo primario de una organización política que los cohesionara. Así, cuando las iniciativas gremiales y políticas ancladas en ciertos grupos de trabajadores ganaron distancia respecto a los grandes partidos y buscaron formas de designarse, encontraron poco problema en llamarse partido obrero o socialista.

Ahora bien, la diferencia entre los precursores socialistas y los activistas gremialistas no radicaba en que los segundos fueran efectivamente trabajadores sometidos a algún tipo de subordinación contractual. Si bien entre los segundos encontramos artesanos –algunos eran tipógrafos32–, un número significativo no pertenecía a la categoría de artesanos ni de obreros. Podían ser profesionales liberales (Jacinto Albarracín), o incluso músicos (Emilio Murillo, Roberto Petrilli). Y al igual que los precursores socialistas, con frecuencia tenían algún vínculo con la prensa. Ramón Casanova era empleado de Gaceta Republicana, mientras que Emilio Murillo y los líderes de la Unión Obrera editaban el periódico que llevaba este mismo nombre. Y en Bucaramanga, Arquimedes Buitrago, merced a sus actividades políticas, llegó a ser funcionario y contratista del municipio en el cobro de algunos impuestos33.

La diferencia entre los que abogaban por el socialismo y los activistas gremialistas radicaba más bien en el tono de sus discursos. Pese a que percibían la sociedad igualmente fracturada, el lenguaje de los activistas, que intentan más específicamente hacerse voceros del mundo del trabajo, era más ponderado. Así, mientras los socialistas se apoyaban en referentes liberales que daban un tono pugnaz a sus palabras, entre los voceros de las organizaciones gremiales predominaba el tono republicano, caracterizado por el repudio de la violencia y la exaltación del carácter progresivo de los cambios. Esta diferencia tendió a diluirse merced al debilitamiento de los vínculos entre los líderes gremiales y los partidos liberal y republicano, lo cual ayudó a hacer converger los discursos gremialistas y socialistas. Con el asesinato de Uribe Uribe (octubre de 1914) los lazos de la UNIO con el liberalismo se desvanecieron, mientras que la UOC, merced al carácter tan laxo que le era propio al republicanismo, tuvo una gran independencia desde el comienzo, la cual se acrecentó a medida que el republicanismo se diluía luego del reagrupamiento de los partidos liberal y conservador.

Esa autonomización de los activistas ligados al mundo laboral facilitó el avance del socialismo entre los trabajadores. De esta forma, en enero de 1916 fue iniciado en Bogotá el Partido Obrero, en una asamblea a la que asistieron 800 trabajadores, según dijeron, tal vez exagerando, sus organizadores. Allí fue constituida una junta organizadora que se dio a la tarea de coordinar la instalación de un "directorio obrero" elegido por los distintos gremios de la ciudad en los que se destacaba la participación de los dueños de taller34.

Pese a que entre sus iniciadores se había afianzado la percepción de la sociedad colombiana como escindida entre los trabajadores laboriosos y los grupos improductivos, el contenido socialista del programa de la organización fue bastante limitado. En el periódico oficial, El Partido Obrero, escribieron que los objetivos eran, además de "la educación popular, de la unión estrecha de los gremios para lograr el aumento de los salarios y el respeto de los industriales ‘en gran escala’ [...,] el alejamiento ‘absoluto’ de todo partido político"35. El programa era ciertamente modesto, pero los líderes se acercaron por otras vías a una denominación largamente estigmatizada, la de socialista, lo cual constituyó un paso decisivo en la creación de una identidad para la nueva corriente política que intentaba nacer.

Es en este Partido Obrero donde por vez primera se produce la confluencia de los líderes de una organización político-gremial orientada hacia el mundo del trabajo con el socialismo, el cual, más que articulador de una ideología coherente, apareció como un término legítimo para designar el conjunto de expectativas igualitaristas de sus fundadores36. Entre quienes inician esa organización política encontramos los que vindican el socialismo pero no le dan al partido esa denominación por razones tácticas que expresan los temores aún existentes a verse estigmatizados y rechazados por los trabajadores. En el periódico oficial del partido alguien escribió: "No hemos querido llamar al partido obrero ‘Partido Socialista’ porque dada la confusión de los términos ‘socialista’ y ‘anarquista’ causaríamos hasta miedo con una denominación que ni en Europa misma se ha entendido lo bastante"37. El socialismo había dejado de ser solo un estigma para los activistas políticos ligados al mundo laboral, por lo menos en las principales concentraciones poblacionales. Para este momento él es, entre los activistas políticos ligados al mundo laboral, un término de amplia circulación y aceptación para designar tanto el conjunto de necesidades de los trabajadores como su estrategia de satisfacción38.

El Partido Obrero fue, no obstante, estigmati­zado por los liberales, pero no tanto por su carácter socialista como por ser una creación supuestamente externa al mundo laboral. Pese al vehemente rechazo que sus dirigentes hicieron de los partidos políticos, un activista liberal de Bogotá lo consideró una maniobra soterrada de los republicanos para fortalecer su posición electoral39. Pero los republicanos, que expresaron simpatía y quizás apoyaron al Partido Obrero, eran ahora una corriente tan profundamente debilitada que difícilmente podía lograr una adhesión intensa de los líderes obreristas. Ese tipo de suspicacias, que expresaban la convicción de muchos liberales de que solo a través de su partido las demandas del pueblo podían ser satisfechas, le restó eficacia a las labores proselitistas del partido naciente. Un periódico obrerista de simpatías liberales puso en claro las objeciones diciendo que, "al menos por ahora no le conviene a la clase obrera organizarse como partido, por la sencilla razón que no tiene en su seno una persona suficientemente hábil para Jefe de este". Si los obreros tuvieran que "echar mano de algún político para que los dirigiera o representara" nada ganarían organizándose de manera autónoma, pues en ese caso aquel político "sería indudablemente el usufructuario de la colectividad". Por consiguiente, decía el articulista, los obreros debían continuar unidos, pero dentro del liberalismo, ocupándose de las ideas, antes que de los hombres40.

Efectivamente, la modestia del influjo alcanzado por el Partido Obrero pudo originarse también en su carencia de liderazgos destacados. Ni Alberto Navarro, quien fue designado Secretario de su Junta Organizadora cuando se inició el proceso, en enero de 1916, ni Pompilio Beltrán o Pablo Amaya, que fueron escogidos como presidente y vicepresidente del Directorio Central en mayo del año siguiente, estaban entre los más destacados activistas políticos ligados al mundo laboral en ese momento41. Los líderes obreristas más destacados, como Marco Tulio Amorocho, Ramón Casanova, Manuel A. Reyes, Bernardino Rangel o Rafael O. Quintero, entre otros, parecen haberse quedado al margen o en un segundo plano en este intento de constituir el Partido Obrero, que para finales de 1917 al parecer ya no existía. Sin embargo, en su breve existencia había logrado incentivar la fundación de núcleos organizativos similares en otras regiones del país, como Medellín, Barranquilla, Honda e Icononzo42.

