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versión On-line ISSN 0718-2236
Ultima décad. v.18 n.32 Santiago jul. 2010
http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22362010000100009
Última Década, 32, 2010:159-171
SUBJETIVIDADES JUVENILES
Jóvenes chilenos y construcción socioimaginaria del Ser-Otro Mujer
Os jovens chilenos e a construçãosocioimaginária do Ser-Outro Mulher
Chilean youth and the construction of the socio-image of the other woman being
Andrea Aravena R.*, Manuel Antonio Baeza R.**
* Antropóloga, docente Universidad de Concepción, Concepción,Chile. Correo electrónico: andrea.aravena@udec.cl.
** Sociólogo, docente Universidad de Concepción, Concepción, Chile. Correo electrónico: mbaeza@udec.cl.
Ambos son investigadores del Proyecto Fondecyt Nº1071090: «Imaginarios sociales del otro: el indígena, el inmigrante y la mujer», que sirve de base para este artículo.
Dirección para Correspondencia
Resumen
El presente artículo muestra los principales resultados de un proyecto de investigación que tuvo por finalidad conocer cómo las y los chilenos construyen socialmente la alteridad del ser-otro mujer, indígena e inmigrante. Específicamente, se aborda la perspectiva de la juventud en relación con los discursos socioimaginarios del mundo adulto y respecto del ser-otro mujer.
Uno de los argumentos centrales de este artículo afirma que el consabido machismo forma parte de la identidad chilena, entendida como una construcción socioimaginaria. Y que, producto de este acto identitario fundacional de violencia simbólica, nuestra cultura tradicional finalmente da cuenta de esta aseveración.
Sin embargo, se observan en la sociedad chilena contemporánea ciertas continuidades y rupturas en el discurso dominante acerca de una presunta inferioridad de la mujer. En el marco de un mundo globalizado, los y las jóvenes, a través de visiones críticas del pasado y de nuevas prácticas sociales, aceleran un movimiento que, paulatinamente, va cambiando las relaciones de género.
Palabras clave: imaginarios sociales, identidad, alteridad, jóvenes, ser-otro mujer.
Resumo
O objetivo deste artigo é apresentar os principais resultados de pesquisa de um projeto que teve como finalidade investigar como os/as chilenos/as constroem socialmente a alteridade do ser-outro mulher, indígena e imigrante. É abordada, especificamente, a perspectiva da juventude em relação aos discursos socioimaginários do mundo adulto e a respeito do ser-otro mulher.
Um argumento central deste artigo é a afirmativa de que o conhecido machismo forma parte da identidade chilena, entendida como uma construção socioimaginária e como tal, é produto deste ato identitário fundacional de violência simbólica. Nossa cultura tradicional finalmente se dá conta desta realidade. No entanto, são observadas continuidades e rupturas relativas ao discurso dominante sobre uma suposta inferioridade da mulher na sociedade chilena contemporânea. Na esteira de um mundo globalizado, são os/as jovens que aceleram o movimento que paulatinamente vai mudando as relações de gênero através de visões críticas do passado e de novas práticas sociais.
Palavras-chave: imaginários sociais, identidade, alteridade, jovens, ser-outro mulher.
Abstract
The objective of this article is to present the major results of research of a project which has the knowledge of the end result how Chileans socially construct the otherness of the other woman-being, indigenous and immigrant. Specifically it aboards the perspective of youth in relation to the socio-image of the adult world, respecting the other woman-being.
The central argument of this article is to re-affirm that the familiar «machismo» forms a part of the Chilean identity, understood as a social construction and is imaginary, and, as a result of this act of symbolic violence, our traditional culture has finally given this assertion. However, continuities and ruptures on the dominant discourse about the alleged inferiority of women seen in contemporary Chilean society. In the context of a globalized world are the youth who speed up the movement that is gradually changing gender relations, through critical views of the past and new social practices.
Key words: Social imageries, Identity, Familiarity, Youth, Other woman-being.
1. La identidad como construcción social
No hay identidad alguna constituida según un criterio de autorreferencia. La idea de un «yo para mí» o de un «nosotros para nosotros» es simplemente una ilusión, un espejismo propio de la pretensión psíquica a la unicidad monolítica del Yo de la cual hablaba J. Lacan.
