«No son 30 pesos, son 30 años»1. A fines de 2019 ese lema acompañó una de las revueltas sociales más importante de la historia de Chile. Las movilizaciones y acciones colectivas evidenciaron un profundo malestar con la falta de distribución del poder, la privatización de servicios, la debilidad institucional en la provisión de los derechos sociales y la persistente desigualdad socioeconómica en distintos ámbitos de la vida cotidiana. El llamado ‘estallido social’ no sólo reflejó una frustración de la población con la dirección que ha tomado el país, sino también puso de relieve la debilidad de los procesos de integración social y territorial. Un mes después del inicio del estallido, el economista y académico de la Universidad de California (UCLA), Sebastián Edwards (2019), declaraba que «el experimento neoliberal está com-pletamente muerto». En su réquiem, el neoliberalismo en Chile fue un modelo de crecimiento económico centrado en la privatización de la vida pública, con escasos aportes en la reducción de la desigualdad y un diseño constitucional pen-sado para anular a las mayorías democráticas (Atria et al., 2013). Este sistema ha sido ventajoso para las empresas crea-das a costa de la privatización de la seguridad social, pero displicente con la gran mayoría de la población (Bohoslavsky et al., 2019; Solimano, 2012; Monckeberg, 2014).
Si bien algunos economistas liberales han insistido en que, según el coeficiente de Gini, la desigualdad en el país se ha reducido en los últimos 20 años, los resultados más recientes del World Inequality Lab no sólo muestran que la participación del 10% de mayores ingresos ha aumentado desde un 57,6% a un 60,2% entre los años 2000 y 2017, sino que Chile es por lejos el país más desigual de la región en términos de este mismo indicador (De Rosa et al., 2020). Otros trabajos muestran que cuando se cambia de escala y se pone el foco en la economía de los hogares, la bonanza de las cifras macroeconómicas desde el retorno a la democracia enmascara una gran desigualdad y un alto nivel de endeudamiento (Vergara-Perucich et al., 2020).
A su vez, y contradiciendo a Friedman2, la ciudad no se volvió más diversa y novedosa con el modelo neoliberal, sino que más bien abrazó la monotonía de la tipología de la torre de viviendas como estrategia clave para asegurar la rentabilidad de la inversión (Cattaneo Pineda, 2011; Vergara-Perucich y Boano, 2020b). Durante la pandemia de COVID-19, la ciudad desigual - resultado natural y esperable de este modelo - ha demostrado que el «chorreo» del trickle-down economics3 sí opera, pero sólo cuando se trata de enfermedades infectocontagiosas que inician su expansión en los barrios de altos ingresos, para luego expresar su morbilidad y mortalidad en los sectores más vulnerables (Vergara-Perucich, Correa-Parra y Aguirre-Nuñez, 2020). El neoliberalismo fue un modelo de crecimiento, no un modelo de desarrollo. En el escenario planetario actual, corregir su curso ni siquiera es una necesidad a causa de la desigualdad, sino un asunto de supervivencia (Springer, 2016; Featherstone, 2013; Lukacs, 2017)
Uno de los discursos más utilizados del relato neoliberal es que «cada crisis representa una oportunidad» (de negocios, principalmente) y que ante múltiples crisis se podrían obtener múltiples beneficios. En este momento crítico de transición del 2020 al 2021 parece evidente la necesidad de ‘sustentabilidad’ para la crisis climática, ‘resiliencia’ para la crisis sanitaria e ‘integración’ para la crisis social y política, en un contexto donde la sociedad exige cambios urgentes en gran parte del mundo. Consideramos que estos tres conceptos pueden influir y articular el debate público actual. Ellos poseen la capacidad de construir narrativas y realidades, pero no pueden ser neutrales a las concepciones ideológicas, entendiendo estas como el modo en que una sociedad debería estructurarse en términos sociales, eco-nómicos y políticos (Piketty, 2019).