 

El tiempo de los letrados

En enero de 1919, tras una paciente labor de difusión y preparación, se inició un nuevo intento de establecer una organización política anclada en el mundo laboral. Se trata ahora de crear un Partido Socialista, a partir de una Asamblea Obrera a la que convocaron diversos grupos de Bogotá, y la situación augura resultados más consistentes que los alcanzados en las ocasiones anteriores. La difusión de los discursos socialistas se había ampliado y se oían algunos ecos de la Revolución rusa. Por otra parte, persistía la tensión de la campaña electoral, registrándose el hecho de que incluso algunos líderes conservadores hablaban de Marco Fidel Suárez (1918-21), su copartidario, como alguien inepto para continuar las tareas modernizadoras iniciadas por el gobierno de Carlos E. Restrepo (1910-14) y no abandonadas por José Vicente Concha. Como había sucedido durante el periodo que siguió a la caída de Reyes, esa tensión avivó las labores de los activistas políticos radicales cuyos vínculos con los partidos se habían relajado merced a la confusión predominante en el liberalismo tras la muerte de Uribe Uribe y a que el republicanismo no era, a finales de 1918, más que una denominación prácticamente vacía. Los obreros, por su parte, seguían creciendo numéricamente, y habían protagonizado la primera oleada de huelgas en el país, las cuales constataban el inicio en el mundo laboral de una actitud más fundada en la noción de derecho que de caridad.

A la inauguración de la Asamblea Obrera que daría inicio al Partido Socialista concurrieron las dos organizaciones político-gremiales más dinámicas de Bogotá: la Unión Obrera de Colombia y el Sindicato Central Obrero. Así mismo participaron algunos de los más destacados activistas ligados al mundo laboral: Marco Tulio Amorocho, Ramón Casanova, Campo E. Rangel, Manuel Antonio Reyes y Tomás Rodríguez Schandon43. Durante los primeros meses de ese año de 1919, la Asamblea se estuvo reuniendo en forma constante con el objeto de darse una organización y consolidar su influencia entre los trabajadores de la ciudad, a los que ayudó a organizar en gremios, obteniendo un notable éxito en esa labor44. En mayo, cuando se declaró formalmente establecido el Partido Socialista, fueron electos como miembros principales del Comité Ejecutivo Nacional Socialista, Benigno Hernández G., Pablo Amaya, Jacinto Albarracín, César Guerrero, Bernardino Rangel, Enrique Acosta S., Jorge Vargas, Julio Medina y José Joaquín Munévar. En su orden, los tres primeros fueron nombrados presidente, vicepresidente y secretario45. Ninguno de los delegados a la inauguración de la Asamblea Obrera, cinco meses atrás, apareció ahora en los puestos directivos del Partido Socialista.

Ese desplazamiento no parece haber obedecido a una disputa entre grupos –Marco T. Amorocho, Ramón Casanova, Campo E. Rangel, Manuel Antonio Reyes participaron decididamente en actividades posteriores– sino más bien al giro que le imprimió al PS un grupo de activistas que se integró a él cuando ya la propuesta había echado a andar, y que difería en algunos aspectos de quienes habían desarrollado sus actividades políticas en torno a las organizaciones gremiales y los efímeros partidos obreros de 1910 y 1916.

El grupo de activistas incorporado al Partido Socialista –entre los cuales se destacaban Carlos O. Bello y otros líderes de Girardot– no difería por plantear un discurso radical inédito sino más bien por su afán de distanciarse de los partidos existentes, que los llevó a esforzarse por dar forma a una organización política con vocación enteramente autonomista. Este no había sido el caso hasta el momento, puesto que en las dos ocasiones semejantes del pasado reciente, el horizonte de los líderes se había limitado a la construcción de un instrumento para satisfacer las demandas inmediatas de los trabajadores, negociando una mejor posición en el tablero político local. Al menos en Bogotá, desde las elecciones de 1909 grupos que reclamaban representar a los trabajadores habían participado regularmente en elecciones, bien a nombre propio, bien como aliados de algún partido. Pero su forcejeo se concentraba en la elección de concejeros municipales, siendo sus posibilidades de ser incluidos en una lista directamente proporcionales a las desavenencias entre liberales y republicanos, de manera que cuando aquellos partidos vivían un momento de armonía, los activistas ligados al mundo laboral podían ser ignorados. Por eso hay algo de inédito en la concepción de partido que impulsan sobre todo los recién venidos al Partido Socialista, que así amenazan el control que a fin de cuentas ejercen los jefes de los grandes partidos sobre la representación política de los trabajadores. Los activistas radicales tienden ahora a constituirse no solo en profesionales de la política sino en eventuales ocupantes de puestos en el seno de las corporaciones públicas.

Y quienes acceden a la dirección del PS son aquellos activistas que pueden disponer de todo su tiempo para la labor política. Esa tendencia a la dedicación plena de los activistas socialistas y gremiales a las labores políticas no es, sin embargo, una ruptura tajante con el pasado. En los inicios mismos de las organizaciones gremiales y político-gremiales algunos habían dedicado gran cantidad de tiempo a la política, bien fuera en el periodismo, las actividades gremiales o mutuales o simplemente en los lances electorales46. Pero esos activistas habían sido escasos y habían desarrollado una actividad intensa sobre todo en tiempo electoral o en los momentos fundacionales de una organización, decreciendo luego su activismo de manera notable.

Al Partido Socialista se ligan gestores con ambiciones más amplias para la organización, pero también para sí mismos. Hombres que no están dispuestos a dejar las decisiones políticas en manos, en última instancia, de otros políticos, por más "connotados" que ellos sean. De ahí que la constitución del PS hubiera representado un forcejeo novedoso con los partidos políticos en el combate por representar y moldear políticamente a los trabajadores, y de ahí que se hubieran agudizado las acusaciones de que la tentativa era externa al mundo laboral. Los vínculos políticos de los líderes y organizaciones que impulsaban su creación habían alentado, sobre todo en el liberalismo, la suposición de que ocultamente algún grupo dirigía el proyecto. Entre los liberales hubo quienes acusaron tanto a un grupo de conservadores como al republicanismo de auspiciar la independencia política de los trabajadores. El joven con­servador Eduardo Carvajal y el periodista independiente Alberto Manrique Páramo fueron directamente señalados como los gestores de la Asamblea Obrera y censurados como tales por ser personas exóticas a las organizaciones obreras47. Esas críticas, que ponían en duda la capacidad de los líderes obreristas y de los obreros mismos para dirigir sus propias organizaciones políticas, podían explicarse no solo por el protagonismo de ciertos notables en las actividades preparatorias del nuevo partido sino también porque él se reclamaba vinculado esencialmente a una doctrina política específica. Esto al periodista liberal Max Grillo le resultaba un imposible pues, según él, no existían en Colombia los hombres de la talla de aquellos que en Eu­ropa habían iniciado el socialismo48.

