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Revista musical chilena
versión impresa ISSN 0716-2790
Rev. music. chil. v.51 n.187 Santiago ene. 1997
http://dx.doi.org/10.4067/S0716-27901997018700017
El compositor y el neoliberalismo económico
Si enfrentamos al creador musical a la disyuntiva de ser consecuente consigo mismo o transar ante las exigencias del medio, estamos colocándolo ante la elección entre el libre albedrío, propio de un artista, o el sometimiento comercial y mercantil, propio de un ciudadano común de nuestros días.
Si consideramos al creador musical como un artista, mal le podemos exigir que se someta a un sistema que liquida toda posibilidad de desarrollo de su propia función social, el ser artista y proponer nuevas visiones y experiencias al resto de sus contemporáneos.
El neoliberalismo activo en el campo de las artes, transforma las obras en mercancía para someterlas al mercado en iguales condiciones que un bien material de consumo, sea este suntuario o de primera necesidad. Para efectuar esta operación, la mercancía (en este caso la obra de arte) debe ser demandada por un eventual consumidor. Es más, no basta un consumidor sino miles que requieran y elijan aquella obra de arte.
¿Cómo puede, una obra, lograr tal número de adherentes y consumidores? Hay dos posibilidades básicas:
1. Montar una campaña publicitaria de difusión de aquella obra, de modo tal, que el consumidor reconozca en ella ciertos valores y utilidades para éste.
2. Que la obra no corresponda al artista, sino a la masa consumidora misma, ingresando a formar parte del contínuo amorfo e indiferenciado que la rodea (música comercial propiamente tal).
Ante lo expuesto, es un error considerar a la música, en cuanto arte, como un negocio. El mercado no es capaz de regular la vida artística de un país. La prueba est en que en aquellos países donde el neoliberalismo y el libre mercado operan hace ya varios años, el estado regula y compensa sus falencias naturales, estableciendo espacios aptos para el desarrollo de las artes y distanciándose justamente de las limitaciones y exigencias del mercado. En otros casos, no es el estado quien asume esta tarea, sino fundaciones privadas que, a la manera de los antiguos mecenazgos, estimulan y promueven el libre ejercicio de la creatividad del artista.
En Chile, un país novato en el ejercicio del libre mercado y fácil presa de los vicios del neoliberalismo, la situación del compositor no puede ser más deprimente. Los espacios de difusión o laborales a los que tiene acceso un compositor actual son mínimos y en algunos casos inexistentes.
El estado, aduciendo otras prioridades de tipo social, ha descuidado absolutamente el desarrollo de la cultura nacional cometiendo dos errores básicos:
1. Creer que el mercado debe regular toda actividad, sea comercial, educacional o cultural.
2. Creer que el arte y la música, en especial, es y sólo es aquella que la masa consumidora busca y acepta sin cuestionamientos, sin saber siquiera por qué.
La existencia de pequeños fondos concursables estatales y a veces privados no logra establecer una posibilidad de equilibrio para el normal desarrollo de la composición musical. Es más, en el caso del FONDART del Ministerio de Educación3, los fondos destinados a proyectos de creación propiamente tal no alcanzan al 10%, destinándose el resto a proyectos educacionales, de infraestructura y de difusión (preferentemente tradicional). En este caso se ha llegado a confundir la música clásica tradicional con la cultura musical de nuestro país.
La verdadera cultura es el hacer, el conocer, el investigar, el criticar, el cuestionar, etc. Consumir pasivamente, contentarse con los status quo, dejar que otros actúen y decidan por nosotros, no hace más que aniquilar la identidad y la cultura de un país.
En cuanto a la música sometida a los criterios del libre mercado, en los últimos años he podido constatar que para la sociedad chilena la música -en cuanto arte- no existe como tal. Es tal la continuidad de la presencia sonora en el espacio ciudadano, que el individuo rodeado y sometido a este habitat acústico no reconoce ni diferencia una música de otra, no requiere siquiera elegir u optar, no necesita buscar una u otra música y, lo que es más grave, ya no acepta la presencia del silencio -condición sine qua non para la manifestación de una obra de arte sonora.
Considerando lo expuesto, no podemos seguir engañándonos y aceptando el actual estado de las cosas. Se hace absolutamente necesario actuar y poner en discusión este problema. No podemos pretender tampoco que sea la propia comunidad la que encuentre soluciones al respecto, ya que ésta se encuentra sometida a un sistema que no permite siquiera la independencia de los grupos sociales.
La falacia y la ironía insertas en el manoseado término de "aldea global" son reflejo de una manipulación ideológica que pretende usar a la masa como consumidor y al individuo como elector, el cual, ante el descomunal cúmulo de información cruzada, termina anulado y absorbido por las decisiones macro que se toman, por no se sabe quién, en nombre de la comunidad.
El arte es un acto individual, es la expresión única y por ende novedosa de un individuo y que, una vez concretada en una obra, queda a disposición de sus semejantes. Este hecho simple y natural es el que está en peligro de desaparecer de la conducta social por efecto de una desconsiderada y brutal acción, producto de los criterios del neoliberalismo y su economía de libre mercado.
3 Fondo para el Arte y la Cultura del Ministerio de Educación.
Alejandro Guarello