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Historia (Santiago)
versión On-line ISSN 0717-7194
Historia (Santiago) v.35 Santiago 2002
http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942002003500020
SOL SERRANO P. (editora). Vírgenes viajeras. Diarios de religiosas francesas en su ruta a Chile, 1837-1874. Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2000. 352 págs.
Este volumen ofrece un material documental original y atractivo: los diarios de las religiosas francesas llegadas en el siglo XIX a Chile para instalar sus respectivas congregaciones: los Sagrados Corazones, el Sagrado Corazón, las Hijas de la Caridad y el Buen Pastor. Fueron recuperados con paciente aunque sin duda grato trabajo en París, Angers y Roma por Sol Serrano y Alexandrine de la Taille, responsables también de su transcripción y edición. Los diarios recogen los relatos de viaje de las monjas un largo y azaroso recorrido y sus primeras impresiones de una sociedad que, aunque católica y urbana, les resultaba extraña y difícil de entender. Por su riqueza, y por las dificultades de tratamiento, estos relatos son equiparables a los libros de viajeros; dejan las ganas de más, y esperamos que las editoras continúen explotando este filón.
Las cuestiones que este material puede iluminar aparecen tratadas en el extenso estudio preliminar de Sol Serrano donde, incursionando más allá del material editado, ofrece un panorama amplio del papel de las congregaciones francesas en la sociedad chilena del siglo XIX. Tres historias se entrecruzan en el texto: la de las congregaciones francesas y su impulso misionero, la de la Iglesia chilena, que apoya su venida, y la del Estado, que por sus propias razones busca capitalizar la actividad de las monjas. Los tres factores le permiten a Serrano explicar la llegada de las congregaciones en términos de impulsos y atracciones, y sobre todo encontrar entre ellos cruces y efectos singulares y a veces paradójicos.
Las congregaciones femeninas mencionadas surgieron en Francia en la entraña misma de la contrarrevolución; muchas de sus iniciadoras fueron hijas de familias nobles, con padres o hermanos guillotinados o exiliados. Templadas en la subterránea resistencia a la Revolución, fueron toleradas por el Imperio y amparadas por la monarquía. Constituyeron uno de los pilares del movimiento católico contra la secularización que, antes que la Iglesia se organizara de manera militante, encontró su sustento en los laicos, sobre todo las mujeres, y en las congregaciones. Fueron, en suma, la expresión de la reacción: el Trono y el Altar. Esto era previsible; Serrano subraya que, a la vez, fueron el producto del nuevo siglo. Frente al catolicismo contemplativo o espectacular del Antiguo Régimen, propusieron una devoción activa, que asumiera la solución de los problemas de la moderna sociedad, y muy especialmente los de la educación y la pobreza. Más aún, como parte de la empresa misional, fueron uno de los instrumentos del proceso de expansión del mundo capitalista sobre la periferia colonial.
Su llegada a Chile, que no resultó fácil, fue promovida por monseñor Valdivieso, arzobispo de Santiago. En cuestiones concernientes a la relación con el Estado, Valdivieso era un ultramontano, cosa normal en su tiempo. Pero a la vez Serrano subraya la paradoja era un convencido de la necesidad de aplicar el programa ilustrado de reforma de la piedad "barroca", que no había cuajado en el siglo XVIII. Como en otras partes, el problema más visible eran los conventos de mujeres que, se ha dicho, eran más bien "casas de reposo" para las señoras de la elite: sirvientas, visitas, varios goces mundanos y poca disciplina, combinados con una práctica devocional más espectacular que íntima. Se trataba de costumbres largamente asentadas y difícilmente modificables, a menos que hubiera un ejemplo alternativo fuerte.
Las monjas francesas mostraron lo que era la vida en común, la clausura, la disciplina y el trabajo. La adaptación no fue fácil, pese a su prestigio y al respaldo del Arzobispo. Las monjas francesas no tenían sirvientas aunque sí hermanas coadjutoras, encargadas de las tareas internas, trabajaban para ganarse el sustento y no les importaba ser vistas lavando su ropa, lo que era inadmisible hasta para el Arzobispo. Las monjas, a su vez, no entendían bien a una sociedad que, según su criterio, combinaba una fe ingenua y profunda con manifestaciones más teatrales que útiles al bien común y a la propia salvación. Los Diarios abundan en episodios de este contacto de culturas y lenta aculturación recíproca. A la larga, sin duda, las monjas tuvieron éxito: lo prueba el número de mujeres ordenadas en las congregaciones, así como la declinación de las órdenes tradicionales.