Hombres como Carvajal o Manrique Páramo sin duda fueron importantes en la creación del PS, pero sobre todo porque se erigieron en puntos de referencia que sobrepasaban los roces en que los activistas políticos ligados al mundo laboral se enredaban tras años de disputarse su representación. Pero no fueron ellos quienes congregaron a los trabajadores y le dieron el tono al Partido Socialista. En las actividades de preparación y convocatoria de la Asamblea Obrera que ocuparon buena parte del segundo semestre de 1918, se involucraron algunos de los más importantes líderes obreristas del momento49. En los varios meses que tardó en salir a la luz pública el PS, otros líderes ligados al mundo laboral se hicieron presentes y ellos fueron nombrados como directores de su Comité Ejecutivo Nacional, pero ellos no fueron finalmente quienes tomaron la iniciativa y quienes por lo tanto se hicieron más visibles durante el primer año de vida del PS (1919).

Desde las primeras actividades públicas del nuevo partido se vio la impronta de activistas para quienes la política constituía una actividad en la que podían ocuparse todo el tiempo50. El periodista y tinterillo51 Carlos O. Bello, por ejemplo, sin ser parte de la dirección socialista participó desde el comienzo en las más importantes decisiones de la organización, como fueron la redacción del manifiesto con que el nuevo partido se presentó al país, o la definición de los derroteros a seguir en las huelgas que tuvieron lugar a finales de 1919. El nuevo tipo de hombre político predominó debido a que la organización socialista fue abierta a "todos los seres de buena voluntad, dispuestos a luchar en causa común por las reivindicaciones del proletariado", esto es, no erigió una limitación de tipo social a quienes desearan integrarse52. Predominó, además, porque el PS fue propiamente un partido, en el sentido que se dirigió a un conglomerado por fuera de él mismo, y ello significó que los puestos de dirección le fueron otorgados de preferencia a quienes fueron considerados mejor dotados para la función de transmitir el mensaje partisano y recoger adhesiones. Fue justamente eso lo que les reprochó un periódico obrerista, es decir, que aquellos líderes eran unos "letrados", unos "doctos", cuya intervención era externa al mundo obrero, del cual supuestamente desconocían sus necesidades. Es cierto que líderes como Carlos Melguizo, Julio Navarro y Carlos O. Bello, que eran el objeto específico de la crítica, no eran obreros, pero lo mismo podía decirse de Pablo Emilio Mancera, director del periódico donde esto se alegó y quien seguramente lo había escrito53.

Los líderes del Partido Socialista debieron responder a la adhesión que muy pronto recibieron de organizaciones gremiales y núcleos socialistas de diferentes regiones, a los que era necesario informar y vincular en una dinámica nacional. En cada lugar el socialismo contaba con impulsores que tenían rasgos particulares. En Girardot, la ciudad donde el socialismo pudo arraigar más firmemente durante esta etapa, sus líderes más destacados fueron un grupo de profesionales: Julio Navarro, Gabriel Falla y Alfonso Casas. Allí se constituyó un grupo de activistas de dedicación plena a la política que logró desafiar con éxito al liberalismo en el terreno electoral, llegando incluso a tomar parte en la administración del municipio54. Un proceso similar de consolidación de un grupo de activistas tuvo lugar en Montería, donde el inmigrante italiano Vicente Adamo logró reunir en torno suyo a un grupo que laboró en la organización de los trabajadores (incluso las mujeres, hecho inédito en Colombia), la toma de tierras, la constitución de cooperativas agrarias, centros de asistencia y educación, y la difusión de nuevos discursos políticos55. En otras regiones, donde el socialismo pudo establecer algunas bases, la amplia dedicación y la diferenciación de los activistas socialistas fue más tenue. En Bucaramanga, por ejemplo, uno de los principales líderes, Joaquín Ardila, era un reconocido comerciante, pero otros como Luis Prada Reyes, Enrique Ferro y Emilio Mesa, eran reconocidos artesanos. Allí también se destacó la presencia de pequeños industriales como Eduardo Shatelin y Rafael Blanco (fabricantes de tabaco), así como del barbero Manuel Calvete, del periodista Luis Bernal y el excura Isaías Díaz Quevedo56.

Los líderes socialistas debieron dedicar ahora un mayor tiempo a los asuntos políticos, puesto que se hicieron más intensos tanto los intercambios con copartidarios de otras regiones como las movilizaciones a las que el partido se vinculó. Los líderes que habían promovido en Bogotá la UNIO, la UOC y el Partido Obrero provenían de la región donde ejercían sus actividades gremiales y políticas, y sus intentos de ejercer un liderazgo al menos regional fueron casi inexistentes. A partir de 1919 la situación cambió radicalmente, pues el número de huelgas se incrementó enormemente y como los liberales mostraron poco interés en ellas, los trabajadores en protesta encontraron en los socialistas una solidaridad que fue más allá del gremio y la región. En los primeros 18 años del siglo solo habían tenido lugar en Colombia 17 huelgas, pero en 1919 hubo 21, la mayoría de ellas en las riberas del río Magdalena y Bogotá, donde pronto se estableció un vínculo estrecho entre los socialistas y los trabajadores del transporte ferroviario y fluvial. Pero además de los vínculos tejidos a partir de las protestas laborales, pronto hubo también encuentros entre activistas, primero que todo de Girardot y Bogotá, pero también habría congresos nacionales y regionales en los que algunos de los más dedicados gestores políticos se encontrarían57. Además, fueron organizadas giras de propaganda e integración de los núcleos partisanos de las riberas del río Magdalena y Medellín58.

