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Revista chilena de neuro-psiquiatría

On-line version ISSN 0717-9227

Rev. chil. neuro-psiquiatr. vol.42 no.2 Santiago Apr. 2004

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-92272004000200003 

 

Rev Chil Neuro-Psiquiat 2004; 42(2): 89-108

ARTÍCULO ORIGINAL

La primera sesión en psicoterapia analítica ¿se pueden predecir las resistencias?

The first session in analytic psychotherapy - can resistances be predicted?

 

Gustavo Figueroa

Departamento de Psiquiatría, Escuela de Medicina, Universidad de Valparaíso.

Dirección para correspondencia


Background: One of the first goals in psychotherapy is to identify the patient’s resistences and efforts should be made to interpret the unconscious basis of such defences in the light of prevailing intervention contexts. Objective: To conceptualize resistences according to the communicative interaction and the interventions of the therapist. Method: Through a meticulous analysis of three scenes of Ingmar Bergman’s film “Wild strawberries”, we come to listen to material as if were presented by a real patient, formulating hypothesis of the prevailing resistences. Results: Trigger decoding method enables us to discover the emotional resistences that are disturbing and it is a mode of psychoanalytically oriented therapy founded on the validating process. Conclusions: The validating process is an effort to support and substantiate formulations and hypotheses referred to resistences as obstacles to the work of therapy.

Key words: first session, validation, resistences, psychodynamic listening


Antecedentes. Una de las primeras metas en psicoterapia consiste en identificar las resistencias de los pacientes y se deben hacer todos los esfuerzos por interpretar las bases inconscientes de estas defensas a la luz de los contextos predominantes de intervención. Objetivos. Entender conceptualmente a las resistencias refiriéndolas a la interacción comunicativa e intervenciones del terapeuta. Método. Por medio del análisis meticuloso de tres escenas de la película de Ingmar Bergman “Fresas salvajes”, empezamos a escuchar el material como si fuera narrado por un paciente real, y formulamos hipótesis sobre las resistencias prevalentes. Resultados. El método de decodificación del gatillo nos permite descubrir las resistencias emocionales que están perturbando y es un modo de psicoterapia orientada psicoanalíticamente fundada en el proceso de validación. Conclusiones. El proceso de validar es un esfuerzo para apoyar y dar consistencia a las formulaciones e hipótesis referidas a las resistencias entendidas como obstáculos al trabajo de la terapia.

Palabras clave: psicoterapia, entrevista inicial, resistencia a psicoterapia


Resistencias

Todo psicoterapeuta experimenta desde los instantes iniciales que su intento de ayuda encuentra una oposición –explícita o implícita, obstinada o sutil, pasajera o sostenida– por parte del paciente y/o sus familiares (1). Con inusitada precocidad Freud se dio cuenta de su existencia, y fue su descubrimiento lo que dio nacimiento al psicoanálisis como tal, al señalar la artificialidad e insuficiencia de la sugestión para superarla (2). Al renunciar a la hipnosis, reconoció en la carta del 27.10.1897 que “la resistencia constituye, en fin de cuentas, lo que impide el trabajo [terapéutico]” (3). En sus escritos técnicos resumió sus conclusiones: “Las resistencias acompañan al tratamiento paso a paso. Cada asociación, cada acto de la persona sometida a terapia debe tener en cuenta a las resistencias y ellas representan un compromiso entre las fuerzas que impulsan hacia la recuperación y las que se oponen” (4). Él estableció como pilares distintivos de su técnica el análisis de la resistencia y el de la transferencia, aunque la transferencia es una modalidad de resistencia, porque reemplaza al recuerdo verbalizado por la repetición actuada: “finalmente nadie puede ser vencido in absentia o in efigie” (4). Con la introducción de la segunda tópica el análisis de las resistencias se homologa al análisis de los mecanismos de defensa del yo: “Los mecanismos de defensa contra los antiguos peligros retornan en la cura en forma de resistencias a la mejoría, lo cual es debido a que la misma curación es considerada por el yo como un nuevo peligro” (5). Poco antes había distinguido cinco tipos de resistencia en acuerdo a la metapsicología: las del yo (la represión, la transferencia, el beneficio secundario de la enfermedad), las resistencias del inconsciente o ello (la compulsión de repetición) y del superyo (culpabilidad inconsciente y reacción terapéutica negativa (6). Con una frase resume Freud su postura: “Todo aquello que perturba la continuación del trabajo [del analista] es una resistencia” (7).

Anna Freud sistematizó los mecanismos de defensa, aunque apuntó no sólo a su carácter de escollo sino de fuente de información sobre el funcionamiento del yo (8). El texto de Reich se erigió en un hito al llamar la atención sobre las resistencias del carácter, ego-sintónicas, que se expresan en actitudes y modos habituales de conducta que sirven de coraza contra los estímulos externos y pulsiones provenientes del interior (9). Glover separó las resistencias manifiestas (silencio, atrasos, rechazo de las intervenciones, ausencias, acting out) de las inadvertidas (10). Greenson resumió las técnicas propiamente analíticas para vencer las resistencias –confrontar, clarificar, interpretar, elaborar, reconstruir–, y fijó las reglas de analizar primero la defensa que el contenido, el ego antes del ello y comenzar siempre en la superficie (11). Thomä y Kächele recuerdan la importancia de la reacción terapéutica negativa que ya Freud había caracterizado hacia 1923: “toda resolución parcial que debería tener como consecuencia (y la tiene realmente en otros) una mejoría o desaparición pasajera de los síntomas, provoca en éstos un aumento momentáneo de su sufrimiento” (12); ellos apuntan a la destructividad encubierta tras el fenómeno y su posible conexión con las fases de separación e individuación de Mahler (13). Etchegoyen va más allá enumerando las distintas conflictivas inconscientes que está generándola (sentimiento de culpa, masoquismo moral, pulsión de muerte, rivalidad, temor a una catástrofe depresiva, problemas en la integración y en la simbiosis madre-niño) (14). Los analistas que se esforzaron por acortar la psicoterapia dinámica (Malan, Davanloo, Sifneos, Mann, Binder, Strupp, Wolberg) restringieron su trabajo a un foco delimitado sustentado en ciertas resistencias dominantes, y operacionalizaron su técnica en acuerdo a los dos triángulos de defensa-angustia-impulsos y terapeuta-otro-padre (15).

Una posición contestataria la detenta Melanie Klein cuando recomienda “interpretar inmediatamente como tal lo negativo al mismo instante que se produce y luego retrotraerlo a su objeto original, la madre, con lo que se observa una inmediata disminución de la angustia” (16). Su supuesto básico es que la ansiedad fundamental es provocada por la pulsión destructiva y, para luchar contra ella, la mente utiliza defensas primitivas, como la disociación, identificación proyectiva, omnipotencia, idealización (17). Con perspicacia Klein colocó en un primer plano a la envidia, una resistencia desa-tendida hasta entonces, y la entendió como una expresión directa de la pulsión de muerte (18). Siguiendo en esa línea, Bion planteó que las resistencias psicóticas son una acometida a la capacidad de la mente de pensar y conocer (el instinto epistemofílico) y que él denominó “ataques al vínculo” (19). En los últimos años Kernberg procuró unificar los aportes de las escuelas de la psicología del yo y de las relaciones objetales al clasificar los mecanismos de defensa en superiores e inferiores, que son responsables de los funcionamientos neuróticos y psicóticos respectivamente (20). Esta posición ha hallado eco en el DSM-IV TR donde, en el apéndice B, se propone un nuevo eje de “funcionamiento defensivo”, con criterios para una escala en que se distinguen varios niveles de resistencia (defensas altas, inhibiciones mentales, distorsiones menores de la imagen corporal, repudio, distorsiones mayores de la imagen corporal, acción, desregulación defensiva (21).

Langs ha asumido una postura creativa al interior de la más pura tradición freudiana, pero crítica con las teorías analíticas que no se formulan a partir de datos precisos o hechos específicos de los pacientes (1). Destaca que las resistencias son fenómenos que se pueden entender sólo al interior de la interacción comunicativa particular con el terapeuta y, especialmente, con referencia a las intervenciones de éste en el aquí-ahora (22). Esto implica que el analista contribuye casi tanto como el enfermo a la génesis (o persistencia) dinámica de las resistencias (23). Pero además, la evaluación de que el enfermo está resistiendo es subjetiva –se gesta al interior del psicoterapeuta–, y requiere una validación que sea confiable y que se ajuste a estándares psicodinámicos; vale decir, éste precisa de un método que le permita justificar cada una de sus intervenciones según las leyes del inconsciente. Por último, Langs se queja de que los informes de psicoterapia disponibles en la literatura no describen los intercambios concretos entre enfermo-psicoterapeuta, ni fundamentan por qué se escogieron determinados indicadores como expresión de resistencias, y no entregan una pauta para estimar la corrección de las intervenciones (1). Para él, el caso princeps que todo analista debe seguir lo inauguró Freud con el “hombre de las ratas” y sus apuntes casi literales tomados inmediatamente a continuación de las primeras sesiones (24, 25). Tiempo después lo reafirmó con el “hombre de los lobos” cuando recordó que “la controversia científica se vuelve infructuosa” al no verificarse “en casos y problemas particulares”, por medio de la “valoración científica objetiva del material analítico” (26). Esto fue lo que nos motivó a aplicar sus recomendaciones con el mismo Freud actuando como terapeuta, e interpretar sus resultados a partir del análisis exhaustivo de sus intervenciones, conscientes e inconscientes, con su paciente ruso Serguei Pankejeff (27).

