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Ultima década

versão On-line ISSN 0718-2236

Ultima décad. vol.21 no.39 Santiago dez. 2013

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22362013000200004 

CONDICIONES JUVENILES CONTEMPORÁNEAS

 

Las Mujeres Jóvenes en México: ¿Estudian o Trabajan?

Jovens Mulheres no México: Estudam ou Trabalham?

Young Women in Mexico: They Study, or... they Work?

 

Yannet Paz Calderón* Guillermo Campos Ríos**

* Mexicana, Maestra en Economía por la Universidad de las Américas, Puebla, México. Profesora-Investigadora de la Universidad Tecnológica de la Mixteca, México. Estudiante de Doctorado en Economía Política del Desarrollo en el Centro de Estudios del Desarrollo Económico y Social (CEDES), Facultad de Economía BUAP, México. E-Mail: tennay1@hotmail.com.
** Mexicano, Doctor en Estudios Sociales por la UAM Iztapalapa. Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la BUAP, México. Docente del Programa de Economía Política del Desarrollo. Miembro del SNI, México. E-Mail: gcampos61@hotmail.com.


Resumen

La intensión de este documento es dar un panorama general del perfil de las mujeres jóvenes en México en términos laborales, de uso de tiempo y de salud reproductiva, buscando complementar esta descripción con un análisis desde el enfoque de género. Nuestra propuesta es considerar al género como un «orden simbólico» que impone a cada sexo determinados comportamientos que sustentan la construcción y organización de las relaciones sociales, no es casual que a la mujer le sean asignadas las labores domésticas, trabajo no remunerado pero importante para la reproducción de la fuerza de trabajo.

Palabras clave: género, juventud, uso del tiempo.


Resumo

Este artigo oferece uma visão geral do perfil de mulheres jovens no México em relação ao trabalho, uso do tempo e saúde reprodutiva, buscando completar esta descrição com uma análise sob a ótica das relações de gênero. Nossa proposta é situar o gênero como uma importante «ordem simbólica» que impõe a cada sexo determinados comportamentos que sustentam a construção e estrutura das relações sociais. Não é por acaso que à mulher seja designado o trabalho doméstico, trabalho não remunerado, mas importante para a reprodução da força de trabalho.

Palavras chave: gênero, juventude, uso do tempo.


Abstract

The intent of this document is to give an overview of the profile of young women in Mexico in terms of employment, time use and reproductive health, looking to supplement this description with an analysis from a gender perspective. Our proposal is to consider gender as a «symbolic order» imposed on gender specific behaviors that support the construction and organization of social relations, it is no coincidence that the woman may be assigned domestic work, unpaid work but important to the reproduction of the labor force.

Key words: gender, youth, time use.


 

1. Introducción

La pregunta tópica ¿estudias o trabajas? es una fórmula —casi inminentemente masculina— para «romper el hielo» cuando se desea entrar en contacto con alguien, principalmente con una mujer, este cuestionamiento abre un caudal completo de relaciones sociales entre hombres y mujeres. ¿Estudias, o... trabajas? es una pregunta clave que encierra un cúmulo de significados sobre la mirada masculina y la ubicación que se hace de una mujer a partir de la respuesta que da, la cual dependerá de los roles que históricamente le han sido asignados a las mujeres. Si la mujer interrogada trabaja, los dispositivos simbólicos de acción social son unos y si estudia, son otros muy distintos.

Actualmente el término de género se ha difundido ampliamente en la sociedad y al parecer el discurso de la igualdad entre hombres y mujeres se ha asumido como necesario y verdadero; sin embargo, en los hechos las desigualdades persisten.

Históricamente las diferencias de género han tenido su origen en la división sexual de las actividades laborales, donde a la mujer se le han asignado las tareas relacionadas con la reproducción doméstica, trabajo que no es remunerado y que naturaliza en ellas una responsabilidad y obligación que parecen innatas.

Todo esto ha hecho que los proyectos de vida y las identidades sean diferentes para ambos sexos y ha «sustentado» la asignación desigual del poder. Si bien se han dado importantes avances en materia de igualdad y reconocimiento de los derechos de las mujeres, aún hay mucho por hacer. La mayoría de las mujeres en México siguen llevando sobre sus hombros la responsabilidad de cuidar y organizar las actividades relacionadas con la reproducción familiar; además, muchas de ellas tienen que combinar esta actividad con el trabajo remunerado para poder sostener económicamente a sus familias cuando son jefas de hogar o apoyar el ingreso familiar cuando el de sus esposos, padres o hermanos no es suficiente.

Por lo tanto, consideramos que el enfoque de género es clave en la lectura de la realidad en las investigaciones sobre jóvenes y juventudes. La juventud es un concepto que requiere de contextualización, ya que, no es un universal desde donde podamos comprender las causas y manifestaciones del comportamiento juvenil, esto implicaría mirar no solo al interior de este grupo, también es importante vincularlo con la totalidad social y económica de la cual forma parte; además de tomar en cuenta la diversidad y heterogeneidad que existe entre los jóvenes, es imperativo reconocer que viven realidades diferentes, que enfrentan necesidades y retos diversos, dependiendo de las condiciones materiales y sociales en las que se encuentran cotidianamente, esto abre un amplio abanico de significaciones.