Los activistas socialistas empezaron así a erigirse en líderes nacionales. El primero en serlo fue Carlos Melguizo, abogado que había sido congresista a comienzos de la década de 1910, y quien fue nombrado presidente de la organización en el primer Congreso del PS, en agosto de 1919. Melguizo enunció con vaguedad un socialismo en el que se destacaba el rechazo de los abusos e injusticias de todo tipo, y en el que, en forma inédita, eran reclamados derechos para la mujer. Fue muy claro en cambio en declarar que el socialismo colombiano "no lleva armas en el bolsillo, ni pretende despojar a nadie de su propiedad legítimamente adquirida"59. El lenguaje mismo de Melguizo era mesurado, pese a que dijo "nuestros enemigos [...] nos pintan como asesinos y ladrones en fermentación"60. Esa prudencia contrastaba con la actitud de algunos liberales en quienes aún persistían restos de las pasiones que los habían conducido a la última guerra civil. El periodista Armando Solano, por ejemplo, escribió en 1919 que en su espíritu alentaba "esa fe jacobina, que le confía en ocasiones a la fuerza y a las armas la culminación de las propagandas redentoras y la definitiva eclosión de las nuevas fórmulas sociales"61.

El repudio de Melguizo hacia las formas extremas del ejercicio político era compartido por la mayoría de los líderes socialistas, que consideraban, como los republicanos, que la concordia política era uno de los mayores bienes de la nación colombiana. Buena parte de los líderes socialistas de Bogotá había incluso formado parte del repu­blicanismo, como fue el caso de Carlos Melguizo, Carlos O. Bello, Jacinto Albarracín y Jorge Uribe Márquez. Repudiaban, por lo tanto, las disputas partidistas, que todavía aparecían como una causa eventual de la guerra civil en la que los trabajadores tenían poco que ganar.

Así como repudiaban la violencia, consideraban que la participación en las instituciones legislativas podía ayudar a mejorar la situación de los trabajadores y del pueblo en general. Los socialistas, pues, consagraron importantes esfuerzos a la lucha electoral, logrando en Medellín y Girardot sus más notables éxitos en este campo. Como era usual en la época, la obtención de participación en un concejo municipal –la participación no era proporcional sino de dos tercios para la lista mayoritaria y de un tercio para la minoritaria– significaba la posibilidad de obtener algunos empleos públicos62. En Girardot, los socialistas alcanzaron buenos resultados electorales en varias ocasiones y en consecuencia una participación importante en la ad­ministración municipal, la cual fue cuestionada por los liberales, que viendo disminuir sus posibilidades de influir, criticaron conti­nua y duramente a los socialistas, que se vieron enfrentados al desgaste normal de hacer actividad proselitista y defender sus actos de gobierno. También en Medellín, donde los socialistas obtuvieron la minoría en el concejo municipal en 1919, sus dirigentes desempeñaron cargos en la administración o aspiraron a ellos63.

Pero los líderes socialistas esperaban el mejoramiento de la situación del pueblo más de su propia austeridad y de la educación que de las medidas que pudieran aprobar los órganos del Estado. Pensaban que la emancipación de los trabajadores, y del pueblo en general, suponía su ilustración, su transformación en sujetos aptos para la modernización y la democracia. La idea de que el pueblo debía ser educado o instruido, fue presentada en la Plataforma Socialista como un deber que se imponían a sí mismos: "Los Directorios Socialistas velarán de manera incansable por la instrucción del pueblo por medio de la escuela, la Prensa, salones de lectura, conferencias, etc., y procurarán que las multitudes ignaras no vuelvan a las urnas a consignar sus votos de manera incondicional"64. Y cuando en Girardot los socialistas alcanzaron mayoría en el concejo municipal se esforzaron sobre todo en el campo educativo. Bajo la consigna de "educar al hombre y formar al ciudadano", crearon una biblioteca y organizaron cafés populares, como medida "contra la propagación del alcoholismo", además de dictar conferencias periódicamente "sobre puntos de reforma social y de prácticas democráticas"65.

Al igual que las demás corrientes políticas, los socialistas tuvieron por el alcoholismo una gran preocupación, la cual se expresó en muchos artículos de prensa y fue recogida en diversos documentos programáticos. En la plataforma socialista aprobada en el acto de fundación, por ejemplo, manifestaron su intención de trabajar por una legislación antialcohólica y por la adopción de medidas tendientes a la "conservación de la especie"66. Por eso mismo, los obreros del Ferrocarril de la Dorada, donde los socialistas tenían fuerte influencia, denunciaron a la empresa que, según ellos, dejaba que los empleados superiores vivieran en "condiciones amorales", consumiendo bebidas alcohólicas y frecuentando "mujeres de mal vivir", constituyendo esto, dijeron, "un latente ultraje para nosotros y nuestras familias"67.

Aquella pretensión civilizadora, así como la convicción de que al pueblo se le debía dirigir también moralmente, la manifestó un líder socialista de Girardot al cen­surar las películas de pistoleros que empezaban a ser presentadas en el país. Según Carlos O. Bello, ellas eran sencillamente "es­cuelas de inmoralidad, lecciones perniciosas para el pueblo que, falto de comprensión suficiente para ver en esas obras una simple diversión, cree en su realidad, aguza el entendimiento y se esfuerza por imitar esas habili­dades que hasta la gente decente se complace en aplaudir". No habría que espantarse, añadía, "ante un descote pronunciado, una pantorrilla torneada y elegante, o una escena picante, porque seguramente son co­pias de la naturaleza", pero la gente sensata sí debía rebelarse "en presencia de las obras inmorales en que se enseña el mal al pueblo"68. Los socialistas repudiaban la moral sexual liberal y el consumo de licor, que no solo contrariaban los cánones de la moral católica y enfermaban al pueblo sino que representaban una provocación de los potentados. Pretendían ser guías morales de los sectores populares, y en ello no se distinguían de los demás partidos políticos, largamente empeñados en la misma empresa bajo el predominio de la apuesta por civilizar al pueblo hasta hacerlo apto para la república. Pero al imperativo de esos valores no se oponían los sectores populares mismos: estos refle­jaban pero a la vez imponían a sus líderes muchos de sus valores, expectati­vas y necesidades, en una relación impregnada de contactos personales que contenía tanto pragmatismo como afinidades discursivas y sentimentales.

El Partido Socialista tuvo un corto periodo de apogeo. A comienzos de 1920, uno de sus dirigentes manifestó, tal vez con excesivo optimismo, que contaban con 200 centros municipales y con el apoyo de más de 50 periódicos69. A finales del año siguiente se debatían en una crisis terminal en medio de pugnas inconciliables, especialmente entre los activistas bogotanos70. El carácter destructivo de esas pugnas se incrementó con el poco éxito tanto en generar una identidad particular que disminuyera su vulnerabilidad al reavivamiento del Partido Liberal, como en ampliar su electorado –muy reducido aún fuera de las ciudades más dinámicas– más allá de los límites laborales, lo cual reducía sus posibilidades en un sistema político muy dinámico.