En un trabajo reciente dedicado a comprender la psicodinamia microscópica de una primera entrevista, nos abocamos a confeccionar un método de cómo formular las intervenciones para, a continuación, validarlas (28). Mencionamos las dificultades que surgen típicamente en esas circunstancias: muy escaso material, aún no se forma la alianza y fuertes presiones ejercidas sobre el psicoterapeuta –por parte del paciente como asimismo de familiares– por hallar alivio inmediato. Ahora buscamos ampliar los logros del mencionado estudio, y queremos aplicarlos a las resistencias que nacen en la sesión inicial y, de este modo, considerar a continuación su importancia para predecir la evolución posible del proceso curativo. Como se puede deducir, tanto su utilidad clínica como su valor para la teoría de la técnica son indiscutibles.

La meta del presente trabajo pretende superar una doble insuficiencia: inespecificidad de las formulaciones sobre las resistencias y ausencia de criterios para validarlas en vistas al curso futuro del tratamiento (1). Primera: frente a un material nuevo, circunscrito y al interior de un contexto desconocido ¿cómo se pueden justificar las formulaciones que señalan la existencia de resistencias desde una perspectiva dinámica? Segunda: ¿cómo se pueden validar, también desde el punto de vista analítico, las resistencias propuestas con el fin de predecir su aparición ulterior durante la ejecución de la terapia?

Una historia clínica

Recurriremos a una historia detallada y que sea disponible fácilmente por el lector con la finalidad que pueda comparar nuestras intervenciones con las suyas, y así fijar sus coincidencias y diferencias o interpretaciones alternativas. Ya insinuamos que en la bibliografía especializada los casos descritos son demasiado inespecíficos (29, 30), están constreñidos por necesidades metodológicas (31, 32), sesgados por el afán de demostrar las bondades de su técnica o hipótesis teórica (33, 34), o simplificados para ser usados como manual (15). Acudiremos a la biografía del doctor Isak Borg que nos había servido anteriormente para interpretar un sueño al inicio de una terapia (35). A primera vista puede parecer extraña la elección porque se trata de un caso ficticio presentado en un film escrito y dirigido por el realizador sueco Ingmar Bergman. Como lo muestra la Tabla 1, son notorias las diferencias entre una sesión psicoterapéutica y una película, que además no versa sobre psicopatología ni tiene intenciones de difusión psicológica o de representación dramática de un encuentro curativo.

Tabla 1

Diferencias entre una narración en un film y una
narración durante una psicoterapia (*)


– No hay marco de referencia (setting)
– No hay terapeuta (transferencia)
– No hay asociaciones por el sujeto
– No hay finalidad terapéutica
– No hay confirmación o refutación del individuo
– No hay relato verbal sino casual

(*) Adaptada de: Figueroa (2002)

Sin dejar de reconocer sus insuficiencias en cuanto “psicoanálisis aplicado” (36, 37), recordemos que Freud justificó su estudio de la “Gradiva” porque intuyó una homología profunda cuando se confiesan sus limitaciones (38). Precisamente en su “irrealidad” radica parte de su potencia. Como no hay “deseos ni recuerdos” conceptuales (39), el material es ingenuo y producto de la libre imaginación del creador. Los artistas captan la esencia de los fenómenos humanos a menudo “con nuevos ojos y con preguntas más auténticas”, como apunta Heidegger (40), soslayando las trabazones o encorsetamientos del pensar científico estricto. Antes de descartar esta narración como poco útil para resolver los aprietos y dilemas a que se ve sometido el terapeuta frente a sus pacientes reales, conviene tener presente dos consideraciones: ambas, psicoterapia dinámica y obra artística, se mueven en una relación asimétrica que genera una situación de transferencia de los deseos, del paciente o del personaje ficticio, que producen su efecto en el estado emocional del terapeuta o espectador, que los recibe cual pantalla (si el film nos interesa es porque nos interesa lo que nos dice a nosotros, supuestos psicoterapeutas); además, el análisis de una cinta puede tener un valor heurístico, que a continuación se puede corroborar en la clínica.

En esencia, procederemos de una manera real al interior de la ficción, tomando las palabras de Isak como las que nos dirigiría un paciente inmediatamente después de haber tomado asiento y haberle ofrecido a que hable espontáneamente de sí para conocerlo mejor y así poder ayudarlo. Nuestro proceso de escuchar-formular-validar requiere seguir un método riguroso: ¿qué resistencias se encuentran? ¿cómo se elige precisamente una como la fundamental? ¿se puede verificar que la elección es justificada dinámicamente? ¿podrán servir para predecir las resistencias que surgirían en una hipotética psicoterapia? (1, 41). Dividiremos el relato en tres partes que se suceden una a otra en forma inmediata aunque sin ningún nexo consciente, una suerte de asociación libre: prólogo, primero y segundo sueños.

Prólogo

Sonido de un gong. Un amplio y confortable despacho-biblioteca, ricamente amoblado a la antigua. Sentado ante su espaciosa y bien ordenada mesa de trabajo, el doctor Isak Borg está escribiendo en una actitud reconcentrada. Se interrumpe para encender un cigarro y empieza entonces el monólogo interior. Se trata de un hombre viejo y de aspecto respetable, de acuerdo con su profesión de científico y su avanzada edad. De trasfondo se escucha un suave tictac de un reloj.

Con voz pausada relata sus pensamientos recónditos: Por propia voluntad, he renunciado a toda clase de vida social. Porque en nuestras relaciones con los demás, las conversaciones suelen reducirse a comentar y censurar la manera de ser y el comportamiento del prójimo. Por esto, en mi vejez, me encuentro más bien solo, y no lo digo para lamentarme. He pasado toda mi vida sobrecargado de trabajo. Pero me siento satisfecho de que haya sido así. Al principio, el trabajo de investigador científico no fue más que un medio para ganarme el pan; pero, finalmente, se convirtió en una auténtica dedicación a la ciencia. Tengo un hijo que también es médico. Pero vive lejos en la ciudad de Lund y está casado desde hace varios años con Marianne, aunque no ha tenido hijos. Mi madre todavía vive, y, a pesar de sus noventa y seis años, aún se mantiene llena de vigor. Mi esposa, Karin, murió hace bastantes años.

La cámara en el intertanto nos ha ido mostrando sucesivamente las pulcras fotografías de estos familiares, así como otros objetos cuidadosamente ordenados que hay sobre la mesa-escritorio. La voz interna se interrumpe así como su escritura al entrar el ama de llaves.

Agda (desde la puerta): Profesor, el almuerzo ya está preparado.
Isak (volviéndose hacia ella): ¿Cómo? ... Ah, gracias.

Agda se retira. Una vez solo, el profesor reanuda su soliloquio: Afortunadamente, el ama de llaves que tengo a mi servicio es de las que valen. Creo que debo añadir algo más: soy un viejo pedante y meticuloso y, a veces, bastante insufrible, tanto para mí mismo como para quienes viven conmigo.

Isak Borg se levanta de su sillón, intenta poner más orden en su escritorio pero no lo lleva a cabo al parecer por considerarlo exagerado o innecesario, y atraviesa lentamente el despacho; sale seguido de su fiel perra mientras unos acordes de un arpa ponen fin a estas imágenes acompañadas con las palabras finales: Me llamo Isak Borg. He cumplido setenta y seis años y mañana, en la catedral de Lund, voy a recibir el título de “doctor honoris causa”.

Primer sueño

A la mañana siguiente el profesor Borg va sentado junto a su nuera Marianne en un automóvil que ella va conduciendo desde su ciudad de residencia, Estocolmo, hacia Lund para acudir a la solemne ceremonia de recepción del reconocimiento. Empieza a lloviznar y Marianne va al volante muy seria, atenta a la carretera. A su lado, Isak comienza a caer en un sueño lentamente. Empieza un monólogo interior del médico que se extiende a los inicios de las imágenes: Me quedé dormido. Pero en mi sueño me vi asaltado por una serie de fantasmas que me parecían tangibles y me humillaban. Y no puedo negar que en aquellos sueños había algo poderoso que agobiaba mi conciencia de una manera insoportable.

Se está en un bosque, es casi de noche o así parece por la semioscuridad reinante. Empieza con el vuelo ruidoso de unas aves que giran desordenadamente en tropel. Parecen gaviotas, que se destacan confusamente en el encapotado cielo; las vemos pasar a través de las ramas desnudas de los árboles. Nos encontramos de pronto en un sendero lleno de hojas y fresas silvestres, y vemos una cesta caída. El profesor está sentado allí, absorto, tal vez meditando aunque desconocemos sus pensamientos. Pero no se encuentra solo. Sentada ante él contemplamos a una muchacha joven vestida a la usanza antigua como de comienzos de siglo; la expresión de ella es triste y un poco como de reproche.

