Este libro es del tipo que la gente destina a leer en verano, entre arena rubia y salpicaduras del mar océano, distrayéndose, a ratos, en la contemplación graciosa de un horizonte náutico despejado de nubadas y peligros. Parvex escribe con soltura y convicción, y es capaz de trasmitir esa mística al lector estacional. Conoce bien los misterios y goznes del arte literario de masas como para estimular al público -al suyo- a terminar esta novela-crónica de una sentada, mientras, a sus distendidas espaldas, el retumbo leve de las olas se apaga y recomienza en la orilla marítima.
Fuera de estas virtudes innegables, El rey del salitre que derrotó a Balmaceda carga pretensiones estentóreas. La teoría que propone convierte al coronel J. T. North en una clase de Dr. Moriarty, dedicado a derrocar a un gobierno sudamericano adverso a sus intereses financieros, con la ayuda de la Corona, el primer ministro y la flota británica, entreveradas con el parlamento, la marina de guerra, los bancos y la clase dirigente chilena... Además de la cuantiosa colonia inglesa local. Inmenso arco de fuerzas al servicio de un mismo hombre (el coronel), y, un plan de derrocamiento (contra Balmaceda), que se suponía listo en junio de 1889, año y medio antes del levantamiento de la armada nacional contra la "dictadura" enseñoreada en La Moneda y antes del inicio de la conflagración civil. Lo portentoso del libro apuntado es la pretensión de zanjar el debate y los juicios contrariados sobre la guerra fratricida de 1891 mediante la cita, en extenso, de documentos que, a la fecha, ningún historiador había conseguido encontrar en los archivos londinenses. Ni siquiera Ramírez Necochea o Blackmore tuvieron esa ventura en sus propios sondeos. Y vaya que fueron profundos. Pues bien, Parvex reproduce una documentación cuya revelación nos coge a todos de sorpresa y, que pareciera, en una primera mirada, creíble. Cartas y telegramas confidenciales de North a sus empleados de confianza en apoyo efectivo al lobby de los agentes del congreso en las cancillerías de Europa, dirigido a conseguir respaldo político y material a la causa del parlamento y bloquear, a la vez, las iniciativas de la administración balmacedista encaminadas a lo mismo; la conformación, con capitales de North -¿200, 300 mil libras esterlinas?- de un ejército congresista ("su" ejército) de 20 mil hombres, bien equipados; el oscuro edificio logístico y publicitario del coronel orientado a socavar al gobierno constituido y ganar la guerra civil, y otras muchas demasías inéditas del monarca del nitrato, algunas de gran calado, forman parte de esta deleitable y polémica disertación, entorpecida por algunos errores de bulto, que no es el momento de repasar. Parvex traslada correspondencia del gobierno londinense y del almirantazgo inglés que -tal es la cábala- 'probarían' un grado inaceptable de involucramiento del Reino Unido en el derrocamiento de José Manuel Balmaceda. Así, la carta de Lord Robert Cecil, el primer ministro inglés, de 17 de agosto de 1890, al primer lord del almirantazgo británico, George Hamilton, demandándole alistar una flotilla, al comando de un comodoro curtido, con la mira de asistir a la oposición chilena, a su marina de guerra y "restituir a los ingleses ferrocarriles, bancos, y propiedades salitreras amagadas por el dictador chileno". O las órdenes de Cecil al contralmirante Charles Hotham, cabeza de esa fuerza naval: "dar apoyo logístico y el respaldo de su Majestad a quienes tengan la dura misión de sacar del gobierno chileno al enemigo número uno de los británicos".
Parvex liga estas iniciativas a un contubernio de los grandes financieros, la oposición anti-balmacedista y la vetusta monarquía insular, tinglado dirigido a proteger los intereses de North, los de la Pérfida Albion -ferrocarriles y propiedad salitrera- y los de una rica minoría de millonarios nativos, obsesionada en asentar un régimen parlamentario, funcional a su proyecto oligárquico. Balmaceda fue la piedra de toque y el árbol abatido, propone este resonante best seller, de tales designios espurios.
El dilema que deja picando Parvex es la autenticidad de estas súbitas y desconocidas fuentes de información. Toda vez que no las cita en la pequeña y endeble bibliografía agregada a su crónica. Únicamente menciona al "Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña", sin indicar identidad, signatura y ubicación alguna de los manuscritos llameantes que trae a colación. Nos deja, a los historiadores, con el credo en la boca y una duda cartesiana en el alma ¿Será cierto? Alguno pensará que debería condenárselo por esta grave falta. Pero no creo. Lo justo es esperar a que el propio don Guillermo nos devele las claves de esta disyuntiva esotérica. Nosotros, mientras tanto, seguiremos absortos en el oleaje que allí, en la marina próxima, teje y deshace, incesante, su ovillo.