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Acta literaria
versión On-line ISSN 0717-6848
Acta lit. n.26 Concepción 2001
http://dx.doi.org/10.4067/S0717-68482001002600003
Las letras van de amor
María Nieves Alonso M.
¿Cómo entraréis en mi paciencia? Incluso tú
si no envejeces ¿Cómo me entregarás tu juventud?
Antonio Gamoneda
Por qué escribí, porque escribí estoy vivo.
Enrique Lihn
Leonardo Sciaccia dice que hay más de veinte razones para escribir. Se escribe para poblar el desierto, para no estar solo en la voluntad de serlo. Se escribe para distraer la tentación de la nada, para llenar el vacío, por temor al vacío.
Como la joven princesa de las Mil y una noches, se escribe para postergar la ejecución y corromper al verdugo. Para hacer inofensivo el dolor, para ser feliz, para otorgar herencia, para dar testimonio. Se escribe también para jugar, bautizar, persuadir, seducir, hacer verosímil la realidad; para religar, reunir y reencontrar, unir y recuperar. Y aunque también se escribe para olvidar, se escribe principalmente para recordar y aprender; por último, quizá, tan sólo se escribe para rezar, para devenir otro, para no morir, para preparar la casa de la eternidad: "Yo he entrado en una tumba blanca... / y a esa tumba le he llamado casa y he cerrado la puerta y me he quedado a vivir en ella". Tumba, túmulo, sepulcro, pirámide, casa: "Tenga la humilde proporción de un montículo, o se eleve hacia el cielo como una pirámide, la tumba recuerda el simbolismo de la montaña. Cada tumba es una modesta réplica de los montes sagrados, depósitos de la vida. Afirma la perennidad de la vida a través de sus transformaciones (...). Es el lugar de la seguridad, del nacimiento y de la dulzura; la tumba es el lugar de la metamorfosis del cuerpo en espíritu o del renacimiento que se prepara, pero es también el abismo donde el ser se sume en tinieblas pasajeras e ineluctables" (Chevalier y Gheerbrant, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Editorial Herder, 1995, pág. 1.033). Habitación, casa, morada, domicilio, guarida: "me he apostado ante la guarida donde la divinidad no es un ser poderoso", "mi vaticano es la tumba de Keats" y "a esa tumba le he llamado casa", "Este es ahora mi país, madre de barro, / un litoral inglés junto a los muros de Roma". La tumba de Keats, el libro romano de Mestre, recuerda así la epifanía del viaje y el mito de la creación de un hogar en el interior de un libro: un domicilio. Se funda aquí un domicilio desde el cual se ofrecen los frutos que el poeta opone a la llegada de la destrucción: los frutos de la memoria herética, individual, tal vez moral. Un domicilio, el punto al que se regresa desde cualquier horizonte, aquello que representa muchísimo más que un espacio cerrado en el que la bestia o el hombre se guarece de las inclemencias del tiempo o de la codicia de los enemigos. "La casa más aún que el paisaje es un estado del alma" (Humberto Giannini, La "reflexión" cotidiana, 1998).
Pero, quizá todo esto sea muy anacrónico; quizá esto tenga el anacronismo de la vergüenza (el valor de la vergüenza); la inactualidad de la utopía (la fe en el ser), la vejez de la ética (por ejemplo, ser un buen antepasado). Guardar, preservar, preparar el lugar, paisaje, país, ciudad, calle, casa, habitación para quienes vendrán: "The poetry of the earth never died", dice el epígrafe de Keats de La Tumba de Keats, y yo estoy pensando, estoy hablando de un libro.