En este sentido, la pretensión de este documento es enfatizar la importancia del enfoque de género como dispositivo o herramienta para acercarse a la realidad que vive y enfrenta la mujer joven en México.

Cuando se habla de jóvenes y juventud comúnmente relacionamos estos conceptos con lo masculino, las mujeres jóvenes regularmente quedan olvidadas o su percepción es apenas borrosa. A través del género es posible visualizarlas en su dimensión cultural, social, biológica, psicológica e histórica.

De esta manera, nuestra primera propuesta es representar al género como «orden simbólico», que en el caso de las mujeres jóvenes se expresa a través de los distintos roles que desempeñan. En el ámbito familiar, por ejemplo, ese orden simbólico se materializa en el hecho de que las actividades domésticas las realicen preferentemente las mujeres jóvenes, lo que es una primera manifestación de una construcción y organización simbólica de las relaciones sociales.

El enfoque de género visto como orden simbólico, facilita un modo de decodificar el significado que está en el fondo de las relaciones sociales entre los sexos; es decir, tanto hombres como mujeres jóvenes comparten un mismo universo simbólico, donde la esfera masculina interactúa y coexiste junto con la esfera femenina.

El presente documento pretende destacar la importancia del género en el estudio y compresión de los comportamientos y características de la población femenina joven, para ello se analiza la situación laboral, el uso de tiempo y algunos aspectos relacionados con la salud reproductiva de las mujeres jóvenes en México.

 

2. Las Mujeres Jóvenes Desde el Enfoque de Género

Al hablar de juventud o de jóvenes comúnmente se tiende a hacer generalizaciones que no permiten ver la realidad que vive y enfrenta este sector de la población. El sentido común construye una percepción sobre los jóvenes que se centra en determinados estereotipos que les atribuyen características negativas, algunas veces se les ve como delincuentes e irresponsables.1 Sin embargo, en términos académicos e investigativos se han hecho contribuciones importantes tendientes a reconocer que existen diversas formas de ser joven, las que dependen del tiempo y del espacio en donde se desarrollan, pero también dependen del género.

Al referirnos a los jóvenes comúnmente relacionamos este concepto con lo masculino, las mujeres jóvenes regularmente pasan desapercibidas —pareciera que la juventud es unisex—. El concepto de juventud como tradicionalmente se maneja a través de la edad,2 no capta las diferencias en las dimensiones objetivas (el acceso a la educación, empleo y salud) y las simbólico-culturales (la dependencia económica y obediencia) que existen entre los sexos.

Es indiscutible que el concepto de juventud atraviesa por una línea muy delgada, pero no por ello menos importante: el género. Así como la juventud es una construcción social, lo es también el conjunto de comportamientos que corresponde a una joven mujer en contraste con los que le corresponde a un hombre joven.3 Esta diferencia en las actividades que se le asignan a cada sexo se manifiestan en las diversas desigualdades que las mujeres jóvenes deben enfrentar, como es el caso del acceso al empleo o que en ellas descansa la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidado que no es remunerado, pero que es muy importante en el proceso de reproducción capitalista. Por ejemplo, cada vez que se debate sobre temas económicos, sociales y políticos no se pone atención a las relaciones de género ni se cuestiona la manera en cómo estas subordinan a las mujeres jóvenes en particular.

Consideramos que al estudiar los diferentes temas que se relacionan con la juventud es necesario tomar en cuenta el enfoque de género como una herramienta que permita visualizar el conjunto de relaciones sociales y culturales que marcan diferencias en los roles que le corresponden realizar a los hombres y a las mujeres, dichos roles son una construcción social basada en las diferencias biológicas, pero moldeadas o determinadas por las instituciones económicas, sociales (familia, escuela), religiosas y políticas. A partir de esto se construyen las identidades femeninas y masculinas que dan lugar a relaciones desiguales entre los sexos, donde históricamente a la mujer se le ha ubicado en el espacio privado y al hombre en el público (Polo, 2007; Carrasquer, 1997; Elizalde, 2004; Ariza y Oliveira, 2000; Jiménez, 2007).

Lo anterior se resume en la definición que Scott hace del género, señala que esta categoría está integrada por dos elementos interrelacionados y cuatro subpartes: «El núcleo de la definición reposa sobre una conexión integral entre dos proposiciones: el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder» (Scott, 1996). Las cuatro subpartes que menciona son las siguientes: i) los símbolos y mitos culturales que hacen referencia a múltiples interrelaciones, Eva y María, luz y obscuridad, orden y caos; ii) conceptos normativos (religión, ciencia, leyes, política) que «ayudan» a dar significado a esos símbolos y mitos; iii) instituciones sociales como la familia, el sistema educativo y laboral, y la estructura política establecen las relaciones de género; y iv) la identidad subjetiva de los géneros (Scott, 1996).

Esta definición de Scott nos inclina a considerar que el género puede ser comprendido como un orden simbólico compuesto por un conjunto de ideas, normas, valores, prejuicios, deberes, interpretaciones y prohibiciones que enmarcan la construcción de la identidad de hombres y mujeres, por lo tanto, los seres humanos «se hacen» mujeres u hombres según las representaciones culturales que los rigen.

