Esta investigación 1 surge de una doble certeza, por un lado, de que la actividad sinodal en Chile luego del Vaticano II ha sido vasta y fecunda y, por otro, de que no ha sido abordada teológicamente.
El estudio se ha hecho en base a material que en su mayoría no ha sido publicado y está ubicado en archivos diocesanos a lo largo del país. Se trata de un esfuerzo de reconstrucción de la actividad sinodal en Chile en los últimos sesenta años.
En un primer momento, levantaremos un estado de la cuestión, para justificar el estudio sistemático de los sínodos celebrados en Chile durante este período. En segundo lugar, indicaremos la relevancia de este análisis, para luego enumerar los sínodos y reflexionar en relación a su forma y contenido. Finalmente, se ofrecerán algunas consideraciones conclusivas.
1. JUSTIFICACIÓN DE ESTA INVESTIGACIÓN: ¿POR QUÉ ESTUDIAR LOS SÍNODOS DIOCESANOS EN CHILE?
La actividad sinodal en Chile ha sido muy fecunda desde tiempos de la Colonia, sin embargo, escasamente documentada en trabajos teológicos o históricos.
Una obra que se ha constituido en un referente para la comprensión de esta actividad previa al Concilio Vaticano II, es Sínodos y concilios chilenos 1584(?)–1961 de Carlos Oviedo Cavada, texto publicado en 1964 2 . El trabajo se articula en torno a la premisa de que la actividad sinodal habría sido impulsada por las orientaciones del Concilio de Trento 3 y elenca dieciocho sínodos diocesanos celebrados entre 1584 y 19613, además de un concilio provincial y otro plenario 4 .
El hito conciliar tridentino impulsó a la Iglesia católica romana chilena a convocarse para revisar la actividad eclesial en medio de los cambios socio-culturales que se gestaban. De hecho, más allá de los sistemas políticos diversos, colonia y república, se entendió que la comunidad eclesial necesitaba reunirse en torno a sus obispos diocesanos para mirar de cerca el lugar social que ocupaba.
Ahora bien, la conciencia eclesial sobre la necesidad de reunirse diocesanamente aumentó significativamente luego de la celebración del Concilio Vaticano II, basta mencionar que en más de cuatro siglos fueron dieciocho los sínodos diocesanos celebrados en Chile versus los treinta y nueve que se han celebrado en seis décadas en esta época contemporánea.
Cuando Oviedo escribía su obra de 1964, evidenciaba la necesidad de documentar los procesos eclesiales de más de cuatro siglos, de esta manera:
Es una laguna notable en el estudio de la historia eclesiástica chilena y del derecho eclesiástico particular también chileno, la relativa a los sínodos y concilios habidos en el país, primero durante la Colonia y después en la vida republicana. Esta laguna es fácilmente apreciable en los estudios históricos –biografías de prelados o tratados más generales de la vida de la Iglesia– que han descuidado a veces hasta enumerar siquiera los sínodos habidos en Chile; al extremo que, hasta ahora, al confeccionar este trabajo, nunca habíamos leído una lista completa de ellos. Y era necesario, por muchos motivos, un estudio general de estos sínodos y concilios porque, en primer lugar, considerada la disciplina eclesiástica, no quedará completa, en los casos particulares, la figura de un obispo diocesano de Chile si no se atiende a este acto tan importante de su gobierno pastoral, ni tampoco llegaría a entenderse en conjunto el episcopado chileno si se margina este mismo aspecto sinodal. En segundo lugar, hoy se está tratando de conocer en profundidad la pastoral de los prelados coloniales, el papel de la Iglesia en la educación y su aporte en la cuestión social de ese mismo periodo, y, a veces, tales estudios están limitados defectuosamente por el desconocimiento de la misma existencia de los sínodos y, otras, por la carencia de sus textos. La materia de nuestro estudio, por otra parte, ha cobrado una especial actualidad en la vida de la iglesia por el ejemplo alentador de Juan XXIII, con la celebración del primer sínodo romano y, mucho más todavía, por encontrarnos durante el desarrollo del Concilio Vaticano II, cuyas normas disciplinares y de orientación pastoral ciertamente van a ser muy prontamente vertidas en forma más concreta en sínodos diocesanos o concilios particulares que puedan contemplar las realidades peculiares de los diversos territorios eclesiásticos del mundo católico 5 .
