Ferrada de Noli goza, a sus años, del don escatológico del buen humor. Así y todo, cuando afirma provenir de 'la edad de la piedra' del Mir chileno, pese a la humorada que nutre la frase, está afianzando un dato serio. Se desprende de su intención de dejarnos "una colección de memorias documentadas" de aquel tiempo y su después.
Es la dinámica que prima en este, su libro más reciente, que, sin renunciar jamás al resabio biográfico y la riqueza anecdótica, se encarniza con la ‘nomenclatura cultural post-MIR’ y las interpretaciones instaladas sobre su historia política. Esos designios son explícitos en el autor, que declara los fines del texto a la página 22: Su empresa, explica, “responde a la necesidad de corregir, espero aún a tiempo, las construcciones mitificadas y a veces calumniosas, además de una caracterización superficial, en contra de mi amigo de temprana juventud, Miguel Enríquez. En un contexto homólogo, el libro es una contra-obra respecto a los suplantadores de la verdad histórica sobre los orígenes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, y de su mensaje humanista original. Inequívocamente, algunos pasajes son la refutación sincera a por ejemplo el político-historiador trotskista Luis Vitale. Pero también a otros”. Esos otros son, en su lista, Pedro Naranjo, Martín Hernández y Eugenia Palieraki.
Y vaya que lo hace. Fustiga a cada tranco el relato retrospectivo de Vitale sobre los orígenes trotskistas del movimiento y repara algunas omisiones documentales injustificadas -asevera-
de Naranjo y Hernández. Refuta, a su vez, amén de corregirle ciertos visibles yerros reconstructivos, la hipótesis de Palieraki sobre la incidencia que las reformas democratacristianas, en particular la universitaria, tuvieron en la impulsión y la visibilidad pública del Mir, que, a juicio de Ferrada, la empujó desde mucho antes, y bajo predicamentos infinitamente más avanzados.
De cierto, hay mucho más. En la acuarela de Marcello Ferrada de Noli se entremezclan la vida propia, las ajenas y la de la república. En ese despliegue, a ratos desordenado, hallamos la biografía de M. Enríquez, desde sus comienzos como un jovenzuelo de concepciones liberales y librepensador hasta su constitución definitiva en un insobornable revolucionario de formación leninista; los trabajos de la Brigada Universitaria Socialista, entregados a la dirección de Ferrada; el comienzo de la preparación militar; las peripecias del movimiento hasta la fractura de 1967 (salida de una fracción significativa de la oposición trotskista); el caso Osses y la primera clandestinidad del Mir; las altas figuras de ese trayecto (Luciano, Van Schouwen, Edgardo y Marco Enríquez, Pascal y tantos más); las primeras acciones en la ruralidad mapuche; el nacimiento del partido en la triple frontera del extremo norte (Arica) ... Y en fin.
De todo aquello nos habla este libro cautivador, uno de cuyos vórtices es el origen, el auténtico origen, del Movimiento de izquierda revolucionaria, cuya bandera rojinegra y su autónimo partidario son de autoría suya. Como lo es la 'tesis insurreccional' -que comenta reiterativamente más no publica ni analiza en extenso (imperdonable) -compuesta a medias con Miguel Enríquez y Marco, hermano mayor de este.
Rebeldes con causa se convierte en este punto en una fuente decisiva para la inteligencia de la historia profunda del movimiento rebelde. Ferrada nos deja un insuperable y muy honesto retrato de los hombres y aconteceres implicados en la fundación de este movimiento revolucionario; en especial el núcleo furtivo emergido en 1962, el Movimiento Socialista Revolucionario (MSR), que se mantiene incólume y crece selectivamente, bajo el liderato de Miguel Enríquez, mientras ese grupo confidente militó en el regional Concepción del partido Socialista, en donde hizo trabajo fraccional, y luego en la Vanguardia Revolucionaria Marxista (VRM), donde hace otro tanto, y de algún modo en el propio MIR en su lucha contra los sectores trotskistas cercanos a Vitale y al doctor Sergio Sepúlveda, hasta terminar en la retirada de buena parte de estos. De cierto, el MSR es la unidad más articulada dentro de la panoplia de elementos y 'representaciones' que concurren a la fundación del Mir, en agosto de 1965, y que explica la nítida supremacía que adquiere en esa junta originaria, y aún después...