Es que para quien habita en la nostalgia, Juan Carlos Mestre trae alivios y quimeras. No sólo por su "deliberado intento de hacer vivir el tiempo que fue y ya no es" (Manuel Alvar), o porque su poesía esté "disfrazada de nostalgia" (Inmaculada de la Fuente), o porque, como él mismo lo ha dicho de su Antífona, su obra es una aproximación al espacio perdido de la lejana tierra y el recuerdo de sus gentes, de su pueblo, o por su fe en la poesía como último reducto de la libertad y de la utopía (José Antonio Martínez), sino por su capacidad para inventar un pueblo, un hogar, aunque los nómades no tengan "campamento sino en la periferia donde amenazan". Recuperar lo perdido (mi memoria, mi casa es hoy La Tumba de Keats). Yo estoy pensando en el Dante, en la Edad Media, en las paces de la vida y la muerte. Estoy recuperando aquello que me enseñan (enseñar. Del lat. insignare, señalar. Instruir ...con reglas o preceptos. / 2. Dar advertencia, ejemplo o escarmiento que sirve de experiencia y guía par obrar en lo sucesivo. / 3. Indicar, dar señas de una cosa./ 4. Mostrar o exponer una cosa que sea vista o apreciada. Real Academia Española, Diccionario). Leopoldo Panero, Antonio Pereira, Colinas, Gamoneda, (¿sabes?) también Enrique Lihn, Jorge Luis Borges, Jorge Teillier, Gil de Biedma. "No he descendido a ningún otro infierno que no sea mi vida", dice el poeta. Y no olvido que la única finalidad de la escritura (o la lectura), que es lo contrario de la neurosis, es la vida (Deleuze). Mestre va, ve, denuncia, reza, encuentra y enseña en este complejo, difícil y hermoso libro en torno al cual sólo merodeo sin lograr entrar: "Eso ve el descendiente que en las cercanías de Moisés no ha entrado en la sinagoga, / el nieto del sastre que a los cuarenta años reconoce a su tribu por los signos de la desgracia" (pág. 45).
La tumba de Keats, último libro de Juan Carlos y Premio Jaén de Poesía, recrea, pues, el antiguo relato del viaje físico que deviene viaje espiritual y búsqueda de la verdad, de la paz y de un centro espiritual. Su protagonista aparece como un alma callejera, frente al alma domiciliada y siempre en regreso de toda la poesía anterior de Mestre. Sin embargo, el desplazamiento físico es sólo una coartada para una intensidad poética en la cual el pasaje, la salida hacia lo desconocido es sólo una parte y el soporte de aquello que transforma al sujeto en receptor de conocimientos, portador de mensajes y poseedor de una conciencia hospitalaria disponible no sólo para la re-flexión (vuelta sobre sí mismo) individual sino disponible para otras conciencias. Es decir, si por una parte este viaje expresa un profundo deseo de cambio interior, una necesidad de experiencias nuevas, más que un desplazamiento espacial, muestra sobre todo un devenir minoritario, esencial y desierto, pero, por lo mismo, más poblado. Verdadero peregrino, el sujeto de la poesía de Mestre, como el romero medieval, cumple celosamente con el ritual que ayuda a resolver el enigma (hay un misterio hebreo junto al mito) que llama y atrae por la esperanza de poder llegar a saber de él mismo desde la otra cara del espejo, desde el lugar que ocupa(ron) otro(s) hombre(s). El texto, que es continuación serena y necesaria de un proyecto de evolución gradual y de efectos dramáticos e intención apelativa de quien ve en los otros, muestra el reverso de la belleza ficcionalizada en los textos anteriores y se resuelve en la figura del adiós y en la disolución de un sujeto que abandona el centro y desaparece para poder reaparecer del otro lado de la noche, revestido de una nueva conciencia y con un nuevo fuego en las manos.
Pasaje que es clausura, umbral y llave. No hay aquí fin, hay siempre comienzos. Traslado de (la) vida a la muerte y derribo del hielo, de la losa que las separa. "Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua". El nombre propio dice Geofrey Bennington (1994) lleva la muerte de su portador mientras garantiza su vida y le da seguridad durante y sobre su vida: incluso estando yo vivo, mi nombre señala mi muerte. Es ya portador de la muerte de quien lo lleva, es ya el nombre de un muerto. Pero mi nombre propio me sobrevive. Después de mi muerte, aún se me podrá nombrar, hablar de mí. Yo ya es otro. Bodas contra natura, bodas entre vida y muerte, entre nacimiento y madurez, entre hombre y animal, todo esto es registrado en el libro sobre las ruinas de Roma.
Decimos que Mestre derrota al gran mal, vence al aburrimiento en su significado escamoteado por el desliz lingüístico. Aburrimiento: ab horreo: terror al vacío. Aleja así la "tristitia de bomo interno" y a toda su hueste, como acidia, abulia, añoranza, aflicción, ansiedad, aprensión, cansancio, cobardía, desgano, desaliento, desánimo, desesperación, desesperanza, depresión, decaimiento, fastidio, hastío, pena, melancolía, morriña, murria, saudade, tristeza, para reaparecer desde el otro lado del abismo con un poema que alborota cárceles, abre cerraduras, atraviesa reinos, exorciza males y anuncia, denuncia, propaga, predica, profetiza, ordena, traslada, propone y afirma la asunción de una identidad que lo hermana con Renato Pace, "que murió en Mathausen y era abril del cuarenta y cinco", con los parias, con el hijo del ebanista y le devuelve a la vergüenza el valor ético y revolucionario (de Marx, Levi, Wiesel, Sender, Gil de Biedma, Gamoneda...) con el que este sentimiento debiera recorrer nuestra existencia.
