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Revista chilena de derecho
versión On-line ISSN 0718-3437
Rev. chil. derecho v.34 n.2 Santiago ago. 2007
http://dx.doi.org/10.4067/S0718-34372007000200009
RECENSIONES
SANDEL, Michael (2007): The Case Against Perfection (Harvard University Press) 176 pp.
Francisco Javier Urbina Director de Investigación IES (Instituto de Estudios de la Sociedad) Los avances de la ciencia plantean desafíos difíciles para la ética y el Derecho. En efecto, la frontera de lo posible avanza cada día, abriendo un intenso campo de discusión en áreas nuevas, frente a las cuales muchos de los conceptos normativos que tradicionalmente usamos para resolver problemas morales resultan insuficientes. Una de las fronteras de la discusión bioética se encuentra en la posibilidad de alterar genéticamente nuestra naturaleza y la de nuestros hijos. Hoy se encuentra disponible la tecnología para elegir el sexo de un hijo, aumentar su tamaño, mejorar su capacidad de concentración, entre otras cosas. En el futuro, estas opciones se multiplicarán. Algunas anécdotas permiten ilustrar mejor el problema. Hace algunos años Sharon Duchesnaeau y Candy McCullough, una pareja de lesbianas, decidieron tener un hijo sordo. Ambas mujeres eran sordas y consideraban su condición no como un defecto sino como un estilo de vida que querían compartir con su hijo. Consiguieron un donante de espermios que tuviera cinco generaciones de sordera en su familia y así lograron que su hijo Gavin naciera sordo. Es muy común sentirnos incómodos con casos como estos. No solo con los padres que voluntariamente inducen un defecto físico en el hijo, sino también con aquellos que están dispuestos a alterarse a sí mismos y a sus hijos genéticamente para que sean mejores. Y, sin embargo, los conceptos con los que tradicionalmente operamos para resolver estos problemas no son suficientes. Si el padre golpea al hijo hasta dejarlo sordo, consideramos eso un atentado particularmente grave a su derecho fundamental a la integridad física. No obstante, en los casos de alteración genética que mencionamos, dichas instituciones no se aplican: no puede decirse que haya una lesión a algún derecho fundamental del hijo del tipo vida, integridad, autonomía, etc. En el caso de la pareja de mujeres que forzó la sordera del hijo de una de ellas, no hay propiamente un atentado a la integridad del hijo: no es que hubiera estado sano y ahora, por una intervención de la madre, hubiera visto deteriorado sus órganos. Tampoco es un atentado a la autonomía, pues no se le privó en realidad de ninguna opción: ninguno de nosotros pudo elegir sus defectos físicos. ¿Qué hay de malo en que estos sean elegidos por los padres, en vez de por la lotería natural? Estos problemas son analizados en The Case against Perfection , el último libro del profesor de Harvard, Michael Sandel, publicado en mayo de este año por Harvard University Press. Sandel, quien fuera miembro del Consejo de Bioética de la Presidencia de EE.UU., aborda el asunto con plena conciencia de que muchos de los nuevos desafíos bioéticos requieren de soluciones que escapan a nuestra manera tradicional de resolver los problemas normativos, generalmente recurriendo al aparataje conceptual de los derechos subjetivos. El libro, nacido de un ensayo publicado en The Atlantic Monthly , ofrece una perspectiva nueva para enfrentar problemas nuevos. Sandel sostiene que alterar voluntariamente nuestra naturaleza y la de nuestros hijos implica cerrarse a la dimensión de lo dado ( giftedness ), esa convicción de que no todo depende de nosotros y que nuestro lugar en el mundo es más bien modesto, lo que implica una actitud de respeto y contemplación frente a ciertas cosas. El cerrarse a lo dado implica un cambio de actitud que puede perjudicar notablemente nuestros sentimientos de solidaridad para con los menos favorecidos (empezamos a asumir que, en último término, es culpa de ellos o de sus padres no tener talentos, salud, capacidades físicas, etc.), aumentar nuestra responsabilidad a niveles intolerables (pues comenzamos a ser responsables de nuestras propias capacidades y de las de nuestros hijos; se produce una carga de elecciones intolerable), y perjudicar las bases fundamentales de la humildad (al abandonar la plena convicción de que nuestros talentos no son obra nuestra). Asimismo, para Sandel la alteración genética de los hijos a petición de los padres desfigura la relación paternal, privándolos de la humanidad de trato que puede cultivar una apertura a lo dado: el amor de transformación (el deseo de querer que nuestros hijos sean mejores) se exacerba al nivel de opacar al amor de aceptación, y por lo tanto, ese elemento propio del amor de los padres por el cual quieren al hijo tal como es. En el contexto de los deportes, la alteración de las facultades