Otro aspecto importante a destacar del análisis de scott (1996) es la relación que establece entre género y poder, señala que el control diferencial sobre los recursos materiales y simbólicos conducen a una construcción de género impregnada por distintos niveles y tipos de poder. Scott (1996) cita a Bourdieu quien «ha escrito sobre cómo la «división del mundo», basada en referencias a «las diferencias biológicas y sobre todo a las que se refieren a la división del trabajo de procreación y reproducción», actúa como «la mejor fundada de las ilusiones colectivas», establecidos como conjunto objetivo de referencias, los conceptos de género estructuran la percepción y la organización, concreta y simbólica, de toda la vida social», (Bourdieu, 1980 en Scott, 1996).

Como dice Lamas «[...] la definición de género o de perspectiva de género alude al orden simbólico con que una cultura dada elabora la diferencia sexual» (Lamas, 1996). Los estereotipos tradicionales construidos para ambos sexos han marcado a las mujeres desde la sexualidad —su capacidad de dar vida les impone la maternidad como algo crucial en su vida—, desde el trabajo no remunerado para otros que las condiciona para que desde pequeñas asuman roles de cuidado y actividades domésticas y desde su condición de «fragilidad física y emocional» que las hace dependientes por la supuesta necesidad que tienen de ser protegidas.

Dentro de estas ideas en que se han encasillado a las mujeres no caben muchas de las características que se le han atribuido a la juventud como la rebeldía, irresponsabilidad o que es una etapa de aprendizaje y transición, entre otras características que se identifican más con los jóvenes varones. En el discurso la juventud es definida como un «periodo de preparación para la adultez» más específicamente se supone que es un tiempo en que el joven adquiere las habilidades necesarias para incorporarse al ámbito productivo. Sin embargo, para muchos jóvenes esto no es así, ya que desde niños comienzan a laborar, a las niñas por ejemplo desde muy pequeñas se les asignan actividades y responsabilidades dentro del hogar,4 se asume como normal y natural el vínculo que hay entre lo femenino y el trabajo de reproducción, la mujer —sin importar su edad— debe «ejercitar esa capacidad innata» que tiene para cuidar de otros.

Por lo tanto, si queremos acercarnos a los jóvenes para entender sus comportamientos en los diferentes ámbitos en los que se desenvuelven es necesario considerar que en términos de género existen desigualdades en la manera de ser y actuar como mujer joven y como hombre joven. Además, habría que sumar al análisis, la clase social que condiciona el acceso y uso de recursos materiales, lo que a su vez dará origen a otro tipo de desigualdades entre hombres y mujeres. Aunque el objetivo de este documento es destacar la necesidad e importancia de considerar el género en los estudios de juventud, no podemos pasar por alto que las inequidades de género forman parte o son resultado de las estructuras sociales y económicas. Ariza y Oliveira, señalan que «el género y la clase constituyen dimensiones complementarias del proceso de estratificación social general, y deben ser analizadas sopesando la medida en que el cruce de ambas profundiza o disminuye la magnitud de la inequidad y que la combinación entre ambos criterios de diferenciación tiene consecuencias importantes para el panorama global de la desigualdad en una colectividad dada», (Ariza y Oliveira, 2000). Así, el género permite visualizar las diferentes maneras mediante las cuales cada cultura establece los roles femeninos y masculinos, y la relación que existe entre ambos.

El análisis de género relacionado con el concepto de juventud busca hacer visibles las diferencias que existen entre los hombres y mujeres jóvenes en los mercados de trabajo, en la distribución del trabajo no remunerado y en el acceso a la salud. Por lo tanto, cuando se hable de juventud será necesario considerar aspectos simbólicos como el uso del tiempo y la autonomía.

 

3. Mujeres Jóvenes en México: ¿Cuántas son y qué Hacen?

La población joven femenina en el país ha alcanzado una importancia significativa no solo por su cantidad sino por las características y necesidades que este sector tiene. Las mujeres jóvenes representan poco más de la mitad de la población comprendida entre los 12 y 29 años de edad. La tabla 1 permite tener una idea global de cómo se encuentra distribuida la participación de las mujeres de menor edad con respecto a su condición de actividad económica, no económica y ocupación.5 Los datos son importantes si consideramos que un porcentaje importante de ellas forma parte de la población no económicamente activa (aproximadamente el 70%), donde los estudios y las labores domésticas son las actividades principales de estas jóvenes; se observa que a medida que incrementa la edad van abandonando la escuela para dedicarse más a las actividades de reproducción familiar.

Tabla 1: Población femenina entre 12 y 29 años de edad, según condición de actividad, México, 2010.
Fuente: Elaboración propia con datos del Censo de Población y Vivienda 2010.

Esto tiene diversas explicaciones, la primera es que cuando la familia enfrenta problemas económicos otros miembros del hogar salen al mercado de trabajo, regularmente son los hijos varones mayores y las madres, por lo que las hijas tiene que dejar de estudiar para atender más responsabilidades dentro del hogar; la segunda es que después de los 20 años, la mayoría de las mujeres inician la vida en pareja y tienen hijos, lo que las «obliga» a quedarse en casa para encargarse de las tareas domésticas.

