INTRODUCCIÓN
Las ciudades actuales se caracterizan por la presencia de procesos de urbanización progresivos ligados al desarrollo capitalista de corte neoliberal (Harvey, 2012). En Latinoamérica, este hecho se caracteriza por la mixtura entre modelos de desarrollo urbano marcados por el mercado inmobiliario formal a gran escala, orientado a grupos medios y altos, y procesos de apropiación y construcción de carácter informal o popular, generalmente en las periferias o bordes, definidos por grupos de clases populares con bajo o nulo acceso al mercado de vivienda formal. Tal es el caso del borde de las ciudades costeras chilenas, donde conviven grandes emplazamientos inmobiliarios dirigidos generalmente al turismo (Hidalgo et al., 2016) y complejos sistemas urbano-portuarios (Alarcón y Sandoval, 2016), con asentamientos pesquero-artesanales, popularmente conocidos como “caletas” (Marcucci, 2014), que se caracterizan por una economía a escala humana y dinámicas de autoconstrucción, fuertemente ligadas a la extracción artesanal de recursos marinos (Orellana y Díaz, 2017). Ambas formas de urbanización y apropiación del borde coexisten de manera compleja, generando procesos de expulsión, segregación e invisibilización urbana (Guerrero y Alarcón, 2018; Hidalgo et al., 2016; Orellana y Díaz, 2016).
La pesca artesanal configura prácticas sociales, identidades y la producción de una cultura local (McGodwin, 2002; Gajardo y Ther, 2011), que se expresa por medio de la construcción, uso y significado del espacio costero, favoreciendo una forma particular de habitar. Este habitar abarca “fenómenos como la autoconstrucción, las prácticas que ordenan y dan sentido al espacio doméstico, así como las representaciones del entorno urbano y la lectura de un mapa” (Giglia, 2012, p. 9). Además, incorpora los saberes propios que permiten a las comunidades costeras, reaccionar mediante procesos de resistencia o adaptación en función de las exigencias impuestas por el territorio (Riffo y Pérez, 2016).
La convergencia desigual, entre formas urbanas industriales y artesanales, produce un escenario de amenaza sobre estas últimas debido a la expansión de procesos tales como el crecimiento industrial a escala global y el desarrollo urbano de carácter neoliberal (Harvey, 2012; Guerrero y Alarcón, 2018). Estas fuerzas se caracterizan por una relación dialéctica entre los valores de uso y de cambio (Lefebvre, 2013), los cuales se agudizan ante escenarios de catástrofes naturales y exponen a estas comunidades a procesos de erradicación y transformación urbana que, además de homogeneizar el paisaje urbano, ponen en riesgo la permanencia y sostenibilidad de modos de vida alternativos (Moussard, Carrasco, Aliste, Ther y Hidalgo, 2013; Riffo y Pérez, 2016).
El Área Metropolitana de Concepción (AMC) reúne a siete comunas costeras que, en su conjunto, agrupan un total de 33 caletas pesquero-artesanales (SERNAPESCA, 2013). Caleta El Morro, el caso de estudio que se analiza aquí (Figura 1), se ubica en la comuna de Talcahuano, muy próxima a su centro urbano. Este asentamiento surge en 1912, a partir de la ocupación espontánea de terrenos de parte de familias de pescadores quienes, aprovechando la disposición sobre el borde costero, habitaron de manera progresiva el espacio, configurándolo a partir de sus necesidades y usos. Su población se compone de familias extendidas a cuatro generaciones (Moussard et al., 2013), las que se hallan marcadas por su vínculo con la pesca artesanal que les ha permitido mantenerse de manera estable en el espacio.
Esta caleta fue una de las más afectadas por el tsunami del año 2010. Desde entonces, este asentamiento ha sido objeto de diversas acciones de reconstrucción y mitigación, las cuales han tensionado y movilizado a la comunidad. Actualmente, en El Morro residen un total de 173 personas, que se distribuyen entre 83 hombres y 90 mujeres (Instituto Nacional de Estadística-INE, 2017).
