| Revista Chilena de Derecho, vol. 34 Nº 3, pp. 579 - 582 [2007] RECENSIÓN CRESPO, Ricardo (2007): El pensamiento filosófico de Keynes. Descubrir la melodía (Ediciones internacionales Universitarias, Madrid) 281 pp. Gonzalo Letelier Widow Profesor Auxiliar Asociado de Filosofía del Derecho, Facultad de Derecho, Pontificia Universidad Católica de Chile El libro del profesor Ricardo Crespo consiste en una exposición de la filosofía de John Keynes, con un afán de rectificación de la imagen divulgada y un propósito estrictamente filosófico: conocer su pensamiento. Su título está tomado de una frase del mismo Keynes, explicando la depresión del 30: “pueden sobreponerse muchas variaciones, fugas y orquestaciones, pero la melodía es esta”. Cita que viene al caso, pues, aunque “no es un primera línea”, el verdadero Keynes es primero un filósofo, y solo en segundo lugar un economista; esta es la “melodía” que busca exponer el autor. Para lo cual es necesario conocer su filosofía, labor que tiene mucho de “arqueología”. En efecto, el filósofo Keynes no escribió ninguna obra en estricto rigor filosófica; es necesario descubrirla en sus obras, como el trasfondo que, sin estar explícito, “confiere unidad, un norte”. Su filosofía tiene además una serie de fluctuaciones e inconsistencias, que hacen aún más difícil su exposición. Por todo esto, el autor aclara que sus conclusiones son más bien hipotéticas, indica cuando algo es interpretación personal, y somete expresamente sus afirmaciones a la crítica. El libro se abre con un explicativo prólogo en el que expone el plan general y las dificultades señaladas. Es un libro honesto, que expone exacto lo que promete y del modo en que lo promete. Nada más, pero tampoco menos. Sigue un esquema clásico y ordenado, compuesto de siete capítulos y las conclusiones. El primero, “Keynes y sus circunstancias”, está dedicado a la figura de Keynes, su vida, personalidad y ambiente histórico, considerados indispensables para la comprensión de su obra. Evitando todo tipo de tendencia determinista, sobre todo respecto de aquellos aspectos más complejos de su personalidad, expone con claridad el mundo en que nace, se educa y vive Keynes, y el modo en que estos aspectos se leen en su obra. El texto muestra un importante estudio de su biografía, logrando un acabado retrato de un Keynes “de carne y hueso”, que posee, como todo gran hombre (que así lo considera el autor), grandes virtudes (sobre todo de orden intelectual y estético) y grandes defectos (fundamentalmente morales). Así, por ejemplo, explica con claridad su inmoralismo profundamente “moralista”, propio de la época eduardiana y heredero del cinismo victoriano, que se forja desde su oposición a este. Si bien los aspectos centrales del pensamiento de Keynes, aquellos que trató en sus obras, están desarrollados en los capítulos V al VII (que sería la segunda parte del libro), los capítulos más importantes son los tres anteriores (la primera parte), sobre los cuales se fundan. En estos, el profesor Crespo expone ordenadamente los antecedentes de su teoría del conocimiento (capítulo II) y su teoría propiamente tal (III), terminando con las conclusiones respecto a la metafísica implícita en sus obras. En el capítulo II, el autor inscribe a Keynes dentro del realismo filosófico en “sus tres versiones”: ontológica (las cosas existen independiente de nosotros y nuestro conocimiento); epistemológica (podemos conocerlas) y lógico-semántica (los juicios respecto a ellas son objetivamente verdaderos o falsos, independiente de nuestro conocimiento). La conclusión fundamental de Keynes será la de Russell: solo es conocimiento el juicio verdadero, que, por lo tanto, debe estar suficientemente justificado. Según el profesor Crespo, su noción de verdad, entendida como “correspondencia”, y no como “representación” ni “identidad”, se remonta a Brentano, autor al que normalmente no se lo indica como antecedente –y que es por lo tanto, según afirma el mismo autor, la tesis más innovadora del libro–, si bien la explicación de este aspecto no es absolutamente clara, como sí lo es su exposición de la abstrusa gnoseología de Moore y de la doctrina de la verdad de Russell. Las apretadas exposiciones de los tres autores terminan siempre con útiles y clarificadores punteos de las conclusiones fundamentales de su interpretación. Según el autor, el realismo (en sus tres versiones) de Brentano, Moore y Russell son la base de la gnoseología de Keynes, que busca la misma objetividad que ellos pretendieron darle a la ética y la matemática, pero en el ámbito de la probabilidad, tema del capítulo III. Su Treatise on Probability sería una lógica de la inducción, de lo probable, del mismo modo en que el Principles of Mathematics de Russell es una lógica de la deducción. Así, de Russell toma fundamentalmente su conocimiento por acquaintance (familiaridad), y la prioridad de la verdad respecto de la certeza; de Moore, su intuicionismo respecto de las “nociones simples” y la crítica al idealismo, y de Brentano (“la sección más audaz del libro”, original y, por lo tanto, abierta a la crítica), el principio de que el conocimiento comienza por “presentaciones, que en Keynes son objeto de familiaridad”, a partir de las cuales, de un “modo misterioso” –“sin inducción” según Brentano; por intuición, según Keynes–, surge el conocimiento sintético de los objetos de experiencia, las proposiciones verdaderas. Estaría también en ambos, por lo tanto, al menos implícitamente, la distinción clásica entre “verdad lógica” y “verdad ontológica”. Afirma el autor que el propósito de Keynes en el Treatise on Probability es demostrar que el conocimiento probable es verdadero conocimiento, que hay verdad en la probabilidad, pues hay razones objetivas que permiten preferir de modo razonable una alternativa frente a otra, incluso cuando la proposición probable resulta falsa, pues se basa de modo lógicamente coherente en un conjunto de proposiciones previas. No se debe confundir verdad y certeza. Sin embargo, cuando no hay probabilidad en absoluto, se debe seguir la opinión común. Son los temas del capítulo III, “la teoría del conocimiento de Keynes”. De esta posición decididamente realista surgiría su alejamiento y rechazo al determinismo del liberalismo neoclásico. Es muchísimo más fácil pronunciarse por un mundo “finito” y “atómico” y, por lo tanto predecible, pero no hay razón alguna para afirmarlo por sobre un mundo orgánico, complejo e incierto, sin leyes estables aplicables a todos sus ámbitos. Puede haber intuición, pero no propiamente inducción. Por eso la probabilidad –y por lo tanto la economía–, no es mecánica; solo se la conoce realmente “by seeing”, por “human logic”, no por deducción o “lógica formal”. El capítulo IV consiste en la exposición de las hipótesis del autor respecto a la metafísica implícita en este discurso gnoseológico; es la parte de la “lectura entre líneas”. Para el profesor Crespo, Keynes resulta ser un filósofo realista, marcadamente empirista (nominalista), y muy pragmático, lo cual explica que no haya en él especulación sobre lo real en cuanto tal. Existen cosas independientes, incluso hay universales, cognoscibles por intuición; pero inducción y analogía son mera agrupación por similitudes, distinción de clases. Y aun esto no siempre es posible. La realidad no es cuantificable o mensurable de manera completa; existen diferencias cualitativas irreductibles, que sin embargo, son a veces susceptibles de conocimiento probable. Los capítulos V a VII se refieren a los temas tratados de forma directa por Keynes, a partir de los principios explicados en la primera parte. Desde una premisa que tiene bastante de biográfico, se muestra el giro de Keynes hacia las nuevas posturas antropológicas de su Teoría General del Interés, la Ocupación y el Dinero. Allí el sujeto económico no es el del laissez faire, movido linealmente por el interés particular, sino el de “la indirigible y desobediente psicología de los negocios”; el de los animal spirits, que invierte o deja de hacerlo determinado por su temperamento y estado anímico, y por su percepción de la contingencia y los eventos futuros; o incluso, en el caso de los especuladores, según su previsión de “lo que la opinión general espera que sea la opinión general”. A partir de estos elementos construye una acabada etología de los actores económicos, que incluye al empresario, el especulador, el gobernante, el consumidor y el mismo economista. Particular importancia tiene el énfasis del libro en ciertos aspectos que, debido a los prejuicios sobre esa “doctrina keynesiana” que no se halla en Keynes, podrían resultar bastante curiosos para la opinión general. Para comenzar, su rechazo a la codicia y amor al dinero tan propios del liberalismo clásico; la rechaza no solo como falso motor de la economía (o al menos insuficiente) o por su excesivo reduccionismo teórico, pues la gente también se mueve por motivos nobles, sino de manera principal por criterios estrictamente morales, afirmando que, aunque sigue siendo un mal necesario para la economía, solo puede superarse por la adhesión a un “credo”. En segundo lugar, destaca el valor secundario que le asigna Keynes a la misma economía, considerada un saber útil y sobrestimado, propio de especialistas “como la odontología”, según su propia expresión. Se cita repetidas veces que, para Keynes “el amor es lo primero, la Filosofía lo segundo, la Poesía lo tercero, y la política ocupa el cuarto lugar”, añadiendo que “la economía no aparece en la lista”. Por último, destaca la central relevancia política de cuerpos semiautónomos que no se muevan por intereses privados, superando el afán de lucro, y que se constituirían así en corporaciones privadas relativamente independientes del Estado, semejantes a lo que en términos clásicos llamaríamos “gremios” o “sociedades intermedias”. Son estas premisas antropológicas y las de la filosofía de sus maestros, sobre todo el “ideal” de Moore, las que explican su ética, expuesta en el capítulo VI. Aunque profundamente individualista y escéptico en moral, Keynes rechaza el utilitarismo tanto como la ética kantiana. El profesor Crespo lo describe de forma favorable como un sujeto eminentemente práctico y realista, pero no por ello pesimista; muy crítico de los vicios privados que mueven al capitalismo, y del mismo capitalismo, que requiere de “dirección y reforma”. De hecho, propone como uno de los elementos básicos de la política, junto a la eficiencia económica y la libertad individual, la justicia social. Es decir, si bien rompe con el liberalismo clásico (llegando a afirmar, por ejemplo, que el Estado debe hacer buenos a los hombres), se mantiene en su línea argumental (pacifismo, descentralización, libertad sexual, etc.). Así, por ejemplo, afirma que el Estado debe limitarse a reemplazar a los privados en lo que estos no pueden hacer; pero rechaza el individualismo en materia política incluso desde una perspectiva epistemológica, porque la misma sociedad no es individual. En explicación del profesor Crespo, “la acción del Estado, más que construir carreteras (...) tiene por fin generar esa confianza perdida, clave para la recuperación de la economía”. De allí la importancia de la persuasión, junto a esa serie de características del buen economista que, según Keynes, sin ser en absoluto extraordinarias (como no lo es la misma economía), no suelen darse juntas. Según Crespo, Keynes no se hace ilusiones respecto de la virtud, pero la considera posible. Logra superar de este modo la estrecha visión del self-interest liberal en una antropología mucho más rica y compleja El capítulo VII, sobre la epistemología de las ciencias y la economía, comienza con un resumen para quienes no leyeron aún los tres primeros, según la sugerencia del prólogo. Según el autor, la epistemología de la economía de Keynes consiste en la intuición de un mundo orgánico, complejo e impredecible, respecto del cual el único acercamiento posible, cuando cabe, es la probabilidad. La novedad e importancia del capítulo XII de la Teoría General está precisamente en incluir todos esos elementos (histeria, animal spirits, nervios, caprichos, etc.) en el análisis económico. Con esto, según el profesor Crespo, Keynes “patea el tablero”. Los factores matemáticamente predecibles existen, pero son uno más entre tantos. La economía es una ciencia moral, no matemática; por eso se conoce desde la probabilidad, que es la ciencia de la incertidumbre. Lo central de su teoría no sería la política económica que se pueda deducir de ella, como se ha pensado de forma frecuente, sino fundamentalmente su metodología. En resumen, según se consigna en el capítulo VIII, “Conclusiones”, Keynes es realista porque es profundamente práctico; el suyo es entonces un realismo comprehensivo, que rechaza reduccionismos simplistas para rescatar la complejidad de la economía real, de modo riguroso aun a costa de la exactitud. Son aportes importantes de esta obra a la discusión sobre la figura de John Keynes, la insistencia, en la línea de cierta literatura anglosajona, en el hecho de que Keynes es primero filósofo, y filósofo realista, en ese sentido pragmático propio del common sense inglés; y en segundo lugar, la inclusión de Brentano entre sus influencias, junto a Russell y Moore. Es de esperar que se genere la discusión que amerita el problema. Es destacable, además, la distinción entre Keynes y la “doctrina keynesiana”, fundada en la inexistencia de un cuerpo sistemático de doctrina económica que el mismo Keynes consideraba imposible, superando de este modo la caricatura manualista. El estilo es ameno e informal, pero riguroso y científico. Sus juicios son ponderados, evitando afirmaciones categóricas o taxativas respecto de los temas polémicos, sin que esto signifique dejar de pronunciarse sobre ellos después de argumentar debidamente una postura, la cual, en ocasiones, consiste sencillamente en una duda bien justificada que le inclina a suspender el juicio. El libro parece buscar el mismo criterio práctico, sereno y realista que destaca en Keynes. Su “público objetivo” o “intended audience” es muy variado, pero, en general, da por supuesto el conocimiento de la teoría y política económica de Keynes (o más bien, “keynesiana”, recogiendo la distinción hecha en el prólogo), lo cual puede resultar problemático para aquellos lectores que provienen de la filosofía y carecen de formación en economía. Tampoco discute sus propuestas concretas en política económica. El autor se reconoce abiertamente “amarrete” (sic) al respecto, pues, según señala, el esquema de la obra está pensado para introducir a los economistas en la filosofía de Keynes y para corregir los lugares comunes respecto a su figura; de hecho, aquellos que no tienen formación filosófica pueden saltarse los capítulos de la primera parte, para volver sobre ellos más tarde. Esto último, y el hecho de que es necesario leer una doctrina filosófica en muy pocos textos que no son estrictamente filosóficos, hacen que el libro sea en ocasiones algo recursivo, aunque permite al mismo tiempo insistir en los temas más relevantes y complejos de su doctrina. En síntesis, la obra del profesor Crespo constituye un gran aporte respecto a este “famoso desconocido”, y logra con pleno éxito lo que se propone: descubrir la melodía de Keynes en su filosofía. | |