Son varias las cosas destacables de estos párrafos. En primer lugar, la advertencia de la falta de compilación y sistematización histórico- teológica del material sinodal y conciliar local. Existían pocas obras de corte histórico-eclesiástico hasta ese entonces, todas en torno a la primera mitad del siglo XX 6 . A propósito de una revitalización de la historia de la Iglesia, entre las décadas del 80’ y el segundo milenio, aparecieron otros pocos trabajos sobre esa primera hora 7 .
Lo segundo, es que se refleja una conciencia de que la historia de la Iglesia chilena quedará incompleta de no atender a esta importante actividad eclesial. En efecto, los manuales de historia de la Iglesia habían sido reducidos a una compilación de biografías de prelados, sin destacar en ellas la complejidad de la vida eclesial, con los cruces entre diversos actores de la membresía de la institución y las incidencias pastorales que esta complejidad traía. Como bien advierte Oviedo, sin la consideración de esta actividad, no llegaría a entenderse “en conjunto el episcopado chileno si se margina este mismo aspecto sinodal”, ni más aún se comprenderán las opciones pastorales ni la incidencia pública de la Iglesia en cada período.
Y, finalmente, el vínculo fecundo que hace el autor entre su obra y el Concilio de Trento, que habría llamado a la restitución de la celebración de concilios provinciales y sínodos diocesanos contemporáneamente a la fundación de la arquidiócesis de Santiago. Esta misma consideración del impacto local de un evento global habla del carácter glocal de la Iglesia católica que ha resurgido con mucha más fuerza en estas últimas décadas gracias a la geopolítica del papa Francisco 8 . Oviedo evoca la figura de Juan XXIII y la celebración del Concilio Vaticano II cuyas normas disciplinares y de orientación pastoral ciertamente serían “vertidas en forma más concreta en sínodos diocesanos o concilios particulares que puedan contemplar las realidades peculiares de los diversos territorios eclesiásticos del mundo católico”. Y así fue, porque el impacto que tuvo el segundo concilio ecuménico celebrado en Roma generó un despliegue de actividad sinodal en todas las latitudes, y Chile no fue la excepción.
En esta investigación hemos rastreado treinta y nueve sínodos diocesanos celebrados en las diócesis del país luego del Concilio Vaticano II. La ubicación de este material se ha desarrollado en búsquedas directas con obispos, archivistas y diversos actores de la vida de las iglesias diocesanas. No existe ninguna descripción ni compendio sobre los sínodos celebrados en Chile en el período post Vaticano II y son escasos los trabajos que se han desarrollado en seis décadas 9 .
El estudio de los sínodos diocesanos enriquece la comprensión de la actividad eclesial en su conjunto, apunta a la descentralización al dimensionar el impacto que el desarrollo de las iglesias locales tiene para el universo católico. Y no solo desde un punto de vista jurídico, aspecto que es importante sin duda, porque mide el alcance que el ordenamiento jurídico tiene en las iglesias locales y viceversa, sino desde un punto de vista estrictamente teológico, como apertura pneumatológica en la dinámica encarnatoria de la doble dimensión eclesial, jurídica y carismática, corporal y espiritual. Al asignarle mayor densidad teológica a las iglesias locales, el Concilio Vaticano II tuvo un efecto inmediato en el impulso de los sínodos diocesanos en todo el mundo.