En concreto, el presente artículo analiza las características del habitus socio-espacial de caleta el Morro, sus continuidades y rupturas, frente a las amenazas antrópicas y naturales que han modificado el borde costero en las últimas décadas. El documento se articula en torno a dos objetivos específicos: a) describir la configuración del habitus socio-espacial de la caleta y b) analizar el despliegue de este frente a los desastres naturales y la actuación del estado al respecto, específicamente frente al tsunami de 2010. Se sostiene como hipótesis que el habitus socio-espacial construido por la comunidad de la caleta de estudio, emerge como una frontera, una heterotopía (Lefevbre, 2013; Foucault, 1967), que resiste las presiones naturales y antrópicas posibilitando la configuración de espacios diferenciales que privilegian modos de producción y reproducción a escala humana; lo que, en definitiva, permite preservar la identidad y las dinámicas tradicionales de la comunidad.
MARCO TEÓRICO
PRÁCTICAS Y HABITUS SOCIO-ESPACIAL
El debate conceptual en torno al “habitar” exige la pregunta sobre el espacio. Lefebvre (2013), en ese sentido, introdujo el giro espacial a partir de su teoría unitaria del espacio tomando como sustrato el avance de la urbanización en sociedades industriales capitalistas. Su decodificación del espacio indica que los modos de producción sitúan y desarrollan sus espacios propios. La tríada del espacio (Lefebvre 2013) se compone, entonces, por: a) la práctica espacial, que engloba producción y reproducción, lugares específicos y conjuntos espaciales propios de cada forma social y que asegura la continuidad de una comunidad; b) las representaciones del espacio, que se vinculan a las relaciones de producción, al orden que imponen y, de ese modo, a los conocimientos, signos, códigos, y relaciones frontales; y c) los espacios de representación, que expresan simbolismos complejos ligados al lado clandestino y subterráneo de la vida social, pero también al arte, como código de los espacios de representación (Lefebvre 2013, p. 92). La tríada, en definitiva, define al espacio como proceso y producto. Como proceso, es una construcción social que incorpora prácticas, acciones y representaciones de los individuos y colectivos que interactúan en la sociedad. Su reinvención es constante y responde al momento histórico en el cual ésta se circunscribe (Baringo, 2013). Como producto, da lugar a distintas formas de experimentar el espacio: a) el espacio percibido, definido por el uso cotidiano, el cual lo produce y domina; b) el espacio concebido, definido por las representaciones dominantes y el ejercicio institucional (dado por planificadores, urbanistas e ingenieros); y c) el espacio vivido, emergente de los espacios de representación, que se construye por medio de símbolos e imágenes, un espacio dominado que el sujeto desea modificar y transformar (Lefebvre, 2013).
La práctica espacial es el núcleo por medio del cual las personas ordenan, organizan y dominan el espacio; se sustenta a partir de la realidad cotidiana y da forma al espacio percibido (Lefebvre, 2013). Esta puede ser consciente, reflexiva e incluso automática y constituye una acción que, por medio de la repetición, da lugar a formas específicas de habitar el espacio (Lefebvre, 2013; Giglia, 2012). Ángela Giglia (2012), recogiendo la noción de habitus de Bourdieu (1991), define estás prácticas espaciales como una forma de habitus socio-espacial, entendido este como un “saber incorporado” a través del cuerpo, que representa, reproduce el espacio y sus formas de habitar. Las prácticas permiten a las personas reconocer su entorno, ordenarlo y ordenarse a sí mismas, conformando un sistema de referencia especto de su entorno. Involucra la agencia del sujeto, quien actúa y se desplaza en el espacio en función de sus necesidades e intenciones. Así, el habitus socio-espacial, junto a las representaciones y los espacios de representaciones, favorece la producción y la reproducción del espacio y, con ello, de determinada forma de habitar.
