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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) vol.49 no.2 Santiago dic. 2016

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942016000200006 

Artículos

 

"Un verdadero centro de la cultura nacional". Dlfusión de la lectura e internacionalización del conocimiento en la Biblioteca Nacional de Chile (1900-1925)1

Sebastián Hernández Toledo*

* Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile. Estudiante del Programa de Doctorado en Historia, El Colegio de México. Becario CONACYT, doctorado nacional, 2015. Correo electrónico: srhernandez@colmex.mx.


Resumen

Este artículo analiza los proyectos culturales llevados a cabo por la Biblioteca Nacional de Chile desde 1900 hasta 1925. A partir de publicaciones, informes, estadísticas, archivos, cartas y leyes se examinan los discursos e ideas que rediseñaron sus objetivos. La hipótesis sostiene que la Biblioteca Nacional fue una herramienta de inclusión social y apoyo educacional a través de la difusión de la cultura, así como el símbolo de una proyección internacional de la cultura chilena a través de las redes de intercambio que produjo con otras bibliotecas de importancia mundial.

Palabras claves: Chile, Biblioteca Nacional, proyectos culturales, lectores, redes internacionales.


Abstract

This article analyzes the cultural projects conducted by the Chilean National Library from 1900 to 1925. Using publications, reports, statistics, archives, letters and laws we examine the discourses and ideas that redesigned its objectives. The hypothesis holds that the National Library was a tool for social inclusion and educational support through the dissemination of culture, as well as the symbol of an international projection of Chilean culture through the exchange networks that were made with other libraries of global importance.

Key words: Chile, National Library, cultural projects, audience, international networks.


 

Presentación

La producción historiográfica en relación con la Biblioteca Nacional no ha sido muy prolífica, solo destacan algunos trabajos que le otorgan una posición relevante en el espacio cultural e intelectual de la historia de Chile2. Estas obras han sido un importante aporte a su estudio en la medida que muestran el desarrollo del establecimiento y su relación con el público asistente. También existe un enfoque descriptivo de carácter institucional que ha servido de base para comprender un orden cronológico que, sin hacer un análisis profundo de las fuentes, explica su proceso histórico, enfatizando el nacimiento de cada sección, traslados de edificios y donaciones recibidas3.

En 1913 la celebración del centenario de la Biblioteca Nacional destacó por la colocación de la primera piedra de su nuevo edificio, inaugurado parcialmente en 1927. Sin embargo, desde 1900 hasta 1925 se desarrollaron, de forma paralela a la construcción del nuevo establecimiento, una serie de proyectos culturales que tuvieron como objetivo educar al ciudadano, acercarlo a la lectura y hacer de esta institución un nuevo espacio reconocido a nivel internacional.

Este trabajo pretende demostrar la capacidad y rango de acción que tuvo la Biblioteca Nacional en los distintos planos de la sociedad, examinando las políticas culturales de la institución, su impacto social y su proyección internacional como símbolo de la cultura chilena. El texto se organiza en tres secciones de carácter complementario. En la primera se analizan las propuestas sobre las prácticas de lectura predominantes de comienzos del siglo xx hechas por directivos e intelectuales ligados a la institución. La segunda da cuenta de las mejoras que se realizaron en el servicio para atraer e incluir a un nuevo público. La tercera y última aborda las relaciones internacionales de la institución que la proyectaron en el ámbito continental.

Censura y difusión: El lector y las lecturas en la Biblioteca Nacional

A principios de la década de 1900 la lectura ingresó de forma paulatina en los sectores medios de la sociedad4. La creciente alfabetización produjo nuevos lectores provenientes de las clases medias y el proletariado, que se transformaron en los nuevos asistentes de la Biblioteca. Si bien esta situación fue algo nuevo para el país, la Nacional promovió ciertas lecturas y censuró otras, intentando caracterizar a su público lector bajo las lógicas de la ilustración y el cientificismo.

El acceso restringido a obras consideradas "inmorales" o de "mero pasatiempo" en las bibliotecas públicas fue una práctica común en Chile durante los primeros años del siglo xx. La Biblioteca Nacional censuró varios títulos para guiar al público hacia ciertas lecturas "clásicas". En 1902, Luis Montt, su director desde 1886 hasta 1909, explicó en el informe anual que "en virtud de la disposición [de 1849] se ha acostumbrado en la casa no proporcionar al público las novelas, poesías y piezas de teatro contemporáneas, pero sí las obras de literatura antigua consideradas clásicas"5. Claro está que, en palabras de su propio director, gracias a ese decreto supremo se podía guiar la lectura del público solo prestándoles algunos títulos disponibles según el criterio de los bibliotecarios6.

Para Luis Montt la lectura de novelas, poesía y teatro no siempre produjo consecuencias negativas, durante dieciséis años este tipo de literatura estuvo accesible para todas las secciones y para todo público. No obstante, en 1902, debió suprimir esta autorización, ya que "por algún tiempo se creyó que se podían ser proporcionadas sin inconvenientes las obras de esta sección a los lectores que concurren a la casa; pero las repetidas quejas de algunos padres de familia que supieron que sus hijos faltaban a sus clases por dedicarse a esta lectura, me obligaron también a suspenderla"7. Solo la gente que podía pagar el préstamo a domicilio tuvo acceso a la literatura de entretención como Juana Lucero, Casa Grande, Sherlock Holmes o Los misterios de la India. Por su parte, el público asistente solo podía consultar obras de carácter científico o "literatura clásica", como Edipo Rey, las obras de Homero, de Platón, en definitiva, todo lo relacionado con literatura griega y romana, así como títulos de corte positivista como las de Augusto Comte, Emile Littré, John Stuart Mill, entre otros.

La prohibición de acceder a obras de "mero pasatiempo" en la Biblioteca Nacional fue por imitación al modelo bibliotecario europeo. Luis Montt justificó la censura de algunos títulos basándose en la reglamentación de las bibliotecas públicas de Madrid y de París, señalando que este tipo de prácticas también se ejercían en las bibliotecas de países "con cuyas costumbres tienen analogía las nuestras"8. Para explicar el caso de Madrid, citó el artículo 94 de su reglamento, que decía: "las obras modernas de puro entretenimiento no se darán sino a los lectores que justifiquen a juicio de los bibliotecarios, necesitados para objeto de estudio"9. Para el caso de París el director citó el artículo 80 de su reglamento, que señalaba: "las novelas y piezas de teatro modernas no se comunican sino para trabajos serios, los cuales serán comprobados ante el conservador, y las obras licenciosas no pueden ser comunicadas sin previa petición dirigida al administrador"10. Con tales ejemplos, justificó su censura como algo correcto, pues seguía a grandes potencias de la cultura11.

La política de censura se mantuvo hasta 1910, año en que asumió la dirección Carlos Silva Cruz, quien estableció cambios sustantivos en la administración12. Entre sus proyectos destacaron la apertura al público de todos los títulos antes prohibidos y la catalogación de las obras estadounidenses que no se encontraban disponibles13. Fue tal su preocupación para que el lector tenga la mayor cantidad de títulos disponibles, que ese mismo año abrió "un registro de peticiones no satisfechas, en el cual se anotan todos los libros que el público solicita y la Biblioteca no puede proporcionar"14.

En 1913, Guillermo Labarca, periodista y futuro ministro de Justicia e Instrucción Pública, pronunció un discurso en honor a su centenario llamado "Misión social de la biblioteca". En él indicó que, al igual que en Estados Unidos, el primer paso debía ser incentivar la lectura sin detenerse en las temáticas y los títulos. Una vez que la lectura se radicara en el pueblo sería el momento para que la Biblioteca impulsara el gusto por temas "cultos". Al respecto, señaló:

"[...] lecturas recreativas. Ninguna persona culta se atreve a negar hoy el valor del romance como factor educativo. Y hay que dar a los lectores las novelas que ellos soliciten por mediocres que sean. Es función del mismo establecimiento incrementar el gusto por ello e ir reemplazando la atracción de la chamuchina literaria por la de obras verdaderamente artísticas.

Luego, vendrán los libros que traten sobre cada ciencia, arte u oficio requeridos por los profesionales o trabajadores que deseen perfeccionarse en su labor"15.

La Biblioteca Nacional vivió un proceso de adaptación frente a sus nuevos lectores siguiendo dos visiones predominantes. En primer lugar, la europea. Esta perspectiva estuvo presente durante la administración de Luis Montt y se basó en la censura de obras de entretenimiento (novelas, poesía y teatro) como fórmula de educación lectora. En segundo lugar, la estadounidense. Este enfoque postuló su apertura definitiva sin trabas ni censura, siendo seguida por los periodistas Tancredo Pinochet Le Brun y Guillermo Labarca, así como el propio director Carlos Silva Cruz.

Para los bibliotecarios de comienzos de siglo "Lectura por entretención" y "malas prácticas" fueron términos asociados. En 1901, el lector de la Biblioteca Nacional era asiduo de las novelas, lo que se relacionaba de forma inmediata a la falta de compromiso con el libro, según Luis Montt, "los lectores del ramo de novelas y obras de imaginación que frecuentan la Biblioteca, son personas muy poco cumplidoras del Reglamento que prohíbe usar los libros deteriorándolos, arrancándoles las páginas, o escribir en sus márgenes"16.

Un año más tarde, Luis Montt caracterizó a las caricaturas y periódicos ilustrados de "literatura liviana", y a sus lectores como público falto de cultura lectora o cultura de libro. En su informe señaló: "el estado deplorable en que se encuentran algunas de estas colecciones de periódicos ilustrados, por el repaso frecuente que se ha hecho de sus hojas, por las sustracciones de algunas de ellas y hasta por las groserías con que se les ha manchado, testifican que los lectores de tales papeles eran personas sin género alguno de cultura"17. A pesar de sus constantes reproches a los lectores, comprendía que estas malas prácticas solo se podrían corregir desde la Biblioteca Nacional a través de la educación y la guía de lecturas.

El mal uso del libro persistió durante toda la década de 1900, por lo que Ramón Laval propuso en 1909 penalizar a los lectores que rompieran o maltrataran los textos, señalando: "estimo, finalmente, que es del todo indispensable y que sería muy eficaz una fuerte pena a los concurrentes a las bibliotecas públicas que hurtan libros, que los inutilizan arrancándoles hojas o láminas, y a los que los garabatean hasta con figuras indecentes o con expresiones pornográficas"18. La imposición de la ley fue la única solución para terminar con el mal comportamiento de los asistentes que, según el director interino, eran habituales. Asimismo, señaló: "aunque sea triste confesarlo y ello redunde en desdoro de la cultura de parte del público, estos casos ocurren con cierta frecuencia"19.

A partir 1910 Carlos Silva Cruz adoptó la idea de abrir las puertas a todos los sectores sociales sin restricción de lectura. Los "asistentes asiduos" criticaron esta medida a través de una carta a EL Mercurio explicando que debía cumplir un papel de educador moral frente al lector. Para ello aconsejaban suprimir del catálogo general las obras de baja densidad intelectual como se hizo en la dirección de Luis Montt. La carta señala:

"Somos lectores antiguos de la Biblioteca; hemos utilizado con frecuencia su sección de libros a domicilio y en el Salón de Lectura nuestro nombre está anotado entre los asistentes asiduos.

Pues bien, hemos notado que en la Biblioteca se leen muchas novelas, que a cambio de una baja diversión, procuran daños indudables. Por ejemplo, las obras de Montepiu, Paul de Kock, Carlota de Braemé, Ponson du Terrail, Conan Doyle, Pérez Eserich, Fernández y González, Tárrago y Mateos y otros por el estilo. Todas son tontas y casi todas malas. Aventuras extraordinarias, robos y crímenes que exaltan y extravían la imaginación; sentimentalismos cursi-románticos, propios para hacer perder la cabeza a solteronas; traducciones detestables que echan a perder la lengua; indecencias y pornografías desmoralizadoras...

¿Es lógico, es racional que el Estado importe, pague, entregue al público y gaste dinero en propagar la lectura de todo eso? ¿Qué papel hace el Director de la Biblioteca excitando los apetitos viciosos de los muchachos con novelas como las de Paul de Kock?

No pedimos, para no ser estéril esta idea, que se supriman las obras indecentes y malas de autores importantes, aun cuando sería lo ideal; pero siquiera que no se propaguen esas pequeñas estupideces y esas maldades de cuarto orden como el Infierno de Los Celos, Las Trece Noches de Juanita o El Judío Errante"20.

El nuevo lector se caracterizó por la búsqueda de entretención a través del libro, diferenciándose del público culto e intelectual del siglo xix que identificó la lectura como vehículo de pensamiento21. Sin embargo, para los representantes de una cultura letrada más antigua que la reciente alfabetización, el poder de lo escrito se expresaba en el efecto de las materias leídas, cuestionando el papel de la Biblioteca en relación con las características que definían al lector del siglo xx. En la misma carta, los críticos señalaron el papel pedagógico que debía cumplir el establecimiento para educar al público:

"Un empleado de la Biblioteca nos contaba que con frecuencia le hacían en el mesón pedidos de esta clase:

- ‘Quiero un libro bien entretenido’ o ‘una novela de aventura con viajes, muertes y bandidos’ o ‘una cosa de amor, muy amorosa...’, etc.

Esto muestra lo fácil que sería influir benéficamente en el gusto público.

Bastaría que los empleados y tal vez algunos carteles u hojitas impresas recomendaran ciertas obras sanas y bien escritas para producir una corriente de buenas lecturas.

Hasta ahora la Biblioteca Nacional parece haberse desinteresado en absoluto de la calidad de las obras, para preocuparse sólo de su cantidad.

No es un rumbo lógico.

La Biblioteca Pública, prolongación de la Escuela, no puede ni exponerse siquiera a pervertir la moral y el buen gusto"22.

Los malos hábitos que identificaron al nuevo lector muchas veces fueron asociados a los problemas morales del país descritos en el centenario nacional23. Este fue el caso del escritor Tancredo Pinochet, quien desde Nueva York escribió en abril de 1913 cuatro artículos publicados en El Mercurio, planteando que la Biblioteca debía enseñar la cultura del libro a toda la sociedad. Una de las temáticas que abordó fue el robo de libros, señalando: "tenemos el instinto de robar más desarrollado que en otras naciones. El país ha sido acusado colectivamente de robarse bibliotecas enteras"; sin embargo, a pesar de estas circunstancias, según Tancredo Pinochet, se le debía hacer frente a este problema instruyendo al lector, pues, "la Biblioteca es un plantel de educación nacional", y hay que enseñar "al lector que no conviene robar. Si se roba un libro que puede costar tres o cuatro pesos, no podrá obtener centenares de otros"24.

En esta misma línea, Guillermo Labarca en su discurso "Misión social de la Biblioteca" explicó que la pérdida y el desgaste de los libros no era un problema nacional, sino que pasaba en todos lados. Lo importante, según el periodista, era formar al nuevo lector en Chile siguiendo el modelo estadounidense. El futuro Ministro expuso:

"En Nueva York hay más degenerados y más rateros que aquí, y sin embargo, los libros de las bibliotecas públicas no se pierden. Hay quien replica que es ese un público educado; pero, por vulgar que sea la comparación es el caso que así como para aprender a nadar no hay recurso que echarse al agua, para dar esa educación no hay otro medio que el de comenzar a practicarla alguna vez"25.

Continuó su discurso señalando que el destrozo y la pérdida de libros era mínimo en comparación con la educación que brindaba al lector el fácil acceso al libro. Todo esto vinculado al hecho de que solo a través de la lectura se podía desterrar estos malos hábitos del pueblo. En relación con el tema, el periodista describió la respuesta de los directores de Estados Unidos y Europa frente a este problema:

"¿Qué los libros se destrozan? Pues si es justo que se gasten, porque para eso son: para usarlos, y cuando uno se deteriora quiere decir que ha prestado ya los servicios que de él se esperaban y debe reponerse y comprarse otro. ¿Y qué se pierden algunos? Bueno. Que se pierdan, a condición que los lean y que por lo demás el valor de 12 libros y el de 200 sería mínimo con el provecho que se obtiene en familiarizar al pueblo con los libros"26.

La Biblioteca Nacional se consideró una herramienta pedagógica capaz de mejorar la poca cultura bibliotecaria y erradicar los malos hábitos con el libro y el gusto predominante por las obras de "mero pasatiempo" que tenía el nuevo lector de la institución. Los nuevos actores sociales fueron incluidos en los espacios de sociabilidad cultural del Estado, pero debieron aprender normas y prácticas para ser parte de esta institución que se reconfiguró en los inicios del siglo xx.

“Hay público para todo”. Proyectos culturales e integración en la Biblioteca Nacional

En la década de 1910, el aumento de público de la Biblioteca Nacional fue considerable. No ajeno a esta situación, la revista Sucesos publicó un artículo sobre la institución señalando que desde las 10:00 hrs. hasta las 17:00 hrs. era "un entrar y salir interminable de gente que va a la sección de lectura a domicilio en busca de novelas y libros serios"27. Además, agregó que al edificio no solo ingresaban personas pertenecientes a las clases acomodadas sino, más bien, de distintos sectores, explicando: "entre la puerta principal y la mampara del salón de lectura, revolotean figuras extrañas; personajes no muy bien vestidos, que hojean el diario"28. Estos personajes extraños fueron los nuevos lectores, clase media y obreros, que la Biblioteca Nacional trató de incluir a través de proyectos y nuevas secciones. En palabras del subdirector Ramón Laval se explicaba de la siguiente manera: "hay público para todo... ¡qué diablos! ¡Para algo se ha de escribir! [...] Aunque hay más de 220.000 volúmenes los lectores no son tan reducidos...120.000 lectores anuales no es poco"29.

El aumento de nuevos asistentes que hicieron uso de las salas de la Biblioteca fue gracias a una serie de proyectos y optimización de servicios que se emprendieron a partir del anuncio de la construcción de un nuevo edificio en 1912. Las autoridades mostraron una mayor preocupación acerca del funcionamiento del establecimiento y apoyaron los diversos planes enfocados en atraer la mayor cantidad de público posible.

Un proyecto importante fue la conformación de distintas sociedades de estudio. La Biblioteca se convirtió en sede central de varias de esta asociaciones y desde ahí organizaron sus eventos divulgativos acerca de sus temas de investigación. El periódico La Mañana hizo presente este hecho señalando en agosto de 1913:

"Entre estas obras se encuentra la de ofrecer su salón de honor [de la Biblioteca] a las corporaciones que tienden al adelanto de las ciencias, de las artes, de las letras y de la cultura de nuestra patria, cuáles son las sociedades Folclore, Historia y Geografía, Científica __que preparó aquí todo su trabajo para el 8° Congreso Científico Chileno__, Liga de Acción Cívica, y muchas otras. Así mismo, ha instituido una serie de conferencias de distinta índole"30.

La idea de facilitar las instalaciones a sociedades de estudios fue para que mostraran sus investigaciones a los asistentes, acordando tener un cierto número de "reuniones públicas" y editar revistas como El Boletín Biblioteca Nacional, la Revista de Bibliografía o la publicación de libros pertenecientes a la colección llamada "Biblioteca de escritores de Chile".

Importantes revistas culturales que aglomeraron a renombrados intelectuales del país surgieron desde la Biblioteca Nacional. Un caso es la revista Los Diez, que en 1916 convocó a un disímil grupo de artistas chilenos, entre los que destacaban: Juan Francisco González, Manuel Magallanes Moure, Augusto D’Halmar, Armando Donoso, Pedro Prado, entre otros. Todos ellos buscaban renegar del academicismo y nacionalismo a través de la literatura, la pintura y la poesía. La Biblioteca, una institución basada en la inclusión social, fue el lugar ideal para que este grupo presentara sus postulados y generara sus primeras publicaciones. En palabras de Patricio Lizama: "Los Diez reniegan de los mecanismos de selección, difusión y legitimación de la Academia de Bellas Artes"31. Esta afirmación se relaciona con el Museo Bellas Artes que, parafraseando a Manuel Vicuña, actuó como amplificador de exclusividad, siendo una declaración categórica a favor de la distinción elitista32.

En la década de 1930 se editó la revista Índice (1930-1932), gestada desde la Biblioteca Nacional por tres de sus funcionarios: Eduardo Barrios, Mariano Picón Salas y Raúl Silva Castro. Esta publicación, según Pedro Lastra, es "rica en noticias sobre publicaciones latinoamericanas, la revista tenía asimismo secciones que adelantaban lo que preparaban los autores chilenos, mencionando obras que, ahora lo sabemos gracias a Índice, no aparecían sino años después"33. Fueron este tipo de publicaciones las que dieron cuenta de cómo la Biblioteca se transformó en el espacio físico donde se construyeron relaciones intelectuales bajo el amparo de políticas culturales en pro de la difusión.

La organización de seminarios y reuniones fue responsabilidad de la "Sección de Conferencias", creada en 1912 con el objetivo de "difundir y vulgarizar el conocimiento de las ciencias, de las industrias, de las bellas artes, etc."34. La idea de estas conferencias fue exponer los temas que se encontraban en boga en la época como la transformación urbana, el cine, las nuevas tendencias musicales, entre otros. Esto generó una asistencia de público considerable, según las memorias de Biblioteca Nacional, "en repetidas ocasiones se hizo estrecho el recinto, cuya capacidad es, sin embargo, de más de 800 personas"35. Las conferencias se realizaron en el Salón de Lectura fuera del horario de servicio, surgiendo, en los días siguiente de cada exposición, "un aumento de lectores en las materias correspondientes a cada conferencia"36.

Tales fueron los buenos resultados de la "Sección de Conferencias" que año a año tuvo mayores expositores, comenzando en 1912 con veinticuatro coloquios y llegando a setenta y tres en 19 1 537. Esta sección tuvo como responsabilidad organizar seminarios e instaurar clases abiertas y gratuitas de francés, inglés, alemán y de taquigrafía para todo el público, teniendo un promedio mensual de ciento veinticinco horas de clases con una asistencia media de ciento treinta alumnos. Estos cursos tuvieron por objetivo "aprovechar las facilidades que da el establecimiento en bien de la cultura general y aumentar el número de personas que puedan utilizar el copioso fondo de obras en idiomas extranjeros existentes en la Biblioteca, que se sostienen sin costo alguno para el Estado"38. Este servicio fue aprovechado por personas pertenecientes a diversos sectores sociales, generando un espacio educativo en el que fue posible compartir cátedras en el salón central con grandes referentes de la literatura y la cultura. Así lo señaló Zig-Zag en 1916:

"El salón central de la Biblioteca ha comenzado a ser el centro de un movimiento cultural enorme y fecundo: durante el pasado año de 1915 se dieron en él más de ochenta conferencias, sobre ciencias, letras, industrias, historia. Más, como si esto fuera poco, agregad una serie de cursos de idiomas que funcionaron con todo el buen éxito posible: allí iba a estudiar el alemán personas que nos son conocidas a todos: Luis Orrego Luco y Alberto Cumming, Carlos Castro Ruiz y Miguel Luis Rocuant; el de inglés se vio concurrido por personas anhelosas de estudiar y que, careciendo de medios, recibían aquel óleo gratuito como un maná caído del cielo"39.

La buena recepción de los proyectos ejecutados por la Biblioteca Nacional se relacionó, en parte, con la gratuidad de sus eventos y servicios. Sin embargo, la idea de mayor relevancia fue el entregar un amplio abanico de temáticas a sus visitantes con atractivos que captaron su atención, siendo, por ejemplo, todas las conferencias "amenizadas con delicadas y finas audiciones musicales, hechas por los maestros más competentes de Chile, o de paso por nuestra capital"40.

El desarrollo del ámbito musical en la Biblioteca fue gracias a la compra de una gran cantidad de partituras de música clásica, interpretadas después de cada conferencia. El diario santiaguino La Mañana explicó el hecho afirmando: "[Carlos Silva Cruz] ha encargado, y ha recibido ya en gran parte, una excelente colección de las mejores partituras musicales de los más celebrados autores, y que ya presta señaladísimo servicios a nuestro artístico y culto público"41. El acercar a los asistentes a este tipo de música tuvo por finalidad la difusión de la cultura, lo que para Las Últimas Noticias, tres años después, "ya principiaba a producir sus beneficios para la difusión del arte"42.

Otro proyecto importante fue la creación en abril de 1913 de un archivo cinematográfico, el cual, según El Mercurio, "consiste en la formación de una colección de películas cinematográficas, destinadas a ser, con el tiempo, un valioso elemento de consulta sobre asuntos y detalles que en vano se buscaría en los libros más completos" 43. Esta fue una sección muy novedosa para el continente y según el mismo diario "desde un futuro no muy lejano, empezará a prestar servicios inapreciables a los historiadores de la vida política, social y militar, etc., [sic] del país, como también a los que escriban sus costumbres, describan sus paseos, monumentos, edificios y movimientos populares"44. De este modo, la Biblioteca Nacional amplió su espectro de difusión de la cultura desarrollando proyectos referentes a literatura, ciencia, pintura y música. Según Las Últimas Noticias, en búsqueda de "familiarizar al pueblo con el arte, [se] ha encontrado en la Biblioteca todo lo que se necesita con tal objeto", es decir, la Nacional adquirió un papel de polo cultural45.

En los primeros años del siglo xx, la Biblioteca Nacional aumentó sus horarios de atención para que los obreros asistieran al establecimiento. Sin embargo, este proyecto no cumplió su objetivo porque sus autoridades se percataron que estos sectores vivían apartados del centro de la capital46. Resultado de lo anterior, en 1914 se instalaron "sucursales" de la institución en distintos puntos de la ciudad para que los habitantes de los lugares más apartados de la urbe pudieran acudir a buscar libros cerca de su hogar. Estas filiales cumplieron el papel de bibliotecas populares, pero dependientes de la Biblioteca Nacional. Las memorias del establecimiento describen: "para acercar la Biblioteca a los obreros, a las familias y a la gente de trabajo que vive lejos del centro de la ciudad, se ha creado últimamente el servicio de ‘Sucursales’ que facilitan libros al público en los diversos barrios y contribuyen eficazmente a fomentar la lectura en el hogar, que es la más provechosa"47.

Cada sucursal dependió de los libros disponibles en la sección de Lectura a Domicilio, por lo que no siempre hubo más de treinta ejemplares disponibles en las primeras trece bibliotecas que se erigieron en 1914. Para complementar de mejor manera el servicio de préstamo, el encargado de esta sección, Rafael Larraín, solicitó a los escritores chilenos que depositaran un ejemplar de sus títulos en cada sucursal para crear colecciones propias. La carta de Rafael Larraín informándole a Carlos Silva Cruz señalaba:

"En el deseo de que las sucursales de la Biblioteca Nacional, además de disponer del fondo central de la Sección de Lectura a Domicilio, tenga cada una su pequeño fondo propio de libros y folletos que les sirva de base para la atención inmediata de público, estoy solicitando de los autores chilenos que me envíen el número de ejemplares de sus obras necesarios para este objeto"48.

Entre los escritores que respondieron a esta carta destacaron Baldomero Lillo y sus obras Sub terra: cuadros mineros y Sub sole; Augusto D’Halmar y su obra Juana Lucero; Tancredo Pinochet, quien no solo donó sus libros Viaje plebeyo por Europa, La conquista de Chile en el siglo xx o Un año de empleado público, entre otros títulos sino que, también, entregó parte de su biblioteca personal para este servicio. Con el correr del tiempo se irían uniendo más escritores a este tipo de donaciones.

Las sucursales se abrieron en los edificios públicos disponibles para que no aumentaran los costos de la Biblioteca Nacional. En relación con el tema, Carlos Silva Cruz le señaló al ministro de Instrucción Pública en 1915: "la Biblioteca Nacional ha establecido sucursales de la sección ‘Lectura a Domicilio’ en los diversos barrios de la ciudad; estas sucursales funcionan en escuelas normales, liceos, cuarteles, sociedades obreras, etc., etc."49. La ubicación de las sucursales fueron diversas y lograron abarcar gran parte de Santiago. Se instalaron en la Escuela Normal de Preceptores, en el Liceo de Aplicación sección hombres y mujeres, en el Internado Barros Arana, en el Regimiento Cazadores, en la Sociedad Nacional de Profesores Católicos, en las comisarías de Santiago, en la Brigada Central de Policía, en la Subcomisaría de Providencia y en el Centro de Estudiantes de Valdivia ubicado en Bandera, entre otros. Todas estas filiales, junto con englobar un amplio radio de la ciudad, también se instalaron en todo tipo de lugares, desde una comisaría hasta un centro de estudiantes o una sociedad obrera, facilitando la asistencia y préstamos de libros a la gente que vivía más alejada del centro de la ciudad.

La Biblioteca logró más de treinta sucursales en 1919, las que cruzaban desde San Pablo hasta Providencia y de San Miguel hasta Bandera. La idea fue insertar la lectura en un máximo de hogares desde una institución que tomó el papel de agente cultural del Estado. En palabras de Carlos Silva Cruz se buscó "el efecto de estimular la lectura en las clases populares y en la gente modesta que no puede asistir a la Biblioteca", produciendo con este tipo de proyectos "el efecto de acercar la Biblioteca al pueblo, haciendo que este establecimiento preste sus servicios por igual a todas las clases"50.

En la segunda década del siglo xx los proyectos, conferencias y sucursales implementadas por Carlos Silva Cruz dieron resultado, pues el aumento de público fue notable. El siguiente gráfico señala que desde 1911 hasta 1916 el número de lectores aumentó en un 168%; es decir, que casi se triplicó en los últimos cinco años. Hay más: entre 1911 y 1916 el aumento de obras consultada fue sorprendente, en solo cinco años sus números ascendieron en 302%, cuadriplicando las consultas de libros51.

 

Gráfico 1
Movimiento Salón de Lectura (1911-1916)

Fuente: "Memoria 1911-1916", op. cit.

 

En 1918, tenía claro cuál era su función: "hacer que los libros circulen entre el mayor número de lectores y procurando todas las facilidades para el estudio, las investigaciones y la cultura general"52. A partir de la década de 1920 las sucursales de la Biblioteca se extendieron a regiones enviando libros por correo y estableciendo un "vagón bibliotecario" para que recorriera el sur. Esto también fue parte del modelo estadounidense y europeo que consideraban, según señaló El Mercurio, que "el Servicio de Bibliotecas de Provincias es un factor importante en el desarrollo social y educativo de áreas menos populosas"53. En Chile al igual que en Estados Unidos e Inglaterra, este tipo de proyectos se realizaron para proporcionar bibliotecas en "aquellas aldeas en las que no se ha podido establecer todavía una biblioteca en debida forma"54. La idea del proyecto fue generar un aporte educativo a la mayor parte del país extendiendo sus redes al máximo posible. Fue tal la importancia de la Biblioteca, y en específico de este tipo de proyectos, que el gigante del norte y Gran Bretaña afirmaron que el "valor educativo del servicio es tan grande que cuanto se diga de él es poco"55. Ejemplo más que satisfactorio para que en Chile se siguiera un modelo bibliotecario similar56.

Guillermo Labarca también señaló en su mencionado discurso sobre la Biblioteca que era necesario integrar a los niños a la lectura57. Once años después de dicho discurso, en 1924, se inauguró el "Salón de Lectura de Niños". Para El Mercurio, éesta fue una muy buena noticia, ya que según el diario capitalino era un inconveniente que asistieran niños y jóvenes de corta edad a una sala común de lectura, pues necesitaban "salas especiales donde la lectura sea seleccionada convenientemente y dirigida por educacionistas competentes, conocedores de la literatura infantil y dotados de vocación para el cultivo intelectual y moral de los pequeños lectores"58. Margarita Mieres Cartes, a quien el gobierno envió a Estados Unidos a estudiar biblioteconomía, se hizo cargo de la formación y administración del salón de lectura infantil. Una vez más la Biblioteca y el Estado imitaron al país del norte para guiarse en el desarrollo de un nuevo proyecto, no solo en la herramientas administrativas sino que, también, en la experiencia que significaba implementar este tipo de políticas culturales. Esto se confirma en El Mercurio, que señaló acerca del salón infantil: "innumerables salas de esta especie funcionan en Europa y Estados Unidos, y algunas hay ya también en países latinoamericanos. En nuestra Biblioteca se ha tomado en cuenta esta experiencia para montar una sala que sea la última palabra en la materia"59.

El Salón de Lectura de Niños situado en la nueva Biblioteca Nacional tuvo bastante éxito en el corto plazo. En el establecimiento se presentaba "una amplia e iluminada sala, llena de mesitas de lectura, adornadas artísticamente con minúsculos maceteritos de flores", en el cual se podía encontrar "con un enjambre de chicos que leían ávidamente pequeños y grandes libros ilustrados", describió la revista Zig-Zag60. Un año después, la misma revista hizo gala del éxito que tuvo el Salón de Lectura de Niños, señalando que cuando Margarita Mieres se hizo cargo de este recinto "tenía 60 lectores diarios y hoy [mayo, 1925] el número de éstos alcanzó a 500. El total del público infantil llegó a la elevada cifra de 2.000, aunque tenía que dividirse por letras de A a M y de N a Z, para lograr un acceso más fácil a la Biblioteca"61.

Margarita Mieres también resaltó las preferencias literarias que tenían los niños, destacando que optaban por los títulos de estudio y de viaje, en especial concerniente a cuestiones históricas y geográficas, y leían a autores como "Salgari, Verne, los clásicos Grim, Perrault, Andersen y Schmidt. Después vienen Pinocho y Pirulete"62. Enfatizó que los volúmenes que se retiraban lo hacían solo "bajo la palabra de honor de los chicos, quienes se comprometían así a devolverlos", concluyendo que "este sistema dio resultado y solo una vez, por causa de un incendio se ha perdido una obra"63. Estas prácticas lectoras en los niños resultaron de un proceso de formación liderado por la Biblioteca Nacional que se reflejó en lo descrito por El Mercurio: "el estado de conservación de la librería era excelente y se notaba que a los lectores infantiles se les ha inculcado saludables hábitos de orden, aseo y amor al libro"64.

La labor de Margarita Mieres no solo consistió en la administración de la sección infantil de la Biblioteca sino, también, buscó estimular la lectura en los sectores populares, actividad que cumplía todos los fines de semana fuera de su espacio de trabajo. Según Zig-Zag, la directora del Salón de Lectura de Niños "visitaba todos los sábados los conventillos acompañada de una señora de respeto, llevando libros a los niños, estimulando así la lectura en el mundo de los chicos menesterosos"65. Las actividades realizadas fuera del horario de trabajo, según la misma revista, fueron porque aún faltaba "más cooperación del Estado", a lo que Margarita Mieres suplió esa ayuda con "ingeniosos y prácticos procedimientos al estilo yankee"66.

El Salón de Lectura de Niños tuvo como principal objetivo ser una prolongación de la escuela, es decir, cumplir un papel pedagógico en el que se le enseñaba al niño ciertos hábitos y costumbres relacionados con la lectura. En relación con este tema Zig -Zag concluyó que la sección infantil "era una magnífica escuela, donde el buen trato dado a los niños y el excelente sistema de lecturas ahí adoptado, constituyen una pedagogía práctica y eficiente, que puede modelar mejor las almas de nuestro mundo infantil"67.

Diez años después de inaugurada la Sección Infantil Margarita Mieres escribió un breve informe titulado "Labor cultural de la Biblioteca Infantil de Chile", publicado en el Boletín de la Unión Panamericana en 1935. En él explicó: "las bibliotecas infantiles no datan de muchos años a esta parte en la historia del progreso de las naciones. Estas bibliotecas, junto con la escuela, están llamadas a realizar la importantísima obra de formación del futuro ciudadano"68. Más adelante, en el mismo informe, enfatizó el papel educador de la biblioteca en la sociedad, sosteniendo: "se ha llegado a comprender que la escuela y la biblioteca deben marchar unidas en la consecución de un mismo fin, esto es, la culturización de la sociedad en que actúan"69.

El hecho de que Margarita Mieres haya estudiado becada en Estados Unidos hizo que su modelo bibliotecario a seguir fuera obvio, señalando: "es indiscutible que Estados Unidos es la nación que marcha a la cabeza en lo que se refiere a la creación, sostenimiento y eficiencia de las bibliotecas infantiles"70. La Sección de Lectura de Niños basó su organización y funcionamientos en las normas del gigante del norte, siguiendo sus mismos objetivos, como cumplir un papel activo en la educación y en el estímulo de la lectura en distintos sectores sociales. Después de diez años de funcionamiento, Margarita Mieres concluía positivamente: "la organización de la Biblioteca Infantil de Chile data del año 1925, y gracias a la comprensión de los progresistas jefes que han ocupado la Dirección General de Bibliotecas, es hoy una de las primeras de Sudamérica"71.

Oficina General de Canje: Internacionalización de la Biblioteca Nacional

Durante los primeros años del siglo xx Chile dependió económica y culturalmente de Europa, siendo una de las motivaciones principales del país integrarse a nuevas corrientes culturales externas, en especial de Gran Bretaña y Francia72. No obstante, desde fines del siglo xix, Estados Unidos consolidó una estrecha influencia y relación con Chile que se concretó a través de las relaciones culturales y económicas73. Un elemento de constante comunicación fue el intercambio estudiantil y becas de estudio que brindó el país estadounidense a funcionarios de la Biblioteca Nacional, profesores e intelectuales como Tancredo Pinochet, Amanda Labarca y Carlos Silva Cruz74.

Durante la dirección de Luis Montt, la Biblioteca Nacional generó un importante circuito de intercambio literario con varios países a través de la Oficina General de Canje de Publicaciones. En este caso, Estados Unidos predominó sobre los demás países, pues concretó un vínculo importante con sus principales bibliotecas desde 1900 como, por ejemplo, Yale University Library, Library of Congress, University of Kansas y Brooklyn Institute of Arts & Sciences, entre muchas otras. Otra fuerte red de intercambio que tuvo la Biblioteca Nacional fue con los demás países latinoamericanos, dado que su cercanía hizo que el envío de distintos ejemplares fuese muchos más fácil. Europa quedó relegada a un tercer lugar de importancia por la distancia y porque la constante relación con la potencia estadounidense postergó los vínculos con el viejo continente.

La Oficina General de Canje de Publicaciones de la Biblioteca Nacional fue creada el 12 de mayo de 1871 con el argumento de que interesaba al país "ser bien conocido de los pueblos de Europa y América bajo el triple aspecto de sus adelantos intelectuales, morales y materiales, de que a la sazón tan escasa noticia tienen hasta las naciones más estrechas unidas a él por relaciones comerciales"75. Durante el último cuarto del siglo xIx solo tuvo convenio con Ecuador, Perú, Honduras, Salvador, Nicaragua y Argentina; ampliando, a partir del novecientos, su red de contacto con Estados Unidos, Francia, Alemania, España e Italia, "con el propósito de mantener al día sus fondos de lectura en todo género de materias", generando una multiplicidad de títulos disponibles para los lectores de la Biblioteca76.

Las principales obras que se pedían que enviara la Biblioteca Nacional era el Anuario de la Prensa Chilena, publicado por la misma institución, y distintas leyes que decretaba el gobiemo; mientras Chile recibía revistas científicas, obras literarias e históricas, en específico historias nacionales, estudios sobre avances científicos y las más importantes obras literarias publicadas en distintos países, en especial las obras publicadas por Estados Unidos. La relación con el país del norte ya no solo residió en motivos literarios o culturales sino que, también, empresas como The New Century ofrecieron implementos como máquinas de escribir, "los útiles para la misma y el tabulador, aparato [...] para aligerar y presentar en su debida forma los trabajos estadísticos y de contabilidad" 77. Lo importante de esta oferta fue el poder acceder al mismo tipo de aparatos de última tecnología que contenían bibliotecas tan importantes como la de Nueva York o la biblioteca Smithsoniana. La Biblioteca Nacional intentó modernizarse de manera gradual a través de la actualización de sus obras y de sus implementos para dar un buen servicio. La influencia estadounidense no solo se centró en Chile sino que, también, fue en el ámbito continental. Por ejemplo, en 1910, el director de la Biblioteca de Brasil, en plena ceremonia de inauguración de su nuevo edificio, destacó como símbolo de modernidad "el inmobiliario encomendado a la Art Metal Construction Company (Jamestown, New York) y a la Van Dorn Iron Works Company (Cleveland, Ohio)". Comprar estos insumos en Estados Unidos era significativo en el continente, pues eran los mismos materiales de las mejores bibliotecas del mundo78.

La relación de la Oficina General de Canje con Latinoamérica también fue estrecha. Entre las obras que llegaron a Chile producto del canje latinoamericano resaltaron títulos como: Puerto de Montevideo. Análisis Comparativo; Compendio de la Historia de la República de Bolivia; Digesto Constitucional Americano; Curso de Zoología General; La explotación de la fauna marítima de la República Argentina y Ariel; más los Anales de las distintas universidades, museos y centros de estudios del continente. Todo este intercambio nutrió a las bibliotecas americanas y así lo comprendió Isaac Eduardo, director de la Biblioteca Municipal de La Paz de Bolivia, quien señaló: "la prosperidad y la vida de estos Establecimientos [Bibliotecas] depende únicamente de su aproximación íntima y de su auxiliación mutua". Más adelante, resaltó la importancia del canje de la siguiente manera:

"Si es una natural tendencia de las naciones aproximarse unas a otras en su funcionalismo comercial y político, en el intelectual parece que es una necesidad de ellas establecer una comunidad de ideas y de sentimientos, mediante el canje de publicaciones efectuados por sus bibliotecas, que, unidas por un lazo de solidaridad abarcador de todos los ramos del saber humano, preparan la aparición del Civitas Magna de la intelectualidad de las naciones"79.

