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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.35  Santiago  2002

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942002003500015 

Historia, Vol. 35, 2002: 489-517

ABEL ALEXANDER - MARGARITA ALVARADO - KAREN BERESTOVOY - ANDRÉS DÍAZ - JOSÉ LUIS GRANESSE - JUAN DOMINGO MARINELLO. Historia de la Fotografía en Chile: Rescate de Huellas en la Luz. Santiago, Centro Nacional del Patrimonio Fotográfico, 2000. 142 págs. con ilustraciones.

Quince años después de la publicación del trabajo de Hernán Rodríguez: "Historia de la Fotografía en Chile - Registro de daguerrotipistas, fotógrafos, reporteros gráficos y camarógrafos 1840-1940", publicado en el Boletín de la Academia Chilena de la Historia en 1985, y cuarenta años después del trabajo pionero de Eugenio Pereira Salas "El centenario de la Fotografía en Chile 1840-1940", publicado en el mismo Boletín en 1940, aparece este nuevo intento de historiar el pasado, en Chile, de la "construcción de las imágenes" o del "espejo con memoria" que constituye la fotografía, tal como la llama uno de los autores.

Se trata de seis artículos sobre tópicos muy diferentes que están precedidos por una presentación del propio Hernán Rodríguez en la que destaca que "un libro sobre antiguos fotógrafos en Chile ayuda a conocernos. Agrega veracidad, materialidad y aliento a muchos textos. Utiliza imágenes realizadas por autores, conocidos o anónimos, que en un momento ya desaparecido, detuvieron su vista sobre un motivo que hoy podemos hacer nuestro" (p. 8).

El primero de ellos pertenece a Abel Alexander y está dedicado a Robert H. Vance, Pionero del Daguerrotipo en Chile. En verdad el daguerrotipo había hecho su aparición en Chile en 1840. El 6 de junio de ese año, El Mercurio de Valparaíso se hace eco de la visita del sacerdote Louis Copmte que, de paso por el puerto, llevaba consigo una cámara "Giroux" y que había recibido instrucciones del mismo Daguerre antes de partir de Nantes en 1839.

A principios de 1841 llegó a Santiago una cámara de daguerrotipo enviada por el Ministro chileno en Francia, con destino al Instituto Nacional, que lamentablemente venía con serios desperfectos producto del viaje y que por lo mismo no pudo ser utilizada.

Hay todavía información de la presencia de un daguerrotipista de nombre Daviete que se anuncia en Santiago en el curso de 1843, y de otro, Huliel, que lo hace en Valparaíso en 1844.

Robert H. Vance arribó a Valparaíso en febrero de 1847, dándose a conocer inmediatamente como retratista. En abril del mismo año está instalado en Santiago y "en poco tiempo y gracias a una inteligente campaña periodística, desfilaba por los salones de Vance y Hoytt [su socio] la mejor sociedad de Santiago, funcionarios de gobierno, sacerdotes, abogados, militares, comerciantes, terratenientes y por supuesto respetables damas con sus niños... la fama del atelier se extendió más allá de la capital y sus ecos llegaron hasta las ciudades de provincia" (p. 13).

Paralelo a sus trabajos en la capital y en el primer puerto del país, el trabajo de Vance también abarcó tres extensas giras por el interior del país, y una estadía significativa en Copiapó, para establecerse definitivamente en California, Estados Unidos, a partir de agosto de 1850.

El gran aporte de Vance, y lo que lo proyectó a la fama, fue su exposición de 300 daguerrotipos de vistas de California, y por ello su nombre figura en forma destacada en la historia de la fotografía en Estados Unidos. En un catálogo publicado en 1851 figuraban, junto a otros registros de América del Sur y Central, tres vistas chilenas referidas a Valparaíso y ellas parecen ser el comienzo de la idea que se plasmó definitivamente en la exposición sobre California.

Abandonó Chile a los 25 años de edad, siendo ya un veterano en la profesión, y será testigo de uno de los reportajes visuales más rigurosos sobre la época de la fiebre del oro.

En el segundo de los trabajos incluidos en el volumen, Margarita Alvarado: La huella luminosa de los fotógrafos de la Frontera, presenta a un grupo de fotógrafos -a quienes llama "Los fundadores"- que establecieron las bases de lo que más tarde se ha conocido como la "fotografía étnica".