En efecto, en la configuración de la identidad resulta consustancial la presencia de un alguien frente al cual se busca dejar sentada una diferencia, que puede ir a buscar sus elementos constitutivos principales en rasgos psicológicos, étnicos o sociales. Desde luego, no se trata de determinar si tales elementos son «verdaderos» o «falsos», por cuanto sus talleres de elaboración se sustentan en imaginarios sociales; es decir, creaciones perfectamente subjetivas, que alimentan el ideal propio de singularización.
Tras la afirmación anterior, resulta fácil sostener que la identidad es una construcción social. Atrás quedaron esas tentativas argumentativas sustancialistas que se usaban para el establecimiento de seudo-definiciones de identidad, con las cuales se pretendía demostrar su presunta morfología; a veces, a partir de ciertas características psicológicas atribuidas de manera arbitraria, o a través de aberrantes rasgos biológicos, también abusivamente autoasignados.
Instalados, pues, en el plano de la subjetividad creadora de individuos (identidad personal) y de grupos (identidad colectiva), los elementos identitarios son puestos en juego de manera social y en términos permanentes: una identidad vivida (lo que queremos ser) no es obligatoriamente una identidad proyectada (cómo queremos que nos vean). Por lo tanto, también puede que no corresponda con una identidad percibida (cómo se aprecia nuestra intencionalidad identitaria).
De tal manera que el hecho de pensar para sí -y asimismo para otros- ciertos atributos caracterizadores de distinta índole no tiene sentido sino de cara a quien se considera distinto; o sea, particularidades siempre cotejadas con un otro, el cual, por su parte, también trabaja subjetivamente en aras de su propia singularidad.
La identidad puede ser estudiada y analizada al menos en tres niveles significativos (Aravena, 2004) y las condiciones básicas para hablar de identidad son tres (Baeza, 2000), a saber: a) una condición espacial, que toma en cuenta un territorio -de dimensión variable- considerado como algo propio y que contiene todo cuanto se halla dentro de él; b) una condición temporal, que habla de la construcción de un tiempo que se considera igualmente como propio; c) una condición relacional, que comprende la idea de relación con un ser-otro desde las características atribuidas a las dos primeras condiciones, y que establecen una singularidad.
Lo espacial evoca para nosotros, los chilenos, la idea de «pertenencia» a un territorio; lo temporal, una «historia nacional», y lo relacional cultiva nuestra diferencia con los argentinos, los peruanos, los estadounidenses, etc. Pero estas tres condiciones elementales no siempre se estructuran intersubjetivamente con igual intensidad, lo que posibilita la emergencia de un sentimiento de fortaleza o, por el contrario, de debilidad en alguna de ellas, aunque el último aspecto, por ejemplo, puede ser vivenciado por individuos y grupos humanos como una especie de «problema identitario».
2. Construcción de identidad masculina dominante e inferiorización de identidad femenina
Según la teoría de los imaginarios sociales (Baeza, 2000, 2003, 2008), entonces, la construcción social de realidad pasa por la definición, en los términos descritos anteriormente, de la identidad. Los chilenos construimos, tendencialmente, con sello identitario nuestra realidad social conforme a figuras de significación institucionalizadas y compartidas en su línea gruesa por nosotros mismos: los médicos, con sello en la profesión; los varones, en su ser masculino; los habitantes de Valparaíso, en su carácter de porteños, etcétera.
La investigación que sustenta la presentación que nos ocupa establece precisamente el nexo entre la construcción de la identidad masculina dominante (Ego) y la determinación de un ser-otro (Alter) marcado por una fuerte asimetría que, sin duda, caracteriza jerárquicamente las relaciones con Alter, en términos de una presunta superioridad de Ego.
Nos referimos, en suma, a la construcción imaginario-social masculina del personaje de la mujer en la condición de Alter.
En sentido riguroso, la cultura chilena está marcada por el predominio de lo masculino. En otras palabras, podríamos referirnos a la construcción identitaria nacional como la gestación de una «andro-identidad».
Con lo anterior queremos decir que en el caso de la República de Chile la referencia fundacional al personaje del guerrero -actor de la gesta independentista-, así como la exaltación historiográfica oficial de la epopeya de los «Padres de la Patria», masculinizan de entrada la imagen en el espejo de lo que queremos ser, repeliendo de inmediato toda ilusión de hermafroditismo identitario. La mujer, en este escenario social, ocupa básicamente un lugar de retaguardia; vale decir, de madre recluida en el espacio doméstico en calidad de agente socializador primario de los hijos.