PRODUCIR EL ESPACIO EN EL CONTEXTO NEOLIBERAL: EL ESPACIO DIFERENCIAL
El capitalismo replantea el rol histórico que han jugado comunidades y sociedades en la construcción y desarrollo de lo que hoy comprendemos como ciudad y sus formas de habitar (Lefebvre, 2013, p. 107). La acumulación del capital da lugar al espacio capitalista por excelencia o “espacio abstracto”. Este se gesta a partir de los procesos de acumulación del capital que devienen en la instrumentalización del espacio a causa de la progresiva separación de los procesos de producción. Las representaciones del espacio se estructuran como instrumento de dominación, bajo el alero de los tecnócratas, quienes las utilizan a su favor para la implementación de un modelo homogéneo de ciudad que anula la diferencia en el espacio social (Baringo, 2013; Lefebvre, 2013). Harvey (2012) contribuye a esta noción mencionando que la ciudad tradicional ha muerto a raíz del desarrollo capitalista desenfrenado: “víctima de su necesidad”, el capital busca nuevos espacios de inversión y crecimiento. Lefebvre (2013), por su parte, introduce un concepto emergente que denota la posibilidad de transformación del espacio abstracto, en forma de utopía, este es el “espacio diferencial”. Su configuración es opuesta a la del espacio abstracto y su aparición se nutre de las contradicciones propias de la sociedad capitalista. Baringo (2013) describe al espacio diferencial por su carácter revolucionario, caracterizándole como aquel que favorece y da cabida a la expresión de la diferencia, a través de la reasociación de “las funciones, los elementos y los momentos de la práctica social que el espacio abstracto disocia” (p. 129). Ante ello, el autor agrega que “estos contra-espacios de la diferencia, con sus contradicciones inherentes y potencial de conflicto, se convierten también en espacios para hacer frente a los esfuerzos de homogeneización por parte de los espacios (abstractos) de dominación” (Baringo, 2013, p. 129). Lefebvre (2013) sostiene, por último, que, por medio del análisis de las prácticas, es factible descifrar el espacio. Así como también a través de la configuración del espacio, podemos entender los procesos de racionalidad existentes tras la construcción de un asentamiento.
METODOLOGÍA
La metodología adoptada constituye un acercamiento fenomenológico que reconoce la voz de los actores del territorio como los y las portadores/as de los sentidos del habitar de la caleta. A través de un acercamiento cualitativo, se busca recoger cómo los/las habitantes, mediante diversas prácticas, han elaborado una forma única de habitar y adaptarse a los cambios en su habitar costero cotidiano. Para ello, se utilizaron técnicas cualitativas, tales como entrevistas a actores claves de la comunidad (dirigentes y pescadores/as), etnografías y observación en el territorio, y revisión de archivos históricos de la comunidad1. Lo anterior se complementó con la revisión de documentación de programas de planificación territorial en el borde costero, previos y posteriores al terremoto citado. El proceso de recolección de información se desarrolló durante el primer semestre del año 2019. La organización y análisis de la información recogida se articuló en torno a los dos objetivos específicos del estudio, dando como resultado: a) una caracterización de espacios a partir de una síntesis cartográfica de las prácticas socioespaciales, elaboradas en base a su recurrencia y significado; y b) la descripción de las prácticas de uso y saberes desplegados por los habitantes de El Morro en torno a los espacios a partir del tsunami de 2010, los significados asignados a estos y las intervenciones derivadas del proceso de reconstrucción. Finalmente, se llevó a cabo un análisis y una discusión de los resultados, procesos que originaron las reflexiones finales expuestas en este trabajo.
RESULTADOS
CARTOGRAFÍAS DEL HABITUS SOCIO-ESPACIAL DE CALETA EL MORRO
La caleta se caracteriza por ser una planicie que se extiende entre el canal “El Morro” y el cerro homónimo que la resguarda de la acción del viento. Ambos hitos espaciales han sido claves en la estructura y configuración del asentamiento que, por catástrofes naturales y por acción antrópica, han modificado su morfología y disposición en reiteradas ocasiones. (Figura 2)
El habitus socio-espacial se configura a partir de la repetición de las dinámicas espaciales ligadas al oficio pesquero. Según el relato de los habitantes, no existen espacios con una vocación única: en ellos tienen lugar diferentes interacciones que producen y reproducen las relaciones productivas locales, claro que en una escala de carácter humano. No obstante, en esta mixtura de usos y prácticas es posible observar cuatro tipos diferentes de espacios.
