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Revista musical chilena
versión impresa ISSN 0716-2790
Rev. music. chil. v.53 n.191 Santiago ene. 1999
http://dx.doi.org/10.4067/S0716-27901999019100006
Creación musical chilena
Ensemble Bartók y el génesis de la obra "Chile"
Ha sido un privilegio para el Ensemble Bartók estar asociados a tantos compositores ilustres de Chile, empezando con nuestro padre espiritual, Don Alfonso Letelier, quien trabajó muchos años con nosotros compartiendo su sabiduría musical y regalándonos hacia el fin de su vida su última obra, Nocturno, que es una especie de compendio de su pensamiento musical. Cómo olvidar su último pedido en su lecho de muerte, con mis manos entre las suyas, suplicándome "no dejen de cantar mi canción". Para nosotros es un ruego simbólico que incluye a toda la música chilena.
Otros compositores han sido una fuente de inspiración y siempre hemos podido contar con su inapreciable ayuda en nuestro quehacer musical: Federico Heinlein, Carlos Riesco, Eduardo Cáceres, Cirilo Vila, Carlos Botto, Francesca Ancarola, Gabriel Matthey, Juan Lémann y muchos más. De las cerca de 80 obras estrenadas por el Ensemble Bartók, la mayoría son de autores chilenos y las hemos presentado en el exterior en salas como el Carnegie Hall, de Nueva York; Places des Arts, de Montreal; Sala Andrés Bello del B.I.D., de Washington; Teatro Colón, de Buenos Aires; Museo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid; Sala Dag Hammersjold de las Naciones Unidas, de Nueva York, entre otras.
El origen de nuestra última obra estrenada, Chile, es el siguiente: En julio de 1994 se efectúo el seminario La Música Clásica en Chile. Al asistir al seminario, me percaté que dos experimentados compositores chilenos Gustavo Becerra y Fernando García, estaban presentes. Considerandolo un presagio, les invité a almorzar para discutir juntos un proyecto que había estado pensando desde 1993. En mayo de ese año el Ensemble Bartók presentó su III Festival Internacional de Música Contemporánea, patrocinado por la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Tuvimos la suerte de tener en el Festival a un ilustre músico norteamericano, Robert Freeman, entonces Director de la afamada Escuela de Música Eastman, de Rochester, Nueva York. El Dr. Freeman estuvo en el país dos semanas dictando un curso en la Facultad de Artes sobre administración musical. Como su intérprete durante esas dos semanas, aprendí muchísimo al lado de este hombre dinámico. Y entre las cosas que él me recomendó para nuestro conjunto fue encargar una obra relacionada con Chile, en la que pudieran participar personalidades importantes.
Influenciada por las sugerencias del Dr. Freeman hechas en 1993, en aquella reunión-almuerzo con los compositores Becerra y García, en julio de 1994, les comenté que hacía tiempo quería encargar una obra llamada Chile, que podría tener cinco movimientos pues, con mi mente de extranjera, visualizaba a Chile de una forma algo diferente que los chilenos o sea, de sur a norte. Los hitos más importantes me parecían la Antártida, la región de la Araucanía, Isla de Pascua, que incluye toda la región del Pacifico, el gran desierto del norte, y, por supuesto, Santiago.
Les pregunté a ambos si querían participar en este proyecto insólito y para mi asombro dijeron que sí. Gustavo eligió Temuco, que tendría cello solista, y Fernando el desierto. Como fui la gestora de la idea, escogí el desierto para mi instrumento, el clarinete. Luego nos preguntamos quienes serían los demás compositores. Decidimos que, siempre que aceptaran, serían Miguel Letelier, a cargo de la Antártida, con el violín como solista; Santiago Vera, Isla de Pascua, con contralto solista, dado que había escrito su tesis de doctorado en Oviedo, España, sobre la música pascuense, y Andrés Maupoint daría su versión de Santiago, que tendría al piano como solista; se aprovechaba así su condición de gran pianista y de ser uno de los compositores jóvenes más dotados.
Decidimos que fuera una orquesta pequeña, de 22 músicos, para tener más posibilidad de presentar la obra en distintos lugares. Después de esta reunión tuvimos otras con los compositores y luego ellos se reunieron para ver los enlaces entre los movimientos, la instrumentación, etc.