Cuando hablamos de sínodos diocesanos es importante conservar en la retina de que nos referimos a procesos amplios, en los que convergen de manera simultánea la experiencia eclesial y la experiencia del Espíritu 10 . Y tal vez el resultado de esta última, la cuestión pneumatológica, ha sido materialmente marginada en la reflexión eclesiológica vinculada a esta materia. Establecer una criteriología para el estudio de estos eventos es necesario para analizar teológico-pastoralmente su peso e influencia en la vida de las iglesias locales 11 .
2. LOS SÍNODOS DIOCESANOS EN EL CONTEXTO DE LA ACTIVIDAD SINODAL DE LA IGLESIA
Francisco ha puesto a la Iglesia en “estado sinodal”, lo que supone ir más allá de los eventos e integrar la dinámica pastoral de participación permanente dentro de esta categoría.
En la conmemoración del 50 aniversario del sínodo de los obispos, Francisco hace algunas observaciones clave para comprender este estado sinodal de la Iglesia: el fundamento de la sinodalidad estaría enraizado en la unción de todo el Pueblo de Dios por el bautismo, que hace que todos los fieles tengan la misma dignidad de hijos/as de Dios y compartan el ejercicio de la dimensión profética de Cristo. Esto implica, entonces, darle densidad eclesiológica a ese olfato de fe, y de ocurrir esto, se rompería con la escisión entre ecclesia docens y ecclesia discens . La sinodalidad es un elemento constitutivo de la vida de la Iglesia y el camino de la sinodalidad es el que Dios espera para los creyentes hoy. El sínodo de obispos es una de las herencias conciliares más valiosas, pero no es un evento separado de la vida de la Iglesia, sino el punto de convergencia de un camino sinodal que incluye todos los ámbitos de la vida de ella. Una Iglesia sinodal es una pirámide invertida, por lo tanto, el ejercicio de la sinodalidad debe comenzar en la base, en las iglesias particulares, continuar en la regional y culminar en la iglesia universal.
En el 53° aniversario de la institución del sínodo, el mismo papa promulgó la constitución apostólica Episcopalis communio, en la cual reafirma que se trata de un estilo y de un proceso más allá del evento. La sinodalización es un eje del proyecto eclesial de Francisco, como recepción conciliar y reforma efectiva 12 , buscando instalar como protagonista al santo –porque ungido– pueblo fiel de Dios. Este proceso ha desplegado una abundante literatura teológica en los últimos cinco años 13 . En cambio, en el contexto chileno, como ha quedado en evidencia más arriba, ni se han estudiado los sínodos diocesanos ni el proceso sinodal de la Iglesia actual 14 .
A la hora de comprender mejor el estado sinodal de la Iglesia y la sinodalidad, haremos una distinción aún más precisa en tres niveles:
1) En un sentido amplio y genérico, la sinodalidad designaría el estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia, entendida como Pueblo de Dios que peregrina en la historia. Se trataría de ese modus vivendi et operandi peculiar que viene marcado por el caminar juntos en la escucha de la palabra, en la celebración de los sacramentos, en la fraternidad de la comunión, y en la corresponsabilidad y participación de todos en la vida y la misión de la Iglesia, de acuerdo a los distintos ministerios y carismas a los que cada uno ha sido llamado. 2) En un sentido más específico, desde el punto de vista teológico y canónico, la sinodalidad designa aquellas estructuras y procesos eclesiales en los que la naturaleza sinodal de la Iglesia se expresa de forma institucional, en los tres niveles de realización que acredita la historia: local (sínodo diocesano y asamblea eparquial), regional (concilios particulares y las conferencias episcopales, los patriarcados y los consejos regionales de las conferencias episcopales), universal (concilio ecuménico y sínodo de los obispos). 3) En un último sentido más concreto, la sinodalidad denomina la realización puntual de los acontecimientos sinodales, que involucran a nivel local a todo el Pueblo de Dios para, a la luz de la Palabra de Dios y en comunión eclesial, discernir comunitariamente el camino, asumir orientaciones y tomar decisiones concernientes a la tarea religiosa que se tiene en la historia.