El primero es Christian Enrique Valk que a partir de 1852 se establece en Valdivia convirtiéndose en uno de los primeros fotógrafos reconocidos para el sur de Chile. "Su amplia producción destaca extraordinariamente por sus contenidos estéticos y sociales, pero es en el retrato de la sociedad de la época donde alcanza su mejor realización como fotógrafo". A esta modalidad corresponden algunas imágenes en formato tarjeta de visita que realizó de un grupo mapuche posando en una chacra sureña. Es el mismo principio estético-social: se trata de crear una atmósfera que muestre al mapuche practicando sus costumbres y prácticas sociales, de tal manera que sea posible reconocer que los individuos retratados pertenecen a una cultura diferente.

El segundo es Gustavo Milet, nacido en Valparaíso, y de origen francés, y de quien no se tienen mayores antecedentes. Lo cierto que es que aparece en la ciudad de Lebu en el año 1886 desde donde se traslada a Traiguén alrededor de 1890.

Milet "despliega su temática con una intención claramente retratista, conociéndose algunas imágenes que realizó de su familia, su esposa y sus hijos..." pero es indudable que en lo que alcanza mayor notoriedad es en los numerosos retratos de "araucanos" que realizó en formato Cabinet y que hoy día se conservan en varios museos de Chile y del extranjero (p. 39).

Se trata de fotografías de estudio que dan cuenta de "una opción estética y un planteamiento poético y evocativo propio, que se constituye a partir de una atmósfera expresiva de acuerdo a un montaje cuidadosamente elaborado". A partir de ahí se destacan dos elementos: el escenario y los actores. Hemos dicho que el escenario es su estudio, con telones pintados, columnas, arcos y jardineras. "En medio de esta escenografía, los sujetos mapuches fotografiados aparecen como actores representando su propia identidad. Todo lo anterior se aprecia también en algunas escasas tomas de exterior que el autor realiza del mundo mapuche.

El tercero de los fotógrafos "fundadores" es Obder Heffer. Nacido en Canadá, llegó a Chile en 1886 contratado para trabajar en la prestigiosa "Foto Garreaud". A partir de 1910 crea su propio estudio, y su actividad se diversifica incursionando en la importación de artículos fotográficos, papeles y películas. Su obra fue bastante prolífica incluyendo vistas urbanas de Santiago, paisajes de la cordillera y del sur del país. "Pero, sin duda, uno de sus aportes más significativos a nuestro patrimonio fotográfico lo constituyen las numerosas tomas del mundo mapuche que realizó en sus viajes al sur..." (p. 40).

De los tres autores mencionados, Heffer es el que reúne la mayor cantidad de fotografías del mundo mapuche reconocidas sin duda en su autoría.

El conjunto de los trabajos de Valk, Milet y Heffer, sin embargo, nos da cuenta de que muchas de estas fotografías no son el referente de una realidad étnica, son más bien una construcción estética y cultural, que obedece a los paradigmas europeos de conformación de la imagen fotográfica vigente a fines del siglo XIX.

El tercer artículo del libro pertenece a Karen Berestovoy: El fotógrafo Marcos Chamudes.

Marcos Chamudes nació en Chile en 1917. Fue dirigente estudiantil, diputado, fotógrafo, periodista, corresponsal de guerra y un gran viajero. Su experiencia como fotógrafo abarcó casi "veinte años en los cuales registró escenas cotidianas de la vida de Nueva York, las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y a protagonistas de la cultura, intelectual y popular, especialmente de Chile y Bolivia".

Elegido diputado por el Partido Comunista a fines de la década del 30, en una época en que se mezclaban fanatismos políticos y conflictos sociales que, para el caso que nos ocupa, terminaron con la expulsión de Chamudes del Partido Comunista. Emigró a los estados Unidos, y se dedicó a la fotografía. "La actividad fotoperiodística se engrandeció debido a la comercialización de la cámara Leyca, de pequeño formato (que poseía Chamudes) que permitía un fácil traslado y manipulación respecto de las cámaras anteriores (de mayor peso y tamaño)" (p. 59).

Cuando EE.UU. se incorporó a la Segunda Guerra Mundial, Chamudes que ya era ciudadano norteamericano, se enroló en el ejército como soldado-fotógrafo, época de la que data su famoso reportaje sobre el general Patton. En 1947 ingresó a Naciones Unidas donde se desempeñó como reportero gráfico oficial de la Comisión Investigadora de los Balcanes.