Socialmente se tiene la idea o la percepción de que el tiempo y la fuerza de trabajo de la mujer son flexibles y por lo tanto adaptables a las necesidades de su entorno. Si en el hogar hay un enfermo y necesita cuidados especiales y no hay recursos para contratarlos de manera privada, casi siempre se pensará en que sea una mujer la que se encargue de esa responsabilidad, si ella trabaja o estudia, podrá posponer los estudios por un tiempo y si trabaja y su salario es muy bajo comparado con los de otros miembros de la familia será ella quien deje el trabajo, el costo de oportunidad para el hogar es menor, en el corto plazo, si ella deja de trabajar o estudiar, al menos esa es la percepción en la familia.

Pareciera que en las mujeres las habilidades para cuidar a los demás son innatas, más adelante abordaremos el tema del uso del tiempo de las mujeres jóvenes y las implicaciones que esto tiene para ellas, algunos autores señalan que muchas mujeres en el mundo principalmente las de sectores populares, padecen «pobreza de tiempo», un concepto que si bien sigue desarrollándose, se ha utilizado para que «[...] identifique a la población en pobreza de tiempo y refleje las restricciones que le impone dedicarse a actividades de trabajo no remunerado durante largas horas, en particular a las mujeres, cuya autonomía e independencia son severamente afectadas por la división sexual del trabajo aún predominante, que les asigna las tareas domésticas y de cuidado de forma casi exclusiva» (Merino, 2010).

 

4. Mujeres Jóvenes en el Mercado de Trabajo

La incorporación de la población joven al mercado de trabajo tiene implicaciones distintas para cada sexo debido a las diferentes formas en que se han construido socialmente los roles que cada género debe realizar, donde la organización y mantenimiento del hogar recae sobre las mujeres. Por lo tanto, si a esta situación le sumamos que el empleo formal no ha crecido en la medida en que aumenta la demanda de trabajo, observamos que las oportunidades y condiciones para la incorporación al empleo (formal e informal) son muy diferentes para mujeres y hombres y más si son jóvenes.

Datos de INEGI indican que en el segundo trimestre de 2011 más de la mitad de la población joven estaba desocupada o buscaba empleo. Si tomamos en cuenta el sexo, 69.6% eran varones y 30.4% mujeres. Las mujeres han padecido una desocupación más elevada que los hombres, siendo el intervalo de entre 20 y 29 años el grupo de edad donde se concentran este desempleo para las mujeres (INEGI, 2012).

En los adolescentes entre 15 y 19 años, la tasa de participación económica es de un 33.7%, en tanto que entre los jóvenes de 25 y 29 años aumenta hasta un 72.6%. La desocupación afecta más a la población soltera masculina, esto puede explicarse porque el tener una pareja e hijos implica una mayor responsabilidad tanto al interior como al exterior del hogar, por lo que muchos jóvenes que se encuentran en esta situación están más inclinados a aceptar las condiciones precarias de empleo que encuentran en el mercado (INEGI, 2012).

El mercado laboral es otro espacio donde se materializan y se acentúan las diferencias de género, el ámbito laboral caótico y lleno de incertidumbre marca distinciones entre los jóvenes, ya que no son las mismas oportunidades que se abren para hombres y mujeres. En general, el mercado laboral es sumamente frágil para todos los jóvenes, pero lo es más para las mujeres, los varones pueden participar en casi todo tipo de actividad productiva, en cambio, ellas desempeñan principalmente tareas «relacionadas con la condición femenina de cuidado y apoyo en actividades domésticas». Para el caso de las mujeres jóvenes de sectores populares es muy común que realicen trabajos domésticos en otras casas, para aquellas que tienen un mayor nivel de preparación las opciones laborales están relacionadas con la educación, salud, turismo y comercio; es decir, actividades de cuidado. Fuera del hogar se sigue reproduciendo el rol «natural» que a la mujer se la ha impuesto como responsable de las actividades de reproducción.6

Ahora, si miramos la situación de las mujeres jóvenes que se encuentran en el mercado de trabajo remunerado, esta no es muy alentadora, existen graves desigualdades en la remuneración y características de las actividades productivas que ellas realizan. En general, la población joven tiene serias desventajas cuando se incorpora a edad temprana al mercado laboral, la principal son los bajos salarios que reciben; sin embargo, a medida que incrementan los niveles de ingresos las diferencias entre las remuneraciones aumentan entre hombres y mujeres. Cuando el intervalo de percepción de salarios mínimos va de cero hasta dos salarios mínimos la diferencia por sexo es muy pequeña, pero cuando este rango salarial va de más de dos salarios mínimos hasta cinco salarios, la diferencia de ingresos entre ambos sexos es notable7 (CONAPO, 2010). Esta situación puede tener origen en una inserción laboral femenina menos ventajosa en términos del sector y la posición en que se emplean, así como su nivel educativo, aproximadamente el 47% de las jóvenes son comerciantes o trabajadoras en servicio personales,8 (INEGI, 2012). En relación a su posición laboral tanto hombres como mujeres tienen una presencia considerable como empleados subordinados y remunerados (77%); por otro lado, las mujeres tienen una mayor presencia relativa entre los trabajadores por cuenta propia y sin pago (8.2% y 15.4% respectivamente)9 (CONAPO, 2010).