En síntesis, y parafraseando a Castoriadis (2007), diríamos que cierta visión basada en estos rasgos ha configurado en forma heteronómica un imaginario social dominante que se ha validado socialmente mediante su difusión y reiteración sistemática en el sistema escolar y, también, a través de los medios de comunicación. Dicho a la manera de Anderson (2000), la «comunidad imaginada» que nos permite hablar de nación chilena incorpora como elemento aglutinante -entre otros, por cierto- la primacía de lo masculino.
En el caso específico de esta investigación, el imaginario social dominante referido a este Sujeto, construido desde imaginarios masculinos, se analizó de preferencia utilizando fuentes documentales (diario El Mercurio desde los años 30), complementadas con una importante serie de grupos de discusión realizadas en Concepción y Valparaíso.
Ahora bien, de los tres personajes incluidos en el estudio,[1] el de la mujer resultó el más atípico en su tratamiento, pues está presente en la más cercana cotidianeidad, razón por la cual se confirmó la hipótesis de una relación de poder (a través del machismo) mucho más inmediata y más o menos acentuada según los segmentos de población. Así, la investigación mostró una fuerte continuidad en el segmento etario más viejo, reiterando un discurso bastante tradicional: la mujer tiende a ser relegada al espacio doméstico, en donde planificaría y gestionaría el hogar en mejor forma que el hombre («el hombre trae la plata; la mujer la administra»).
La pregunta que podemos formularnos es si tales imaginarios sociales dominantes -promovidos por las elites y muy divulgados- conocen ciertas inflexiones y hasta «desacatos» a nivel de la sociedad misma. En el caso de la relación Alter-Ego que aquí nos interesa de-sarrollar, la respuesta es afirmativa: tales inflexiones pueden producirse en ciertos sectores o segmentos de la sociedad; en este caso, la juventud, tal como lo hemos constatado empíricamente a través de nuestra investigación de carácter cualitativo.[2]
3. Imaginarios sociales juveniles acerca del ser-otro mujer
Las y los jóvenes chilenos son quienes, incluso independientemente de su condición socioeconómica y étnica (Aravena, 2009), establecen con mayor nitidez una ruptura con el rasgo señalado de nuestra cultura masculinizada. Para entender este fenómeno proponemos una noción particular -la hemos denominado distancia cognitiva- que traduce la mayor o menor disposición de las personas a un acercamiento empático al ser-otro.
Este estado de disposición se puede resumir en la siguiente fórmula: una mayor distancia cognitiva entre Alter-Ego incrementa las probabilidades de estigmatización y de inferiorización, con lo cual se afirman consecutivamente los criterios negativos de exclusión de personas y de grupos, los cuales, por lo tanto, pasan a vivir una situación de vulnerabilidad relativa o absoluta. Por el contrario, una menor distancia cognitiva disminuye de manera drástica las probabilidades de caracterización negativa y, con ello, se vislumbran criterios más incluyentes.[3]
Naturalmente, la distancia cognitiva se relaciona tanto con capital cultural de Ego (individual o colectivo) y su nivel socioeconómico, cuanto con experiencia social compartida del «mundo de la vida», afirmación de la sociología inspirada en la fenomenología husserliana (Schütz y Luckmann, 1973), donde alcanzan principal relevancia determinados segmentos etarios, tal como lo demuestra en forma fehaciente esta investigación.
En este último sentido, durante las últimas décadas las y los jóvenes han ido adoptando prácticas sociales vinculadas de preferencia con la vida cotidiana, donde han disminuido de manera sensible las diferencias culturales, tradicionalmente notorias en Chile, que los sociólogos funcionalistas denominaron «roles» y que producen, por ejemplo, una división técnica del trabajo doméstico.
Por consiguiente, nuestra tesis central consiste en decir que son las y los jóvenes chilenos quienes muestran hoy una mejor disposición a reducir la distancia cognitiva hombre-mujer y que, para ello, integran al menos tres dimensiones que resultan interesantes en el análisis socioantropológico: a. la revisión crítica de ciertos patrones culturales desde los cuales se deducía la primacía de lo masculino; b. la revisión crítica de tales patrones en cuanto a la presunta complementariedad secundaria de lo femenino, con lo cual revalorizan el desarrollo de la mujer como persona; c. la igualdad de género como horizonte visible en las relaciones hombre-mujer en nuestro país.
Observemos cada una de estas dimensiones a través del discurso de esas y esos jóvenes.
4. ¿Patrones culturales vigentes u obsoletos?