Espacio residencial: Es el lugar donde se ubican las viviendas históricas, las cuales tradicionalmente han sido autoconstruidas en función de las necesidades de las familias. Las viviendas son de materialidades diversas, pero integradas para el desarrollo de las tareas compartidas vinculadas a la pesca a través de pasajes informales. Las que aún conservan esta impronta constructiva son las viviendas próximas al cerro que son aquellas que sobrevivieron al tsunami. Las viviendas del proceso de reconstrucción2 son en su mayoría palafitos de concreto construidos por el gobierno (Figura 3).
Espacio productivo: Son los lugares donde se concentran prácticas ligadas al oficio pesquero, la extracción de algas y el desembarque de productos marinos, como el embarcadero. También los ligados a la venta de productos procesados, como restaurantes, gestionados en su mayoría por mujeres, quienes son también las que se dedican al procesamiento y comercialización de la gastronomía local. Cerca del canal y en el embarcadero se comercializan igualmente productos de la pesca y alimenticios de manera informal. Las casas de los pescadores son, asimismo, lugares donde se desarrollan labores de procesamiento y almacenamiento de recursos pesqueros, labores de resguardo y reparación de artes de pesca (Figura 4)
Espacio social y comunitario: La mayoría de las actividades sociales formales se desarrollan hoy en la sede social que, previo al tsunami de 2010, era un galpón. Aquí se realizan las actividades gremiales, educacionales (nivelación de estudios a la comunidad) y organizativas de carácter informativo, recreativo y comunitario. El embarcadero, la plaza y las áreas del borde costero son también importantes espacios de sociabilidad de carácter más informal (Figura 5).
Espacio cultural: El oficio pesquero dota de sentido a los espacios de la caleta. La distribución de roles por género marca también el sentido del habitar. Las tareas de encarnado, secado y reparación de redes, históricamente ejecutadas por las mujeres, van marcando los lugares de un sentido propio de lugar. Los cercos de las viviendas son utilizados para limpiar, reparar y colgar las redes. Antes del tsunami se empleaba también el espacio existente entre suelo y la base de las casas para el ahumado de mariscos. Otro elemento espacial central dentro de esta categoría es el cerro El Morro; elemento paisajístico que constituye un espacio simbólico e histórico de diversos usos y significados a lo largo de la historia de la caleta. Es, en efecto, un espacio central en la identidad morrina. Las fiestas tradicionales de los pescadores, como San Pedro, despliegan a los habitantes al interior de la caleta apropiándose de los espacios públicos y privados. En la mencionada fiesta la comunidad recibe de manera abierta a los visitantes, preparando alimentos tradicionales para compartir y exponiendo imágenes de archivo donde cuentan la historia del lugar. Se decoran las embarcaciones y se desarrolla una procesión por mar y tierra (Figura 6).
TENSIONES Y TRANSFORMACIONES DEL HABITUS SOCIOESPACIAL DERIVADOS DEL TSUNAMI
El habitus socio-espacial de la caleta se construye, despliega y transforma frente a los fenómenos naturales y antrópicos de manera constante: es tanto producto como proceso. En el caso de estudio, los desastres naturales han sido centrales en la configuración y reconfiguración de su identidad y habitus socioespacial. Durante el tsunami del 2010, pese a que las autoridades locales aconsejaron no evacuar la caleta, los habitantes desarrollaron un plan comunitario de evacuación (Moussard et al., 2013) hacia el cerro El Morro. Este cerro, aledaño a la caleta, ha sido el refugio histórico de los habitantes ante situaciones de amenaza, tanto naturales como políticas3. El plan de evacuación de la comunidad evitó la pérdida de vidas y evidenció la presencia de una cultura del riesgo asociada al espacio. Las acciones de la comunidad fueron orientadas por su habitus y su memoria en torno al lugar. La comunidad permaneció cuatro años en el cerro, en viviendas de emergencia, resistiendo a la propuesta de erradicación (Figura 7).