Los países latinoamericanos comprendieron la importancia que tuvo el canje internacional entre bibliotecas, por lo mismo trataron de que las relaciones se mantuvieran lo más fluidas posible. Lo fundamental fue poder informar de manera oportuna de cualquier problema administrativo para que el canje no se cerrara. Existe una buena cantidad de cartas dirigidas a la Biblioteca Nacional señalando algún cambio administrativo y pidiendo seguir sin problemas con el intercambio. Ejemplo de esto fue el cambio de director de la Biblioteca de Puerto Rico en 1906. Félix Padial escribió a la Biblioteca informando sobre su nombramiento en el cargo y señalando: "tendré mucha honra, el aceptar canjes de todo lo concerniente a este ramo; y suplicarle se sirva favorecerme con sus relaciones"80.

La Oficina General de Canje y, en especial, el director Luis Montt, fueron requeridos de manera reiterada para estrechar el intercambio de obras. Dado la gran cantidad de cartas recibidas pidiendo concretar los canjes, se podría interpretar que la Biblioteca Nacional tuvo un lugar privilegiado en Latinoamérica en cuanto a su catálogo y las obras de intercambio. Muestra de lo señalado fue la carta enviada desde la Biblioteca Nacional de Ecuador, que al respecto dice:

"Deseosa esta Dirección de estrechar más las relaciones con la Biblioteca que Ud. [Luis Montt] dignamente preside, me permito dirigirle la presente para suplicar a Ud. se sirva a enriquecer a este establecimiento con las nuevas obras que hayan salido a luz en la República de Chile, y con las que salgan en delante de las cuales puedan disponer Ud. como parte de la sección de canjes"81.

La carta continuaba solicitando documentos y datos que dieran cuenta de la administración de la Biblioteca Nacional, mostrando la importancia de la buena dirección de Luis Montt y la imagen de la institución en otros países. La epístola señaló: "Agradecería así mismo al Sr. Director si se dignara a ordenar que me envíe con regularidad un ejemplar de cada edición del Boletín de información con que cuenta ese establecimiento y también los reglamentos que se observen para el gobierno de esa Biblioteca"82. Este fue un caso constante también con bibliotecas de otros países como: Cuba, Perú, San Salvador, Bolivia, Panamá y Guatemala, que pedían documentos administrativos y sus publicaciones internas, representando, quizá, a la Biblioteca Nacional de Chile como un modelo bibliotecario en el continente.

Luis Montt fue el principal artífice de que la Sección de Canje se posicionara como "una de las más importantes por sus relaciones con el extranjero y por dar a conocer fuera del país en la escasa medida de sus fuerzas la producción literaria y científica nacional"83. Esta oficina no solo se preocupó por remitir fuera del país la mayor cantidad de obras realizadas en Chile sino que, también, buscó "servir de intermediaria entre las oficinas públicas que mandan sus publicaciones al extranjero y sus destinatarios", aumentando la importancia de la Biblioteca Nacional en relación con otras instituciones públicas de carácter administrativo84.

La Oficina de Canje cumplió una labor trascendental en la importancia que adquirió la Biblioteca a principio de siglo. A través de esta se tuvo relación con importantes centros científicos del mundo como, por ejemplo, Museum of Comparative Zoology, American Association for the Advancement Of Science, Oficina Internacional de las Repúblicas Americanas, The Fraser Institute, Harvard University y Geological Survey Department. Fue reconocida en el ámbito internacional, como señaló el instituto inglés The Southern Crosss, quienes escribieron lo siguiente:

"La Sección de Canje es muy importante, pues en ella se reciben diariamente muchas revistas y obras que canjea con bibliotecas extranjeras. Para darle mayor éxito a esta sección el Gobierno ha decretado que todas las imprentas de Chile en que se publique obras de origen oficial, manden setenta ejemplares de cada una de las obras a la sección de canje para que ésta las remita a las bibliotecas extranjeras en cambio de otras obras que ellas envíen"85.

En Europa la red de intercambio no fue tan amplia como con los países latinoamericanos; pero se logró establecer circuitos de contacto con las siguientes bibliotecas: Nacional de España, del Museo Británico, de la Universidad de Oxford, Nacional de Portugal, la Real de Copenhague, la Imperial Real de Viena, la de Berlín y la Imperial de San Petersburgo, es decir, con los países más importantes del viejo continente. Sin embargo, al observar la lista de "establecimientos con los cuales la Biblioteca Nacional tiene relaciones de canjes", se advierte que de las setenta y una, las primeras veinte de la lista pertenecen a Estados Unidos, siendo el único país con que se mantuvo intercambio con más de tres bibliotecas de manera simultánea86.

El abogado y profesor Luis Galdames, escribió en 1907 un informe llamado "Ciencias Sociales", donde hizo una síntesis de los mayores avances y proyectos emprendidos por la Biblioteca Nacional. En este artículo, explicó que gracias al depósito único de los impresos chilenos y a la Oficina de Canje Internacional "en los últimos veinte años, el fondo de la Biblioteca se ha más que duplicado. El 31 de diciembre sumaba 133.000 volúmenes"87. Estos convenios descritos con distintos países fueron respaldados a través de cartas que día tras días llegaban a la oficina de Canje agradeciendo las obras recibidas. Más adelante, el mismo Luis Galdames concluye:

"[...] el establecimiento se haya suscrito a más de cien revistas europeas y americanas, con el propósito de mantener al día sus fondos de lecturas en todo género de materias; y con el mismo propósito sostiene agencias permanentes en Argentina, Estados Unidos, Francia, Alemania, España e Italia, las cuales se encargan de remitirle todas las obras nuevas de mayor

importancia que aparezcan en esas naciones"88.

Posterior al fallecimiento de Luis Montt en 1909 el envío de publicaciones al extranjero no decayó. Entre 1912 y 1916 las publicaciones remitidas fuera del país crecieron en un 88%. Sin embargo, lo que preocupó al director Carlos Silva Cruz y al subdirector Ramón Laval fue que la mayoría de las temáticas del material bibliográfico que se enviaba fueron novelas, y no obras científicas como ellos preferían. En 1921 Ramón Laval señaló que eran "escasísimas las revistas científicas chilenas que los sabios o estudiosos podían consultar en bibliotecas extranjeras, siendo lo común que en la mayor parte no exista ninguna"89. El subdirector añadió en su carta que cuando viajó en 1913 por distintas bibliotecas del mundo encontró algunas revistas incompletas, salvo la Revista de Historia Natural, que se encontraba solo en la Biblioteca Real de Berlín y en la Biblioteca Nacional de París. Este hecho mostró la necesidad de consolidar la difusión de revistas científicas fuera del país, pues solo así podría "sonar el nombre de Chile entre los hombres de ciencia"90. La Biblioteca adoptó la responsabilidad de transformarse en el ente difusor de la cultura chilena en el plano internacional, impulsando y distribuyendo publicaciones científicas que introduzcan al país en el escenario intelectual mundial.

La Revista Chilena y la Revista Chilena de Historia y Geografía, publicadas en la Biblioteca y dirigidas por Ramón Laval, fueron las de mayor difusión internacional por ser los soportes representativos de las sociedades de estudio con más tradición en el país. Estas buscaban, según afirma su propio director: "dar a conocer en el extranjero las actividades intelectuales y económicas del país a fin de establecer o estrechar relaciones con los hombres o con los centros científicos de otras nacionalidades en beneficio de nuestras instituciones"91. Ahora bien, este tipo de difusión internacional presentó el reto de desarrollar desde la Biblioteca "un plan gubernativo de extender la propaganda nacional, como lo hacen otras naciones americanas"92.

Consideraciones finales

El desempeño de la Biblioteca Nacional en el mundo de la lectura de inicios del siglo xx fue significativo. El haber cumplido un papel pedagógico, incluyente e internacional lo convierten en referente obligado en la historia cultural chilena. El gran número de proyectos, debates y prácticas asociadas a esta institución fue el resultado de la reinterpretación del compromiso social que debía adquirir esta institución cultural.