Desde un punto de vista antropológico, podríamos decir que la noción de familia emergió en los colectivos humanos a fin de responder con sentido práctico a ciertas necesidades básicas: regulación de la sexualidad, cuidado y formación de los/as hijos/as, división técnica del trabajo del hombre y de la mujer, determinación de líneas de descendencia y, más tarde, organización y conservación del espacio privado (la domesticidad). Y las culturas, con diferencias fácilmente constatadas en los matices, integraron como principio básico de la organización social la resolución práctica de tales requerimientos, separando esferas de ocupación, alentando ciertas especializaciones de la actividad mundana y, al mismo tiempo, consolidando primacías referidas al género (aunque no al sexo); es decir, estableciendo dominación con recurso a grados mayores o menores de violencia simbólica (cf. Bourdieu, 1998).
En efecto, la presunta superioridad masculina resulta de una correlación de fuerzas desfavorable para la mujer; esto es, la instalación de un imaginario social inscrito muy tempranamente en los patrones culturales (patterns) chilenos, donde sus antecedentes más remotos en el tiempo se registran en la época colonial y la importación del ideal mariano de mujer (Brito, 1999). La dominación masculina constituye, por tanto -como ya se ha sugerido-, uno de los sellos más característicos de la identidad vivida en nuestro país.
En la era de la información a escala planetaria, en tiempos de globalización, esta estructura de ajuste imaginario-social anterior -aquel entramado de significaciones compartidas socialmente y que permitían una estabilidad societal por un tiempo indeterminado- entra, obviamente, en crisis (Baeza, 2000). En particular, para quienes son hijos/as de la globalización, de la revolución tecnológica, de la información a escala planetaria en «tiempo real», porque es reveladora de un cierto provincianismo de rasgos premodernos.
Las y los jóvenes, efectivamente, pueden ser las y los artífices de una ruptura con esas resistentes estructuras mentales que los representantes de la Nueva Historia francesa estudiaron, desde Febvre y Bloch en adelante, bajo el concepto de mentalidades; una ruptura, en el lenguaje sociológico de Bourdieu, con el habitus imperante en el campo de las relaciones hombre-mujer.
Las y los jóvenes de nuestro tiempo, ahora en contacto con otras realidades culturales, revisan en forma crítica su propia herencia, sea porque los viejos códigos de socialización primaria y secundaria parecen obsoletos, sea porque los circuitos de transmisión intergeneracional de saberes y también de esquemas valóricos normativos, que tradicionalmente otorgaban los contenidos de la acción socializadora, de alguna manera se interrumpieron (Baeza, 1997).
Las nuevas prácticas sociales de las y los jóvenes se vuelven, en mayor o menor medida, indiferenciadas desde el punto de vista de las relaciones de género, lo que diluye en forma paulatina viejos códigos implícitos de exclusividad.
No obstante, sostener lo anterior para nada significa afirmar que en la juventud chilena contemporánea exista igualdad -ni siquiera mayor igualdad- de género o entre los sexos. Por el contrario, las últimas Encuestas Nacionales de Juventud (injuv, 2007, 2009) confirman la tendencia a la diferenciación por condición socioeconómica y por sexo presente en la sociedad chilena. Así, si bien -respecto de décadas anteriores- mujeres y hombres jóvenes han duplicado su acceso, por ejemplo, a la educación media y superior, las brechas de acceso entre varones y mujeres se mantienen. Asimismo, aunque cada vez más mujeres jóvenes aspiran a ingresar al mundo del trabajo, casi un tercio de ellas no lo puede hacer por tener que dedicarse al cuidado doméstico. Además, sigue siendo altamente significativo el número que depende económicamente de la familia de origen o de sus parejas. Del mismo modo, el embarazo no deseado se mantiene como problema en el tramo etario de los 15 a los 19 años, constituyéndose en una de las primeras causas de abandono escolar de las jóvenes adolescentes.
A pesar de lo antedicho, las percepciones de mujeres y hombres jóvenes en lo que respecta a asuntos valóricos se acercan decididamente.
El mundo contemporáneo ya no es el mismo al cual se remitía nuestra «andro-identidad»: el trabajo asalariado, primero, y el que implica el empleo de la fuerza física, después, daban cuenta de cambios profundos, pero que admitían retrocesos históricos. Por cierto, se trató, obviamente, de transformaciones lentas -por el peso de las mentalidades- que se iniciaron con la entrada de la mano de obra femenina en las fábricas, a comienzos del siglo xx, y que se acentuaron con el reconocimiento cada vez más importante del lugar de la mujer en el mundo de la empresa, de los negocios, de las profesiones liberales, aunque la igualdad de género no se reflejara, por ejemplo, en el plano de los salarios, de la educación o de la autonomía económica.
