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Historia (Santiago)
versión On-line ISSN 0717-7194
Historia (Santiago) v.35 Santiago 2002
http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942002003500018
RAFAEL SAGREDO BAEZA. Vapor al norte, tren al sur. El viaje presidencial como práctica política en Chile. Siglo XIX. Santiago y México, D.F., Centro de Investigaciones Diego Barros Arana de la DIBAM y El Colegio de México, 2001, 564 págs., mapas, fotografías, cuadros y anexos.
El título de esta obra de Rafael Sagredo Baeza no permite formarse una idea de su amplio alcance conceptual e histórico. Está construida sobre la base de una investigación de los viajes gubernamentales de José Manuel Balmaceda. Como Ministro, y luego como Presidente, Balmaceda recorrió el país y sus viajes son mirados en este libro a través de lentes diversos, tales como los debates legislativos, las memorias de personajes de la época y las historias tradicionales, privilegiando la prensa, las caricaturas humorísticas y la iconografía nacional y regional. Con el pretexto de historiar los viajes de Balmaceda, el autor nos ofrece no solo una interpretación alternativa y fascinante del período posterior a la Guerra del Pacífico, sino una visión renovada de las transformaciones socioeconómicas y políticas experimentadas en el país después de 1879. Es una revisión histórica que, ligando las disciplinas como la geografía social, la historia y la ciencia política, permite entender los viajes de un Ministro de Estado y un Presidente de la República como "una forma moderna de hacer política" que, sin embargo, "se volvió en contra de aquel que más sistemáticamente la puso en práctica" (p. 32).
Una de las contribuciones importantes de este libro es, precisamente, el método empleado por el autor. La investigación de los viajes políticos es utilizada como instrumento para el conocimiento histórico, interpretando dichos viajes como una expresión política, cuyas implicaciones económicas, sociales y culturales forman parte del proceso de modernización experimentado en la segunda mitad del siglo XIX. Como toda visión renovada, algunas de las propuestas históricas e historiográficas planteadas por Sagredo pueden ser discutibles. Pero no cabe duda que las premisas y las preguntas que fundamentan esta investigación han permitido enriquecer la historia, y la historia de la historia chilena respecto del siglo XIX. Además, las fotos, la iconografía, y la revisión de la prensa entre 1861 y 1891 aumentan el valor de esta obra, de manera difícil de expresar, sin reproducir ejemplos de la integración de texto, iconografía y fotos que hace de este libro algo especial. Incluso, se le podría criticar por su exceso de detalles, fotos y caricaturas, pero para mí, adicto confeso de la historia de Chile en sus pormenores, este aspecto del libro es un regalo que se puede gozar una y otra vez. Es decir, el libro puede parecer demasiado largo, pero yo no sé, sinceramente, qué partes se podrían haber suprimido.
Rafael Sagredo parte de la premisa de que un análisis detallado y profundo de los viajes de Balmaceda puede tener un gran valor como instrumento para conocer y comprender los procesos históricos. Señala, también, que el hecho material del viaje y los significados que de él se desprenden no han sido aprovechados suficientemente por los historiadores (p. 29). Propone, que al contestar algunas preguntas directas y "simples" sobre los viajes de Balmaceda ¿por qué viajó tanto José Manuel Balmaceda?; ¿qué representan sus viajes en nuestra evolución histórica? se puede comprender mejor las transformaciones políticas y socioeconómicas del país.
Esta metodología es inédita en Chile. El autor nos lo hace saber explícitamente y enfatiza que el estudio en detalle de los viajes gubernamentales, la dramaturgia del poder y el papel de la prensa política permite comprender mejor los procesos políticos. Para llevar a cabo una investigación de este tipo se requiere, como base empírica, documentar los pocos viajes a provincia que hicieron los gobernantes antes de Balmaceda y todos los viajes de Balmaceda como Ministro de Estado (desde 1883) y como Presidente. En sí, es un trabajo de gran envergadura. Los anexos al texto incluyen los lugares visitados por Balmaceda y su número de habitantes; los itinerarios, horarios y actividades; una lista de los oradores y fotos de la época. La expansión del territorio nacional desde mediados hasta fines del siglo XIX se ilustra con mapas originales y comentados (el mapa de Chile a mediados del siglo, p. 56, y el mapa de Chile en 1886, p. 75). Paralelamente, se considera el desarrollo del estudio de la geografía, sobre todo con la publicación del primer manual de geografía editado en el país (Enrique Espinoza, Jeografía descriptiva de la república de Chile, 1890), la expansión territorial y la consolidación de una conciencia nacional y patriótica que se asociaban también con el crecimiento y estructuración de instancias especializadas del Estado. Además, se recuerda la pugna entre las fuerzas sociales conservadoras, especialmente la Iglesia Católica, y las tendencias liberales desde la formación de la república hasta 1883, la introducción de nuevos medios de comunicación y transporte (navegación a vapor, ferrocarriles y telégrafo) y los periódicos que intentaban moldear la opinión pública.