Joven: ¿Te has mirado en el espejo, Isak? ¿No? Pues ahora te voy a decir el aspecto que tienes.
 
Saca un espejito de mano de debajo del cesto y lo sostiene ante el rostro de Isak para que se mire. Éste lo hace con profunda melancolía que se refleja inequívocamente en su imagen.
Joven: No eres más que un viejo que se va a morir muy pronto y que está asustado. Y yo tengo aún toda la vida por delante… ¿Lo ves? Ahora te has enfadado
Isak: No, no me he enfadado.
Joven: Sí, te has enfadado. Y es que no puedes soportar la verdad. He sido muy considerada contigo. Pero al decir verdades nos hacemos crueles sin quererlo.
Isak: Te comprendo.
Joven: No, no me has comprendido. Ni siquiera hablamos el mismo idioma. Anda, mírate otra vez en el espejo. No, no apartes la vista.
Isak: Me estoy mirando

El profesor trata de desviar su atención de su semblante reproducido en el cristal pero ella mantiene firme su resolución de llevarlo a que se autoexamine con detención...

Segundo sueño

Cambio de escenario. Ya es de noche cerrada y ha salido la luna que se mueve entre las nubes. Isak la escruta con un gesto algo abatido y después se da vuelta hacia una casa a cuya puerta de vidrios llama con los nudillos, pero nadie responde a pesar de repetir su acto con fuerza. Apoya una mano en el marco de la puerta para acercar su rostro al cristal, pero la retira enseguida con gesto de dolor: se ha herido la palma de la mano con un clavo que hay allí y no había advertido. Se mira la herida, sorprendido.

Se dispone ya a alejarse del lugar cuando la puerta se abre y alguien le llama; es un hombre de mediana edad, vestido formalmente, que usa lentes y le hace un gesto cortés pero poco amable.

Examinador: Acérquese, por favor, profesor Borg.

Así lo hace Isak. Inclinándose, el individuo le invita a entrar. El profesor pasa por delante y penetra al interior conducido por él; en la semipenumbra sorprende la ausencia de muebles. El doctor se quita su abrigo y lo cuelga de una percha como si conociera de antemano su ubicación. Después atraviesan un largo y estrecho pasillo, iluminado, al fondo del cual vemos una puerta que el otro abre empleando sus llaves que saca de su bolsillo.

Los dos hombres entran en una habitación más bien estrecha y fría, parecida a un aula de una facultad universitaria. Al fondo, las graderías con mesas-pupitres para los alumnos; hay algunas plazas ocupadas con jóvenes que miran fijamente y sin expresión hacia delante. En el otro extremo, el estrado del catedrático, con su mesa maciza con dos sillas y una gran pizarra en la pared. Con gesto autoritario se le indica a Isak que se siente ante la mesa para ser examinado.

Examinador: Tome usted asiento.

El doctor obedece. Se produce un breve y opresivo silencio mientras el sujeto consulta unos papeles desde su mesa del estrado.

Examinador: ¿Ha traído su papeleta de examen?

Isak:

¡Por supuesto! Aquí la tiene.

Con la mayor naturalidad, aunque teñida con cierta incertidumbre, le tiende su papeleta de examen que ha sacado del bolsillo interior de su chaqueta.

Examinador: Gracias.

Coge la papeleta y después le muestra un microscopio que hay sobre la mesa.

Examinador: Gracias.
Examinador: Dígame qué bacterias son esas que se ven en el microscopio.

Isak se levanta de su asiento y se inclina sobre el microscopio. Mira por el visor pero no ve nada, salvo la imagen de su ojo, agrandada.

Isak (perplejo): Parece como si el microscopio estuviese averiado.
Examinador (mirando a su vez): Está en perfectas condiciones.
Isak: Es que no veo nada.
Examinador (frío): ¿No ve? (Se vuelve hacia la pizarra y le muestra el escrito que hay en ella). ¿Quiere leer este texto?

Isak observa atentamente el texto y se esfuerza por leerlo correctamente, si bien no significa nada para él.

Isak:

Inke tan magrov stak farsin los kret fajne kaserte mjotrom presete.
Examinador: ¿Qué quiere decir?
Isak (desconcertado): Pues no lo sé…
Examinador: ¿No?
Isak (reclamando): ¡Yo sólo soy médico y no un lingüista!
Examinador: Perfectamente. Pero entonces sepa usted que lo que está escrito en la pizarra es el primer deber de un médico. ¿Es que no sabe usted cuál es el primer deber de un médico?
Isak: ¡Claro que sí! Pero permítame pensarlo un momento.
Examinador: Tómese usted el tiempo que quiera.
Isak: El primer deb…(vacila). El primer deber de un médico… ¡Qué raro! Se me ha olvidado…
   

Mira angustiosamente a su examinador. Éste le contesta levantando la voz firmemente.

Examinador:

El primer deber de un médico es pedir perdón.
Isak: ¡Ah, sí! ¡Claro! ¡Ya caigo! Ahora me acuerdo.

Ríe para tranquilizarse y se da vuelta hacia el público como para buscar su aprobación –que se mantiene hierático–, pero se detiene desazonado al constatar que el examinador no le presta ninguna atención, ocupado en hacer unas anotaciones en un papel.

Examinador:

Otra vez es usted culpable de culpabilidad.
Isak (sin comprender): ¿Culpable de culpabilidad?
Examinador: Haré constar que usted no ha comprendido la acusación.
Isak (más inquieto y desconcertado, tanto que arrima su cuerpo al examinador por encima de la mesa):
  ¿Y esto es un agravante?
Examinador: Desgraciadamente sí, profesor.

El profesor Borg, para recobrarse un poco, se da vuelta hacia una mesita y se sirve torpe y nerviosamente un vaso de agua de la botella que está encima, derramando parte de su contenido sobre la bandeja.

Isak (firmemente aunque disculpándose):

¡Estoy enfermo del corazón! ¡Y soy un anciano! Creo que merezco un poco de consideración.
Examinador (mirando la papeleta): En esta documentación no se habla para nada del corazón. ¿Acaso quiere usted que interrumpamos el examen?
Isak: ¡No! ¡No! Por Dios, nada de eso.

El examinador se levanta y se acerca a una lámpara que pende baja del techo del todo semejante a las que se encuentran en las salas de operaciones. La enciende, iluminando a una mujer que está rígidamente sentada debajo, en una silla, con la cabeza inclinada sobre su pecho. Parece estar sin sentido. Va vestida con una bata blanca, como una paciente cualquiera de un hospital.

Examinador:

Haga el favor de examinar a la paciente y emitir su diagnóstico.

Isak se levanta con expresión preocupada y se acerca a la paciente de mediana edad. La examina y exclama sorprendido:

Isak:

Pero ¡si está muerta!

En aquel momento la enferma abre los ojos, como si recobrara el conocimiento, y empieza a reír de un modo extraño, inquietante, bestial, sin dejar de mirar a Isak. Éste retrocede, asombrado y casi sin entender la situación, y se acerca al examinador, que está escribiendo algo detrás de su mesa.

Isak:

¿Qué está escribiendo en mi papeleta?
Examinador: La nota de mi examen.
Isak: ¿Y qué nota es?
Examinador: Incompetente.
Isak: ¿Incompetente?
Examinador: Además, profesor Borg, se le acusa de otras ofensas menores, pero, así y todo, gravísimas: insensibilidad, egoísmo, falta de consideración….
Isak: ¡No! ¡No puede ser!
Examinador: Estas acusaciones han sido presentadas por su propia esposa. Procederemos a un careo con ella.
Isak: ¡Pero si mi mujer murió hace ya varios años!
Examinador: ¿Cree usted que bromeo? Tenga la bondad de acompañarme. No le queda otro remedio. ¡Vamos!

El examinador se mete la papeleta de examen en el bolsillo y conmina al profesor, que le sigue humildemente, a que salgan del aula abriéndole una puerta para dirigirse juntos a…

Escuchar-formular-validar

Para responder a las preguntas recién planteadas nos encontramos frente a una contradicción casi insalvable: podremos formular responsablemente nuestras hipótesis si conocemos los pormenores de la vida de Isak; empero, para saber de estos hechos es inexcusable contar con un material biográfico abundante. Freud ya hizo mención de los atributos singulares y escollos privativos del inicio de la psicoterapia, aunque nos dio una pista: “los primeros síntomas y actos casuales del paciente, al igual que su primera resistencia, presentan singular interés y delatan uno de los complejos que dominan su neurosis” (42).