Considerando esta distinción en tres niveles podemos situar la actividad sinodal de la Iglesia de Chile después del Concilio Vaticano II. En efecto, se trata del tránsito gradual de los eventos hacia un modo de ser Iglesia y para observarlo hay que conocer esos eventos. La única manera en que podemos advertir el alcance de estas celebraciones continuas es accediendo al material que acompañó los procesos, sean estos textos de circulación o material de archivo.
Es a través del estudio acucioso de esos documentos, no siempre fáciles de conseguir, que es posible acceder a los principios, objetivos, métodos y alcances teológico-pastorales de los sínodos. Este estudio no solo ha de abarcar la totalidad de los eventos celebrados –leyendo, por ejemplo, sus conclusiones o textos finales–, sino que ha de penetrar en la dinámica sinodal de cada uno de ellos: las circunstancias de su convocación, su preparación previa, sus documentos de trabajo, los borradores de los aportes personales y colectivos, las intervenciones en las asambleas, el trabajo de las comisiones, los temas que finalmente quedaron, los que no prosperaron, la razón de lo uno y de lo otro, etc. También es importante comparar, para reconocer la originalidad de cada sínodo y, asimismo, las líneas comunes con otros sínodos. Confrontar, por ejemplo, los sínodos de una misma época, de una misma diócesis o arquidiócesis.
Asimismo, para su mejor comprensión es necesario contextualizarlos, vincularlos a la realidad social y eclesial, reconocer el eco que esta realidad tuvo en cada uno de ellos y cuánto aportaron al desarrollo de la misma. Pues se trata de eventos que intentaron responder a la realidad y pronunciarse acerca de la relación entre la Iglesia y el mundo, en clave conciliar.
Quedarán temas abiertos para futuros trabajos, a continuación, ofrecemos una aproximación general a ellos.
3. LOS SÍNODOS CELEBRADOS EN CHILE: ELENCO, FORMA Y CONTENIDO GENERAL
Desde el Concilio Vaticano II a la fecha, en la mayoría de las diócesis del país, se han celebrado sínodos. Nos referimos al tercer nivel de la sección anterior, a saber, eventos eclesiales que reúnen los elementos básicos de lo que en la Iglesia se considera un sínodo diocesano 15: convocatoria del obispo habiendo escuchado al consejo de presbiterio, constitución de una comisión preparatoria y definición del reglamento del sínodo, definición y convocatoria de los sinodales, fase de preparación (disposición espiritual de los diocesanos, consulta a la base eclesial y definición de las cuestiones a tratar), trabajo de comisiones, celebración de asambleas sectoriales, elaboración de documento de trabajo, sesiones sinodales con libre discusión y voto consultivo, redacción final de decretos y declaraciones sinodales de parte del obispo, publicación de las conclusiones bajo su autoridad y definición de las modalidades de su ejecución o aplicación.
En el período involucrado en varias de nuestras diócesis se celebró un sínodo 16 , en otras dos 17 , en algunas tres 18 , mientras en otras más de cinco 19 . En total se han celebrado 39 sínodos en las diócesis chilenas luego del Concilio Vaticano II 20 . En varias de ellas se estableció una dinámica de sínodo permanente 21: en Chillán desde 1969, en Linares desde 1979 y, en Ancud, a partir del año 1980, cuando quedó estructurado el sínodo permanente a celebrarse cada cinco años, con asambleas sinodales anuales 22 .
De acuerdo con la documentación disponible, en los sínodos celebrados en Chile se da una variada gama de situaciones. Algunos cumplieron con todas las etapas hasta la aprobación de sus proposiciones por parte del obispo diocesano, situación de la mayoría de los que hemos mencionado. Hay algunos que también cumplieron
con todas sus etapas, pero que no alcanzaron un término formal 23 , en tanto otros se iniciaron, pero quedaron inconclusos 24 . A todos les llamamos sínodos porque fueron convocados como tal por el obispo respectivo.