Sagredo relata estos cambios como marco para entender el contexto de la época de Balmaceda. No pretende ofrecer una historia nueva sobre el primer medio siglo de vida nacional y afianza su narrativa en fuentes clásicas: Sotomayor Valdés, Barros Arana, Edwards, Villalobos. No obstante esta referencia a los clásicos, la breve síntesis del período 1810-1883 (pp. 33-55), incorpora las interpretaciones de las más importantes investigaciones recientes sobre la historia social y económica. Igual cosa ocurre respecto al relato sobre el período 1883-1891.
El trabajo original de investigación da como resultado una narrativa detallada, extendida y entretenida. Esta contribución, que sería valiosa por sí misma, para Sagredo es, sin embargo, el fundamento esencial desde el cual aproximarse a nuevas interpretaciones de la historia del país. De hecho, la historia de los viajes de Balmaceda empuja al lector a reconsiderar la evolución política y socioeconómica de Chile en el siglo XIX. Resulta también una visión del gobierno de Balmaceda menos atada a las tradicionales lealtades y sesgos ideológicos que han caracterizado la historiografía sobre la presidencia de esta figura trágica en la vida nacional. Claramente, el autor admira a Balmaceda por su visión de país y su proyecto de modernización, pero su metodología empírica y su minuciosa investigación le llevan a una reinterpretación compleja de la trayectoria y del gobierno del Presidente que se suicida en 1891. También de la historia chilena que se transforma con los cambios territoriales y los imaginarios "nacionales" que se asocian con la ampliación geográfica y su relación con una sociedad que, cuando Claudio Gay escribió la historia física y política, estaba prácticamente limitada al tradicional valle central, pero que se extendió hacia el sur y el norte entre 1860 y 1884 mediante inversiones económicas, migraciones, colonizaciones, expansiones de las instancias estatales (tales como la emblemática Oficina Central de Estadística) y conquistas militares.
Rafael Sagredo, tal vez más que otros historiadores nacionales, ha enfatizado el significado de esta expansión territorial para la formación de "la idea de país" vigente en la época de Balmaceda (p. 74). Al menos para un investigador no chileno, llama la atención cómo a veces parece aceptar sin mucho cuestionamiento algunos "aciertos" chilenos como que el país era "excepcional" y que era una nación que hacía honor al coro de su himno nacional: Dulce patria, recibe los votos, con que Chile en tus aras juró que, o la tumba serás de los libres o el asilo contra la opresión". La verdad sea dicha, el Chile de 1830 hasta 1861 había ofrecido asilo a varios extranjeros, a la vez que sacrificaba y exiliaba en la misma época a varios héroes de la independencia y a los más destacados exponentes de la libertad y de un quiebre con el pasado colonial los liberales y luego los "socialistas" de la generación de 1848. La excepcionalidad chilena incluye ser el primer país de América Latina con "estado de sitio" en su Constitución y también el primero que estableció consejos de guerra permanente en las provincias. Contra la "opresión" algunos sectores del país, al menos hasta 1861, no encontraban asilo en Chile, sino que tenían la necesidad de exiliarse al norte y al este.
Este "natural" orgullo por la supuesta singularidad chilena que, por otra parte, puede ser interpretada alternativamente como una descripción de la noción de país excepcional compartida por las elites nacionales desde la década de 1850, no impide que Sagredo examine de manera crítica y cuidadosa la historia política y electoral del país entre 1861 y 1886 (pp. 77-115), cuando Balmaceda asume la presidencia. Sobre todo recalca la lucha por disminuir la influencia de la Iglesia, ilustrada por una caricatura de El Padre Cabos del 18 de septiembre de 1883, en que las estrofas del himno nacional arriba mencionadas, se convierten en "Que la tumba será de los jotes, Pero nunca tendrá inquisición". En 1884-85 los viajes al sur del ministro Balmaceda con Santa María se asociaban con la celebración de las leyes laicas: "los porteños recibieron a los gobernantes con leyendas como "Nada con Roma, Instrucción Laica, Viva el Partido Liberal y Viva Santa María" (p. 229). Como antecedente de los viajes de Balmaceda, Sagredo también recuerda la campaña de Benjamín Vicuña Mackenna en 1876.