Langs ha trabajado este aspecto decisivo para entender las asociaciones al interior de la primera sesión (también ulteriores), y que puede ser útil para comprender las resistencias inmediatas (y futuras) frente a la cura (1). Al interpretar un sueño Freud empezaba fijándose en los restos diurnos (Tagesrest) insignificantes que precedían a su aparición, es decir, aquellas vivencias, emociones, o recuerdos que el sujeto había experimentado el día anterior al dormir y que, menor o mayormente, lo habían estimulado (7). Aunque para Freud no eran las fuerzas determinantes, sí constituían elementos insustituibles para su clarificación en profundidad, por lo cual solía informarse larga y detalladamente de los eventos próximos del soñante –ésta es la razón por la cual sabemos tanto de su biografía, ya que nos narra en sus sueños propios, por necesidad técnica, una serie de intimidades e indiscreciones no habituales en un trabajo científico (7, 43, 44). Pues bien, Langs llama “gatillo” (trigger) a un homólogo del resto diurno de Freud aunque con un alcance bastante más dinámico: es un suceso (o serie de sucesos) inmediato que vive un individuo, y que tiene una importancia central porque proporciona una coherencia a todo el material actual. El gatillo es una especie de complejo presente, cargado de significados implícitos, codificados e indirectos, y que se conecta oblicuamente con el inconsciente profundo y lo reactiva generando las asociaciones y conductas manifiestas (22). Al escuchar la producción del paciente el psicoterapeuta necesita prestar especial atención al gatillo que dio origen a ese material. Bion lo bautizó “hecho seleccionado” porque introduce orden, jerarquía y un novedoso sentido al interior de elementos previamente desconectados o aparentemente azarosos (45).

Junto al 1) “gatillo” o “contexto adaptativo”, también hay que distinguir 2) “implicancias”, esto es, inferencias que se pueden deducir fácil y rápidamente, puesto que permanecen en el sentido obvio, superficial o casi patente de los hechos, por lo que se tiende a caer, cuando se permanece en este nivel, en el cliché analítico. Por último está 3) el contenido “codificado” o “derivativo”: resultado de las fantasías, introyectos y recuerdos más primitivos y reprimidos, y que se expresa de modo altamente disfrazado o desfigurado en las comunicaciones verbales y no verbales (1, 22). De esto resulta que nuestra labor se centrará especialmente en el gatillo así como en los contenidos derivativos.

Con referencia a la validación, seguiremos el mismo proceder metodológico, esto es, rastrear la confirmación que está disimulada por detrás de las implicancias. En investigaciones anteriores nos hemos ocupado de esta forma de comprobación (27, 28), aunque estamos conscientes de que no se ha alcanzado un consenso acerca de cómo verificar cada intervención dentro de una sesión (11, 13, 14, 46).

El fundamento final de nuestro estudio está en que, como apuntó Freud desde sus escritos inaugurales, “hay que tener presente que… la asociación libre no es realmente libre... Estamos justificados en asumir que nada de lo que ocurre a él [paciente] no tendrá alguna referencia a esa situación [de psicoterapia]” (47).

Prólogo

Nuestra propuesta de que las palabras del doctor Borg son del todo similares a las de un paciente en una psicoterapia que recién comienza se confirma por la manera de apelarnos sin vacilación y sin haber hecho nosotros nada. Inmediatamente sabemos que está meditando sobre sí mismo y, al dirigirse a nosotros, nos atribuye –nos transfiere– el papel de interlocutor privilegiado puesto que nos abre al instante su interioridad, y así nos hace cómplices involuntarios de los secretos que sólo compartía con su cuaderno de apuntes. El fluir fácil de sus asociaciones nos da una sensación inicial de que no tiene resistencias importantes, al menos en un plano aparente. No necesita excusarse ante nosotros, ni rellenar sus recuerdos y experiencias con las habituales advertencias de cortesía de los pacientes de que tiene ganas de cooperar activamente en resolver o entender en profundidad su vida presente. Menos aún, que no sabe si necesita ayuda psicológica, ya que él ha sido un profesional exitoso y está a punto de recibir el galardón máximo por su trayectoria y que, salvo que se encuentra en una edad avanzada, sus días transcurren con un equilibrio llevadero. Sin embargo, da la impresión que se encuentra en un período de cuestionamiento radical, o al menos de reflexión profunda en lo concerniente a su existencia. Este examen de sí lo lleva a cabo desde una visión más bien descarnada de su persona, que sugiere que no sólo es crítico de sus semejantes sino por igual de sí mismo.

Surge una doble interrogante. La apretada descripción de su manera de ser y sus dos sueños que se suceden a continuación ¿están conectados entre sí dinámicamente de modo que expresan las mismas resistencias? Segunda e independiente de la anterior ¿hay algunas áreas que sugieran ciertas dificultades a pesar de lo recién dicho sobre la entrega desaprensiva de su intimidad?

Empecemos por la primera cuestión: la secuencia. La ausencia de un motivo de consulta explícito –en nuestro caso, de una razón que explique su necesidad de abrirse en estos instantes en alguien como él que nunca lo había hecho–, nos invita a suponer que éste se encuentra oculto en sus palabras del prólogo. Si nuestra hipótesis de trabajo es correcta, en los dos sueños que siguen se desarrollará sucesivamente y con mayor profundidad, aunque traducido al lenguaje primitivo del proceso primario. Se sabe que Freud fue particularmente meticuloso al respecto y nos puso sobre aviso acerca de la importancia de la ubicación de los sueños al interior de un relato, y que su sentido fundamental, y con ello toda la narración, podía variar sustancialmente si el último sueño es antecedente o consecuencia (48).

Ya insinuamos que es curioso que, siendo un científico brillante y con su intelecto todavía en plena capacidad, se muestre haciendo un balance retrospectivo en diferentes áreas de su existencia. ¿Por qué la necesidad o urgencia de una confrontación enfocada hacia atrás si no hay indicación alguna de enfermedad grave o un suceso particular ominoso o una situación amenazante? Queda claro por su monólogo que él no acepta el autoengaño o la máscara edulcorante. Esta autosuficiencia emocional tan explicitada nos permite aventurar la existencia de experiencias anteriores enterradas de desilusiones o abandonos o pérdidas importantes en el campo de las relaciones humanas. El tono de orgullo o altanería da a entender que detrás hay una convicción angustiosa de ser un sujeto solo (y quizás desvalido) en el mundo. Vale decir, Isak Borg apunta a que se encuentra en una situación especialmente crítica para su estima: en la crisis del final de la vida, en el momento de la separación radical y en que se está encarado ante la muerte, y se ve amenazado desde su interior por el pavor al desamparo absoluto. La presencia reconfortante de la madre –“aún se mantiene llena de vigor”– y el cuidado a toda prueba de su ama de llaves parece que no bastan para sosegarlo lo suficiente, quizás por ello menciona de pasada la muerte ya muy lejana de su esposa, aunque sin mayor nostalgia en su voz.

De acuerdo a esta propuesta esbozada de manera bastante somera y global ¿cuáles serían sus principales resistencias y cómo se expresarían en un proceso psicoterapéutico futuro? La primera que suponemos es la negación del morir por parte del profesor, de variadas maneras: banalización del hecho recordando que él sabe los asuntos biológicos relativos a la degeneración tisular genéticamente determinada mejor que nosotros por ser un médico e investigador, que una cosa es separación o aislamiento de los semejantes y otra diferente es morir, que su madre es longeva y a él le pueden quedar todavía muchos años, que la muerte de su esposa sucedió hace muchos años y por tanto no hay añoranzas, etc. (49). Segunda, posibilidad de fuga de la psicoterapia al comenzar a darse cuenta de las implicancias de sus asociaciones y de las preguntas del terapeuta dirigidas en esa dirección, y que resultan intolerables para ser admitidas por su conciencia. Tercera, sus rasgos anancásticos que se mostraron presentes durante el relato pueden entrar en acción con el uso de la intelectualización y el aislamiento, lo que conduciría a elucubraciones interminables sobre el sentido de su existencia y la responsabilidad auténtica ante su futuro, desprovistas de un alcance emocional real. Cuarta, pero seguramente la resistencia más gravosa e intolerable, se gestaría a partir de la profunda herida narcisística que significa renunciar a su omnipotencia infantil básica, y que se expresa, a la hora de su vejez, en una abdicación a su autarquía altiva y orgullosamente detentada; la rabia y descalificación generadas se verterían en la persona del psicoterapeuta y conducirían con probabilidad a una reacción terapéutica negativa, o como dice Freud, a que “su estado se agrave durante el tratamiento, en lugar de mejorar” (12); o a un ataque vehemente al vínculo, condicionado en parte por la envidia corrosiva de no sentirse ya más superior o, en su defecto, a la altura del que lo ayuda (aunque racionalmente pueda reconocer que ambos están transidos de caducidad y son igual de frágiles) (18, 19).