Ensemble Bartók en gira. Vancouver, noviembre de 1997
A pesar de tanta discusión, fue una aventura con un final muy imprevisible, porque no se sabría, hasta escucharlo, si todo "cuajaría". Además, costó mucho convencer a alguna orquesta que realizara el estreno. Las composiciones estuvieron listas en agosto de 1996, y programamos el estreno con la Orquesta Clásica de la USACH bajo la dirección de Eduardo Alonso-Crespo, un director y compositor argentino que realizaría varios conciertos con dicha orquesta en octubre de 1997. Sin embargo, a último momento avisó que no podía venir a Chile y nuestra empresa quedó postergada. Luego de varios intentos para programar el estreno con la Orquesta de la USACH, nos dimos cuenta que sería difícil que ésta pudiera presentar la obra Chile, por el costo que le significaba.
Buscamos fondos en todas partes para solventar los gastos, pero fue inútil. Sin embargo, nunca perdimos la fe de poder presentar la obra, y finalmente vimos una luz al final del túnel gracias a dos personas: Emilio Donatucci, entonces Director de Programación de la Orquesta Sinfónica de Chile, y Robert Henderson, director y compositor norteamericano, quien venía por tres semanas, en octubre de 1998, para dirigir la Orquesta Sinfónica.
Conversé largamente con ambos varios meses antes y llegamos a la conclusión que era posible estrenar la obra Chile con el Ensemble Bartók y la Orquesta Sinfónica de Chile, bajo la dirección de Robert Henderson, el día 16 de octubre de 1998. Esta especie de milagro fue posible sólo por dos razones: Emilio Donatucci no le tiene miedo a la música contemporánea y tiene fe en el Ensemble Bartók y Robert Henderson, que ya había estrenado 11 obras chilenas en nuestro V Festival Internacional de Música Contemporánea en agosto de 1995, aceptó el desafío con gusto, a pesar de la gran dificultad de las partituras.
Empezó la frenética actividad para copiar las partes, luego corregirlas y llevarlas a la orquesta. Todo fue una batalla contra el tiempo, porque había otras obras en el programa que era necesario ensayar, incluso una de ellas, El violín de Einstein del mismo Henderson, era también estreno. Después de hacer el primer ensayo con la orquesta, todos los miembros del Ensemble Bartók quedamos no solamente emocionados, sino maravillados, porque de alguna manera los cinco movimientos se fusionaron en una sola obra. Sin embargo, y como pasa con la copia de muchas obras nuevas, había tal cantidad de errores en las partes que nos costó casi dos ensayos completos corregirlos. Y, por supuesto, ningún movimiento era muy fácil, ni para los solistas ni para la orquesta.
Al fin llegó el gran día, viernes 16 de octubre de 1998, y en el Teatro de la Universidad de Chile se estrenó Chile (a pesar de que en el programa diga "Chile en cinco imágenes"). Actuaron como solistas : el violinista Héctor Viveros en "Antártida" de Miguel Letelier, el cellista Eduardo Salgado en "Temucana" de Gustavo Becerra, la contralto Carmen Luisa Letelier en "Silogístika III" de Santiago Vera, la clarinetista Valene Georges en "Zonas eriales" de Fernando García y la pianista Karina Glasinovic en "Ciudad de invierno" de Andrés Maupoint.
No sabíamos si decir al público que no aplaudiera entre los movimientos, pero el maestro Henderson señaló que nunca hay que prohibir un aplauso si el público lo quiere. Tal como él intuía, los asistentes aplaudieron frenéticamente entre cada movimiento. Se confirmó así la justeza de nuestra apreciación respecto de las bondades de la música chilena.
Esperamos fervientemente que la obra Chile se convierta en un clásico nacional, porque los compositores tuvieron el ingenio de buscar un lenguaje musical capaz de describir regiones tan variadas de Chile como la Antártida, con su soledad épica, su inmensidad abrumadora y su blancura eterna; Temuco, con sus sonidos mapuches llenos de ritmo y amor a la tierra; Isla de Pascua, con la sensualidad latente y las sonoridades de agua y fuego; el gran desierto chileno, con sus sonidos adustos y misteriosos y sus tremendas distancias y soledad, y Santiago, con la vida frenética y desenfrenada de sus habitantes.
Leamos las palabras de Federico Heinlein: "Le tocó al oyente imaginarse su propia película, paralela a la música escuchada en este insólito viaje por Chile[...]. Cabe agradecer al maestro Henderson su aporte en pro de la música chilena, así como a los creadores e intérpretes que hicieron posible esta hazaña colectiva" (crítica en El Mercurio, 18 de octubre de 1998).
Valene Georges