En medio de esa crisis, un pequeño grupo, novedoso por diversos aspectos, se sumó en Bogotá a los antiguos activistas socialistas (como Carlos Melguizo, Pablo Emilio Mancera, Juan de Dios Romero, Erasmo Valencia, Leopoldo Vela Solórzano, Juan C. Dávila, Urbano Trujillo, César Guerrero, Roso A. Páez). Esos nuevos militantes aparecieron públicamente en el Tercer Congreso Socialista, realizado en noviembre de 1921. Francisco de Heredia, Jorge Uribe Márquez, Pepe Olózaga, alias "Dimitri Ivanovitch", Luis Enrique Osorio rompían con el tipo de activista vinculado hasta ese momento al socialismo. En primer lugar eran profesionales de orígenes sociales distinguidos (de Heredia y Uribe Márquez eran vástagos de familias antioqueñas adineradas, "Ivanovitch" era nieto del presidente Rafael Núñez, Luis Enrique Osorio era un reconocido dramaturgo). Y, salvo Uribe Márquez, los demás habían viajado al exterior71.

Esos nuevos activistas vigorizaron la tendencia de los socialistas a su radicalización, que ya venía en curso, e impulsaron una novedosa preocupación por las cuestiones doctrinarias y por la inserción del socialismo colombiano en las corrientes internacionales. Por primera vez se llegó a proponer la incorporación a la Tercera Internacional y en sus conclusiones dicho Tercer Congreso planteó que el objetivo de la transformación social en la que se empeñaban los socialistas no era "el predominio de una clase sobre otra sino la abolición de las clases"72.

Inquietos por el dinámico ambiente político de la postguerra europea, que ellos siguieron con atención, y que por supuesto se filtraba hasta Colombia, esos nuevos activistas trataron de incorporar al socialismo discursos y valores que aceleraran la modernización del país. La Revolución rusa, aunque de ella se tuviera una visión lejana, difusa, y, como en el caso de Francisco de Heredia, se dudara de su conveniencia para Colombia, se ofrecía como el modelo predominante. Su llamado a los trabajadores para que lideraran un proyecto socialista dirigido al conjunto de la población fue poco exitoso, sin embargo, pues además fue lanzado cuando el partido estaba declinando, y los trabajadores, que en un comienzo lo habían apoyado, habían vuelto sus ojos a otras propuestas políticas.

La debilidad del socialismo después del Tercer Congreso Socialista se evidenció también en los escasos poderes conferidos a la dirección del partido. El asunto de la dirección nacional desapareció en la práctica de las deliberaciones, y la Junta Nacional de Organización y Propaganda, la máxima instancia instituida, recibió muy reducidos poderes. Ni siquiera en teoría esa Junta Nacional se dio poderes para integrar a los pequeños núcleos locales73.

Los desacuerdos entre los líderes socialistas del centro del país habían hecho una contribución importante a debilitar la posibilidad de poner en funcionamiento la organización. La imposibilidad de la Junta Nacional para orientar la acción del socialismo en el país se hizo evidente menos de dos meses después del III Congreso, cuando diversos grupos dieron apoyo a la candidatura presidencial del liberal Benjamín Herrera sin esperar una determinación colectiva74.

La radicalización del discurso de los líderes socialistas expresaba y a la vez profundizaba su alejamiento respecto a los trabajadores. En su Tercer Congreso, el Partido Socialista pasó a convertirse en una organización que agrupaba apenas un puñado de intelectuales y activistas políticos, imbuidos de la doctrina socialista, pero desligados de las bases populares y en pugna con los antiguos líderes obreristas. Del Partido Socialista se habían alejado los líderes de algunas organizaciones como el Sindicato Central, que lograron preservar mejor sus vínculos gremiales. Pero ellos tampoco eran obreros o artesanos sino activistas políticos, como Pablo Emilio Mancera, Leopoldo Vela Solórzano o Fideligno Cuéllar.

La elección presidencial de 1922, que enfrentó al conservador Pedro Nel Ospina con el liberal Benjamín Herrera, terminó de enterrar al Partido Socialista. Sin poder superar sus destructivas pugnas internas, los socialistas fueron incapaces de recuperar a sus simpatizantes luego que ellos habían ido tras la ilusión de derrotar a los conservadores bajo la conducción del popular caudillo de la última guerra civil.

 

Conclusiones: el prosaísmo de la profesión política

Durante el periodo estudiado se verificó una transformación de los liderazgos al interior del socialismo. Los líderes pasaron de una dedicación parcial a la política a su progresiva profesionalización; de actuar localmente a intervenir en ámbitos más amplios de orden regional o nacional; de pretender representar exclusivamente a los trabajadores, a invocar la pretensión de representar al pueblo en general. Transformaciones estas que fueron acompañadas de la diversificación y la radicalización de su universo doctrinario.

Pero los impulsos políticos que tocaron al mundo del trabajo provinieron básicamente de fuera de él. Fueron pocos los artesanos u obreros que se constituyeron en líderes de sus propios gremios o empresas, dada la gran inestabilidad laboral, la timidez de los trabajadores para demandar mejoras, el carácter paternalista de las relaciones laborales. Dado además que no pocos empresarios, esto es, los dueños de taller o los jefes de instituciones estatales, quisieron intervenir personalmente en la arena política.

La actividad política fue, pues, muy intensa incluso desde el punto de vista del mundo popular aunque desde allí, paradójicamente, se lanzaron muchos reproches a los "políticos profesionales" y a la política en cuanto ella remitía ante todo a la división partidista y al egoísmo de los hombres públicos. Pero esos alegatos contra los políticos y la política que tanto usaron unos activistas contra otros, siendo una evidente herramienta de lucha, fueron en buena medida ineficaces en la medida en que no lograron convencer al mundo popular de que abandonara sus adscripciones partidistas o se alejara de las urnas y los políticos. Esos llamados parecen incluso animar a los grupos populares a adoptar el lenguaje y las expectativas de una democracia que pese a todo les abría espacios de integración y de protesta.

Puesto que se ampliaron los actores de la escena política, así como los reclamos de los trabajadores y del mundo popular, la representación política sufrió una modificación sensible. Las promesas de los partidos debieron incrementarse y nuevas formas de liderazgo debieron ser desplegadas al interior de los partidos, los cuales dejaron de estar animados casi exclusivamente por notables, como había sucedido en el siglo XIX. En fin, estas primeras décadas del siglo XX muestran la profundización del prosaísmo con que la profesión política aparece en el régimen democrático. Vino a aparecer como necesario un involucramiento más personal del político, una trabazón más evidente entre el político y las capas de ciudadanos de orígenes más humildes que accedían a jugar un rol en la escena política.