Pero el punto central sería que fueron los viajes de Balmaceda los que instauraron este instrumento como práctica común y como elemento político central en la vida del país. La tesis del autor es que Balmaceda incorporó los viajes a provincia de manera sistemática en la política chilena. Así, describe los preparativos de los viajes, la comitiva oficial, las recepciones, los medios de transporte, los aprestos en las provincias, las medallas selladas y repartidas, los discursos, la cobertura de la prensa gobiernista y de la oposición, la "participación popular" y la política concreta, con promesas y compromisos que se asociaban con los viajes. Sagredo insiste en que, aun cuando el presidente Santa María también viajaba, "no se desplazó sin Balmaceda, y, más significativo todavía, cuando salieron juntos, y aun considerando que uno era el Presidente y el otro solo su secretario de Estado, Balmaceda fue quién cumplió un papel más activo y se dejó apreciar más cercanamente por las poblaciones visitadas" (p. 225). El historiador anota la singularidad del viaje de 1885 a Valparaíso, cuando el presidente Santa María fue el protagonista absoluto.
No queda duda que con esta metodología Sagredo tiene gran éxito al ilustrar el cambio de la opinión pública, la polarización que lleva a la guerra civil de 1891 y el desenlace trágico para Balmaceda y el país. Todo ilustrado con el último viaje del presidente Balmaceda, el que lo llevó al frente de batalla para juntarse con los restos de su ejército, viaje que resultó un completo fracaso. Relata Sagredo que "en la ocasión, en vez de la Canción Nacional y las aclamaciones de otras épocas, los viajeros solo percibieron, una vez en marcha el tren, el tiro de revólver de un anónimo sujeto cuyas intenciones no eran muy buenas" (pp. 403-404). Balmaceda no pudo llegar a su destino porque estaba destruida la línea férrea, que era en cierta manera un símbolo de la modernización patrocinada por el Presidente derrotado. El autor destaca que este viaje presidencial, igual que los otros, se organizó por motivos políticos, en este caso para alentar a las tropas gobiernistas ante una batalla decisiva contra el ejército rebelde. Balmaceda había llegado a creer que la figura y la imagen presidencial todavía podrían salvar la situación desesperada de su ejército y de su gobierno.
Es aquí, en este momento culminante de la guerra civil, cuando Sagredo decide introducir una discusión sobre la evolución de la institución de la Presidencia, desde los Directores Supremos que gobernaron en el período postcolonial (pp. 412-417). Para mí, es una interrupción innecesaria en la narrativa, materia que si tuviera alguna importancia, se habría podido introducir 300 páginas antes. Pero Sagredo la utiliza para seguir con una interpretación de la cambiante imagen de Balmaceda como Presidente, punto que el lector ya ha entendido suficientemente mediante el relato anterior, aunque se debe reconocer que las fotos e iconografía en esta sección también ayudan a explicar las políticas y conductas que hacen comprensible la evolución de Balmaceda desde "ilustre Presidente", a "dictador" odiado.
Sagredo termina el libro con una discusión sobre el viaje presidencial como espectáculo, concluyendo que, en esencia, los viajes de Balmaceda fueron "una dramatización del poder cuyo objetivo fundamental fue el de suscitar imágenes políticas destinadas a producir efectos en la opinión pública" (p. 496). Es difícil discrepar cuando el autor afirma que los viajes de Balmaceda tuvieron estas consecuencias. Sobre todo se ve en la prensa y los discursos asociados con el viaje al sur en 1890 (pp. 351-367), que los viajes balmacedistas, en sí, sirvieron de teatro político tanto para el gobierno como para la oposición y que este "teatro" de la oposición tenía como propósito reforzar su ofensiva contra el Mandatario en el Congreso y evitar que el candidato balmacedista se impusiera en los comicios presidenciales por venir. Balmaceda, por su parte, aprovechó la inauguración del viaducto de Malleco para advertirle a la oposición que "por grandes que hayan sido o pudieran ser en lo futuro las pruebas a que nos veamos sometidos por el destino o por los acontecimientos, no he vacilado ni vacilaré un solo instante en el cumplimiento de mis deberes como primer servidor del Estado" (p. 368). ¿Sería una entre varias amenazas, o era una advertencia, una prevención ante el peligro de guerra civil que se vislumbraba?