3.1. Elenco de los treinta y nueve sínodos
3.1.1. La primera recepción del concilio
Los primeros sínodos de la época estudiada tuvieron como objetivo asimilar el Concilio Vaticano II y aplicarlo en cada diócesis, impulsando la renovación del personal apostólico y la reactualización del plan pastoral. Celebrados en el contexto de los fuertes anhelos de desarrollo social, económico, político y cultural que caracterizaron al país hacia finales de la década de los sesenta, contribuyeron al mismo con un fuerte llamado a la participación, a la promoción humana y a la justicia social.
El VIII Sínodo de Santiago (1966-1968) fue convocado por el Cardenal Raúl Silva Henríquez el 31 de agosto de 1966. Su primera sesión, cuya finalidad fue concordar en un diagnóstico general de la pastoral de la arquidiócesis y fijar las líneas generales de solución a los problemas que ese diagnóstico señalaba, se celebró entre septiembre y diciembre de 1967. El documento que recopila sus acuerdos 25 , luego de una visión sociológica de la Iglesia de Santiago, habla de la Iglesia como sacramento para el mundo y alude a la misión evangelizadora, a la liturgia y a la estructuración de la comunidad eclesial. Luego se refiere a la Iglesia peregrina en el mundo y a su inserción en la sociedad, para finalmente hablar de la Iglesia como Pueblo de Dios, mencionando a la jerarquía, la vida religiosa, la relación entre la Iglesia católica con los hermanos de otras confesiones cristianas y con los no creyentes, y el diálogo judeo-cristiano. Una segunda sesión se celebró en los meses de septiembre y diciembre de 1968 y de ella emergió un documento sobre el laicado que presenta líneas para un trabajo de renovación de la vida y ministerio laical en la Iglesia y en la sociedad 26 .
El I Sínodo de Rancagua (1966-1969) fue convocado por el obispo Eduardo Larraín el 16 de julio de 1966. Las consideraciones y propuestas que se conservan 27 fueron leídas en la primera sesión sinodal celebrada el año 1967 y apuntan a una renovación de los estilos de vida laical, sacerdotal y religioso/a, a un mayor énfasis en una tarea evangelizadora coordinada y participativa, y a una renovación en los métodos y formas del servicio pastoral. Se desea asimismo una mayor cercanía con la realidad y responder mejor a las nuevas condiciones de vida familiar y social, por lo que se propone el desarrollo de estudios especializados y a la vez el esfuerzo de una mayor proximidad y humanidad de los agentes pastorales.
El I Sínodo de Linares (1967-1969) fue convocado por el obispo Augusto Salinas. La sesión inicial se desarrolló entre el jueves 2 y el sábado 11 de noviembre de 1967 y el decreto que promulgó los acuerdos o recomendaciones de esta primera sesión está fechado en la fiesta de la Epifanía de 1969 28 . En tanto, su primera asamblea se desarrolló dentro del espíritu renovador del Concilio Vaticano II y en ella se acogió el anhelo reiterado de una mayor participación, responsabilidad y actuación del laicado en la Iglesia, así como la promoción en todo el Pueblo de Dios del espíritu comunitario.
El I Sínodo de Antofagasta (1968) fue convocado por el arzobispo Francisco de Borja Valenzuela y celebrado entre los días 5 y 7 de enero de 1968. Los documentos fundamentales que fueron entregados a los sinodales como base para la discusión en la asamblea 29 fueron: Iglesia y mundo de Antofagasta, vida sacerdotal, vida religiosa y laicado. Cada documento contenía un informe sobre la realidad arquidiocesana a la luz del Concilio Vaticano II y las sugerencias que las comisiones fundamentales aportaron, después de haber estudiado los informes de las comisiones especializadas.