La propuesta inicial del gobierno para la reconstrucción de esta comunidad fue la erradicación, pero ésta fue rechazada por la comunidad. El fundamento de traslado por riesgo no tenía resonancia en una comunidad que había vivido siempre en el mar. La propuesta institucional para reconstruir la caleta también fue cuestionada ya que no se adaptaba a los usos desarrollados por las familias pescadoras. Por ello se sugirió y defendió un planteamiento que incorporara la visión y las necesidades de la comunidad en el diseño de las casas y el espacio. La propuesta estatal respondió a un modelo de planificación top down4 que no recogía el espacio vivido y percibido por los sujetos, sino que instalaba un modelo uniforme de habitabilidad. La cohesión de la comunidad durante el período de reconstrucción post desastre fue fundamental en la reconfiguración de su espacio, en la preservación del habitus socio-espacial y sus espacios representativos. Sus habitantes y dirigentes fiscalizaron de cerca el proceso de construcción de las viviendas e, incluso, irrumpieron en ellas, habitándolas antes de su inauguración oficial. Así queda expresado en la siguiente entrevista:
Las casas llevaban 1 año terminadas, pero no las entregaban (…) con Don Alfonso las veníamos a mirar en el invierno si se goteaban, empezamos a alegar que por qué no nos entregaban las casas, hasta el día de hoy no han sido entregadas, nosotros las tomamos un día como hoy, hoy 21 de mayo cumplimos 5 años en las casas. (Cecilia, habitante de El Morro de Talcahuano)5
El resultado del proceso de reconstrucción deviene en una caleta urbanizada, integrada a la trama urbana de Talcahuano, que respeta el uso y ubicación de la infraestructura y equipamiento tradicional del asentamiento. Asimismo, la distribución de las viviendas se realiza respetando la proximidad existente entre familias previa al tsunami, lo cual es relevante para los habitantes del Morro (Figura 8).
DISCUSIONES
El habitus socio-espacial se construye a partir de la repetición de prácticas que producen y reproducen: significados, reglas implícitas y un orden que distingue al asentamiento respecto del entorno (Giglia, 2012). Opera como una práctica que facilita la reproducción del espacio, así como también la cultura. Como se ha podido observar en el caso de estudio, la pesca artesanal demanda recursos, organización y un despliegue individual y social cotidiano; ello organiza el tiempo, las prácticas y los espacios de la caleta.
El habitus socio-espacial se teje por medio de prácticas y sentidos espaciales articulados, en este caso, por el oficio de la pesca artesanal. De esta forma, constituye un saber espacial definido por una identidad y una práctica social, territorial y económicamente situada. Es el oficio costero y el territorio el que articula la construcción del habitus, por ende, el deterioro del oficio, de sus prácticas y cultura significaría el debilitamiento del habitus que identifica el espacio y la comunidad. En El Morro existe una comunidad que ha persistido junto con el oficio; su forma de desplegarse en el espacio articula memoria, identidad y capacidades de adaptación. El habitus socio-espacial como “saber incorporado” (Bourdieu, 1991) promueve la preservación de las prácticas del oficio y les ha permitido actuar de manera organizada ante fenómenos externos, como el tsunami del año 2010. El espacio percibido y vivido, la vivencia, se superpone al espacio representado desde actores externos. Este saber fue clave luego de la catástrofe, pues facilitó la subsistencia de los habitantes en el campamento de emergencia.
En razón de lo anterior podemos decir que se confirma la hipótesis de que la caleta es una frontera o heterotopía, un contra-espacio, en palabras de Foucault (1967). Un espacio donde lo diferente no solo es posible, sino básico para el desarrollo de trayectorias revolucionarias, de acuerdo con la definición de Lefebvre (2013)69. Su aparición no surge de un plan consciente, sino que a partir de lo que la gente hace, siente, percibe y articula en la búsqueda de significados para su vida cotidiana (Harvey, 2012, p.15).
Si bien, la lucha de los “morrinos” por mantener su asentamiento, se configura desde criterios dispares a la forma revolucionaria, su carácter se sitúa en torno a la idea de la ciudad como un derecho (Lefebvre, 2013). Representa la intención de mantener modelos de desarrollo alternativos al capitalismo que respeten el valor de uso de los espacios y se adapten a las necesidades de sus habitantes de manera tal, que impidan el avance del espacio abstracto, materializado en la instalación de industrias pesqueras, proyectos inmobiliarios y ampliaciones portuarias que responden a la urbanización de carácter neoliberal en el borde costero (Guerrero y Alarcón, 2018). El planteamiento comunitario de caleta El Morro contiene un fuerte sentido de defensa del espacio vivido, en el sentido de “crear una vida urbana alternativa menos alienada, más significativa y gozosa, aunque, como siempre, en el pensamiento de Lefebvre, conflictiva y dialéctica, abierta al futuro y a los encuentros y a la búsqueda de la novedad incognoscible” (Harvey, 2012, p. 6).
A pesar de que, después de la catástrofe, la comunidad morrina accede al proceso de reconstrucción de la mano del Estado, este proceso se desarrolla desde criterios negociados por sus propios habitantes. Este hecho responde a la idea de “imaginar y reconstruir un tipo diferente de la ciudad, alejado del caos engendrado por el frenético capital urbanizador globalizado” (Harvey, 2012, p. 14). Esto es, imaginar espacios diferenciales, conformados por aquellas comunidades que se distancian de los modos de producción y reproducción impuestos por el capital.
CONCLUSIONES
Las caletas urbanas o aledañas a los espacios urbanos son espacios históricos que expresan las contradicciones de la sociedad capitalista. Son espacios tensionados por las presiones progresivas de los actores económicos globales destinadas a ocupar el espacio costero urbano (Hidalgo et al., 2016). La erradicación y el desplazamiento forzado de las comunidades costeras de pescadores ha sido una estrategia utilizada históricamente por el capital para apropiarse del borde costero y sus recursos (Harvey, 2012). Las crisis y desastres, con la complacencia de agentes estatales, son entendidas como oportunidades para el despliegue del capital y la ejecución de prácticas de desposesión. Las caletas y la cultura pesqueroartesanal han sobrevivido a las prácticas de desposesión a través del desarrollo y preservación de un habitus costero que construye y produce el espacio. El arraigo al oficio y al territorio permite la existencia y preservación de un habitus socio-espacial y, en un ciclo de ida y vuelta, posibilita que estas comunidades costeras preserven sus espacios y la cultura, economía e identidad que las ha definido históricamente.
El análisis del habitus socio-espacial, la distribución de usos y prácticas productivas, sociales, culturales, como expresión de la cultura pesquera desplegada en el espacio, contribuye a comprender y relevar cómo la identidad, el oficio y el territorio construido son factores que permiten a las comunidades adaptarse y resistir a los procesos entrópicos y naturales. La construcción de un espacio diferencial, no en la acepción revolucionaria del concepto, sino en aquella que lo entiende como un espacio que potencia la diferencia como elemento de cohesión y acción, pareciera ser central para la preservación de estos espacios y su cultura. El arraigo al oficio y al territorio es el requisito central para la mantención de estas comunidades.
Las formas constructivas de la caleta y la sociabilidad y la cultura que se despliega en el espacio asociada a las mismas, muestran las posibilidades y fortalezas de las formas de autogestión y construcción del urbanismo popular. Estas formas, propias del habitar popular, debiesen ser fortalecidas y acompañadas por los agentes estatales, en tanto albergan en ellas la preservación de un oficio tradicional y de un patrimonio cultural y paisajístico. No obstante, los modelos de gobernanza de los territorios costeros se ven orientados más desde la lógica del capital y los grandes procesos industriales, que de la perspectiva de las comunidades. La aceptación negociada y participativa de la comunidad morrina al proceso de reconstrucción expresa la dimensión conflictiva de construcción del espacio mencionada por Lefebvre (2013), pero abre una oportunidad para observar el rol central que cumplen la identidad y arraigo espacial en la negociación de permanencias ante las formas de dominación y homogeneización del espacio; elementos que deben ser cardinales a la hora de pensar y planificar un espacio urbano costero más sostenible.