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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.43 n.1 Santiago jun. 2010

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942010000100019 

HISTORIA N° 43, vol. I, enero junio 2010: 291-294

RESEÑAS

 

GABRIEL SALAZAR V., Del Poder Constituyente de Asalariados e Intelectuales (Chile, siglos XX y XXI). Santiago, Lom Ediciones, 2009, 293 páginas.

 

El proyecto de construcción de una Ciencia Social Popular, abrazado por Gabriel Salazar por décadas, encuentra sistematicidad en los seis artículos publicados o presentados entre 1991 y 2008 que se reúnen corregidos en este, su último libro. Teniendo como eje tal proyecto, comienza con el análisis histórico del empoderamiento ciudadano manifestado en la coyuntura crítica 1918-1925 y termina proponiendo, normativamente, una proyección de la historicidad de las "clases populares" para el tiempo presente. Como hilos conductores del recorrido por el siglo XX, operan los conceptos de soberanía y poder constituyente, así como la oposición radical entre lo político y la política, entre la autoeducación y el Estado Docente, la producción y el productivismo de Estado, la "experiencia" de un "pueblo verdadero" y un Estado portaliano cuya representatividad no ha cesado de estar en crisis. La oposición irreconciliable, en última instancia, entre la legitimidad sociocrática, productivista y soberana del pueblo, y la legalidad oligárquica, mercantil, autocrática y deconstituyente.

La argumentación se presenta anclada empíricamente en el primer artículo, "Construcción de Estado en Chile: la asamblea constituyente de asalariados e intelectuales (1900-1925)", donde Salazar aborda con solidez documental y teórica una trayectoria de autoeducación popular que hundiría sus raíces en el pipiolismo y el socorro mutuo, se expresaría como soberanía ejercida en las mancomunales y alcanzaría su punto culminante en los proyectos colegislativos de la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (1918) y la Asamblea Popular Constituyente (1925). Respecto de estas últimas irrupciones en el cerrado espacio de lo político, el artículo demuestra la pugna entre visiones antagónicas del ejercicio de la soberanía, una desarrollada por las organizaciones intermedias de la sociedad civil, otra amarrada al poder ejecutivo. Y al hacerlo logra dar cuenta de experiencias de participación solidaria, forjadas al calor de la crisis de las subsistencias y desde allí evolucionando hasta posicionarse frente a la crisis de representatividad del sistema político, con un proyecto surgido y activado como expresión real del tejido social. En este sentido, se sigue la idea de una base económica simple, sobre la cual se levanta una superestructura identitaria compleja pero simplificada en su esencialización: volveremos sobre el punto.

Aparece así también con fuerza la faceta prescriptiva del proyecto salazariano, a través de afirmaciones universalizantes respecto de las particularidades históricas de la práctica asociativa, sin mayor desarrollo en el análisis ni respaldo en una bibliografía reciente que brilla por su ausencia. Es esta otra constante del libro, que parece no citar bibliografía revisada y que no revisa otra que debiera estar presente para discutir, explícitamente, otras interpretaciones. Falta así por explicar cómo es que, históricamente, las mancomunales fueron "las primeras plataformas territoriales que la clase popular como conjunto construyó para apoyar la proyección de su politización interna hacia la 'administración' externa de la comuna (municipio), y [...] hacia la sustitución del Estado oligárquico" (p. 38); cuán radical y variable era el abismo entre partidos (pretendidamente) populares y sindicatos, y entre estos y el Estado; o cómo es que puede sostenerse la tesis de que "las derrotas político-militares desarticulan las organizaciones y las instituciones [...] pero en nada o poco afectan la memoria asociada de la clase popular" (p. 39). Más aún cuando también se propone que en los últimos 30 años se ha desencadenado "una sorprendente desarticulación social, histórica, cultural y política". Es difícil imaginar que tras el quiebre epistemológico de 1973 exista o haya existido una memoria que no se construya precisamente desde las experiencias forjadas en las articulaciones de "la llamada 'etapa fordista' de la acumulación capitalista" (p. 251).