El I Sínodo de Temuco (1967-1968) fue convocado por el obispo Bernardino Piñera y clausurado por él mismo el 14 de julio de 1968 30 . Convocado para acoger el Concilio, recogió un significativo camino de renovación pastoral diocesana que encontró en el mismo Vaticano II una fuerza determinante. Tuvo importantes logros como haber impulsado la activa participación del laicado, la formación de comunidades eclesiales de base, la organización de la catequesis, la valoración del apostolado del laicado, el impulso a la vida religiosa, la organización de una pastoral de conjunto y el diaconado permanente.
La primera sesión del V Sínodo de Chiloé (1968) se celebró en Ancud entre el 15 y el 20 de julio de 1968, siendo obispo de la diócesis monseñor Sergio Contreras. Según consta en su documento conclusivo 31 , la reflexión sinodal quiso una Iglesia más servidora y salvífica, para lo cual promovió un mayor sentido comunitario y colaborativo, la renovación del ministerio y vida de los sacerdotes, las religiosas y el laicado, y una especial atención a la relación Iglesia y mundo de Chiloé, en el plano familiar, laboral y en lo educativo.
El I Sínodo pastoral de Araucanía-Villarrica (1968) fue convocado por el obispo Guillermo Hartl el 12 de agosto de 1968. La asamblea sinodal se celebró del 19 al 22 de septiembre del mismo año en Villarrica y con fecha 5 de noviembre el obispo comunicó el resultado de las votaciones 32 . Fue convocado para estudiar cómo poner en práctica lo que el Vaticano II estableció, con el fin de renovar la Iglesia. En él se abordó la Iglesia como Pueblo de Dios, el ministerio de los laicos, de los presbíteros y la vida religiosa, la Iglesia en el mundo, el servicio profético, litúrgico, el ecumenismo, el mundo juvenil y el servicio educacional.
El VI Sínodo de Concepción y Arauco (1968) fue convocado por el arzobispo Manuel Sánchez. Su primera sesión se celebró los días 12 y 13 de octubre de 1968. Dos tareas fueron su prioridad 33: conocer la realidad de la Iglesia de Concepción y Arauco, y dar a conocer los frutos doctrinales del Vaticano II. Sus acuerdos y recomendaciones dicen relación con la evangelización y la catequesis, con la Iglesia y el mundo obrero, con la Iglesia y la familia, con la Iglesia y la juventud, y con la coordinación e integración de los tres servicios (sacerdotes, religioso/as y laicado).
El I Sínodo diocesano de Osorno (1968) fue inaugurado por el obispo Francisco Valdés el 8 de diciembre de 1968, y su primera sesión se desarrolló desde ese mismo día hasta el 15 de diciembre 34 . La reflexión giró en torno a la pregunta Iglesia, ¿qué dices de ti misma? y a las respuestas que el Vaticano II dio a la misma. Además, se estudió cómo mejorar las prácticas pastorales concernientes al bautismo y se previó como tema para las futuras sesiones sinodales, entre otros, las relaciones con los cristianos no católicos.
La asamblea sinodal del I Sínodo de Talca (1966-1969) fue inaugurada el 5 de enero de 1969 por el obispo Carlos González. Con fecha 7 de mayo de 1969 el prelado, en carta pastoral, presenta sus principales acuerdos 35 . Estos fueron ordenados en base a cinco proyectos: el primero, sobre evangelización, catequesis y ámbitos prioritarios de atención pastoral; el segundo, sobre la liturgia del Pueblo de Dios; el tercero, sobre las características que ha de tener la Iglesia, las personas que la integran y las estructuras e instituciones en que se expresa; el cuarto, sobre la comunidad de base, la parroquia, la zona pastoral, el consejo diocesano de pastoral y el ecumenismo; y el quinto, sobre la inserción de la Iglesia en la Región del Maule.
El I Sínodo de Chillán (1966-1970) fue convocado por el obispo Eladio Vicuña el 27 de noviembre de 1966. Se celebró el 28 de diciembre de 1969 y sus conclusiones fueron aprobadas el 4 de enero de 1970, en la fiesta de la Epifanía 36 . