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Revista musical chilena
versión impresa ISSN 0716-2790
Rev. music. chil. v.53 n.191 Santiago ene. 1999
http://dx.doi.org/10.4067/S0716-27901999019100017
Federico Heinlein (1912-1999)*
Querido Federico: Quisiera decirte que nuestro diálogo no se interrumpirá. Así como, de butaca a butaca cambiábamos impresiones en los teatros ; así como junto a Inés nos mirábamos, con caras largas o sonrisas, según lo visto u oído en la escena, así-estoy seguro- continuaremos nuestro encuentro, a pesar de tu ausencia.
Porque tu presencia continuará viva y actuante. Por algo fuiste de los primeros en integrarte al Círculo de Críticos de Arte. Hace poco nos dejó Wilfredo Mayorga; ahora tú te alejas, cuando nuestro Círculo ha cumplido cincuenta años de vida. De ellos, una parte muy considerable la vivimos con tu presidencia. Durante ellos se fue haciendo realidad el propósito de colaborar a la vida artística de nuestro país, destacando con el Premio de la Crítica a los mejores exponentes de la plástica, el teatro, la danza, el Cine y, más recientemente la literatura. Dejo al último la música, porque ella se convirtió en nuestro lugar de trabajo habitual, en el concierto sinfónico, la ópera, y en tu campo más querido, el de la música de cámara.
Recuerdo claramente que cuando aceptaste ingresar al Círculo de Críticos, advertiste al grupo que eras compositor. Eso, además de profesor en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, de profesor particular y de pianista acompañante. Parecía mucho, pero tus cualidades de laboriosidad fueron, sin duda, excepcionales.
Es cosa de agradecerte ahora, las reiteradas "clases" de puntualidad que nos dabas en cada reunión del Círculo. Lo concreto de tus opiniones, siempre en busca de lo esencial. Poco a poco fuimos entendiendo que el compositor y crítico, Federico Heinlein, era un agudo crítico de sí mismo, tarea muy difícil de concebir. Para ti, era muy natural escribir obras cuyo estilo buscaba la expresividad, la comprensión, desafiando lo experimental y exteriormente complicado, tan de moda hace cuarenta años. Deseoso de comunicación, hiciste del canto tu medio favorito ; de la poesía tu aliada en el ritmo musical. Tu Balada matinal, la Tripartita, son breves y ágiles muestras de lo atractivo que puede ser el empleo de medios reducidos. La Sinfonietta (senza timpani) parece la declaración de un propósito muy firme de evitar la espectacularidad sonora; tal como lo es también la intimidad de la voz acompañada o el juego de colores instrumentales.
En tu obra, querido Federico, varios poetas chilenos han encontrado su música. Hay allí, me parece, tu auténtico deseo de integración al medio; de manifestar el amor a este país que una vez definiste como "un regalo de la vida". Efectivamente, Chile te brindó su paisaje, su poesía, al calor de la amistad y el amor. Fue la gran revancha ganada a una vida anterior, a los sinsabores recogidos en tu vida de germano ordenado y laborioso, que llegó a Chile desde su trabajo como pianista asistente del gran Erich Kleiber, en el Teatro Colón de Buenos Aires. Pero me niego a creer que tu asimilación a la vida chilena haya sido "un regalo". Lo ganaste muy bien, encontrando desde el amor que iluminó tu vida, hasta el Premio Nacional de Arte que coronó tu creatividad de compositor y crítico. Pudiste ganar también el afecto de tus discípulos, a quienes enseñaste los misterios del equilibrio sonoro en la música de cámara; en el "lied" y las "arias". Todo ello en una vida de cincuenta años en Chile; en trabajo constante, con honorarios continuados y paciencia inagotable.
Y luego de la cátedra, a los conciertos. Allí nos encontrábamos, tú sin asomo de cansancio, cumpliendo nuestro horario "de siete a nueve". Las cabezas plateadas de Inés y Federico eran punto de referencia en las salas de espectáculos. Y dabas otra lección a los críticos: al día siguiente, puntualmente al medio día, llegaba tu comentario a la mesa del editor. A veces hasta solías agregar alguna excusa a los lectores por esos involuntarios cambios de letras o puntuación, que ocurren en el proceso de impresión. Tales "gajes del oficio" tu no los dejabas pasar. Además ¿Puede un compositor opinar con equidad acerca de la obra de otro compositor? La prueba era dura. Pero nunca caíste en lo de superponer tu orientación estética sobre la del colega. Toda diferencia la situabas en el campo técnico, con lenguaje conciliatorio, ajeno a toda pedantesca corrección. Otra lección que te agradecemos, querido Federico.
Deben terminar aquí nuestras tradicionales dos carillas. Ahora nos despedimos, Federico. Has partido obedeciendo leyes ineludibles trazadas por esa Voluntad Superior que dirige los mundos y nuestras pequeñas vidas. Continuaremos nuestra charla con fecha de futuro. Por mientras, tus colegas del Círculo de Críticos de Arte, te dejan por mi intermedio, un ramo de cariñoso recuerdo y gratitud. Descansa en Paz.
(*) Discurso pronunciado en el funeral de Federico Heinlein, en representación del Círculo de Críticos de Arte
Daniel Quiroga