Para Salazar, 1973 apenas si modifica lo que aparece como una trascendencia del pueblo chileno. Es un pueblo bueno, perenne en su productivismo frente a su propia precarización. El golpe de Estado marcaría el agotamiento de un modelo económico y de Estado, de peticionismo popular y de clientelismo, de ingenuidad democrático-liberal. Es la izquierda política, los revolucionarios y reformistas estatalizantes, la derrotada de 19731. El pueblo, en cambio, mantiene su memoria y teje sobre ella incansable, una vez y otra, su poder constituyente (p. 154), sacudiéndose de la expropiación de su soberanía, trabajo de los políticos profesionales. Proposición que no deja de ser curiosa: el poder constituyente radica siempre en el pueblo, pero nunca se despliega triunfadoramente desde el pueblo, por la constante "defenestración" desde el Estado. Es decir, la soberanía es el pueblo, pertenece al pueblo, pero si allí empieza siempre termina en otra parte (p. 167). Se sitúan así los dos primeros capítulos (la mitad del libro, los más documentados), como una historiografía del deber ser, dando cuenta de lo que ha sido: la derrota reiterada del ejercicio de la soberanía popular. Pero si el libro contiene demasiadas respuestas discutibles respecto de la soberanía, la pregunta sobre ella es clave y está presente en la obra de Salazar desde el Labradores, peones y proletarios (1986) y con especial sutileza en el "Ser niño huacho en la historia de Chile" (1990). A pesar de los aportes de Benjamin, Arendt y Agamben, y de su centralidad para los debates sobre colonialismo, globalización e Imperio, la soberanía constituye un eje pendiente del trabajo historiográfico para pensar la construcción de Estado, sea respecto del siglo XIX, la posdictadura o la ampliación de la ciudadanía en el siglo XX chileno.

Ese Chile destruido encuentra en el segundo artículo del libro, "Luis Emilio Recabarren: socialismo municipal y poder popular constituyente (1900-1925)", una suerte de bisagra personalizada. Contrariamente a la lectura del "marxismo clásico" y de parte de la Nueva Historia Social, Salazar sitúa a Recabarren no al inicio de la izquierda sino al final de un siglo de acumulación de saber social "autónomo". Recabarren, agitador y constructor, habría actuado "subordina[n]do todo el proceso revolucionario a la primacía de lo social sobre lo político, privilegiando en todo momento el pleno desenvolvimiento de la inteligencia popular" (p. 145). Así 'lo político' emergió como un liderazgo desde 'lo social', desde la soberanía que todos, crecientemente, estaban reconociendo en sí mismos" (p. 125), hasta que la izquierda política la suplantó (desde 1925) y el populismo del "Estado Docente, Empresarial, Social Benefactor y, aun, Revolucionario, del período 1938-1973" (p. 151) la sumió bajo su sombra. Recabarren cobra así plena actualidad: desde su vocación de desarrollar la "identidad soberana" del pueblo ante el mercado y contra un Estado enfrentado a una nueva crisis de representatividad. En efecto, para quienes compartimos la idea de una deslegitimidad estatal creciente, la proposición es atractiva, aunque distinto sea compartir historiográficamente una visión de Re-cabarren que privilegia solo una de las tres facetas que este aseguró debía tener la lucha social: la política, la sindical y la económica. Estas facetas, por supuesto, eran dinámicas, y la trayectoria de Recabarren muestra que las concibió en jerarquías cambiantes. Si hacia el final de su vida "la política" se convirtió en el factor dominante, ello no puede atribuirse tan solo a la bolchevización del Partido Comunista y la Federación Obrera de Chile, sino también al diagnóstico de quien fuera diputado los últimos cuatro años de su vida; o a que Recabarren haya perdido "la fe de que nuestra obra triunfará porque es buena"2 y en cambio haya asumido convicciones más materialistas.

"Salvador Allende: entre el cerco de la memoria oficial y el poder popular constituyente" es el cuarto ensayo del libro, y aborda la dicotomía entre lo social y la política desde la doble transición abierta en 1990: una "ciudadana subcutánea", guiada por la memoria ciudadana, y otra falsa, conducida por la memoria oficial, autolegitimadora de las élites. Salazar repasa la ampliación del Estado iniciada en 1910, situándolo como una jaula cada vez más cómoda que terminó por provocar, al respetarla, "la tragedia" del Estado y de Allende. Este, a su vez, aparece avanzando hacia ella desde tres autos de fe: en la ley; "en el supuesto carácter 'profesional' de las Fuerzas Armadas"; y en el gobierno para el pueblo "desde el Estado de Derecho y desde la Democracia Formal" (pp. 160-161). Destruidas esas certidumbres sobre la hora trágica de septiembre, Salazar resuelve la crisis insistiendo con su propia fe: si "la memoria social se desarrolla a partir de sí misma, va a lograr, por fin, construir un ciudadano soberano, participativo, y no uno meramente peticionista", legado de la Constitución de 1925. El punto ciego, en todo caso, es que "hasta aquí nunca en nuestra historia hemos ejercido" el poder constituyente (p. 163). Arrojar luces sobre cómo podría este realizarse constituye el foco de los últimos tres artículos.