Conviene detenerse aquí y plantear dos reservas porque son de importancia práctica, y ejemplifican con claridad las aprensiones de Langs ya mencionadas (1, 22). Por una parte, estas consideraciones son demasiado inespecíficas y generales, esto es, se pueden aplicar por igual a una serie de pacientes por el hecho de ser viejos y que, sin embargo, tienen una biografía y una condición vital actual completamente diferentes al sabio sueco. Si estamos en lo correcto, necesitaríamos que la figura de su muerte, acechándolo cual mensajero siniestro, apareciera en los dos sueños en distintos ropajes y éstos individualizaran sus ansiedades de término con detalles inherentes con exclusividad a su vida. Por otro lado y más fundamental, desde hace ya tiempo él está consciente de su cercanía a la muerte –sus 76 años han traspasado con mucho la barrera crítica como para esconderse a sí su índole mortal inminente–; el doctor Borg es un anciano pero no está a punto de morirse, por tanto ¿por qué ahora precisamente surgiría con vigor esta ansiedad, no antes ni después? ¿Las angustias de muerte, por pertenecer a una categoría transpersonal, atacan inesperadamente sin importar el momento o circunstancia, son una suerte de tormenta en un cielo inmaculado, o, por el contrario, hay que pesquisar con mayor finura los causantes inmediatos y necesarios? Para decirlo de otro modo, el terror a la muerte ¿es el miedo más importante que él exhibe o podría haber otro, por ejemplo a la conciencia moral, ya que hay fuertes indicios de autocastigo bajo la estructura de una personalidad obsesiva? Empero, si emergiera una ansiedad más primaria –se entiende, más decisiva para él– podríamos postular una conflictiva que amenazara cual situación-límite al médico sueco, y toda su narración se mostraría bajo una luz insospechada, las escenas adquirirían una inteligencia por completo diferente.

El prólogo revisitado

Si volvemos a observar con detención la secuencia inicial como escenificación dramática de la vida presente de Isak Borg, nos saltará a la vista que lo que él nos relata es lo que Freud denominó novela familiar: fantasías inconscientes mediante las cuales el sujeto rememora, modifica, revaloriza y reasigna significaciones a sus lazos originarios con sus padres, esposa, hijos, parientes y sustitutos significativos (50). ¿Cómo se particulariza esta estructura humana general en este profesor escandinavo?

Aquí no se trata de un niño, un joven o un hombre maduro que reelaboran recuerdos hacia sus ancestros inmediatos (ser hijo de otro progenitor de mayor alcurnia) o fantasean acerca de su futura descendencia (engendrar un sucesor que realice lo que él no pudo llevar a cabo). Estamos frente a un viejo. Ahora bien, contrariamente al rey Lear que Freud estudió detenidamente, no nos topamos con un moribundo que tiene necesidad de “la sabiduría eterna… que aconseja al anciano renunciar al amor, elegir la muerte y reconciliarse con la necesidad de morir” (51). Los 76 años de Isak giran en torno a un eje que no apunta al término irrevocable sino en otra dirección que es necesario indagar con cuidado. En esta sutil diferencia radica el meollo del dilema particular e ineludible del doctor Borg y que, como tal, concierne sólo a él y a estos momentos muy precisos en que se halla inmerso.

Lo que interesa a Isak es la vida antes que la muerte, su presente como abierto antes que cercado por lo irrebasable, sus posibilidades inmediatas (manifestadas tanto en la celebración en que se le rendirá un homenaje como en el disfrute con su enérgica madre y su ama de llaves) antes que la ausencia absoluta de perspectivas y condenada por el vacío eterno ad portas. A su vez, su recuento retrospectivo no fantasea otra vida posible que él hubiera podido gozar –no hay añoranzas–, sino que se atiene sobriamente a la que experimentó y la acepta en toda su realidad. En lugar de reducir el presente fundamentalmente a ser consecuencia mecánica de lo vivido anteriormente, hay que aprehender a Isak desde donde se sitúa ahora y lo que viene a continuación: sus contactos emotivos con sus seres queridos y su viaje a recibir el premio producto de sus años de investigador. Heidegger no se cansó de recalcar que el pasado es “pasado-presente”, esto es, una re-petición, en alemán, Wieder-holung, volver a tomar lo vivenciado desde el ahora, y simultáneamente, empuñarlo desde el presente-futuro, que es el que, lanzado en un deseo por venir, retrógradamente le otorga plena y auténtica significación a toda nuestra temporalidad (52). Con todo, no hay que olvidar que es un asunto de prioridades; no se trata que sus orígenes no sea obligatorio saberlos para la correcta intelección del médico, sino sólo que tienen un rol subordinado frente a lo que está experienciando y lo que vendrá a continuación.

Hasta aquí nos hemos referido a la peculiar estructura temporal de la novela familiar de Isak –autorrealización desde el futuro–, y ahora nos volcaremos a su contenido. Pues bien, la ausencia del padre es demasiado notoria. Él no es mencionado en parte alguna ni es mostrado su rostro en la nutrida galería de fotos de su familia que él conserva cuidadosamente alineada en los muebles de su despacho-biblioteca. Con ello se propone una variedad particular de hijo bastardo con una alcurnia y destino superiores que le han sido arrebatados por un padre sustituto (o sus allegados cercanos). Su situación se complica cuando nos enteramos de que la esposa ya ha muerto hace varios años y no ha sido reemplazada. Su desaparición circunscribe su contacto con la mujer a su madre, la nuera y el ama de llaves. Con otras palabras, a la mujer que le dio la vida, la joven (representante quizás de alguna de la que se enamoró perdidamente) y la actual que le cuida y goza de sus favores. Que las tres están escogidas siguiendo el mismo modelo lo podemos corroborar al recordar que su hijo es médico como él y no tiene descendencia: es su doble o su retrato (53). Tenemos derecho a suponer que ellas representan las figuras femeninas decisivas de las diferentes etapas de su vida.

Hay por tanto una doble ausencia, empero con alcance inconsciente diferente: su padre y su esposa. ¿Podría haber sucedido que la competencia a muerte con su padre (y su eliminación en la fantasía) por la posesión exclusiva de su madre le provocó tales sentimientos de culpa que le hayan hecho imposible gozar una relación madura con su cónyuge, que se expresa en la supresión de ella (real tanto como imaginaria) y su incapacidad de haber encontrado una nueva pareja con posterioridad? Algo de esto es barruntado en el instante mismo que su ama de llaves –la hembra– irrumpe en el espacio íntimo de su despacho. Inmediatamente Isak nos comunica sus fuertes defensas caracterológicas de pedantería y meticulosidad, como recalcando que sus pulsiones sexuales están sujetas a un férreo control, y por ello no se encuentran en peligro de desbordarse hacia su vida cotidiana ahogándola con peticiones libidinales que no harían sino trastocar su equilibrio trabajosamente obtenido con los años. La muerte de su esposa ¿no habrá sido fantaseada también como una huida de ella de su lado por la incapacidad por parte de él para amarla como ser adulto y emancipado de su progenitora? ¿Habrá tenido hermanos (o sus representantes) con los cuales le tocó luchar denodadamente por conquistar el cariño de madre y ser su preferido? Nada sabemos. De esta manera la situación edípica de Isak Borg se va conformando progresivamente, hasta donde lo permiten los datos, con atributos conectados específicamente con los pormenores de su historia sexual.

Falta todavía un acontecimiento capital: la recanalización de la actividad profesional. De joven se dedicó a la medicina y luego comenzó a trabajar duramente como investigador. Por decirlo así, de sanador se mudó en creador. Importante transformación que nos recuerda que la creación es un trabajo, y que como tal está sometida a las mismas leyes psíquicas que gobiernan a los otros trabajos fundamentales del ser humano, el sueño (7), el duelo (54), como apuntó Freud. La creación es un conjunto de procesos psíquicos inconscientes y conscientes que transmuta los materiales y representaciones de la vida interior y exterior. Gracias a esta elaboración mental, el sujeto logra desprenderse progresivamente de una serie de partes de sí en un objeto independiente y con un valor cultural superior y objetivo, aunque manteniendo con él para siempre fuertes lazos personales inconscientes. De acuerdo a la terminología de Melanie Klein, se lleva a cabo una destrucción producto de ataques a los vínculos que sueldan entre sí los objetos de su mundo interno para intentar, seguidamente, reparar el daño infligido a estos objetos psíquicos deteriorados (55). Ya sabemos por Freud que el alcanzar una meta profesional se obtiene por medio de enormes gastos de energía sexual sublimada que, en ocasiones, como en el caso de Leonardo, provoca inhibiciones insuperables al encontrar ámbitos y zonas cargados con un valor oculto demasiado peligroso y amenazador (56). Lo mismo se repite al cambiar de profesión. Llegado un instante, que no podemos determinar por falta de datos, el doctor Borg necesitó reconducir toda su sexualidad para conquistar un fin diferente del originario. El destino de la pulsión, para emplear la expresión de Freud (57), sufrió una conmoción de envergadura. El gasto emocional se hizo a sus expensas y debió haber implicado sortear y superar barreras protectoras de extraordinaria envergadura. Puede que haya abjurado parcialmente de la vida genital en favor de la búsqueda del conocimiento, lo que en parte explica sus palabras iniciales llenas de sabiduría pero cargadas de un matiz entre irónico y despreciativo frente a sus semejantes y a sus debilidades personales. Quizás un triunfo secreto del intelecto, con control y negación de la dependencia del otro, pero sin la felicidad erótica o el goce libidinal pleno, propio de alguien agobiado con importantes pulsiones anales (58). Y además ¿una clandestina y prohibida reafirmación victoriosa frente a su padre?