Utilizando para esto el área metropolitana de Santiago4 como caso de estudio, el presente artículo pone en tensión las interpretaciones sobre sustentabilidad, resiliencia e integración. La evidencia empírica basada en datos cuantitativos debiese reflejar si existe una concordancia entre el discurso conceptual de estas ideas bajo el paradigma neoliberal y sus consecuencias en la ciudad. Debido a la implementación de la Política Nacional de Desarrollo Urbano de 1979 - que amplió el límite urbano y entregó al mercado la responsabilidad de llevar adelante las transformaciones de la ciudad -, Santiago fue la primera ciudad neoliberal del mundo. Luego, la Constitución de 1980 produciría un modelo fuertemente orientado por los intereses privados y por la defensa del derecho de propiedad por sobre otros derechos, transformando a ciudadanos en consumidores en una sociedad orientada a la renta más que al hábitat colectivo y social (Valencia, 2007; Daher, 1990; Vergara-Perucich y Boano, 2020a; Janoschka y Hidalgo, 2014).
Para ilustrar las contradicciones de este paradigmático caso neoliberal, el artículo propone tres instancias metodológicas: (i) un análisis temático de literatura sobre esta discusión, evidenciando el carácter performativo y político de estos conceptos; (ii) una búsqueda de datos cuantitativos a partir de fuentes oficiales que informen un modelo de análisis sobre cómo estos tres conceptos se expresan espacialmente en una serie de cartografías críticas; y (iii) una reflexión que permita avanzar hacia una teoría crítica de estos tres conceptos para un escenario posneoliberal, donde las oportunidades derivadas de las crisis sean para todos y no sólo para los inversionistas. Dado que las disciplinas proyectuales son las llamadas a imaginar un espacio para la sociedad que sobreviva a la desneoliberalización, este artículo busca articular la evidencia empírica con reflexiones teóricas orientadas hacia una postura propositiva que permitan imaginar componentes de una nueva práctica de la arquitectura y el urbanismo.
Carácter performativo y político de los tres conceptos
En lugar de ofrecer una definición esencialista o unívoca de los conceptos mencionados, aquí interesa analizar los usos políticos y los efectos performativos que ellos presentan en la manera en que se planifica y hace ciudad. En este sentido, la vida social de dichos conceptos - es decir, la manera en que se significan, accionan y movilizan en los proyectos urbanos - no es inocua ni se reduce a un problema puramente conceptual. Por el contrario, planteamos que la manera en que estos conceptos son puestos en práctica por instituciones, empresas o centros de estudio contribuyen a producir ciertas realidades socioespaciales, generando efectos concretos en los modos en que la ciudad es gestionada y producida. Como han indicado diferentes autores (Callon, 2007; Butler, 2010; Mondada, 2000), los conceptos nunca son neutrales ni están desencarnados de la realidad. Más bien presentan efectos performativos, en tanto diseminan y configuran particulares versiones de lo urbano según cómo son movilizados y usados en el espacio público.
Avanzar hacia una perspectiva crítica de estos conceptos implica reconocer que estas nociones no sólo se debaten en el mundo académico, sino que actúan políticamente sobre la realidad social, ensamblando y configurando ciertas realidades e invisibilizando otras. En este sentido, podríamos señalar que presentan un carácter de «ontología política» (Winograd y Flores, 1986; Mol, 1999; Latour, 2010), ya que someten la realidad urbana a ciertos parámetros que determinan el rango de lo posible, lo que, en este caso particular, depende de formas de gubernamentalidad e intervención neoliberal. Mientras nuestras ciudades sigan configuradas por límites impuestos por conceptos anclados a un régimen neoliberal-desarrollista se encaminarán hacia una ontología negativa, en que se niega la posibilidad de pensar formas alternativas de hacer y habitar ciudades
(Fry 2020). Esta fatalidad común es, en cierta forma, la que motivó a Lefebvre (1968) a postular «el derecho a la ciudad», que busca abrir opciones alternativas de concebir la ciudad, tratando de contrarrestar la lógica de mercantilización del espacio urbano. Como las ciudades se están convirtiendo en espacios privilegiados del desarrollo capitalista, es necesario problematizar los conceptos sobre los que se basa el proceso de neoliberalización de los espacios urbanos, caracterizado por la escalada de las inversiones y proyectos que realzan la libre circulación de lógicas de mercado en la organización de la ciudad (Peck y Tickell 2002). Esto no sólo exige interrogar los usos y aplicaciones de los conceptos que gobiernan los procesos de urbanización, sino también reconocer que los problemas de justicia espacial no pueden ser solucionados bajo las lógicas y perspectivas que los han creado.