 

Notas

1 "Necesidad del socialismo", La Ola Roja, nº 4, Popayán, marzo 26 de 1920, pp. 1-2.
2 Este párrafo de un periódico liberal de mediados de 1910 permite un acercamiento a los sentimientos de una parte considerable del liberalismo: "os aviso para que os espantéis, que el Jesús liberal –el Liberalismo que jamás ha muerto–; el cataléptico, se ha levantado del sepulcro que cavó nuestra Credulidad al golpe mágico de la vara milagrosa de un Faquir: Rafael Uribe Uribe" (Castro, Efraín Eugenio, "Fuera del Templo mercaderes!", El Doctrinario, Cali, junio 16 de 1910, p. 1).
3 Sobre el rol político de la iglesia durante este periodo, puede consultarse Abel, Christopher, Política, iglesia y partidos en Colombia, Bogotá, FAES / Universidad Nacional, 1987, pp. 34-43.
4 Sowell, David, Artesanos y política en Bogotá, Bogotá, Ediciones Pensamiento Crítico / CLA, 2006; Pardo, Orlando, Los pico de oro: la resistencia artesanal en Santander, Bucaramanga, UIS / Sistemas y computadores, 1998; Pacheco, Margarita, La fiesta liberal en Cali, Cali, Ediciones Universidad del Valle, 1992.
5 El censo de población de 1912 registró en Bogotá un 23,4% de trabajadores en la industria, un 10,3% de jornaleros, un 12,7% de empleados, un 6% de servicio doméstico, un 32% de artesanos. En el resto del país los trabajadores asalariados constituían un grupo aún más pequeño. Véase Censo general de la República de Colombia levantado el 5 de Marzo de 1912, Bogotá, Imprenta Nacional, 1912, p. 181.
6 Las elecciones para concejos municipales, asambleas departamentales y congreso tenían lugar cada dos años, y a partir de 1914 la elección presidencial volvió a ser directa y universal, aunque con algunas restricciones.
7 Ver Vanegas, Isidro, Todas son iguales. Estudios sobre la democracia en Colombia, Bogotá, Universidad Externado, 2011, pp. 266-267.
8 "Palique, Colombia y el socialismo", El Símbolo, nº 2, Cartagena, marzo 14 de 1910, p. 1.
9 "El socialismo", Ravachol, nº 4, Bogotá, julio 17 de 1910, p. 2; "Grito social", Ravachol, nº 14, septiembre 22 de 1910, p. 3; "Instrucción pública", Chantecler, nº 3, septiembre 13 de 1910, Bogotá, p. 2. En un sentido similar escribió Adelio Romero remitiendo el socialismo al imperativo de justicia para la humanidad (Romero, Adelio, "Socialismo", Ravachol, nº 9, Bogotá, agosto 27 de 1910, p. 3).
10 Dávila, Juan C., "A través del socialismo", El Domingo, Bogotá, octubre 2 de 1910.
11 "Acción electoral del socialismo", El Ariete, Bogotá septiembre 18 de 1911.
12 "Censura", La Unión Obrera, nº 10, Bucaramanga, abril 22 de 1911, p. 4.
13 Durante el breve mandato del presidente Ramón González Valencia, Moncaleano fue nombrado "Comisionado Especial a la frontera de Panamá", cargo que según él no aceptó sino por patriotismo, pues ganaba poco mientras que en Bogotá le ofrecían grandes comodidades ("Juan Francisco Moncaleano", Ravachol, nº 16, Bogotá, octubre 22 de 1910, p. 2).
14 El Ravachol, nº 1, Bogotá, junio 25 de 1910, pp. 3, 4.
15 "Palique", El Símbolo, nº 2, Cartagena, marzo 14 de 1910, p. 1.
16 "En la brecha", Chantecler, nº 8, Bogotá, octubre 9 de 1910, p. 2.
17 "El aniversario de Ravachol", El Domingo, Bogotá, julio 14 de 1910, p. 1.
18 "Memorial", Ravachol, nº 15, Bogotá, octubre 7 de 1910, p. 1.
19 Torres Amaya, Alejandro, "Altivez de la juventud colombiana", Moncaleano, Juan Francisco, "Contrastes", Ravachol, nº 1, Bogotá, junio 25 de 1910, p. 2. Es común ver a los activistas socialistas enunciar una fractura social de este tipo, o mejor, con estas palabras. Ver por ejemplo, "La situación del pueblo", Chantecler, nº 7, Bogotá, octubre 2 de 1910, p. 2; "Los obreros", El Símbolo, nº 16, Cartagena, diciembre 1 de 1910, p. 2.
20 Dávila, 1910, op. cit., p. 1.
21 "Peregrinas", Chantecler, nº 3, Bogotá, septiembre 13 de 1910, p. 2. Quienes como Pérez L’Hoeste pensaban que Colombia era una "nación débil y degenerada", uno de esos pueblos "entecos, ignorantes y perezosos", no parecen haber sido representativos de los activistas políticos radicales ("Palique, Colombia y el socialismo", El Símbolo, nº 2, Cartagena, marzo 14 de 1910, p. 1).
22 "El Partido Obrero", El Comunista, nº 1, Cartagena, diciembre 4 de 1910, p. 1.
23 "Memorial", Ravachol, nº 15, Bogotá, octubre 7 de 1910, p. 1.
24 "Instrucción pública", Chantecler, nº 3, Bogotá, septiembre 13 de 1910, p. 1.
25 Los esfuerzos de la Iglesia para encuadrar doctrinariamente a los trabajadores durante estos años fueron más eficaces en Medellín que en las otras ciudades importantes del país. En la capital antioqueña, que durante el siglo XIX había sido un fortín conservador, la iglesia pudo contar con el apoyo entusiasta de la mayoría de los empresarios. Sobre esta cuestión, ver Archila, Mauricio, Cultura e identidad obrera. Colombia 1910-1945, Bogotá, Cinep, 1991, pp. 212-217. En el periódico El Amigo, Bogotá, diciembre 18 de 1910, se puede observar el conjunto de actividades políticas que la Iglesia realizó entre los obreros en Bogotá.
26 "Excomulgados", Chantecler, nº 4, Bogotá, septiembre 22 de 1910, pp. 2-3. Sobre las excomuniones de periódicos en la región occidental del país durante este periodo, ver Vallecilla, Nelly, "Periodismo panfletario y excomunión en el suroccidente colombiano", Historia y Espacio, nº 14, Cali, 1991, pp. 129-130.
27 "Partido obrero", El Símbolo, nº 14, Cartagena, noviembre 10 de 1910, p. 3. En El Comunista (diciembre 4 de 1910) de esa misma ciudad también hablaron favorablemente del Partido Obrero.
28 "Comité Central Eleccionario de Industriales y Obreros", La Capital, nº 28, Bogotá, marzo 2 de 1911, p. 2. En las 13 ediciones de El Ravachol y 6 de Chantecler a que he podido acceder, y que constituyen la mayoría de los números publicados, en ninguna es mencionada la Unión Nacional de Industriales y Obreros, que ya funcionaba en Bogotá, ni se alude al proyecto de crear un partido obrero.
29 "En la brecha", Chantecler, nº 8, Bogotá, octubre 9 de 1910, p. 2; Dávila, 1910, op. cit., p. 2.
30 "Godismo, liberalismo y socialismo", Ravachol, nº 16, Bogotá, octubre 22 de 1910, p. 3.
31 Por ejemplo en El Domingo, que utilizaba indistintamente el subtítulo de liberal y de socialista, aparecieron en 1912 artículos hablando de la necesidad de una revolución, o llamando a los obreros a combatir "el capital". Ver "Lectura para los obreros", El Domingo, Bogotá, mayo 12 de 1912, p. 1; "Necesidad de una revolución en Colombia", El Domingo, julio 28 de 1912, p. 1.
32 Entre los pocos datos que se tiene sobre las actividades profesionales de los líderes se sabe que eran tipógrafos Alejandro Torres Amaya, Ramón Casanova, Juan N. Paniagua y Alberto Navarro B.
33 Acelas, Julio César, Obreros y artesanos de Bucaramanga: organización, protagonismo e ideología, 1908-1935, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, 1993, p. 56.
34 Navarro, Alberto, "Informe que el secretario de la Junta Organizadora del Partido Obrero rinde a los señores delegados de los gremios", El Partido Obrero, nº 15, Bogotá, mayo 1 de 1916, p. 2; "Reunión general de obreros", El Partido Obrero, nº 3, febrero 6 de 1916, p. 1.
35 "Disciplina obrera", El Partido Obrero, nº 7, Bogotá, marzo 4 de 1916, p. 1.
36 En diversos artículos del periódico oficial de la organización hay referencias positivas al socialismo. Ver por ejemplo "Nuestro ideal", El Partido Obrero, nº 2, Bogotá, enero 29 de 1916, p. 1; o la carta de Roberto Cuéllar, El Partido Obrero, nº 3, febrero 6 de 1916, p. 1. También en Medellín hubo una actitud similar hacia el socialismo, ver "Programa del partido obrero de Medellín", El Partido Obrero, nº 15, Bogotá, mayo 1 de 1916, p. 4.
37 "Disciplina obrera" El Partido Obrero, nº 7, Bogotá, marzo 4 de 1916, p. 1.
38 Ver, por ejemplo, Luis Martelo, "Nuestra organización", El Partido Obrero, nº 1, Bogotá, enero 22 de 1916, p. 1; "Despejemos la vía", La Unión Obrera, Bogotá, abril 22 de 1916, p. 2; "La cuestión social", La Libertad, nº 134, Bogotá, noviembre 26 de 1916, p. 2; Amorocho, Marco Tulio, "El Partido Socialista", La Libertad, nº 136, diciembre 20 de 1916, p. 1.
39 Justo L. de Guevara, por ejemplo, dijo que el periódico El Partido Obrero era financiado por los repu­blicanos ("Mala fe", El Partido Obrero, nº 11, Bogotá, abril 1 de 1916, p. 2).
40 "De actualidad", La Libertad, nº 109, Bogotá, enero 15 de 1916, p. 1.
41 Navarro era tipógrafo y había sido en 1910 Secretario del Directorio Central Eleccionario de Obreros constituido por la UNIO ("Directorio Central Eleccionario de Obreros", El Artesano, nº 5, Pereira, enero 7 de 1911, p. 3; "El Directorio obrero", El Tiempo, Bogotá mayo 3 de 1917).
42 "Nuestra organización avanza", El Partido Obrero, nº 9, Bogotá, marzo 18 de 1916; "Adhesión de los obreros de Honda", El Partido Obrero, nº 10, marzo 25 de 1916; "El partido obrero en Icononzo", El Partido Obrero, nº 14, abril 22 de 1916.
43 Manuel A. Reyes, "Labor Socialista", Gaceta Republicana, Bogotá, mayo 6 de 1919, p. 1. En este momento la UNIO estaba prácticamente extinguida.
44 "Progresos obreristas", Gaceta Republicana, Bogotá, febrero 5 de 1919, p. 1; Reyes, Manuel A., "Labor Socialista", Gaceta Republicana, Bogotá, mayo 6 de 1919, p. 1.
45 "La fiesta del trabajo", Gaceta Republicana, Bogotá, mayo 2 de 1919, p. 1.
46 El hecho de que en 1913 los directivos de la Unión Obrera hubieran logrado organizar en Bogotá, en apenas tres meses, 15 grupos adscritos a ella, revela cuán intensa fue su dedicación ("Manifiesto", La Unión Obrera, Bogotá, agosto 2 de 1913, p. 1).
47 En la polémica, Carvajal y Manrique Páramo, director del popular diario Gaceta Republicana, fueron tratados por un periodista liberal de "improvisados caudillos" y "socialistas de zarzuela". Manrique replicó repudiando a los "profesionales de la política" y alegando que su involucramiento se fundaba en su interés por el "engrandecimiento nacional", el cual no esperaba sino de las "labores industriales de los obreros", los cuales debían desvincularse de los viejos partidos ("La pelea es peleando", Gaceta Republicana, Bogotá, febrero 8 de 1919, p. 1).
48 En un periódico obrerista recusaron esa afirmación diciendo que esto era tanto como decir que "el cristianismo no se puede propagar por no vivir Jesucristo ni los doce apóstoles" ("El señor Max Grillo y la plataforma obrera", El Piloto, Bogotá, marzo 4 de 1919, p. 1).
49 Pablo E. Mancera, Julio Medina, Pablo Amaya, Luis B. Hernández, Luis Espeleta, Benigno Hernández G., Bernardino Rangel, Manuel Criales, Juan de Dios Romero estuvieron entre quienes participaron en la Confederación de Acción Social, entidad efímera desde la que se preparó la iniciación del Partido Socialista. Ver "Información socialista", La Libertad, nº 183, Bogotá, diciembre 22 de 1918, p. 3.
50 En Bogotá algunos estudiantes como Manuel Criales se vincularon desde el comienzo al Partido Socialista, aunque en puestos secundarios. La participación estudiantil solo alcanzó relevancia con la intensa actividad política de Jorge Uribe Márquez junto con un grupo de universitarios a comienzos de 1921. Ver "Información socialista", La Libertad, nº 183, Bogotá, diciembre 22 de 1918, p. 3; "El Partido Obrero", El Tiempo, Bogotá, diciembre 10 de 1918, p. 2; "Candidatos socialistas por Bogotá", Gil Blas, Bogotá, febrero 3 de 1921, p. 1; "El pacto Republicano Socialista", Gil Blas, Bogotá, marzo 31 de 1921, p. 1.