De todas maneras, las y los jóvenes que hoy día llegan a la experiencia de la vida social representan una fase más avanzada de tales transformaciones, cuya intensidad se acentúa a comienzos del siglo xxi. Y, en tal sentido, Chile no es la excepción.
En una investigación realizada hace algún tiempo sobre la base de una serie muy amplia de encuestas a nivel nacional con jóvenes universitarios,[4] quedó de manifiesto que éstos tenían una visión favorable de la ciencia, bastante reservada -en especial en el plano de la ética- respecto de la tecnología, conservadora en lo que se refiere a las creencias religiosas (aunque alejada de sus prácticas), cercana a lo político (en cuanto a la importancia de los asuntos propios de la res publica) y muy distante de la política (en tanto praxis propia de profesionales). Pero, al mismo tiempo, muy acogedora en lo que dice relación al desarrollo de nuevas relaciones de género basadas en una mayor equidad y equilibrio entre hombre y mujer. Tales resultados ponen en evidencia, en síntesis -en materia de relaciones de género-, la eficacia de la crítica y la capacidad transformadora de la juventud, tanto de esquemas valóricos anteriores como de prácticas tradicionales concretas.
5. La mujer en sociedad: un hallazgo positivo
La nueva experiencia juvenil de la vida social también se traduce claramente en una revalorización de la mujer, en el sentido de un mejor conocimiento. Con ello, la idea de distancia cognitiva implica, en este caso, un acercamiento empático bastante pronunciado. En nuestros grupos de discusión se rebaten las ideas ancestrales de «sexo débil», de «sentimientos más que razón», de «dueña de casa», etc., aunque al mismo tiempo se reivindique su lugar privilegiado en el núcleo familiar. Asimismo, en la producción discursiva de los varones jóvenes se aprecia ese mejor conocimiento bajo la forma de un «descubrimiento» de capacidades que antes, nos dicen, simplemente se ignoraban.
Ahora bien, cuando el capital cultural de los varones jóvenes es mayor y cuando la actividad universitaria reúne, por ejemplo, a hombres y mujeres, entonces el discurso se vuelve, francamente, igualitario, como lo dejaba de manifiesto la investigación recién mencionada. Estudiantes de clase media que cursaban pregrado nos decían que las mujeres de su edad tenían «visiones de la vida y una forma de actuar muy distintas de la que tenía mi madre». Además, señalaban que estos cambios se habían producido gracias a la permanente lucha femenina por mejorar sus condiciones en la sociedad («la mujer ha peleado por lo suyo»). Por su parte, jóvenes de clase alta no hacen más que confirmar tales aseveraciones, aunque poniendo simultáneamente mayor énfasis, en muchos casos, en la familia.
Los ya citados estudios de gobierno sobre la materia -en lo fundamental encuestas nacionales de juventud- ratifican que a mayores niveles educacionales y socioeconómicos y de residencia urbana es más alta la aceptación perceptual de la igualdad de la mujer en la sociedad. De modo que atrás va quedando la idea ya añeja de su confinamiento al espacio tradicional del hogar y de la familia; aunque se siga pensando que su presencia allí sea indispensable y, en buena medida, insustituible.
6. La mujer como persona
La igualdad de género como horizonte visible en las relaciones hombre-mujer en nuestro país aparece como un hallazgo investigativo del «quiebre» o «ruptura» del imaginario social, de la mano de los grupos de discusión (gd) realizados entre varones jóvenes (18 a 29 años de edad).
En comparación con los gd efectuados entre varones de 30 a 59 años y, aún más, entre varones de 60 y más, en grupos más jóvenes, de diversos sectores socioeconómicos, se advierten con mayor evidencia señales de quiebre: la igualdad de género parece ser mejor aceptada («antes se pensaba que la mujer era el sexo débil»), con lo cual el no cultivo de la diferencia exacerbada hombre-mujer -en otras palabras, la superación del machismo- se constituye sobre todo en una cuestión generacional. Tal imaginario social se grafica no sólo en el reconocimiento de derechos de la mujer, sino también en el avance de sus reivindicaciones individuales, cívicas, laborales. El discurso más tradicional, consolidado a través de muchas décadas, se ve igualmente en retroceso por una praxis social mucho más inclusiva, a la vez que menos diferenciada en labores hasta ayer consideradas como únicamente femeninas.