Contradicciones y tensiones empíricas en la ciudad neoliberal
Resiliencia
Probablemente uno de los conceptos que más ha conquistado la práctica urbana y arquitectónica después del terremoto del 27 de febrero del 2010, y más recientemente con la emergencia climática, ha sido el de resiliencia5. Su elemento discursivo es una práctica extendida y socializada que ha permitido incorporar elementos en el diseño y gestión de desastres. Sin embargo, la conformación social del espacio construido debe entenderse como un fenómeno complejo de respuesta ante acciones agudas y graves, siguiendo la línea propuesta por Wagemann, D’Alençon y Greene (2020), para quienes «resiliencia es más que resistencia». Esta concepción demanda entender la resiliencia como un conjunto de relaciones socioespaciales y económicas de carácter complejo.
La explicación espacial de la propagación de COVID-19 en el área metropolitana de Santiago guarda relación con elementos tanto físico-sociales (por ej. calidad de la vivienda, condiciones de hacinamiento, allegamiento en los hogares) como de interacción entre los distintos territorios de la ciudad. En ese sentido, tienen especial importancia tanto los viajes con destino al sector oriente - cono de alta renta de la ciudad y gran foco de atracción por la concentración de fuentes laborales - como los desplazamientos al interior de las propias comunas, dadas las economías locales y la búsqueda diaria de provisión de insumos básicos. La supuesta resiliencia de los hogares que pudieron adaptarse a las exigencias de confinamiento a través del teletrabajo sólo ha sido posible gracias a un grupo de sacrificio: trabajadores en empleos de baja calificación, vulnerables y sin posibilidad de teletrabajar - vendedores ambulantes, repartidores, recolectores de basura, obreros de labores esenciales, entre otros -. Ellos no sólo presentan una clara aglomeración en las zonas norponiente y sur de Santiago, sino también una correlación espacial con zonas donde existe mayor morbilidad, menor cobertura de salud y mayor mortalidad asociada a COVID-19. El modelo de la Figura.1 deja en evidencia que, durante el peak de invierno de 2020, la mortalidad por COVID-19 en Santiago se puede explicar en buena medida (con un R2 de 0,576) por el porcentaje de participación en ocupaciones básicas e informales, según la definición establecida en el Censo de 2017 (P18 Rama de actividad económica). En ello se observa que con una intervención física única y territorialmente acotada no es factible disminuir los efectos del desastre y reconstruirse. Una ciudad podrá ser resiliente sólo si se comprenden las interrelaciones entre sus sistemas físicos, sociales, productivos y económicos, y los efectos de un sistema económico cuyo objetivo está en el capital y no en la calidad de vida sus habitantes.
Sustentabilidad
Frente a la gran diversidad y amplitud de significados que puede contener el concepto de sustentabilidad, contrasta la limitada interpretación que ha hecho de esta el mercado inmobiliario. Esta interpretación se basa en el concepto de la vivienda como bien complejo de Lancaster (1966), quien dice que esta no es demandada per se, sino por los atributos contenidos en cada producto inmobiliario, generando una lógica compensatoria o de trade-offs. Consecuentemente, la sustentabilidad se convirtió en la práctica en ‘atributos de sustentabilidad’, encapsulándose en una serie de contenidos muy acotados, que en su versión más completa constituyen ‘mercados premium verdes’.