El MIR de 1965 más que una estructura es una agregación. Si una estructura es por definición un sistema, una unidad provista del atributo de la organicidad, el Mir de los orígenes constituía su negación. Lo que hay en agosto del 65 y aún después es un cuerpo segmentario, una formación corpuscular que reclama propósitos supremos desde su inconsistencia asociativa. Detrás de los afeites y las sombras chinescas de cierta historiografía dada a la fantasía épica - Vitale y otros- el fondo de la empresa mirista en sus balbuceos -1965, 1966, 1967- es mucho menos rutilante que esa interesada imagen homérica. Un Ferrada insobornable con la historia desconcha sin remordimientos la colorida pasta del fresco. Atiéndase a esta parrafada, perteneciente a otro señero libro del autor: "Con Bautista van Schouwen. Recuerdos de lucha y amistad (Estocolmo-Bérgamo, 2018)", referida a "los partidos y organizaciones" que las historias desaprensivas acostumbran a considerar verdaderos reactivos en los años germinales del Mir.
"Se trataba -sentencia- de grupúsculos estalinistas, pro chinos, o trotskistas, en su mayoría distinguidos por su ferviente adhesión a la doctrina militar de insurrección popular o de masas, de caracterización principalmente urbana. Aquellos grupos no eran numerosos en representación, ni mucho menos en representados. Consistían, por ejemplo, en solo uno o dos participantes. Y aquello era también la totalidad de los miembros del grupo que `representaban`. En algunos casos tenemos situaciones como la de Clotario Blest y otros, que `orgánicamente` solamente se representaban a sí mismos. En algunas reseñas sobre la historia del MIR, esa confusión se ve prácticamente convertida en ‘falacia de argumentación lógica’, cada vez que al nacimiento del MIR se le adscribe una teórica confluencia de distintas ‘organizaciones’, asumiendo que todas esas representaciones obedecían a estructuras similares". Mas ni siquiera consistían en estructuras. Tómese, v.gr., el ejemplo del Ejército revolucionario de trabajadores y estudiantes, que suele mentarse en los prolegómenos de la formación mirista: "Mi ilustración, señala un Ferrada implacable, será (el) ‘ERTE’, a quién Luis Vitale asocia (‘alentado por’) con el PRT o ‘Partido Revolucionario de los Trabajadores’ ...a su vez un ‘partido’ que, según el mismo autor, también aporta su programa al del MIR en agosto de 1965. ‘Zapata’ (Reinaldo Ramos) y ‘Chipo’ (Sergio Cereceda) eran trotskistas de Santiago e integrantes de la vieja generación en la VRM. Durante, o quizás antes de su incorporación a la VRM, habían hecho alianza con el joven y carismático psiquiatra Carlos Ramos, y formado el ‘ERTE’, sigla que significa ‘Ejército de Trabajadores y Estudiantes’ …Bien, pero este ‘ejército’ -con cuyos generales tuvimos nosotros (Miguel, Bauchi Marco Antonio, y yo) innumerables reuniones, se componía de tres personas. Y al apartarse Ramos, quedaron dos, o sea Zapata y ‘Chipo’ Cereceda". Recién a partir de 1967 el Mir comenzará a tomar formas mucho más orgánicas y centralizadas pese a que ese cometido nunca llegó a coagular en relación a lo esperado. El desenlace de 1973 lo trajo a luz.
Por un radicalismo en torno a la verdad histórica de este nivel es que debe tenerse a Rebeldes con causa, de ahora en más, cual fuente primaria de primer orden para lo que fue el transcurrir del Movimiento de izquierda Revolucionaria de Chile. Y a nadie debería extrañarle. Su abnegado y lúcido artesano, al fin y al cabo, se ha atenido, para levantarla, según propia confesión, a una irresistible sugestión hipocrática: la historia por ser objetiva, no es sanguínea sino flemática.