El rol socialmente asignado a las mujeres es el de responsabilizarse de las tareas domésticas y del cuidado de niños, ancianos y enfermos; sin embargo, actualmente se ha acentuado el desplazamiento de estas actividades realizadas en el ámbito privado al ámbito productivo; es decir, en el trabajo remunerado se sigue perpetuando las condición de proveedora de trabajo doméstico y de cuidado de niños, ancianos y enfermos.

Una característica más de las condiciones que las mujeres jóvenes enfrentan en el mercado de trabajo es que gran parte de ellas se encuentran laborando de manera informal, donde la vulnerabilidad que enfrentan es cada vez más grande ya que en estas condiciones no reciben pagos fijos ni prestación alguna. Aunque no hay datos precisos sobre la población femenina joven en la informalidad se puede deducir, en base a los datos presentados para la población joven en este sector, que existe una presencia importante de mujeres jóvenes en estas actividades productivas.10

Las trayectorias laborales de las jóvenes van de la mano de la situación que ellas viven dentro del hogar, las necesidades que en éste se presenten influirán en las formas y los tiempos en los que se incorporen al mercado trabajo, y de la propia dinámica de su ciclo de vida, si deciden vivir con alguien a temprana edad o si se embarazan, esto también marcara las características y condiciones en las que dividan su tiempo entre el trabajo no remunerado y remunerado.

Las mujeres representan un recurso humano indispensable para la reproducción de la fuerza de trabajo, además en situaciones de emergencia económica familiar la mano de obra femenina constituye un apoyo importante, pueden realizar más tareas dentro del hogar para que otros miembros puedan trabajar o ellas mismas salen al mercado laboral. Podríamos decir que la población joven femenina forma parte de un ejército industrial de reserva cuya incorporación al mercado laboral depende en gran medida de las fluctuaciones de la actividad económica, esto provoca que este grupo poblacional sea más vulnerable ante las condiciones precarias que presenta un espacio laboral contraído, también es una fuerza laboral de reserva doméstica en el sentido de que se puede disponer de ella en cualquier momento. El trabajo femenino en general es flexible y adaptable a su entorno, esta es una idea y una práctica que se han construido históricamente y que las mujeres han aceptado como natural.

A pesar de que cada vez son más las mujeres que conquistan nuevos espacios laborales y muchas de ellas logran empleos bien remunerados y en buenas condiciones, aún existe un número importante de ellas como las de menor edad que viven en las condiciones que hemos descrito en este apartado, principalmente las de sectores populares.

 

5. El Uso del Tiempo Femenino y el Trabajo Doméstico

En cuanto al tiempo que tanto mujeres como hombres jóvenes dedican a las actividades cotidianas —que incluyen el trabajo doméstico— y al trabajo remunerado se observa que desde edades tempranas las mujeres se van relacionando de manera desproporcionada con el trabajo no remunerado, esto las coloca en una fuerte desventaja frente a los hombres jóvenes debido a que ellas tienden a repartir su tiempo en varias actividades que incluyen necesariamente el trabajo doméstico, que no es reconocido como una actividad productiva e importante para la reproducción de la fuerza de trabajo que el sistema económico necesita.

Dado lo anterior, consideramos que es importante incluir en los análisis de juventud el uso del tiempo a través del enfoque de género, ya que esto permitirá visualizar desde otro ángulo las desigualdades que afectan los derechos y la autonomía de las jóvenes.

En 2006, una investigación del Banco Mundial sobre género, uso del tiempo y pobreza en África realizada por Blackden y Wodon, identificaron la «escasez de tiempo» como un factor que acentúa la pobreza. Cuando una persona no tiene el tiempo suficiente para poder realizar todas las actividades —domésticas, productivas, de cuidado a familiares, educativas, recreativas, etcétera— de las que debe de hacerse cargo entonces tiene que «decidir» cuáles atenderá y cuáles no. Esta decisión no es del todo libre ni autónoma especialmente cuando las personas son mujeres jóvenes de estratos bajos, donde por cuestiones culturales, sociales y económicos en ellas descansa «la responsabilidad natural» de hacerse cargo del trabajo doméstico no remunerado, por lo que una vez que han asignado determinadas horas a esta actividad el resto del tiempo lo podrán utilizar en el trabajo remunerado y otras actividades personales, la manera de distribuir el tiempo incide de manera importante en el bienestar de las personas, (Merino, 2010).

De esta manera, como lo plantea Gammage: «La escasez de tiempo afecta las capacidades y el funcionamiento presente y futuro de las personas, pues limita sus posibilidades de descanso, disfrute del tiempo de ocio y de recreo, o para invertirlo en la expansión de sus capacidades y oportunidades mediante la educación formal. La privación de tiempo puede contribuir al desgaste del capital humano, el debilitamiento de la salud y en consecuencia al quebranto del bienestar (Gammage, 2009 en Merino, 2010). De acuerdo a la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT) 2009, la participación de las jóvenes en el trabajo reproductivo o doméstico/familiar es mayor que la participación de los jóvenes; donde la mayor diferencia se da en el número de horas en que se realiza este trabajo: las mujeres entre 12 y 19 años dedican en promedio 20.5 horas a la semana en las actividades del trabajo doméstico no remunerado11 y las mujeres entre 20 y 29 años ocupan 33.9 horas a estas actividades, la diferencia con los hombres es de 7.2 y 18.1, respectivamente12 (INEGI e INMUJERES, 2012).