Para el clero chileno, las congregaciones fueron un instrumento de la reforma eclesiástica, y un arma importante para enfrentar la secularización de la sociedad, sobre todo por la acción educativa y por los lazos establecidos con un sector importante de la elite; al respecto, el caso de la familia Fernández Concha es ejemplar. Impulsada por el Estado, la secularización avanzó y llegó en el siglo XX a un punto más excepcional que normal en los países católicos: la separación de la Iglesia y el Estado. Fue una historia llena de conflictos, en la cual habría sido fácil incluir a las congregaciones. Serrano elige una ruta menos obvia: subrayar la utilización que de ellas hace el Estado, como parte del tratamiento de la "cuestión social", tempranamente planteada en Chile. A diferencia de las elites políticas, que dudan, las monjas "saben qué hacer con los pobres": curarlos, educarlos, moralizarlos y hasta "encerrarlos", para usar la fórmula de Foucault. En los hospitales y en la Penitenciaría las monjas mejoraron notablemente la eficiencia de instituciones, que a su llegada las impresionaron penosamente. Revelaron ser buenas administradoras, además de trabajadoras sufridas. Lo mismo ocurrió con la educación: junto con los pensionados para niñas de la elite había concurridas escuelas externas para los pobres. Más allá de los conflictos con la jerarquía eclesiástica, el Estado reconoció a las monjas su espacio de acción y las apoyó en lo que pudo, como parte de un propósito más general de impulso al asociacionismo. Porque lo de las monjas, nos dice Serrano, no era meramente la tradicional caridad mérito para la propia salvación sino la moderna filantropía: auténtica preocupación por el otro.
Entre las múltiples actividades de las monjas, había una que a la Iglesia interesaba más que al Estado: la educación de las mujeres, una tarea en que las congregaciones ganaron fama. Habitualmente esto se explica como parte de un gran proyecto de la Iglesia en todo el mundo católico: recuperar a través de ellas al fin, las primeras educadoras de los niños posiciones en una sociedad masculina y laica. Serrano agrega una segunda perspectiva. Para las propias mujeres, en la sociedad del siglo XIX ser educadas es un logro importante, una forma de trascender la domesticidad. Muchas encuentran en las congregaciones organizaciones modernas y racionales el espacio para el desarrollo personal: cada capacidad es apreciada y hasta pueden alcanzar importantes posiciones de dirección. Sobre todo, las monjas constituyen un modelo para las mujeres de la elite que, imitándolas, pueden avanzar sobre los espacios de poder masculinos.
El ensayo de Sol Serrano, verdaderamente iluminador, abre amplias perspectivas para la investigación. Vale la pena consignar un par de observaciones. El texto está sólidamente apoyado en estudios realizados en Francia: Charles Langlois, Elisabeth Dufourcq, y en otro aspecto Michael Foucault. ¿Hasta qué punto todo es aplicable a Chile? ¿Hay una especificidad local? Por otra parte, Serrano mira este proceso desde la perspectiva del "disciplinamiento"; pero a diferencia de Foucault no lo asocia con el "mal". Las monjas forman parte del vasto proceso de modernización, y paradójicamente de la secularización, o al menos del establecimiento de una sociedad católica, pero no integralmente católica. Sin abrir juicio sobre sus intenciones y propósitos, señala la coincidencia de su acción con procesos mayores como el desarrollo del capitalismo, la constitución de una sociedad civil y la ciudadanización. Serrano marcha contra los razonamientos más obvios, y esto es lo más estimulante del ensayo. Quizá se debería avanzar a la vez por un segundo camino, que junto a lo funcional señale las discrepancias, las tensiones, los conflictos. Algunos de ellos aparecerán, probablemente, en la relación entre las organizaciones del laicado católico y las congregaciones, muy ligadas a ellos, y por otra parte la jerarquía eclesiástica. Los más evidentes corresponderán a la relación entre la modernización capitalista y un catolicismo papal que, desde Pío IX hasta Pío XII, levantará la bandera de guerra contra el liberalismo.
LUIS ALBERTO ROMERO