Fuente: Elaboración propia
Figura 1 Coeficiente ajustado de determinación múltiple OLS: 0,5761 (relación positiva). Análisis de regresión OLS6 para mortalidad por COVID-19 para el peak de junio de 2020 en el área metropolitana de Santiago como variable dependiente. Los valores indican la relación que existe en dicha zona con la variable y su incidencia. A la izquierda, un número mayor refleja mayor mortalidad; y, a la derecha, se presenta el porcentaje de la población que trabaja en profesiones que requieren desplazamiento (sin posibilidad de teletrabajo) y con vulnerabilidad socioeconómica7. La información fue generalizada a nivel de cuadrantes de 1 kilómetro con el fin de homologar escalas de trabajo disímiles (Censo y estadísticas de salud).
En un análisis de 8.255 avisos publicitarios entre 2012 y 2017, se determinó que los principales atributos sustentables del mercado inmobiliario de Santiago están relacionados básicamente con aspectos constructivos (por ejemplo, doble vidriado en ventanas), sistemas de energías renovables y ahorros de energía y agua (Encinas et al., 2018). Desde esta perspectiva, el discurso de la sustentabilidad aparece como algo generalmente inconsistente, funcional al targeting inmobiliario y ligado a las lógicas de producción de vivienda y, por ende, al suelo. En consecuencia, los atributos de sustentabilidad pasan a ser elementos residuales dentro de los proyectos, quedando relegados a nichos de mercado muy específicos o bordeando peligrosamente el greenwashing8 asociado a la promoción inmobiliaria9.
Al analizar los patrones espaciales en los que se distribuyen los atributos de sustentabilidad en los productos inmobiliarios nuevos en el mercado, podemos observar que se aglomeran siguiendo un claro orden de precios de suelo y, por ende, de vivienda (Figura 2). En primer lugar, existe una gran cantidad de proyectos clasificados como no significativos, lo que da cuenta de la ausencia generalizada de criterios de sustentabilidad, sobre todo en comunas del centro y pericentro de la ciudad. En cambio, aparecen en enclaves localizados en las comunas de Lo Barnechea, Las Condes, Providencia y Ñuñoa, confirmando la hipótesis - desde el punto de vista espacial - de que los atributos de sustentabilidad son elementos residuales. Finalmente, cabe destacar ciertas zonas con patrones de cluster bajos, es decir, zonas geográficas con poca presencia de estos atributos, destacándose la comuna de Estación Central, que además concentra un gran número de proyectos inmobiliarios. En consecuencia, este análisis muestra que la aglomeración espacial en la presencia de atributos de sustentabilidad está asociada a un patrón de ubicación evidente en las zonas de altos ingresos y/o productos inmobiliarios de alta gama de terminaciones.

Fuente: elaboración propia
Figura 2 Atributos Sustentabilidad(LISA ). Análisis LISA10 para la conformación de clusters de proyectos inmobiliarios nuevos con atributos de sustentabilidad.
Integración
Otro de los conceptos urbanos más revisados y explotados comunicacionalmente ha sido el de integración, entendido como la coexistencia de sectores económicos y sociales diversos en un espacio compartido. Sin embargo, la concepción neoliberal lo ha transformado en un concepto muchas veces contradictorio, pues integración y segregación aparecen como dos caras de la misma moneda, en clara sintonía con el modelo económico de liberalización del suelo y de las condiciones de producción de vivienda. Si nos entregamos al arbitrio del mercado y sus lógicas de oferta-demanda, lo único que se logra es que la especulación inmobiliaria termine privatizando la ciudad y su espacio público (Encinas, Aguirre y Truffello, 2019; Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001; Sabatini et al., 2020). Luego, la integración sólo es posible efectivamente con un mercado más regulado y orientado a compartir el bien común generado por la ciudad.