El tiempo que se dedica al trabajo no remunerado incrementa a medida que aumenta la edad y número de hijos o menores de edad que haya en el hogar, asimismo si las mujeres viven con su pareja también incrementa el tiempo que ellas dedican al cuidado del hogar. Las mujeres más jóvenes (entre 12 y 19 años) destinan menos horas a este tipo de trabajo a diferencia de quienes se ubican en grupos de edad subsecuente (entre 20 y 29 años), el nivel más alto de tiempo destinado a estas actividades se alcanza entre los 30 y 40 años.

Al analizar el uso del tiempo considerando el género y distintos grupos de edad, encontramos que las mujeres de entre 12 y 19 años tienden a combinar más el estudio con las labores de reproducción familiar, aunque poco menos de la mitad de este grupo poblacional comienza a abandonar la escuela alrededor de los 15 años.

Una situación que para las mujeres jóvenes propicia que le dediquen más tiempo a las labores domésticas en lugar del tiempo dedicado al estudio, al trabajo remunerado e incluso al tiempo para cuidados personales, es su estado civil, número de hijos y las condiciones económicas adversas.

 

6. Algunos Aspectos Relacionados con la Salud Reproductiva de las Mujeres Jóvenes

Pareciera que los jóvenes al estar en una etapa de vigor y entereza física no tendrían ningún tipo de problema relacionado con su salud; sin embargo esto no es así, y mucho menos cuando hacemos la distinción entre hombres y mujeres, ya que cada uno presenta características específicas en cuanto a enfermedades y mortalidad, características que indudablemente están influidas por el género y la estructura social y económica del país.

En el caso de las mujeres jóvenes, los padecimientos obstétricos y los partos son las principales causas de morbilidad hospitalaria. El inicio de una vida sexual activa a una edad cada vez más temprana conlleva diversas consecuencias en el corto y largo plazo en la vida de las mujeres. Un embarazo no planeado para una mujer muy joven tiene diversas consecuencias, desde el riesgo por las posibles complicaciones durante la gestación y el alumbramiento13 —que se acentúan si ellas no tienen acceso a una atención médica adecuada—, hasta todos los cambios que se dan en varios aspectos de su vida cotidiana, tal vez tenga que dejar sus estudios para hacerse cargo de su hijo o bien pueda combinar trabajo remunerado, estudio y labores domésticas, o la única opción que tenga sea dedicarse a las actividades de reproducción familiar.

En cuanto al uso, disponibilidad, acceso y conocimiento de métodos anticonceptivos, se observa que a pesar de que existe mayor difusión de los mismos, esto no ha tenido el impacto esperado. De acuerdo a la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID) 2009, 61.8% de las adolescentes entre 15 y 19 años sexualmente activas, declaró no haber usado un método anticonceptivo durante su primera relación sexual; en las jóvenes entre 25 y 29 años esta proporción aumenta a 75% (INEGI y CONAPO, 2010).

Tal como Stern (2007) lo señala en su investigación acerca de papel que juegan los estereotipos de género en el inicio de la vida sexual de los jóvenes, el autor analiza la interacción que existe entre género, sexualidad y embarazo en jóvenes de tres diferentes estratos sociales, con respecto a los que pertenecen al sector marginal urbano, llega a las siguientes conclusiones: i) «[...] el estereotipo masculino presenta al varón como un individuo audaz y arriesgado, listo para transgredir los límites, no sólo en el terreno de la sexualidad, sino también en otras prácticas; todo en aras de confirmar públicamente que se es un hombre verdadero. Por esta razón, no contempla la posibilidad de utilizar medidas preventivas en sus prácticas sexuales» (Stern, 2007); ii) «[...] la maternidad, es una forma rápida de obtener reconocimiento y de garantizarse un lugar en la familia y la comunidad. De hecho, las niñas y las jóvenes parecen estar confinadas a un limbo de donde solo pueden salir cuando adquieren el estado de la maternidad. A partir de ese momento, ganan respeto de y para sí mismas [...] para la chica significa, en la mayoría de los casos, escapar de una situación desventajosa en su hogar y/o comenzar su propia vida, siguiendo una trayectoria frente a la cual pareciera no haber opciones más atractivas» (Stern, 2007).14

Un estudio que realizó Norma Ojeda, investigadora del Colegio de la Frontera Norte, encontró que las mujeres jóvenes en Tijuana, México están a favor de la unión libre no solo por ser una manera «fácil» de separarse en caso de que la relación no funcione, también porque socialmente es mejor ser madre sin importar su estado civil, (Heras, 2013). Muchas mujeres consideran que en al ámbito sociopolítico no son importantes por lo que el rol de madre es una forma de ser reconocida.

Dentro del imaginario social se ha creado la idea de que las mujeres solo encuentran sentido a su vida cuando son madres. «El eje estructurante de la identidad femenina radica en la maternidad [...]. Las mujeres no pueden ser sujetos como mujeres sino solamente como madres. Están despojadas del poder público porque su existencia no está basada en un contrato social sino en un contrato emocional [...]. Ellas no pueden vivir por sí mismas sino que viven para los demás. Esta definición considera que la mujer no depende del orden contrac-tualista de la sociedad, sino del orden natural de la familia [...]. Reconocerla como individuo autónomo significaba desnaturalizarla y separarla del orden familiar» (Asakura, 2004).

Todo lo anterior pone al descubierto que no solo se debe incrementar la cobertura de servicios de salud pública sino que debe haber un diseño y aplicación de políticas reproductivas y de salud sexual acordes a las distintas necesidades y requerimientos de las mujeres y hombres jóvenes. Es indispensable tomar en cuenta el género y los contextos en los cuáles los jóvenes se desenvuelven, porque de ello dependen sus comportamientos, significados y prácticas sexuales.

 

7. Reflexiones Finales

El presente documento ha tenido como objetivo principal dar un panorama general del perfil de las mujeres jóvenes en México en términos laborales, de uso de tiempo y de salud reproductiva, buscando complementar esta descripción con un análisis desde el enfoque de género, para evidenciar la importancia que tienen la categoría de género en la comprensión de la situación que viven las mujeres jóvenes.

La situación de desventaja que enfrentan las mujeres jóvenes —principalmente las de sectores pobres—, es resultado tanto de las desigualdades económicas provocadas por el propio funcionamiento del sistema capitalista como de las desigualdades simbólicas que se construyen socialmente. Desde que nacen a las mujeres se les asignan y exigen determinados comportamientos encaminados a moldear un perfil femenino que se corresponda con lo que socialmente se espera que sea una mujer, por lo que este proceso se torna sumamente complejo porque se ven sometidas a una larga lista de exigencias que entran en contradicción porque algunas corresponde a lo tradicional como ser madres y esposas, y otras a lo moderno como estudiar y ser exitosas.

A pesar de que queda mucho por reflexionar, el aporte de este trabajo es mostrar evidencia de la importancia que tiene el hacer un análisis diferenciado por género en las investigaciones sobre juventud. Al igual que a las mujeres jóvenes se les imponen determinados comportamientos y formas de ser, a los jóvenes varones también, cada sexo reacciona y resuelve su vida de acuerdo a la carga simbólica y cultural que recibe de los adultos.

Es necesario que las investigaciones sobre juventud consideren esa diferenciación que existe entre los roles masculinos y femeninos para poder en primer lugar, entender sus formas de vivir y enfrentar el mundo, en segundo lugar, se evitaría hacer generalizaciones y afirmaciones con respecto a lo que es juventud, no es una situación poco importante el hecho de que más de la mitad de los jóvenes ninis sean mujeres que se dediquen en su mayoría al trabajo doméstico, entonces, no es que no estén haciendo nada —ese se piensa de estos jóvenes que no estudian ni trabajar—, al contrario están realizando una actividad necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo; sin embargo, esta actividad no es reconocida ni valorada. En tercer lugar, es imperativo que la construcción de políticas públicas considere no sólo el entorno económico y social en el cual se desenvuelven los jóvenes, sino también los diferentes aspectos que tienen que ver con el género y la juventud, en la medida que se logre esto será posible disminuir las desigualdades entre los y las jóvenes.

 

México, agosto 2013.

 

Notas

1 Por ejemplo, el calificativo de 'NiNi' ha sido creado para señalar a aquellas personas de edad joven que no estudian ni trabajan, pero de igual manera, ha servido para agregarles características negativas. Se piensa que una persona dentro de esta definición es floja, irresponsable, delincuente e ignorante porque se asume que «deciden libremente» no trabajar ni estudiar. Este término da una connotación negativa, porque no refleja el carácter dinámico y multidimensional del fenómeno.

2 «Desde el sentido común, cuando decimos joven pensamos en alguien cuya particularidad está definida por su edad. Además, esa edad lo ubica, mecánicamente, en un supuesto «período de transición natural y lineal» mediante el cual pasa de una condición de niño a adulto. El joven es reducido idealmente a un momento temporal y frágil de la vida. Para el conteo estadístico es solo un dato que se ubica en el periodo de transición definido solo por la edad» (Paz y Campos, 2012:1).

3 Ejemplo de ello es el estudio que Blázquez (2010) realiza a través del análisis de un tipo de ataque en el rostro con armas cortopunzantes entre las mujeres jóvenes de sectores populares de Argentina. El autor menciona que este tipo de agresión está determinada por la dimensión de género y clase; sin embargo, las autoridades clasifican o definen este fenómeno como «violencia escolar», sin detenerse a mirar que es una situación particular de las jóvenes mujeres y que merece una atención desde la perspectiva de género. El autor comenta «La cortada de rostro entre mujeres jóvenes, que pareciera no dejar de repetirse pese a la preocupación estatal, sería una de las performances a través de las cuales las adolescentes materializan (en) sus cuerpos formas de clasificación social que (re)hacen performativamente género y clase» (Blázquez, 2010).