El blues, la voz elegíaca del que ha perdido un dominio, se vuelve interrogación, anuncio (la voz profética), acusación (la voz moralizadora) y proclama (la voz política), para devenir, principal y finalmente, oración y plegaria (religar, la voz religiosa, la voz de la unión). Esta coexistencia y derivación de voces se corresponde con un constante desplazamiento de los modos verbales. El uso de imperativos, indicativos, subjuntivos, condicionales, pasados perfectos y presentes indica que no sólo se desplaza el sujeto, sino que también viaja y deviene la lengua misma de quien ha realizado una inmersión en el reino de las tinieblas para ascender de allí como un sobreviviente que ha visto los ojos de la muerte (no las vacías cuencas de los ojos de la muerte) y trae una revelación y una conciencia:
Perdón al hombre por el hombre, al ojo del error perdón por la verdad de su cansancio, perdón al camello por la aguja, perdón a la vena acústica del río por el triste merecimiento |
pescador en la necesidad del sábado (...)
|
|
No te inquiete el saber, yo no tengo ninguno anduvo el caminante sobre las huellas de otros, junto a otros bebió lo que le ofrecieron, esta mentira de carne, este barro de rosas, la revelación de Keats: la muerte como un premio final de la vida. |
(63, 67) |
Ciclo de despedida y de inicio, canon estético de la madurez, acto moral contra el olvido, está aquí presente la idea de la literatura no sólo como consolación sino como salud, sanación y resistencia. Resistencia a las voces de la destrucción por los dictados de una voluntad utópica, una obligación ética ("¡qué imprudente viento de vocales borrará la desconcertada / memoria de los hombres, quién te velará raíz sin vuelo, quién te escuchará oh voz sin boca"), un diligente intelecto y también una intuición, centauro de fiera y querube, que impide destruir o negar aquello que se ha amado sin oponer otros rostros, otros espejos, otras palabras, otro dios, otro credo:
Creo en mi mano izquierda injustamente tratada por la |
|
creo en mi espontánea vergüenza ante el sufrimiento humano y |
creo en el insignificante valor de las cosas cuya posesión me |
creo en el placer que redime a las criaturas de su innato dolor, |
creo en el que habla en lengua polaca, el que llora en chino, el |
creo en Lázaro y el idioma claro de las correspondencias con |
creo en la compasión de enero, en la torpeza hermana de la |
creo en un puñado de tierra y en el tacto de las despedidas, en |
Escritura, pues, de la conciencia de Auschwitz marcada a látigo de nieve a través del hombre de las diecisiete generaciones de Jacob, el reloj de arena y la escuadra masónica, el cálculo perfecto del poder y la muerte, carne de Cristo para el delito del Estado ... La tumba de Keats, el libro recorrido por un ethos occidental, europeo y judío, trabaja con las ruinas culturales lexicalizadas y tópicas, con los grandes relatos del horror, para buscar obstinadamente, en ese mismo espacio, un resquicio que comunique con la vida y permita el reencuentro de un rostro despejado de la vergüenza, consolado y sano.
En este valiente y sólido libro, al que sólo logro asomarme, no hay fingida inocencia sino pura y deliberada complejidad conceptual y formal, expresada también a través de abundantes figuras de reiteración fónica, gramatical y semántica, enumeraciones caóticas, paralelismos, polisíndeton, encabalgamientos, sinestesias, anáforas, acumulaciones sintácticas envolventes, movimientos pronominales y los ya mencionados cambios verbales y de estilo (apostrófico, comunicativo, expresivo). Casi una lengua extranjera en la tensión de los usos de un castellano pleno de incitaciones y sensualidad extrema. La literatura es delirio, dice La tumba de Keats, pero delirio que asedia la historia universal. "Todo delirio, escribe Deleuze, es histórico mundial, desplazamiento de razas y de continentes. La literatura es delirio, y en este sentido vive su destino entre dos polos del delirio. El delirio es una enfermedad, la enfermedad por antonomasia, cada vez que erige una raza supuestamente pura y dominante. Pero es el modelo de salud cuando invoca esa raza bastarda, oprimida que se agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como proceso" (Crítica y clínica, Barcelona, Anagrama, 1996, pág. 16). Impuro, híbrido, mezclado, mestizo, contradictorio, Mestre pone de manifiesto en el delirio "esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir, una posibilidad de vida".