Aun aceptando, como explica Sagredo, que los viajes fueron "una dramatización del poder", la idea de que Balmaceda pensaba "transformar el imaginario" nacional me hace preguntar si ello ¿no implicaría enmarcar la política del siglo XIX con un análisis más cercano a las visiones de Foucault y Gramsci, cuando los actores, en este caso, sobre todo Balmaceda, pensaba tal vez menos en "transformar el imaginario" que en consolidar alianzas locales, arreglar las elecciones por venir, programar obras públicas y hasta ejercer los privilegios de su poder, para gozarlo con sus correligionarios?
Para mí, es una leve sobreinterpretación de lo que, sin duda, fue un estilo de hacer política más moderno, iniciado por Vicuña Mackenna, que fue evolucionando desde entonces y que fue practicado por Balmaceda rutinariamente. Como bien lo demuestra Sagredo, Balmaceda quiso ligar su nombre a todos los edificios que hacía levantar anticipando el populismo no solo de otros chilenos por venir, sino de todas las Américas, como se ejemplificaría en el populismo de las obras públicas masivas de Leguía y Benavides en Perú, de Gómez y Pérez Jiménez en Venezuela, de Vargas en Brasil, de Rojas Pinilla en Colombia y de Perón en Argentina. El compromiso de Balmaceda con la construcción de líneas férreas, se ve también como una manera de unir el país físicamente, facilitar el movimiento de tropas, promover el desarrollo económico y satisfacer clientelas regionales más que alguna iluminación respecto a la necesidad del espectáculo como manifestación pública del poder (p. 501). Es posible, por supuesto, que Balmaceda combinara una compulsión por las obras públicas de tipo populista, con una estrategia comunicacional también moderna, interpretación que la evidencia que Sagredo presenta hace plausible. En efecto, el autor demuestra claramente que "el espectáculo" del poder, mediante los viajes de Balmaceda y los ritos asociados, se iban incorporando al abanico de la política chilena. Pero la idea de que Balmaceda y los suyos tuvieron una sensibilidad artística y propagandística análoga a la de los constructores de la "campaña del no" de 1988, o que el último viaje de Balmaceda al frente durante la guerra civil de 1891 tuviera la orquestación dramática como objetivo explícito y consciente, es discutible.
Esta duda no implica que el autor no tenga razón en su afirmación de que Balmaceda "formó verdaderos cortejos cívicos destinados a impresionar a las poblaciones visitadas, a demostrar su autoridad y, en virtud de todo lo expuesto, captar la adhesión de la opinión" (p. 503). Ni tampoco que Balmaceda no convirtiera en "religión política" el nacionalismo y sus símbolos. Incluso, Sagredo demuestra bien la transformación de los viajes presidenciales en instrumentos políticos y cómo su uso, también por la oposición, en cuanto "teatro político", se convierte en parte integral de la cultura política y mentalidad de la época. Esta transformación termina en, "por una parte, la dramática devaluación de la imagen pública de la figura presidencial, hasta transformarla en un obstáculo para la existencia republicana del país. Y, por otra, en la polarización de la sociedad, su división en bandos irreconciliables que en su disputa por una primacía que no se resuelve políticamente, finalmente, llevan al uso de la violencia en su afán por imponerse el uno sobre otro" (p. 512).
Aunque Sagredo no profundice en ella, esta conclusión sobre el impacto de la dramatización de la política y la polarización expresada en la prensa que anticipaba la guerra civil de 1891, incluso, la demonización del Presidente de la República, podría servir como conclusión de muchos libros publicados después de 1973 sobre otro quiebre institucional chileno. Tan cierto es esto, que no me queda claro, si Balmaceda y su política comunicacional eran más modernos de lo que antes se imaginaba, ¿o es que el historiador Sagredo es más moderno en su interpretación de la época de Balmaceda que el Presidente protagonista de esta historia? No importando cuál sea la respuesta definitiva a esta pregunta, creemos que desde ahora toda investigación respecto de la época de Balmaceda, o sobre la modernización política del país, tendrá en este libro un referente indispensable.
BRIAN LOVEMAN