naturales de los atletas por medios artificiales (aunque no sean genéticas, por ejemplo, a través de drogas que permitan mejorar el rendimiento) atenta contra el mismo sentido del deporte: el cultivo y celebración de ciertos talentos y virtudes. Es interesante este nuevo concepto que introduce Sandel en la discusión bioética. La apertura a lo dado nos ilustra la mejor manera de entender nuestro papel en el mundo y nos ayuda a entender que tenemos límites y debemos respetarlos, pues no todo lo que conocemos está ahí para ser transformado por nuestra voluntad. Hay cosas que no se deben modelar, sino solo contemplar. Esta actitud colabora en la aplicación coherente de los derechos humanos. El día en que escribo estas líneas, el diario The New York Times dedica su editorial al llamado Doctor Muerte, Jack Kevorkian, recientemente liberado en junio tras 8 años de prisión por homicidio. Kevorkian se hizo famoso por aplicar técnicas de suicidio asistido y eutanasia en Estados Unidos (país en que dichas técnicas se encuentran prohibidas en casi todos los estados), afirmando haber ayudado a morir a más de 130 personas. Hoy en día Kevorkian es uno de los defensores más fuertes del llamado derecho al suicidio asistido y a la eutanasia. ¿Cuál debe ser nuestra actitud frente al dolor y miseria que acompañan a veces los últimos momentos de la vida humana? Para Kevorkian, la alternativa correcta, moralmente correcta, consiste en inducir la muerte. Terminar con el dolor matando al adolorido. No está solo en su postura. Muchos de los que abogan por la despenalización de la eutanasia lo hacen basados en el derecho que tiene toda persona a optar si desea vivir o morir. ¿Qué justificaría un límite a su libertad? Desde la óptica de los derechos fundamentales se han dado argumentos en contra de estas posturas (notablemente, el libro de Neil Gorsuch, The Future of Assisted Suicide and Euthanasia, publicado por Princeton University Press el año pasado). Sin embargo, las ideas de Sandel aportan algunas visiones frescas que permiten iluminar mejor el debate. La vida humana ¿es algo de lo que deberíamos disponer? ¿Es de esas cosas que debemos apreciar, contemplar, respetar, o de aquellas que podemos modelar, transformar, intervenir? Ya mencionamos que cerrarnos a la dimensión de lo dado, de que no podemos disponer de todo, resiente tres elementos esenciales de la vida en sociedad: la responsabilidad, la humildad y la solidaridad. Sandel menciona esto a partir de los avances en ingeniería genética, pero reconoce que estos conceptos son aplicables a otras conductas de la vida en sociedad (como por ejemplo, al hyperparenting ). También, creo, se aplican bien al debate sobre el fin de la vida humana. Por ejemplo, desde la perspectiva de la responsabilidad, si aceptamos que cualquiera puede disponer de su propia vida ¿no estamos creando una carga de elección muy fuerte contra los más débiles de la sociedad? Sandel habla del reproche que sienten algunos beisbolistas de parte de sus compañeros por no consumir drogas que aumenten su rendimiento al salir a jugar. Las técnicas de mejoramiento de nuestra naturaleza generan presiones y responsabilidades, no solo en quienes deciden aprovecharlas, sino también en quienes deciden no hacerlo. Lo mismo ocurre con la eutanasia y el suicidio asistido: un anciano enfermo que genera costos médicos a su familia, en un país en que la eutanasia y el suicidio asistido están permitidos, ¿no siente una presión por desaparecer y dejar de ser una carga? La humildad también se ve afectada, pues ¿no se resiente cuando nos sentimos como sociedad dueños de la vida y de la muerte? Y la solidaridad ¿no se pervierte cuando en vez de ofrecer al desvalido nuestro cariño y cuidado, le ofrecemos la muerte? Al final del día una actitud de respeto y autolimitación parece ser una de las condiciones necesarias para el florecimiento de varios de los bienes humanos, también de aquellos protegidos por los derechos fundamentales. Por el contrario, donde ciertos valores básicos son trivializados (por la cultura o la legislación), entonces la amenaza a los derechos humanos está latente y cada atentado es más fácil que el anterior, pues de a poco nos insensibilizamos frente a la vulneración de ciertas cosas importantes que deberíamos respetar. Si volvemos al caso de la eutanasia, las estadísticas de la situación en Holanda ilustrarán mejor nuestro punto: los informes Remmelink del Gobierno holandés demuestran que entre el año 1990 y 1995 aumentó el número de eutanasias de 2.300 a 3.120 y el de suicidios asistidos de 400 a 540. Si bien es cierto que el último informe Remmelink de 2003 indica un aumento menor de la cantidad de eutanasias, también es cierto que el informe no considera como eutanasia los casos en que los doctores asignan al paciente una cantidad de calmantes superior a la