La imposición de títulos para los asistentes generó el debate sobre las prioridades de la institución, la cual tuvo que decidir entre fomentar ciertas lecturas vinculadas a la ilustración europea o dar libre acceso a todos los libros del establecimiento con el objetivo de que asistiera un mayor número de público. Este hecho muestra el poder que se le asignó a la Biblioteca Nacional, y en definitiva al Estado, para fijar el rumbo de la lectura en la sociedad de la época.

La realización de actividades de entretención en la Biblioteca como música en vivo, lectura de poesía, muestra de largometrajes, entre otras, manifestó el desenvolvimiento y adecuación de la institución en un país que se sumía en la cultura de masas y en novedosas formas de entretención. De este modo, la Biblioteca Nacional tuvo que competir con el jazz, el cine, la radio y otros elementos de diversión que captaban a las clases medias. Sin embargo, logró adquirir una presencia importante en la ciudad a través de sus políticas culturales que interesaban a un buen número de público, teniendo una presencia relevante en la sociedad de las tres primeras décadas del siglo xx.

Desarrolló una amplia red internacional de canje bibliográfico que significó la adquisición de nuevos y actualizados títulos. No obstante, lo importante fue que gracias al intercambio con grandes centros bibliotecarios la institución se posicionó en el panorama cultural internacional. La creación de estas redes le otorgó protagonismo que, basado en sus contactos y su poder de ejecución de grandes proyectos, le permitió legitimarse como el símbolo de la cultura chilena.

En definitiva, la débil injerencia del Estado en políticas sociales y laborales en Chile no se reflejó en la Biblioteca Nacional. Se invirtieron ingentes fondos públicos no solo en la construcción de un nuevo edificio sino, también, en la puesta en marcha de grandes proyectos de difusión cultural e internacionalización de la institución. Bien lo dijo Carlos Silva Cruz cuando en 1912 pensó en el objetivo de la institución:

"La Biblioteca Nacional puede llegar a constituir un verdadero centro de la cultura nacional que impulse y promueva eficazmente el adelanto del país en todas su órdenes"93.

Notas

1 El presente texto es producto de la tesis de magíster titulada Una biblioteca para el siglo xx. La Biblioteca Nacional en su centenario (1901-1927), dirigida por el profesor Rafael Sagredo y defendida en diciembre de 2014 en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Se agradece a Erika Pani y Rafael Sagredo por sus comentarios a una versión preliminar.

2 Véase Rafael Sagredo (ed.), Biblioteca Nacional. Patrimonio republicano de Chile, Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2014; Fernando Pérez (ed.), Biblioteca, ciudad y sociedad. Plan maestro, Biblioteca Nacional de Chile, Santiago, Biblioteca Nacional de Chile / PUC, 2014; Guillermo Olagüe de Ros, Alfredo Menéndez, Mikel Astrain, "Internacionalismo científico y Latinoamérica: la participación de Chile en los proyectos europeos documentales contemporáneos (1895-1929)", en Cronos, N° 1, Madrid, 1998, pp. 85-111.

3 Véase Gonzalo Catalán y Bernardo Jorquera, Biblioteca Nacional de Chile: 1813-1988, Santiago, Biblioteca Nacional, 1988; también Gonzalo Catalán y Bernardo Jorquera, "Biblioteca Nacional de Chile", en José Moreno de Alba y Elsa Ramírez (coords.), Historia de las Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica. Pasadoy presente, México, D.F., UNAM, 1995, pp. 133-160; Justo Alarcón, "Biblioteca Nacional de Chile (aportes para su historia), en Mapocho, N° 73, Santiago, primer semestre 2013, pp. 43-104; Marina García, "La Biblioteca Nacional de Chile", Santiago, Monografía Seminario Historia de la Arquitectura, Universidad de Chile, 1959; Leopoldo Castedo, Resumen de la Historia de Chile. 1891-1925, Santiago, Zig Zag, 1982, tomo iv, pp. 670-674; Gonzalo Catalán, "Antecedentes sobre la transformación del campo literario en Chile entre 1890 y 1920", en José Joaquín Brunner y Gonzalo Catalán, Cinco estudios sobre cultura y sociedad, Santiago, FLACSO, 1985, pp. 103-104.

4   Véase Bernardo Subercaseaux, Historia de la ideas y la cultura en Chile, Santiago, Editorial Universitaria, 2000-2004, tomos ii y iii; Carlos Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina, Buenos Aires, Katz, 2008.

5   "Informe de Luis Montt al Ministro de Instrucción Pública de Chile", 17 de mayo de 1902, en Archivo Nacional de la Administración, Fondo Ministerio de Educación, vol. 1493, s.f. El 24 de diciembre de 1849 se publicó el decreto supremo que autorizó al director Francisco García Huidobro separar de la lectura pública "las novelas y romances que conceptuase inmorales o inadecuadas para los concurrente".

6   El término de "la casa" que ocupó Luis Montt para referirse a la Biblioteca Nacional se puede interpretar como una intención de relacionar este espacio con algo cercano al lector. Así, en todos los informes que envió en el mes de mayo de cada año, dio cuenta del estado y movimiento de "la casa".

7   "Informe de Luis Montt...", 17 de mayo de 1902, op. cit., s.f.

8   "Informe de Luis Montt...", 17 de mayo de 1902, op. cit., s.f.

9   Ibid.

10   Ibid.

11   Las estadísticas de 1901 muestran la evidente censura de novelas, cuentos, poesía y teatro, al no registrar movimientos en este ítem del informe. A partir de 1902 la inclinación por esta materia en el salón de lectura no sobrepasó el 12%, siendo relegado al tercer lugar de consultas después de las materias de Derecho y las enciclopedias. Caso diferente fue lo mostrado por las lecturas a domicilio donde las novelas y lectura de entretención fueron puestas a libre disposición al público. En esta sección la literatura fue siempre la más consultada, llevando la delantera con un 34% de los préstamos. Véase El Boletín de la Biblioteca Nacional, Santiago, 1901-1909.

12   En 1909 Luis Montt falleció, asumiendo como director interino Ramón Laval, quien se mantuvo en el cargo durante un año. En 1910 asumió la dirección Carlos Silva Cruz, manteniéndose como director hasta 1927.

13   "Carta de Carlos Silva Cruz al Ministro de Instrucción Pública", 1911, en Archivo Nacional de la Administración, Fondo Ministerio de Educación, vol. 2863, s.f.

14   "Informe de Carlos Silva Cruz al Ministro de Instrucción Pública", 22 de octubre de 1910, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 73, fs. 2-3.

15   Guillermo Labarca, "Misión Social de la Biblioteca", en Las Últimas Noticias, Santiago, 3 de septiembre de 1913, p. 5.

16   "Informe de Luis Montt al Ministro de Instrucción Pública de Chile", 6 de mayo de 1901, en Archivo Nacional de la Administración, Fondo Ministerio de Educación, vol. 1493, s.f. Según Sol Serrano, entre 1887 y 1909, la literatura de ficción fue la materia más consultada, con un 53,38% de las preferencias. Véase Sol Serrano, "Entre el conocimiento útil y la mera imaginación: el lector tiene la palabra", en Sagredo, op. cit., pp. 102-121.

17   "Informe de Luis Montt al Ministro de Instrucción Pública de Chile", 17 de mayo de 1902, en Archivo Nacional de la Administración, Fondo Ministerio de Educación, vol. 1585, s.f.

18   Memoria correspondiente a 1909, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 73, fs. 27-28.

19   Ibid

20   H. D. A., "Los beneficios de la lectura", en El Mercurio, Santiago, 9 de julio de 1913, p. 3.

21   Bernardo Subercaseaux, Historia del libro en Chile. Desde la Colonia hasta el Bicentenario, Santiago, LOM Ediciones, 2010, pp. 60-66.

22   H. D. A., op. cit., p. 3.

23   Cristian Gazmuri (ed.), El Chile del Centenario, los ensayistas de la crisis, Santiago, PUC, 2001.

24   Tancredo Pinochet, "Celebración del Centenario de la Biblioteca Nacional. Primer número del Programa", en El Mercurio, Santiago, 2 de julio de 1913, p. 3. Los cuatro artículos publicados en julio por el diario capitalino aparecen firmados con fecha de abril de 1913.