En los gd de varones jóvenes la tendencia a la «ruptura» en el imaginario social dominante se verifica asimismo en torno a los ejes que en el proyecto denominamos público/privado. En tal sentido, es allí donde mejor se percibe el rol de la mujer en el trabajo fuera de la casa -es decir, separado del trabajo doméstico- y donde se afirma, por primera vez en el proyecto, que «salir a trabajar (para la mujer)» implica más que «una necesidad» económica del grupo familiar («que debe soportar las consecuencias de que la mujer salga a trabajar, porque ya no alcanza sólo con el sueldo del varón») y se lo plantee como un «derecho» adquirido, en virtud de sus capacidades propias y de su aporte a la sociedad. Ello se refleja en afirmaciones como la siguiente: «la mujer es igualmente capaz que el hombre»; «las mujeres son un aporte para la sociedad».
Por otra parte, numerosos intervinientes en los gd destacan el hito de haber sido Chile el primer país en América Latina en elegir a una Presidenta de la República; lo consideran, justamente, una demostración contundente de aptitudes hacia la gestión de los asuntos públicos, antes invisibilizadas o abiertamente negadas.
7. Conclusiones
Por la naturaleza conclusiva de nuestra propia investigación que llega a su término, hemos desarrollado el campo de conclusiones para cada ser-otro en términos de axiomas o productos investigativos. Aquellos que dan cuenta de los logros investigativos, en el caso específico del ser-otro mujer, son los cuatro siguientes.
Axioma 1: la identidad chilena tiene, básicamente, una característica masculina inserta en nuestros patrones culturales. Ello configura lo que podemos llamar un imaginario social dominante en términos históricos, una especie de «andro-identidad».
Axioma 2: la lógica de tratamiento masculino inferiorizante de la Otredad femenina se organiza en torno a un binomio «dentro» (espacio doméstico y privado) / «fuera» (espacio no doméstico y público). La idea de los límites o fronteras de la identidad chilena aparece así garantizada por la preeminencia de lo masculino.
Axioma 3: no obstante, tal lógica de tratamiento tiene hoy en día importantes inflexiones especialmente tomando en cuenta segmentos etarios jóvenes (que admiten con mayor facilidad la igualdad de género), no constatándose tales inflexiones según sectores socioeconómicos.
Axioma 4: en el tema de la mujer se expresan de manera más fuerte, aunque con excepción de los jóvenes, los contenidos de un discurso políticamente correcto, reconocedor de derechos y atributos positivos del ser-otro mujer, aunque éstos no escapan a la lógica «den-tro/fuera» antes señalada.
Concepción (Chile), mayo 2010
Notas
[1] Además del personaje de la mujer, se estudió el del indígena y también el del inmigrante.
[2] La investigación fue realizada en base a grupos de discusión, entre los años 2008 y 2009. En el caso del personaje de la mujer, dichos grupos fueron organizados en el Gran Valparaíso y en el Gran Concepción.
[3] Una de las mejores ilustraciones que sirven para sostener la noción de distancia cognitiva nos la brinda la historia de América Latina al inicio del largo período colonial, a través de la célebre controversia de Valladolid, entre Fray Bartolomé de Las Casas y Ginés de Sepúlveda: para este último, su construcción imaginaria del indígena del Nuevo Mundo, descalificadora hasta el punto de considerar que no podía haber salvación para seres sin alma, es de un desconocimiento absoluto (él no vino jamás a América), con lo cual su disposición empática no podía ser sino nula. La enorme distancia cognitiva que caracteriza entonces su posición se debe simplemente a la gran barrera geográfica y al lugar desde donde opina. Contrariamente, Fray Bartolomé vivió en México y compartió con los lugareños, reduciendo así a su mínima expresión tal distancia cognitiva, lo que lo llevó a afirmar que los indígenas sí podían ser evangelizados y, por ende, merecer también la salvación. (cf. al respecto Frey, 2002).
[4] Parker y Baeza, Proyecto Fondecyt N°1040261: «Orientaciones hacia la ciencia y la innovación. Orientaciones cívicas en estudiantes universitarios chilenos» (2004-2006).
Referencias bibliográficas
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Schütz, Alfred y Thomas Luckmann (1973): Las estructuras del mundo de la vida. Buenos Aires: Amorrortu.
Direción para Correspondencia:
Andrea Aravena R. E-Mail: andrea.aravena@udec.cl.
Manuel Antonio Baeza R. E-Mail: mbaeza@udec.cl.
Recibido: mayo 2010, Aceptado: junio 2010.