Podríamos afirmar que el texto presenta una irracionalidad surrealista en el ámbito de las imágenes y las metáforas y una sintaxis de estirpe manierista movediza, sin olvidar los destellos coloquiales y el guiño intertextual. Profundamente visual, no por nada el autor es quien es, pero también musical y táctil, La tumba de Keats está lleno de aciertos y de metáforas sustentadas por una imaginación de intensa luminosidad y notables virtudes en la observación y descripción del paisaje a través del juego y sentido del color, del, a veces, suntuoso sentido del color. También del tacto y el oído: "Roma la ciudad oxidada por la hiedra de oro del otoño (...) / Roma blanqueada por la avaricia del asesinato (...) / Llueve, llueve sobre las cúpulas bruñidas por el beneficio, / sobre los estandartes empapados por la usura del comercio / llueve, (...) Roma y las basílicas de Roma enchapadas de oro, la alhaja de los poderosos / (...) Roma, Roma cubierta por la imperturbable pintura de los / excrementos históricos" (pág. 12).
El texto constituye una unidad evidente, no obstante, en él se observan fragmentos de gran independencia poética y de preciosa concentración dramática. Un solo ejemplo:
He levantado piedra sobre ladrillo, y sobre la losa he levantado |
he vivido en ella durante años innobles, durante días aislados |
he anhelado todos los límites pero yo mismo era el límite y he |
próximo a la cuarentena me he replegado perezosamente sobre |
he dicho esta es mi cueva y a ella ha llegado la hiena y el |
pronto el acuciante merodeador se ha asomado, luego ha dicho |
y yo he sacado la mano, y él ha puesto aceite hirviendo en mi |
No es justo, dije, no es justo que esto suceda, |
yo me comprendía pero no era justo el pensamiento de la |
|
ese invierno y el siguiente consideré inútil el porvenir, impropia |
pero lo justo no estaba allí, sino en la invasión constante del |
yo ya no podía cerrar los ojos sin envejecer mientras |
así que llamé a la hiena y la hiena trajo la templanza, |
llamé al lagarto y trajo el lagarto el liquen y esplendor desde su
|
|
dije a la voz de mi amor tú serás a partir de ahora la voz de mi |
pero ella me hizo saber que ya no me obedecía y buscó otros |
y se infectó con la domesticidad de las salivas inútiles, |
cuando sucedió lo probable se acercó la desgracia |
y mi amiga la hiena sacó su sangre fría de termómetro roto |
y la desgracia volvió sobre sus pasos de uña quemada y se |
Casa de la imaginación. Mestre no renuncia a la tribu ni a la casa, aunque para ello le sea necesario asumir sucesivas pérdidas, pequeñas muertes, traiciones de aceite hirviendo, geografías de desavenencia, hierros, flechas, y aunque se contradiga y vacile (ya sabemos que las traiciones no sólo son negativas), no padecerá "la melancolía de quien puede olvidarte, / no la enfermedad del que se sienta oscuro a esperar su tristeza, yo repetiré en voz alta tu nombre, esto y vivo, puedo desobedecer" (pág. 98).
La tumba de Keats reitera una idea de poesía que ya está presente en los libros anteriores de su autor. Y así como en La poesía ha caído en desgracia (1998) se describe "con toda precisión el tiempo y el espacio en el que la palabra poética debe ser pronunciada, todo está en ruinas, toda necesidad ha desaparecido, todo ha sido ya arrastrado por el viento. En el tiempo y en el espacio de la precariedad, en el que las cosas y las palabras se precipitan en el abismo de la crisis y de la falta de fundamentos, es cuando la palabra, pese a todo, debe ser pronunciada, venciendo la tentación del silencio" (Susana Wahnón, Insula, N 580, abril 1995), aquí se amplía el tiempo y el paisaje familiar en el que la palabra debe ser pronunciada, pero se reitera el gesto que hace de la poesía un pequeño útil, una inestimable herramienta para "reordenar un espacio mítico, reinventar una geografía primitiva" y salir airoso y hacer fecundo el escepticismo y gloriosa la muerte. Los sepulcros vuelven, pues, a proclamar la verdad olvidada de los cuerpos, del deseo, la ternura, la solidaridad y el bien, ¡Oh sí, el bien!