Esta nueva perspectiva de la historia de Isak Borg nos sugiere postular defensas parcialmente diferentes, aunque complementarias, a las mencionadas más arriba. ¿Cuáles son estas resistencias? Primera, la competencia frente al varón será permanente con deseos de vencer, por lo que las interpretaciones serán desechadas o descalificadas como superficiales, triviales o lugares comunes. Además, la racionalización quizás le impedirá experimentar afectivamente los conflictos al interior de la relación terapéutica, y enfrentará su condición como un “caso científico” interesante para su mente de investigador, empero que no merece ser considerada en serio; la falta de tests objetivos y probados en psicología para evaluarlo en su funcionamiento mental, le autorizará tanto para no suscribir emocionalmente las interpretaciones del psicoterapeuta como tampoco admitirlas intelectualmente como verdaderas (quizás, en el mejor de los casos, como meramente plausibles). En tercer lugar, la batalla por demostrar a toda costa su supremacía como erudito imparcial, equilibrado y diestro, será con seguridad una de sus principales maniobras, difícil de erradicar, o, cuando menos, de ser puesta en cuestión. Cuarta, si la ayuda proviene de una mujer, ensayará seducirla con su inteligencia, fineza y buenas maneras, con una fachada de desvalimiento que apela en la otra persona a ampararlo y cobijarlo, o con un traje de sabio paternal de vuelta de las pequeñeces de los hombres que sabe aconsejar juiciosamente, sin recurrir a un erotismo explícito, tosco y de mal gusto.

El gatillo

¿Hemos resuelto por qué Isak Borg se decidió a contarnos en estos precisos momentos su historia personal? Siguiendo con nuestra ficción metodológica ¿conocemos qué es lo que impulsó al doctor a consultar por vez primera, recién a los 76 años, estando su vida tan llena de éxitos y, en los últimos años, con una armonía emocional suficientemente satisfactoria? Definitivamente no sabemos con certeza. Eso implica que con seguridad nos hemos saltado un acontecimiento presente decisivo aunque oculto en su sentido profundo, o, como mencionamos antes, un “hecho seleccionado” según Bion (45).

Esta llamada de atención nos hace caer en cuenta que hemos dejado de lado por completo el suceso crítico que motiva el viaje. Al finalizar su relato nos informa, de manera casual y casi de pasada, que recibirá mañana el título de doctor honoris causa. Por experiencia clínica estamos habituados a que las últimas frases al momento de acabar una sesión (o previas al relato de un sueño) son de especial relevancia para el paciente. ¿Es así en Isak?

El evento exhibe una fachada anodina. Sin embargo, la apariencia primera engaña gracias a la labor de desplazamiento, simbolización y condensación. Su titulación como hecho inminente nos hace comprensible lo que constatamos antes, por qué el futuro y no el pasado, es el tiempo dominante de Isak. O sea, se muta el carácter de sus vivencias y pasan de ser algo sufrido y padecido (pretérito) a algo asumido y misión por consumar (porvenir). Los incidentes relatados al inicio dejan de ser una sucesión de recuerdos jactanciosos y vanos de un anciano engreído, algo pedante y temeroso de su muerte barruntada, y se transforman, contrariamente, en la culminación victoriosa del hijo bastardo que deja para siempre de ser bastardo. Vale decir, el padre oculto en el trasfondo reaparece, pero esta vez como el enemigo secreta y permanentemente admirado y simultáneamente odiado. Enfrentándolo a él, y tan sólo a él, se va a producir la prueba final y definitiva en que Isak Borg acreditará, más allá de toda duda, su poderío y supremacía. Se debe recalcar que la distinción oficial del Colegio Médico ya ha sido otorgada –ya ostenta la calidad de honoris causa–, tan sólo queda asumirla en propiedad, esto es, ser investido públicamente. El superar a su progenitor, su asesinato o parricidio, está por venir, a pocas horas de ser cumplido, y es él mismo el que se va a transfigurar de vasallo en verdugo cuando le impongan el birrete honorífico en la catedral de Lund. Es la experiencia fascinante, y ominosa al mismo tiempo, denominada por Freud “too good to be true” (59). Un suceso que ha anidado en su corazón desde su niñez temprana, un deseo profundo que se ha codiciado y simultáneamente temido, y durante largos años pareció casi imposible, mañana se convertirá en realidad indesmentible: la quimera se transmutará en verdad inapelable. En el mundo objetivo se materializará, y él dejará atrás, por fin tras 76 años, todas las dudas e incertidumbres infantiles sobre su capacidad y potencia viril. Haber llegado tan lejos, haber sobrepasado con largura las más osadas esperanzas y fantasías, ser mimado con tal fuerza por los poderes ocultos del destino, poder tener acceso a los más prohibidos ámbitos del ser humano, es gozar de un reconocimiento y autoridad insólitos, es un acontecimiento que no tiene parangón en su existencia.

Por fin conseguimos una intelección más acabada de las resistencias de la primera sesión del profesor Borg, con alcances hasta ahora impensados, puesto que el gatillo rectifica, reformula y ahonda en el aquí-ahora de máxima tensión emocional de Isak Borg. La interpretación de los dos sueños servirá para comprobar no sólo la validez de nuestras hipótesis, sino además predecir con mayor precisión cómo podrán emerger las resistencias en una futura terapia de orientación dinámica.

Los dos sueños

Conviene recordar que el análisis de los sueños detenta peculiaridades especiales debido a la naturaleza primitiva de su material inmediato, que hace necesario tomar una serie de medidas técnicas para su recta decodificación (35, 44, 48). Por consecuencia, habrá que solicitar para con Isak lo que Freud pidió al momento de publicar su propia producción onírica: “Habré de rogar al lector haga suyos, durante algún tiempo, mis intereses y penetre atentamente conmigo en los más pequeños detalles de mi vida, pues el descubrimiento del oculto sentido de los sueños exige imperiosamente una tal transferencia” (7).

Retomemos la amenaza inminente de muerte postulada al comienzo y que dejamos parcialmente en suspenso. Sabemos que Freud sostuvo vigorosamente que el concepto de muerte no existe en el inconsciente, quizás por ser demasiado abstracto y de contenido negativo: “para un niño, el temor a la muerte no tiene ningún significado... y aproximadamente es lo mismo que haberse <ido> y no molestar ya a los sobrevivientes” (7). La confección de la segunda teoría de las pulsiones no hizo variar en nada su convicción y de ahí su denominación de pulsión silenciosa que tan sólo puede expresarse oblicuamente, esto es, unida a la libido: “en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su propia inmortalidad” (60). Con posterioridad añade “… la libido sale al encuentro de la pulsión de muerte o de destrucción que domina y que tiende a desintegrar… y a conducir al estado de estabilidad inorgánica… Su misión consiste en volver inofensiva esta pulsión destructora, y se libera de ella derivándola en gran parte hacia el exterior” (61). Si esto es así ¿se muestra en los productos nocturnos del profesor?

Hay por lo menos tres mujeres que le señalan, por medio de trazos borrosos o símbolos, la cercanía de su muerte. La primera es una muchacha vestida a la usanza antigua como seguramente él conoció alguna en su juventud –quizás un primer amor–, dura en sus palabras pero triste en su expresión, y que le hace consciente, contra su voluntad, que él va a morir pronto. Acaso lo importante no sea lo que le dice en voz alta sobre su inaplazable fin o que le rememore su vida ya trascurrida y necesariamente perdida para siempre –los mensajes son demasiado directos para ser manifestación del pavor al silencio final, quizás expresan otro espanto distinto–, sino su comportamiento. En lugar de amenazarlo con palabras aterradoras lo confronta con su rostro en el espejo: la muerte no proviene de afuera sino que reside en tu interior, o como dijo Freud, no se muere por azar fortuito sino que “por causas internas” (60). La hora ha llegado porque siempre ha estado ahí, en ti, aunque no hayas querido reconocerla y asumirla. Al igual que en esta imagen especular tuya, debes invertir la situación: buscar adentro en vez de afuera. La esplendorosa adolescencia de ella subraya los años transcurridos sin detención posible y embellece engañosamente la figura de la muerte que ella representa por contraste.

La segunda mujer está ella misma muerta y vestida en su blanco camisón que le sirve como de mortaja, y, ante la sorpresa del doctor, revive en medio de risas estridentes y desazonantes. Intercambiando los personajes, Isak Borg es quien está muerto, o a punto de estarlo y no lo sabe, o no lo ha sabido nunca, porque no ha tolerado hacer frente a su condición intrínseca de ser mortal y sus pérdidas sucesivas; y es la mujer, adulta y con experiencia en los secretos y enigmas de la vida, la encargada de hacérselo entender. Sus risotadas y gritos ahogados son proyecciones en ella de la asfixia opresiva de Isak ante la noticia devastadora, y además, una transfiguración ominosa de los arrullos y cantos de la madre amorosa encargada de proteger al niño de sus terrores ancestrales –se sabe que lo ominoso o siniestro (unheimlich) es indicio de que lo infantil retorna desde lo inconsciente de modo invertido (62, 63). Representante de la sabiduría maternal, ella le sugiere al profesor que resucite a la existencia verdadera para que muera, se entiende, para que se apropie y haga suyo su morir, que acaricie tener una muerte propia, con una dignidad peculiar y un orgullo tranquilo.