En 1951 regresó a Chile y se dedicó a difundir su experiencia gráfica y continuó su labor como fotógrafo por unos pocos años, dedicándose después al periodismo escrito.

Según la autora "Chamudes fue una persona con conciencia histórica; sus imágenes no son sueños, son momentos de la vida transportados al lenguaje fotográfico. La presencia explícita y retórica del hombre denota su obsesión por definir qué lugar ocupa este en el mundo, tema que también le preocupó desde su vivencia personal" (p. 63).

El cuarto trabajo contenido en el volumen pertenece a Andrés Díaz Caballero: Los secretos de la cámara oscura. Se trata de una pequeña reseña de la técnica del daguerrotipo, sus potencialidades y limitaciones, y todo ello referido al trabajo estético del autor. En verdad, aspira a presentar lo tradicional y primitivo como nuevo, situándose "en una categoría muy distinta a las de las imágenes fotográficas tradicionales" (p. 80).

Con el trabajo de José Luis Granese: Los 206 días de Harry Grant Olds en Chile, el lector se introduce en la parte más histórica del libro.

Este texto da cuenta de la reconstitución de la historia de Harry Olds en Chile, quien a su paso por el país realizó una colección de placas -en número de cuarenta- sobre Valparaíso, a principios del siglo XX y que fueron publicadas en 1999 bajo el título "Valparaíso 1900: Fotografías/Harry Olds" editadas por el propio Granese.

En el artículo que comentamos, además de lo señalado en relación con la búsqueda de esas fotografías, el autor nos entrega una veintena de cartas enviadas a distintas personas de su familia por Olds desde Chile, y en las que junto con relatar y comentar la vida cotidiana, va dando cuenta de su desarrollo profesional entre agosto de 1899 y marzo de 1900, antes de establecerse en Buenos Aires.

El conjunto de la correspondencia casi nos pone en presencia de un diario de viaje, que es útil para graficar la visión de un extranjero que asiste al criollo cambio de siglo.

Por último, el trabajo de Juan Domingo Marinello: Fotógrafos de prensa. Testigos directos y espejos de identidad, está dedicado a resaltar la importancia de la fotografía de prensa. El autor considera que "en el aspecto histórico de un país, la fotografía de prensa constituye, en muchos casos, un lenguaje precioso. Para su reinterpretación se requiere cultura y método para descifrarlas desde su contexto de aparente desechabilidad" (p. 123). En su texto se refiere a los protagonistas del fotoperiodismo en curso del siglo XX.

Ya en 1897 y en La Revista Ilustrada se inició en fotoperiodismo en Chile, y en los inicios del siglo XX Zig-Zag incorpora a la fotografía como elemento básico de la información.

Esta etapa inicial, o fundacional, es seguida hacia 1920 por la consolidación y por el interés asociativo de los cultores del periodismo gráfico, lo que contrasta con la omisión que las publicaciones hacen de sus nombres. En los 30 un nuevo aire sacude al periodismo gráfico con la aparición de revistas dedicadas al cine, Ecran, o femeninas, como Eva, Margarita o Rosita y en enero de 1938 con la fundación de la Unión de Reporteros Gráficos de Chile.

En los años 40 es el deporte, a través de la revista Estadio que se incorpora a la tecnica informativa visual, en tanto que los años 50 y 60 son "particularmente activos y brillantes para el fotoperiodismo" (p. 131).

El autor completa su recorrido por el desarrollo de este quehacer periodístico aportando numerosos nombres de fotógrafos importantes, de la mayoría de los cuales, sin embargo, es difícil conocer la cuantía de su obra porque no se "usaba" destacar la autoría. Con ello deja planteado un grave vacío y un tremendo desafío historiográfico.

El conjunto de los trabajos contenidos en el libro es desigual. Se trata de trabajos de naturaleza diferente; de metodologías diversas y de profundidades distintas.

Hay también algunos problemas de redacción y de edición, que contrastan frente al cuidado, pertinencia estética e intelectual y seriedad técnica en la selección del profuso e interesante material gráfico. El Centro del Patrimonio Fotográfico de Chile contribuye con esta publicación a la difusión y consolidación de la historia de nuestro patrimonio fotográfico.

MATÍAS TAGLE DOMÍNGUEZ

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