La figura del padre aparece destacada en el libro con gran intensidad. No sólo por su devenir oración o invocación a un dios que no es un ser poderoso ("Vuelva a nosotros tu reino voluntad del que se sienta a la izquierda del hijo, / vuelva a nosotros tu silencio zumbido del que excava en la incertidumbre del padre, / hágase tu voluntad sobre las laderas y los arenales yertos del discurso, (pág. 56), sino también por la alusión a lo paterno (poético, histórico, genealógico) que cruza el texto y que lo vincula, a mi entender, con otras grandes elegías de la lengua castellana. Muerte, memoria, destrucción, consuelo, reelaboración de un paisaje, unos muros. Estoy ahora pensando en Jorge Manrique, Rodrigo Caro, Pablo Neruda. En la poesía del duelo, del consuelo y de la rebeldía. El protagonista de La tumba de Keats enfrenta los demonios del mediodía que lo asaltan en el desierto que es Roma, metonimia de Occidente. La tentación es vencida, muchas voces degolladas ("De la enumeración de los hechos el primero es la llaga de octubre (...) manantial para la sed del infierno a la suma inexacta, que pronuncia el coro de víctimas (...)" (pág. 45), piden al poeta cumplir con su deber. El poema, la voz, se levanta, entonces, en versos de afirmación y desasimiento:
Es necesario morir para abandonar la oscura ciudadanía |
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es necesario morir ante la importancia de algo por lo que nadie |
y para que el placer de la libertad se enfrente a su pacto |
y salga el hombre sin su máscara a decir esto he sido, esto han calculado en mí las leyes del azar bajo la forma del |
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el presagio de las aves de Roma desde su tiempo pretérito. |
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lodazal de difamadores al agravio sin tregua del discurso de |
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es necesaria también la muerte de la muerte misma para que de ese enfrentamiento con las mercancías estéticas surja cierta clase de gratitud, cierta laboriosidad del hombre influido por la permanencia de su utilidad en el mundo (...) |
(108-109) |
Tanto dolor habita en su costado, que le duele hasta el aliento. Es necesario morir para devenir judío, Keats, Gramsci, paria, lagarto, nuevo, imperceptible, y poder entregarse a la ternura, a la amistad y no al rencor. Me quedaré con la utopía. El viaje de Mestre no ha sido una vuelta, una re-flexión, un pliegue hacia el ser. Su saber no es así el amargo saber de Baudelaire:
¡Amargo saber el que sacamos del viaje! El mundo monótono y pequeño, hoy, Ayer, mañana y siempre, nos hace ver nuestra imagen; un oasis de horror en un desierto de aburrimiento. |
Muy por el contrario, el poeta de León hace que vida y obra sean una misma cosa y abracen una misma línea de fuga al infinito. Una línea de fuga que, lejos de ser una forma de evasión en lo imaginario, permite producir lo real, descubrir mundos, saltar los intervalos, experimentar, crear vida. Ritornelos del deseo y la seducción. Obra, personaje y autor son una misma cosa, al menos una unidad, un prisma, un cristal de espacio-tiempo. Un modo de existencia estética en el que crear, como recuerda Deleuze, no es comunicar sino resistir la muerte, la servidumbre, la infamia, la vergüenza.
"He escrito mi nombre en la arena, la marea ha subido el agua". Esta es una escritura que borra el nombre de quien la emite. El poeta sabe que la salud como literatura consiste en inventar un pueblo, que no escribimos con los recuerdos propios salvo que pretendamos convertirlos en el origen o el destino colectivo de un pueblo venidero todavía sepultado bajo sus traiciones y renuncias (Deleuze). Por ello dice bellamente: "Concibo la memoria como el oficio de devolver a las aldeas su soberanía". Por ello"no importa ya morir sino la vida":
Adiós Roma, adiós dolorosa luz indescifrable adiós elocuente sueño, resplandor sin noche, huracán de astros, adiós fúnebres coronas que dormís en los eclipses; cintura de |
adiós nublado reino del otoño, guante del revés, adiós nocturno |
adiós sílabas del agua, arbusto inmaterial de las estatuas |
(...) |
no importa ya vivir sino la vida, no importa ya morir sino lo |
humano, |
(...) |
Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua (págs. 110-111). |
Este adiós no es un final.
Gracias, Juan Carlos Mestre, gracias Mestre por el regalo de una casa abandonada. Gracias por la vergüenza y la utopía.