Mientras las dos anteriores muestran su cara, aunque en cada oportunidad la expresión se torna más pálida y desazonante, la tercera mujer está ausente y hundida en el negro pasado, y lo manda llamar después del examen con la imperiosidad propia de las leyes inalterables de la naturaleza, sin ninguna posibilidad de recuperar su derecho a una situación de excepción, como creen ser merecedores los niños pequeños cuando se sienten únicos, centros del universo y dotados de omnipotencia. La bajada a los infiernos –el abrir la puerta hacia una zona oscura y tener que dirigirse Isak en esa dirección– no se puede postergar, y la travesía por el Hades se está por realizar hacia los brazos de la Diosa de la Muerte velada en las tinieblas de su pretérito. Sus desesperados intentos por solucionar tareas y desempeñar de la mejor forma posible las misiones que le son encomendadas han terminado en un rotundo fracaso, porque no se puede jamás superar el pertenecer a la condición mortal –no ver en el microscopio, no entender las palabras del idioma humano, no reconocer sus deberes morales. En sus respuestas desafortunadas frente al examinador implacable, suerte de Ángel Exterminador, Isak trata con desesperación de reducir la necesidad a elección, el destino a asunto soluble, la compulsión a desaparecer en voluntariosa lucha por prevalecer, en conjunto, sólo “ilusiones... creadas para soportar la carga de la existencia” (schwere des Daseins) (60).

En otras palabras, cada mujer en el sueño de Isak es la imagen de los diferentes rostros del tiempo finito, al igual que las Horas griegas representaban el transcurrir de la vida terrenal cuando tejían los hilos de nuestra madeja para finalmente cortarlos: Láquesis, lo casual o azaroso, Átropos, lo ineludible, y finalmente Cloto, la inexorable que reclama sus derechos sin perdón ni dilación. Las tres son las Parcas, las Horas o las Moiras, “guardianas del orden natural y del orden divino que hace que las cosas de la naturaleza se sucedan en una secuencia inmutable” (51). Al igual que Freud, recurramos a la mitología antigua en apoyo a nuestras disquisiciones: las “Moiras vigilan el orden necesario de la vida humana tan inexorablemente como las Horas vigilan el orden regular de la naturaleza” (51). Queda clara en el científico sueco la inversión característica de las leyes del sueño y del proceso primario –las Diosas de la Muerte se han trastocado en las Diosas del Amor, adquiriendo de esta manera una forma humana seductora y apetecible, que lo embota en su capacidad para reconocerlas en todo su horror (51). Recordaremos los versos de Goethe citados por Freud: Todo lo transitorio / es sólo un símbolo; / allí la imperfección / se vuelve realidad; / allí lo indescriptible / se realiza; / el eterno femenino / nos trasciende (7).

Así surge embozada la muerte en los sueños del médico –a pesar de la inexistencia de su representación concreta en el inconsciente–: mudez, silencio, ocultarse, no ser encontrada, palidez, irse, asegurar con énfasis que la paciente está muerta para repudiar cualquiera identificación con ella, revivir mágicamente como negación de su condición forzosa. Pero es inútil que Isak Borg añore con desesperación el amor de su madre, que pretenda, como lo relata en el prólogo, que ella está todavía activa y vigente pese a sus 96 años, o que nos asegure que su sustituta, el ama de llaves, lo asiste con devoción y fidelidad ininterrumpidas; sólo la tercera y póstuma lo tomará en sus brazos, la silenciosa y recóndita Diosa de la Muerte. Si algo le cabe todavía por hacer es solamente decidirse a optar por su muerte como personal e intransferible, ir activa y resueltamente al encuentro de su posibilidad extrema y asumirla.

El gatillo otra vez, validación y predicción

Pero el gatillo nos señala inequívocamente en otra dirección. Isak está ante la inminencia de un viaje y éste no sólo es el último viaje. ¿Será posible que las meditaciones de Isak en el escritorio de su casa fueran incitadas en su inconsciente porque éste sabía de antemano que iba a emprender a continuación una jornada en auto, y así esta travesía tenía por adelantado el significado de sendero o acceso hacia su interioridad? Ahora estamos facultados para afirmar que parece indudable, sobre todo cuando vemos que las imágenes oníricas surgen durante la travesía. Dicho de manera breve, precisamente el viajar como metáfora de un adentrarse en su psiquismo facilitó el que las reflexiones del día anterior se agitaran en torno a un recuento y evaluación de su vida.

Esta perspectiva que destaca el examen de su intimidad nos coloca en primer plano la culpa, culpa cometida por Isak por un acto que no quiere entender ni puede reconocer como propia –“culpable de culpabilidad”, sentencia enigmáticamente el examinador– y esta culpa (Schuld = deuda) la tiene ante todo frente a las tres mujeres. Frente a la joven, que se la enrostra directamente; frente a la adulta, por ser incapaz de aceptar que no la puede ayudar ni siquiera a darle vida ¿amor?; y frente a su esposa, por no interesarse ya más en ella al descartarla como muerta. En otras palabras, su relación con el sexo opuesto es decisiva pero infiltrada por sentimientos de ejecutar algo malo o sobre todo prohibido. Las tres seducen de distinta manera, porque indudablemente en presencia de ninguna queda indiferente. Se podría contraargumentar que la seducción dista mucho de ser erótica. Precisamente por ello se supone que en cada ocasión es vedada –no se admite sino como afecto contrario y desfigurado–, aunque por distintos motivos. Recordemos lo que señalamos recién: lo siniestro u ominoso es tal porque despierta emociones infantiles altamente deseadas pero hace mucho reprimidas y transformadas en su opuesta (62).

Si la madre es el objeto prohibido y oculto final tras cada una de ellas, entonces el castigo por sus impulsos debiera ser evidente. Efectivamente, las imágenes de daño o castración son variadas en los dos sueños: la mano que se hiere con un clavo, el aparato que no funciona (microscopio), los ojos que no ven o se han vuelto ciegos, la imposibilidad de manejar o entender un idioma como propio, ser incapaz de plantear un diagnóstico, no poder exhibir sus potencialidades frente a un público, salir reprobado en un examen en que se miden rendimientos (“incompetente”).

El padre asoma al final, lo que demuestra su importancia crucial cargada con fuertes afectos que hacen necesario recurrir a la postergación como medio de defensa. Es el examinador, objetivo, distante, despiadado, incorruptible. La relación entre ambos se restringe a una prueba o examen inmisericorde. No hay otros sentimientos en juego, salvo cuando el doctor intenta vanamente ganarse su compasión o complicidad, claro está que no por amor sino por motivos estrictamente tácticos de salir airoso frente a las preguntas cada vez más comprometedoras. En verdad, es una lucha sin cuartel sostenida entre dos varones insobornables que en ningún momento flaquean, y que muestra un claro e inequívoco vencedor. Empero, el derrotado nunca desmaya ni da muestras de arrepentimiento, sólo recurre a ardides para embaucar al otro (se refugia en una inexistente enfermedad cardíaca aunque, cuando es descubierto su embuste, emprende de nuevo su combate con la intención de recuperar su terreno perdido; se escuda con maña en su profesión cuando no domina una lengua).

Las apariencias pueden corresponder a un espejismo ¿Y si fuera el veredicto el opuesto porque los papeles estuvieran invertidos, es decir, el profesor Borg es el que ha destruido irreparablemente al padre y de allí que éste no aparece en el prólogo? Querría decir que los impulsos rabiosos, asesinos y vengativos yacen en su interioridad desde muy niño, y son tan intolerables para su conciencia moral, que solamente pueden mostrarse proyectados y distorsionados en su odiado contrincante. Su calidad de investigador sobresaliente apoya nuestra hipótesis de mutación de roles. Es él –no su padre– el que ha descollado en el campo de la microscopía y ciencias básicas y, por ello, es Isak el que somete al otro a la humillación y degradación de calificarlo mal y suspenderlo ignominiosamente. Por decirlo así, por fin en las postrimerías de su vida está autorizado –él se autoriza a sí mismo– para emitir el veredicto final: su padre como hombre es “incompetente” (¿impotente?) medido con su persona.

La joven del sueño se inviste con una significación suplementaria bajo este ángulo. Al conminarlo a que se mire y no continúe mintiéndose, lo apura a que acepte como propios sus deseos de venganza que están albergados en su pecho desde tiempos inmemoriales, que su infancia desvalida está por morir y no debe temer ya que ha llegado la hora de convertirse en autónomo. En otros términos, a gozar, por el triunfo y el tormento que va a causar, por el homicidio inminente, y apenarse, por el duelo y dolor que va a seguir. No cabe duda que el espejo es un recordatorio para nosotros que lo que se ve es una situación invertida, en donde la vida por delante le corresponde por fin a él con ella y no a su padre, en donde la víctima que él creía ser hoy se ha transfigurado, en verdad es el victimario. La celebración jubilosa se lleva a efecto sometiendo a su padre al examen vergonzante, las sucesivas pruebas van ensañándose contra él con mayor vigor y a cada instante el placer experimentado se funde con el dolor provocado en una espiral ascendente. Delante de un público impertérrito –en el inconsciente, alborozado– Isak ejecuta activamente lo que su progenitor llevó a cabo con él sin misericordia alguna; como niño, según experimentó con impotencia, se sintió como un espantajo desamparado y degradado.