La Figura 3 da cuenta de la segregación calculada a través del índice de Theil11 y su variación absoluta entre el año 1992 y 2017. Como se observa en las cartografías, la ciudad se encuentra segmentada en dos grandes tipologías de segregación: (i) la autosegregación propia del cono de altos ingresos; y (ii) la de la periferia de Santiago, correspondiente a la segregación de la población más vulnerable, generada por las erradicaciones realizadas durante la dictadura de Pinochet y consolidada en el tiempo por la política de vivienda social en los últimos 30 años. Luego, los territorios más integrados se localizan en torno a los corredores de transporte, mediando entre las zonas más segregadas de Santiago y generando una ciudad totalmente segmentada en términos espaciales (tal como lo demuestra el alto valor del índice de Moran12). Resulta interesante ver cómo la evolución de la segregación se ha consolidado en los territorios más vulnerables, dando cuenta de la nula integración social en estos segmentos. En contrapartida, el cono de altos ingresos se ha ido integrando lentamente, aunque aún conserva los índices de entropía más bajos (menor probabilidad de encontrar grupos socioeconómicos diferentes) en localizaciones de Lo Barnechea y Las Condes.
Hacia la construcción de una ciudad posneoliberal
La evidencia expuesta discute la posibilidad real de concretar los resultados esperados en términos de resiliencia, sustentabilidad e integración con herramientas neoliberales. En otras palabras, estos conceptos generan paliativos o espejismos de logro que no terminan por configurar una verdadera resiliencia, sustentabilidad o integración. Si hay un elemento común que cristaliza esta derrota - en virtud de las contradicciones y tensiones presentadas - es la desigualdad. Este artículo continúa la reflexión previa, en la que se plantea que la generación de la desigualdad a escala de la ciudad ya no puede ser vista como ‘fallo del mercado’, sino como una consecuencia directa e inherente al modelo de producción de viviendas y de explotación del suelo para la especulación inmobiliaria (Encinas et al., 2019). Así, poner estos tres conceptos en tensión no es un ejercicio reiterativo ni redundante, sino uno necesario para pensar y proponer principios para una ciudad posneoliberal.
Superar el urbanismo neoliberal es fundamental para lograr resiliencia, sustentabilidad e integración. Dicha superación parte con algunos preceptos clave: (i) el neoliberalismo dejó una ciudad desigual que se debe igualar para que el espacio urbano ofrezca cualidades similares a todos sus habitantes, sin distinción; (ii) la disciplina arquitectónica y urbanística debe romper su dependencia metodológica de los mecanismos neoliberales de evaluación orientados a la rentabilidad del capital y la circulación de dinero para repensar su propia epistemología en favor de la ciudad como representación de la solidaridad; (iii) esta nueva ciudad es democrática a escala de barrios, permite la autodeterminación de las comunidades con sus territorios mediante sistemas de democracia directa consagrados en una nueva Constitución, con financiamiento público ad-hoc a las necesidades de la población para lograr un alto estándar base en todos los barrios. Esto no implica eliminar los negocios inmobiliarios, foco de análisis de este artículo, sino subordinar sus objetivos y metas a generar esta ciudad solidaria, al menos hasta lograr que las urbes en Chile ofrezcan un nivel de calidad urbana similar.
Justamente en un presente cercano y en un ambiente dominado por un cambio constitucional, la ciudad chilena y las dimensiones de sustentabilidad, resiliencia e integración se verán tensionadas. Deberán servir tanto al cambio social como al climático y al político. Los desafíos que impone nuestro tiempo son tan grandes que, en palabras de Piketty (2019), resulta difícil imaginar soluciones a problemas como los climáticos y migratorios «si antes no somos capaces de reducir las desigualdades y construir un estándar de justicia económica que sea aceptado por
la mayoría». Pero cabe preguntarse si estos conceptos seguirán cooptados por la política neoliberal - como el derecho a la ciudad o la gentrificación - como parte de su estrategia de blanqueamiento discursiva o si podremos pasar a debates más profundos que representen la justicia e igualdad. Hoy, frente a la crisis social, política, sanitaria y climática que nos amenaza, es claro que no se puede seguir actuando bajo las mismas lógicas que, justamente, han generado estos problemas los últimos 30 años.