25   Labarca, op. cit., p. 5.

26   Ibid.

27   "Biblioteca Nacional de hoy", en Sucesos, N° 816, Valparaíso, 16 de mayo 1918, p. 32.

28   Ibid.

29   Op. cit., p. 33.

30   Manutila, "La Biblioteca Nacional", en La Mañana, Santiago, 24 de agosto de 1913, p. 5. La Sociedad de Folclore y la de Historia y Geografía fueron fundadas por el subdirector de la Biblioteca, Ramón Laval, quien fue el gran gestor de las conferencias brindadas por estos grupos de estudio.

31   Patricio Lizama, "Intelectuales, manifiestos y poemas en prosa: Los Diez y Claridad", en Sagredo, op. cit., p. 144.

32 Véase Manuel Vicuña, El Paris Americano. La oligarquía chilena como actor urbano en el siglo xix. Santiago, Universidad Finis Terrae / Museo Histórico Nacional, 1996, pp. 48-50.

33   Pedro Lastra. "La revista Índice y la Biblioteca Nacional", en Sagredo, op. cit., p. 168. Las obras que hace mención el autor, anunciadas con antelación en Índice, son: La paquera de Mariano Latorre, publicada en 1955; Recuerdos Literarios de Fernando Santiván, editado como Confesiones de Enrique Samaniego en 1933; Imágenes de Chile de Guillermo Feliú Cruz y Mariano Picón Salas, publicado en 1933.

34   "Memoria 1911-1916", en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 77, f. 5.

35   Ibid.

36   Ibid.

37   "Memoria 1911-1916", op. cit., f. 5.

38   Op. cit., f. 6.

39   "Lo que se hace, lo que se lee en la Biblioteca Nacional", en Zig-Zag, N° 581, Santiago, 8 de abril de 1916, p. 7.

40   "La Biblioteca Nacional. Su origen, su desarrollo", en Las Últimas Noticias, Santiago, 10 de enero de 1916, p. 3.

41 "La Biblioteca Nacional", en La Mañana, Santiago, 24 de agosto de 1913. p. 12.

42   "La Biblioteca Nacional. Su origen, su desarrollo", op. cit., p. 3.

43   "Biblioteca Nacional", en El Mercurio, Santiago, 25 de abril de 1913, p. 17.

44   Ibid.

45   "La Biblioteca Nacional. Su origen, su desarrollo", op. cit., p. 3.

46   Por orden de Luis Montt se instaló en 1905 un servicio nocturno de 08:00 a 22.00 hrs., que buscó facilitar la asistencia de los trabajadores a la Biblioteca sin tener que faltar a sus empleos. Si bien, no se puede asegurar de manera rotunda que fueron e su mayoría trabajadores los que asistieron en este horario, sí se puede afirmar que este nuevo servicio tuvo un muy buen resultado, ya que el público lector en ese año aumentó en un 84,8%, pasando de 33.555 lectores en 1904 a 62.012 lectores en 1905. Sin embargo, en 1909 Luis Montt decidió finalizar este servicio porque, según la memoria de la institución de ese mismo año, "no había respondido absolutamente a los nobles fines con que se estableció, ya que hasta ahora el salón no se ha visto frecuentado por los artesanos y obreros".

47   "Memoria 1911-1916", op. cit., f. 22

48   "Carta de Rafael Larraín dirigida a Carlos Silva Cruz", 4 de diciembre de 1914, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 90, f. 158.

49   "Carta de Carlos Silva Cruz dirigida al Ministro de Instrucción Pública", 7 de enero de 1915, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 90, s.f.

50   "Carta de Carlos Silva Cruz dirigida al Ministro de Instrucción Pública", 4 de diciembre de 1919, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 101, s.f.

51   "Memoria 1911-1916", op. cit., f. 17.

52   "Memoria 1918", en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 77, f. 146.

53   "Bibliotecas gratuitas para todos", en El Mercurio, Santiago, 20 de enero de 1929, p. 4.

54   Ibid.

55   Ibid.

56   Para profundizar en la influencia estadounidense en la Biblioteca Nacional véase Sebastián Hernández, "La Biblioteca Nacional del siglo xx", en Sagredo, op. cit., pp. 122-137.

57   Hernández, op. cit., pp. 122-137.

58  "Inauguración de la sala de lectura para niños en la Biblioteca Nacional", en El Mercurio, Santiago, 12 de octubre de 1924, p. 29.  

59   Ibid.

60   "En el mundo de la fantasía, donde reinan Pinocho y Pirulete", en Zig-Zag, N° 1058, 30 de mayo de 1925, p. 59.

61   Op. cit., pp. 59-60.

62   Op. cit., p. 60.

63   Ibid.

64   Ibid.

65   "En el mundo de la fantasía, donde reinan Pinocho y Pirulete", op. cit., p. 60.

66   Ibid.

67   Ibid.

68   Margarita Mieres, "Labor Cultural de la Biblioteca Infantil de Chile", en Boletín de la Unión Panamericana, N° 69, Washington, 1935, p. 505.

69   Ibid.

70   Ibid.

71   Op. cit., p. 506.

72 Véase Mariana Aylwin, Carlos Bascuñán et al., Chile en el siglo xx, 14a ed., Santiago, Editorial Emisión, 2012, p. 27; Sofía Correa, Consuelo Figueroa et al., Historia del siglo xx chileno. Balance Paradojal, 4a ed., Santiago, Editorial Sudamericana, 2008, p. 35.

73 Según Stefan Rinke, el desarrollo del ferrocarril, de los puertos, de las instalaciones energéticas y de los establecimientos educacionales despertaron el interés de Estados Unidos sobre Chile. Mientras que el surgimiento de culturas de masas, el progreso tecnológico, el sistema político, el bienestar y los altos estándares de consumo estadounidense aparecieron como elementos centrales de lo que el autor denominó norteamericanización. Véase en Stefan Rinke, Encuentros con el Yanqui: Norteamericanización y cambio sociocultural en Chile 1898-1990. Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Barros Arana, colección Sociedad y Cultura, 2014, vol. LVI, pp. 18-48.

74   Op. cit., p. 65.

75   Decreto Creación de una Oficina General de Canje de Publicaciones, Santiago, 12 de mayo de 1871.

76   Luis Galdames, "Ciencias Sociales", en Eduardo Poirier, Chile en 1908, Santiago, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1909, p. 248.

77   "Carta de ‘New Century’ dirigida a Luis Montt", 9 de abril de 1902, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 57, f. 183. Las máquinas de escribir "New Century" se caracterizaron por su doble teclado, es decir, poseía una clave para las letras mayúsculas y otra para las minúsculas, lo que revolucionó el mercado.

78   Nelson Schapochnik, "Un palacio de libros en los trópicos: metáforas, proyectos y la fundación de la Biblioteca Nacional en Río de Janeiro", en Ayer. Revista de historia contemporánea, vol. 2, N° 58, Madrid, 2005, p. 133.

79   "Carta de Isaac Eduardo a Luis Montt", 4 de julio de 1906, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 65, s.f.

80   "Carta de Félix Padial a Luis Montt", 27 de febrero de 1906, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 65, s.f.

81   "Carta de la Dirección de la Biblioteca Nacional de Ecuador a Luis Montt", 14 de marzo de 1906, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 65, s.f.

82   Ibid. Referente al Boletín que hace alusión la carta, se trata del Boletín de la Biblioteca Nacional, que se publicó desde 1901 hasta 1910.

83   "Memoria correspondiente a 1909", 30 de abril de 1910, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 73, f. 12.

84   "Memoria correspondiente a 1909", 30 de abril de 1910, op. cit., f. 12.

85   "Biblioteca Nacional", en The Southern Cross, vol 2, N° 10, Santiago, 1909, p. 26.

86   "Establecimientos con los cuales la Biblioteca tiene relaciones de canje", 1910, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 72, fs. 73-75.

87   Galdames, op. cit., p. 247.

88   Galdames, op. cit., p. 248.

89   "Carta de Ramón Laval al Ministro de Instrucción Pública", 11 de marzo de 1921, en Archivo Nacional, Fondo Biblioteca Nacional, vol. 105, s.f.

90   Ibid.

91   "Carta de Ramón Laval al Ministro de Instrucción Pública", op. cit.

92   Ibid.

93   Carlos Silva Cruz, Proyecto de ley para la adquisición del terreno de Monjas Claras, Santiago, sin editorial, 1912, s/p.

 


Recibido: Septiembre 2015.
Aceptado: Abril 2016.

 

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