La otra vertiente también la reconocemos ya que los sueños, además de satisfacción (inconsciente) de deseos (reprimidos) (7) son, como los síntomas, formaciones de compromiso (64). Por tanto, se acompañan indisolublemente de una culpa creciente, que se va tornando cada vez más en persecutoria hasta desembocar en un ambiguo enfrentamiento o fusión simbiótica con la esposa-madre muerta. Vemos que ansiedades paranoides y retaliatorias surgen y se despliegan en los dos sueños en toda su intensidad, mucho más potentes que en el prólogo, donde estaban veladas detrás de su fina educación y buenas maneras.

Las resistencias propuestas hasta aquí no invalidan las que vienen a continuación, sino que las tornan más complejas, con distintos planos de sentido y con alcances existenciales diferentes. Primera, la relación terapéutica será ambivalente: escisión entre una parte buena y otra mala del psicoterapeuta, o cambios bruscos entre idealización y denigración, sometimiento y ataque, terror o combate. En cualquier momento podrán irrumpir sensaciones de ser acosado, impugnado y perjudicado aviesamente por el terapeuta, lo que hace necesario evaluar meticulosamente la posibilidad de una regresión descontrolada a consecuencia de una interpretación profunda. Además, hay que tener presente que los temores persecutorios se conectan con los miedos de muerte elaborados más arriba, y que fueron descritos por Freud como uno generándose del otro: “… el temor a la muerte debe considerarse como análogo al temor a la castración y que la situación ante la que el Yo reacciona es la de ser abandonado por el Superyo protector –los poderes del destino– de manera que éste ya no constituye ninguna salvaguardia contra los peligros que lo rodean” (6). En segundo lugar, los mecanismos de control y manejo se jugarán en el triángulo edípico con las consiguientes pulsiones, angustias y defensas. En otros términos, aunque es lícito suponer en el doctor Borg importantes fantasías y procesos primitivos diádicos (esquizo-paranoides), especialmente, como dijimos, por regresión consecutiva a una intervención fuera de tiempo o profundidad, lo nuclear se expresará en las dificultades triangulares con las consiguientes luchas por ganar al varón, acompañadas de intensos celos y necesidad de posesión de la mujer. O quizás, en su variante negativa o invertida, sometimiento al hombre y desprecio por el sexo femenino, por tanto, la homosexualidad (simbólica) como manera de contrarrestar parcialmente sus atemorizantes y vigorosos impulsos de castración recurriendo a la identificación (56).

Consideraciones finales

El presente trabajo busca contribuir a resolver una doble debilidad que nos ha parecido encontrar en la literatura especializada cuando investiga el análisis y manejo de las resistencias durante el trabajo psicoterapéutico. Por un lado, las hipótesis se plantean por parte del terapeuta a nivel del material preconsciente antes que del inconsciente, codificado y derivativo (1, 22). Por otra parte, se permanece en lo general, inespecífico y válido para todas las personas en situación semejante, suerte de cliché psicoanalítico o psicología del sentido común (65). Ambas características frenan o vuelven inefectivas las herramientas técnicas propiamente psicodinámicas que tienen como meta modificar lo reprimido, disfrazado y profundo, y no lo superficial y al alcance del proceso secundario. Lo que no hay que olvidar es que los fenómenos neuróticos son producto de los estratos más arcaicos del psiquismo humano y no de sus capas racionales (propias por ejemplo del cognitivismo), por lo que resulta ineludible elaborar un método ad hoc para tener acceso y trabajar técnicamente en esos niveles primigenios.

La noción de gatillo o “contexto adaptativo” ayuda precisamente a contar con un arma efectiva para entender intelectual y emocionalmente aquellas resistencias que son determinantes del cuadro psicopatológico del instante presente, llámense relaciones actuales cotidianas o encuentro aquí-ahora con el médico. Para recordar las palabras de Melanie Klein: define y señala con precisión el punto de máxima ansiedad, que es aquel que interesa interpretar antes que ningún otro porque representa la fantasía inconsciente dominante, esto es, la expresión mental directa de los impulsos instintivos y también de los mecanismos de defensa contra esos impulsos instintivos (66). Pensamos que el caso (ficticio) del doctor Isak Borg lo demuestra con suficiente claridad. Si nos hubiéramos contentado con definir los dinamismos dominantes pero sin considerar el gatillo que estaba por detrás, habríamos pecado por insuficiencia en nuestra comprensión de las resistencias –insuficiencia por inespecificidad, insuficiencia por superficialidad–, que seguramente habríamos pagado caro durante el proceso curativo ulterior.

Elemento central de nuestro proceder lo constituyó la validación de cada una de nuestras intervenciones. La validación en psicoterapia analítica representa un problema que acompañó a Freud desde los primeros días y sabemos que quizás sea su mayor dilema actual (27, 28, 31, 34, 46, 67). Al igual que en una publicación previa (28), recurrimos a criterios analíticos –no mensurativos ni a hechos externos– para fundamentar y confirmar nuestras hipótesis y formulaciones. Aplicando nuestra capacidad de escucha al material para determinar el gatillo, las resistencias postuladas a partir de este desencadenante “adaptativo” eran sometidas a confirmación (inconsciente) en los dos sueños que venían a continuación; la validación, a su vez, hacía posible tanto formular los futuros mecanismos defensivos como, retrospectivamente, ratificar y reafirmar el papel determinante del “contexto derivativo” único e irrepetible (trigger) del “paciente” Isak Borg (1).

Nuestro aporte se refiere a las resistencias. Wallerstein está de acuerdo con Freud y Greenson cuando asevera que los fenómenos clínicos de la resistencia y transferencia son el referente común para todos los analistas, ya sea que su capacitación sea clásica, kleiniana o winnicotiana (31). De ahí la importancia que tiene el presente estudio tanto para la formulación de conceptos heurísticamente provocadores como para la práctica concreta junto al sillón del enfermo.

Terminemos con las limitaciones e incertidumbres ¿Es la presentación del caso demasiado minuciosa y algo fatigosa por recurrir a menudencias y matices? Evidentemente. Conviene recordar, sin embargo, que el trabajo psicoterapéutico también lo es porque debe abordar a un paciente muy determinado, con una biografía irrepetible y conduciéndose en las menudencias de su vida rutinaria. ¿La reconstrucción de los logros artísticos y científicos de Leonardo no depende de la escrupulosidad casi obsesiva con que se trabaja un recuerdo infantil dicho de pasada en su diario de vida? (56, 68). ¿La interpretación de Freud del Moisés de Miguel Ángel no descansa en la descripción puntillosa de la peculiar disposición de los pliegues de la barba y ropaje, y en la postura de unas tablas que apenas se visualizan? (69). Se puede entender mejor nuestro proceder cuando se tienen presentes las palabras de Freud que dan cuenta del áspero camino que tuvo que recorrer para conseguir este último objetivo: “En 1913, a lo largo de tres semanas solitarias de septiembre, me detuve diariamente en la iglesia delante de la estatua, la estudié, la medí, la dibujé, hasta que surgió en mí la comprensión que sólo osé expresar en el papel anónimamente. Sólo muchos años más tarde legitimé esta criatura no analítica” (70).

Las precauciones adoptadas por Freud enseñan que el “psicoanálisis aplicado” es, también en nuestro caso, más complejo de lo que se asume habitualmente, en especial cuando se trata de cine (36). Queda claro, después de analizar la película, que se generó una relación asimétrica entre Isak Borg y nosotros como presuntos terapeutas, semejante a la asimetría de una transferencia. Por decirlo de una manera directa ¿quién no se sintió identificado con el médico durante su torturante examen? Si el film nos conmovió es por lo que nos dijo directamente a nosotros, por la relación dialéctica (cambiante y no estática) entre sus palabras y nuestra identidad personal, por el vínculo intersubjetivo que contrastaba permanentemente sus vivencias con nuestra interioridad.

Como aceptamos en la introducción, los peligros del trabajo psicoterapéutico son particularmente mayores en el curso de una primera sesión, por lo que las posibilidades de fallar o hiperinterpretar son grandes, o de caer en lo que Fließ le reprochaba a Freud, que éste “leía la mente y simplemente atribuía sus propios pensamientos a los demás” (3). El lector ahora está en condiciones de aprobar o rechazar nuestras sugerencias pero, al igual que él nos sometió a una indagación exhaustiva, él deberá proponer sus interpretaciones alternativas o antagónicas, aunque deberá atenerse, por una parte, a pautas psicodinámicas y, por otra, recurrir a la validación analítica que está inscrita veladamente en el material de Isak Borg.

 

Referencias

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Correspondencia:
Gustavo Figueroa
Casilla 92-V
Valparaíso
E-mail: gufigueroa@terra.cl

Recibido: enero de 2004
Aceptado: abril de 2004

 

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