51 Tal vez no existe una expresión mejor que la de tinterillo para designar aquellos profesionales del derecho ocupados en casos de pequeña cuantía y que además no han hecho estudios formales de tal profesión. En esta época muchos de los activistas políticos y periodistas ejercían también como tinterillos.
52 "Plataforma socialista", Gaceta Republicana, Bogotá, mayo 30 de 1919, p. 1.
53 "Conceptos", La Libertad, nº 206, Bogotá, febrero 14 de 1920, p. 1.
54 Los vínculos de los socialistas con los trabajadores fueron allí muy fuertes, destacándose como líderes también algunos obreros, como Urbano Trujillo.
55 Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa, t. 4, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1986, pp. 140A-146A.
56 Ardila y Prada eran también contabilistas. Ver Acelas 1993, op. cit., pp. 164-166, 254.
57 En los primeros días de mayo de 1919, el Directorio Socialista de Girardot adhirió al Partido Socialista. En agosto de ese año tuvo lugar en Bogotá el Primer Congreso del Partido Socialista, y en enero de 1920 se realizó en Girardot una conferencia socialista regional a la que asistió un numeroso grupo de socialistas bogotanos. Ver "Sesión de anoche en el Directorio Socialista", Gaceta Republicana, Bogotá, mayo 7 de 1919, p. 1; "La Asamblea Socialista de Girardot", El Tiempo, Bogotá, diciembre 13 de 1919, p. 5.
58 En julio de 1920, Carlos Melguizo y Julio Navarro T. realizaron esta gira política ("Nuestra misión", La Lucha, Girardot, agosto 29 de 1920, p. 1).
59 "Lo que es el socialismo en Colombia", El Tiempo, Bogotá, octubre 22 de 1919, p. 5.
60 Romero, Juan de Dios, Conferencias socialistas, Bogotá, Tipografía Latina, 1920, p. 3. Melguizo aconsejó al ardoroso joven socialista Romero "moderar los tiros que disparan su corazón y su cerebro".
61 "¿Qué es una revolución?", La Crónica, Bogotá, abril 14 de 1919, p. 2.
62 "El socialismo y los partidos avanzados", El Tiempo, Bogotá, octubre 6 de 1919, p. 3; "La situación actual de Girardot", El Tiempo, Bogotá, febrero 19 de 1920, p. 5; "La manifestación del miércoles", El Luchador, nº 112, Medellín, diciembre 19 de 1919, p. 3.
63 Véase, entre otros artículos, "Las elecciones en Medellín", "Gran triunfo socialista en Girardot", El Tiempo, Bogotá, octubre 6 de 1919, p. 1; "El debate electoral en Girardot", La República, Bogotá, junio 22 de 1922, p. 3.
64 "Plataforma Socialista", Gaceta Republicana, Bogotá, mayo 30 de 1919, p. 1. En otro documento señalaron que la "labor principal de los Sindicatos obreros es la de mejorar la condición de las clases inferiores, conduciéndolas al ahorro, a la moral y a la educación cívica". Ver "Plan general de organización de sindicatos obreros en la República de Colombia", La Libertad, nº 187, Bogotá, abril 3 de 1919, p. 4.
65 "Triunfo socialista", La Ola Roja, Popayán, abril 23 de 1920, p. 4.
66 "La plataforma socialista", La Libertad, nº 192, Bogotá, mayo 28 de 1919, pp. 2-3. Otras referencias al mismo tema en "Noticias de Girardot", El Tiempo, Bogotá, octubre 6 de 1919, p. 1; "Efectos del alcohol en la sociedad. La degeneración de la raza", El Socialista, nº 2, Bogotá, febrero 11 de 1920, p. 2; "El alcoholismo y la conciencia", La Unión Obrera, nº 1, Bucaramanga, septiembre 20 de 1919, p. 3.
67 "Solicitud de los obreros del ferrocarril de La Dorada", La Libertad, nº 191, Bogotá, mayo 21 de 1919, p. 3. En Bucaramanga también los socialistas realizaron actividades tendientes a limitar el consumo de bebidas fermentadas, ver Acelas, 1993, op. cit., p. 167.
68 Bello, Carlos O., "Escuela de inmoralidad", La Lucha, Girardot, octubre 10 de 1920, p. 2. Una de las primeras medidas que demandaron los socialistas fue la "reglamentación de juegos con el objeto de evitar la mayor ruina y desarrollo de vicios en los obreros" ("Labores del primer congreso socialista de Colombia", El Luchador, nº 87, Medellín, septiembre 23 de 1919, p. 2).
69 "El doctor Carlos Melguizo", La Ola Roja, nº 1, Popayán, marzo 5 de 1920, p. 3.
70 En Bucaramanga, el Partido Socialista sobrevivió hasta comienzos de 1924, aunque muy subordinado al liberalismo. Ver Acelas 1993, op. cit., pp. 168-173.
71 El Espectador, Bogotá, noviembre 13, 15, 16 y 17 de 1921. Sobre sus viajes al exterior: Uribe, María Tila, Los años escondidos. Sueños y rebeldías en la década del veinte, Bogotá, Cestra / Cerec, 1994, pp. 75-77; Torres Giraldo, Ignacio, Los inconformes. Historia de la rebeldía de las masas en Colombia, t. 3, Bogotá, Editorial Latina, 1978, pp. 739-740; "Cosas del día. Luis Enrique Osorio", El Tiempo, Bogotá, diciembre 26 de 1922, p. 3.
72 "Conclusiones del Congreso Socialista", El Diario Nacional, Bogotá, diciembre 26 de 1922.
73 Entre esos poderes figuró la posibilidad de impulsar la creación de Juntas en las diferentes poblaciones donde existieran núcleos socialistas, las cuales "atenderán a la organización y propaganda en sus respectivos territorios, y no tendrán con respecto a la Junta Nacional otra dependencia que la de seguir las directivas generales y darle cuenta de sus trabajos, para el adelanto de los cuales gozarán de completa autonomía." Ver, "Conclusiones del Congreso Socialista", El Diario Nacional, Bogotá diciembre 3 y 8 de 1921.
74 "El socialismo antioqueño y el Gral. Herrera", El Tiempo, Bogotá, diciembre 31 de 1921, p. 3; "Una declaración de los socialistas", El Tiempo, Bogotá, enero 8 de 1922, p. 3; "Del campo socialista", El Tiempo, Bogotá, enero 15 de 1922, p. 7.

 


Recibido: noviembre 2014
Aceptado: abril 2015

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