4 En México hacia el 2011, había aproximadamente tres millones de niños, niñas y adolescentes entre 5 y 17 años ocupados, de ellos el 4.1% se dedicaba a servicios domésticos (trabajadores domésticos ocupados en hogares de un tercero o empleador, y que pueden ser o no remunerados, en esta clasificación se excluye a la población que solamente realiza quehaceres domésticos en su propio hogar) y aproximadamente en 8 de cada 10 casos se trata de niñas y adolescentes. Además, 7 de cada 10 niños entre 5 y 17 años no ocupados realizan quehaceres domésticos en sus hogares y aunque la mayoría de ellos (87.4%) dedica menos de 15 horas a la semana a estas actividades, llama la atención de que el 11.4% dedica 15 y más horas, siendo este porcentaje más alto en las niñas y las adolescentes en comparación con los niños y adolescentes (16.6% y 5.0%, respectivamente), (INEGI, 2013).

5 La población económicamente activa se define como las personas que durante el periodo de referencia realizaron o tuvieron una actividad económica (población ocupada) o buscaron activamente realizar una en algún momento del mes anterior al día de la entrevista (población desocupada). La población no económicamente activa son todas aquellas personas que en el periodo de referencia no participaron en actividades económicas, ni eran parte de la población desocupada.

6 Incluso en el ámbito delictivo a las mujeres les corresponde realizar las tareas de cuidado: «El secuestro es el delito con mayor cantidad de mujeres involucradas de manera secundaria; no son ladronas o asesinas sino que los plagios los cometen el esposo, el suegro, el novio o los hijos; ellas solo se ocupan regularmente de la logística... se ocupan de alimentar o darle las medicinas a las víctimas, de cuidarlas, reproducen el modelo femenino de atención familiar, pero enfocado al delito; juegan un rol tradicionalista... la edad promedio que tienen estas mujeres cuando son detenidas es de 31 años» (Heras, 2013).

7 El 60% de los jóvenes ocupados reciben menos dos salarios mínimos y 80% menos de tres salarios mínimos (CONAPO, 2010).

8 Los trabajadores clasificados en este grupo prestan servicios personales al público: atención de clientes en restaurantes, cafeterías, hospedaje; los que realizan la limpieza y planchado de ropa, cortinas, sábanas, etcétera, en tintorerías y lavanderías; los que abren y cierran puertas de acceso, los que controlan el funcionamiento de elevadores, y los que realizan los servicios de limpieza de oficinas, hospitales, escuelas y parques públicos, entre otras ocupaciones.

9 En cuanto a los jóvenes que trabajan sin recibir ningún pago, se observa que los que se encuentran entre 15 y 19 años tienen una presencia estratégica importante en la sobrevivencia de los hogares, el 25.1% de ellos laboran sin pago, (CONAPO, 2010).

10 En el tercer trimestre de 2012, la población en la informalidad ascendió a 29.3 millones de personas. De los cuales 38.7% eran mujeres. Al considerar la edad de la población ocupada en condiciones de empleo informal en el tercer trimestre de 2012, 6.9 millones (23.5%) tenían entre 14 y 24 años y al referir a estas personas con el total de ocupados de su grupo específico de edad, se destaca la situación de desprotección laboral de los jóvenes, pues el 71.6% de los ocupados entre 14 y 24 años formó parte del empleo informal (INEGI, 2012).

11 Este tipo de trabajo incluye las siguientes actividades: preparación y servicios de alimentos para los integrantes del hogar; limpieza de la vivienda; limpieza y cuidado de ropa; mantenimiento, instalación y reparaciones a la vivienda o a los bienes del hogar; compras para los integrantes del hogar; pagos y trámites de los integrantes del hogar; y administración del hogar.

12 En la ENUT, la referencia de horas que se toma para hacer sus estadísticas es la que señala que a la semana cada persona dispone de 168 horas, donde 77 horas a la semana se utilizan para satisfacer necesidades fisiológicas como dormir, comer, descansar y arreglo personal. Sin embargo, la suma de horas que cada persona dedica a la semana a las diferentes actividades puede pasar las 168 debido a que algunas actividades se realizan de manera simultánea. En México, 98% de las mujeres entre 16 y 64 años llevan a cabo quehaceres del hogar y 83% actividades de cuidados no remunerados, por ejemplo, para la preparación y servicio de alimentos poco más de nueve de cada diez mujeres le dedican tiempo a esta actividad, que contrasta con los poco más de cinco de cada diez hombres que lo hacen. Proporción similar se observa en la tasa de participación en la limpieza del hogar, que es de nueve de cada diez mujeres y seis de cada diez hombres (INEGI e INMUJERES, 2012).

13 INEGI indica que del total de las muertes maternas en el 2010, más de la mitad acurre entre los 15 y 19 años de edad (INEGI, 2012).

14 Las mujeres jóvenes de sectores marginados urbanos «reciben fuertes presiones sociales cuando llegan a cierta edad —alrededor de los dieciocho años— sin una pareja o sin un hijo. Por lo que un embarazo a los dieciséis o diecisiete años, una unión consensual y la maternidad —eventos que tienden a ocurrir en ese orden— se adecuan a las expectativas más importantes de una mujer joven de este sector y, con mucha frecuencia, también significan la posibilidad de escapar de una posición desventajosa en su familia de origen» (Stern, 2007).

 

Referencias Bibliográficas

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Recibido: octubre 2013; Aceptado: diciembre 2013.