normal con el fin de acelerar la muerte, práctica que, según estudios de este año, es cada vez más común entre los médicos holandeses. Por lo demás, queda establecido que los números han aumentado desde antes de la legislación considerablemente. Asimismo, ha aumentado el número de médicos dispuestos a realizar una eutanasia. Estos datos, entre muchos otros, son un ejemplo de cómo una vez que cruzamos ciertas líneas nos hacemos más propensos a cruzarlas de nuevo y de nuevo, hasta que las fronteras se vuelven difusas. Lo mismo ocurre en el caso de la investigación en células madres. Leon Kass, ex presidente del Consejo de Bioética de la Presidencia de EE.UU., ha dicho al respecto: Podemos iniciar una deshumanización del hombre, de cuyas consecuencias aún no somos conscientes. Por ejemplo, la investigación con células madre embrionarias: no es solo que se destruyan los embriones, es que además nosotros quienes los empleamos nos insensibilizamos, corrompemos y desnaturalizamos. Al igual que la eutanasia, la experimentación con embriones humanos está en las antípodas de una visión consciente de que el hombre no puede decidir sobre todo y que frente a algunas cosas debe guardar una actitud de respeto. No hacerlo afecta no solo a la víctima de nuestros comportamientos (al embrión o al enfermo que solicita la eutanasia), sino que también nos corrompe a nosotros mismos y las relaciones que cultivamos unos con otros en comunidad. A propósito de este debate sobre las células madres, Sandel aborda en el último capítulo de su libro el problema del estatuto moral del embrión humano. ¿Puede afirmarse que el embrión es persona? Según Sandel, esto no sería así, recurriendo a una argumentación por analogías y ejemplos provocativos, tales como la conocida analogía de la bellota y el roble: no se puede decir que una bellota sea lo mismo que un roble, aunque entre ambos exista un desarrollo continuo. Que se destruye una bellota no nos parece tan malo como que se destruye un roble. De la misma manera, dice Sandel, no se puede decir que entre un embrión y un ser humano (o persona, usa los términos indistintamente) haya la misma relación. No se puede ahondar aquí en este último punto, sin embargo procede hacer notar al respecto que Sandel no se hace cargo de las formas más fuertes de argumentación respecto del estatuto moral del embrión humano. Por un lado, hay que recordar que las tesis más fuertes que defienden la inviolabilidad moral del embrión, a mi juicio, no lo hacen sobre la base de que es una persona en potencia, ni sobre la base de que llegará a ser persona gradualmente de forma tal que es imposible trazar un límite. Las tesis se orientan a demostrar que el embrión humano es persona y esta calidad se debe atribuir a todos los individuos humanos desde su primer momento de existencia, esto es, la fecundación. De ahí que cuando Sandel afirma que la distinción entre personas actuales y personas potenciales no carece de relevancia moral, no está en estricto rigor refutando los argumentos más fuertes de quienes sostienen visiones distintas de las suyas respecto del estatuto moral del embrión humano. Por otro lado, la analogía del roble y la semilla ya ha sido desacreditada, a mi juicio adecuadamente, estableciendo que existe una diferencia central: hablamos de roble para referirnos exclusivamente a una etapa del desarrollo de cierto vegetal. Nadie afirma que haya una entidad distinta en un roble desarrollado que lo que fue cuando era solo una bellota. De esta manera, podríamos afirmar que un roble es la bellota desarrollada. Ahora, no le otorgamos a los robles (ni a las bellotas) un valor intrínseco y dignidad. Los valoramos por otras cosas: tal vez por su magnificencia o belleza. Por eso valoramos más un roble que una semilla de roble, y también valoramos más un roble grande que uno pequeño, y uno plenamente desarrollado que una pequeña mata de roble. Y por eso nos parece peor que se destruya un roble grande y desarrollado que una pequeña mata, y una mata que una bellota. Sin embargo, con los seres humanos ocurre precisamente lo contrario: independiente de su desarrollo físico (e inteligencia, talento, bondad, y otros criterios que podríamos agregar) consideramos que todos tienen el mismo valor intrínseco e igualdad. Así, si Sandel quiere realmente desacreditar esa postura y analogar la situación del embrión con la de la semilla, lo que debe hacer es establecer un criterio para definir la personalidad que permita excluir a los embriones, tal como el concepto roble desarrollado excluye a las bellotas. Sandel no defiende una postura de este tipo, aunque parece inclinarse por la idea de atribuir personalidad a los sintientes. Como sea, mientras no acompañe su postura de argumentos al respecto, su refutación de las tesis que afirman que el embrión es persona no son suficientes. |