En "De la construcción de poder ciudadano", Salazar presenta su apuesta por la autoeducación, caracterizando cuatro períodos de la relación entre saber popular y saber de Estado. Analiza, inmediatamente, el papel que en ella han jugado los intelectuales, particularmente en las últimas décadas, a los que caracteriza según cuatro modelos (pesquisadores, reconstructores, vanguardistas y reacios) unidos por la incapacidad de confiar, efectivamente, en la producción del saber efectuada en el terreno de la vida misma. Salazar presenta luego cuatro paradigmas del conocimiento instalados por el sistema neoliberal, que serían el consultorial, el académico, el "cognitivo estatal" y el "(proscrito) paradigma cognitivo popular". De los tres primeros, "ninguno atiende al desarrollo de los grandes procesos. Ni se preocupan del sentido de la historia. Ni de las minúsculas pero eternas preguntas humanas por el ser, la solidaridad y la existencia" (p. 209). El cuarto paradigma se caracterizaría, en cambio, por su tendencia permanente a la humanización en la marginalización, como "esencia más profunda de la historia". En esa esencia, la soberanía parcialmente ejercida a principios del XX constituiría "la primera verdad histórica unificada y pública del paradigma cognitivo popular", saber-poder que traza "la dirección histórica marcada con presión dicotómica por la brújula de su degustación" (p. 208).

La consolidación de esa dirección, que no sería sino más y mejor humanización, desde la desalienación y el empoderamiento productivo, sería producida a partir de la unificación de la ciencia social y la autoeducación popular a través de intelectuales orgánicos de la "comunidad soberana", capaces de "desbloquear la comunicación" (p. 250). El sujeto de la transformación sería, como plantea Salazar en su penúltimo artículo (“Transformación del sujeto social revolucionario"), "el que une identitariamente su experiencia real, su conciencia histórica y su pensamiento crítico" (p. 256), contando con el juicio de un metahistórico "Tribunal de la Historia", eje del capítulo final en que opone una (1) memoria social del pasado y del presente a una (1) memoria y justicia oficial en la medida de lo posible3.

Estos dos capítulos finales son clave para repensar las líneas teóricas de la propuesta de Ciencia Social Popular de Salazar. Las dicotomías radicales señaladas en un comienzo historiográficamente son superadas en la abstracción, a través de una exposición bien informada de los conceptos de desalienación y "esencia humana" en Marx, y del abrazo a una idea de la historia cruzada por la metafísica. Todo ello desde una prosa saturada de metaforización. La Historia de Chile aparece así como doscientos años de acumulación de una memoria popular esencializada enfrentándose desde una autonomía muy poco relativa a un Estado naturalizado. En esa pugna entre marginalización y desalienización, los actores son impermeables, y la construcción de Estado apenas roza a la Nación, resolviéndose una y otra vez como negación de soberanía y a nivel de "la política", al interior de las élites liberales y conservadoras y de espaldas a un pueblo que cobra vitalidad solo para ser derrotado. En el intertanto "lo político", como poder articulado desde la experiencia social, como soberanía constituyente, se mantiene como una abstracción, como una esencia que cual fantasma recorre las casi 300 páginas del libro, como un "proceso ideal", que, cabe imaginar, se realiza al final de la historia.

Notas

1 "La Izquierda 'política'-compuesta por partidos con representación en el Congreso, no por organizaciones sociales autónomas- intentó, entre 1938 y 1973, realizar su programa revolucionario utilizando el Estado liberal de 1925 como fuente de poder. Pero el único poder que ese Estado le permitió fueron los resquicios legales". Y así, creyendo "ser la auténtica vanguardia revolucionaria, con el cuello metido en la horca de los intersticios legales, llevó su alienación 'salvadora' hasta el último suspiro. Y la consecuencia fue la catastrófica derrota de 1973" (pp. 118-119).

2 "Después de la borrasca", El Grito Popular, 4 de agosto de 1911, en Eduardo Devés y Ximena Cruzat (recop.), Recabarren. Escritos de Prensa, Santiago, Nuestra América y Terranova Ediciones, 1985, 151.

3 Los conceptos centrales de este artículo son los expresados en el Tercer Manifiesto de Historiadores. La dictadura militar y el juicio de la historia (abril de 2007).

Alberto Harambour Ross
Universidad Diego Portales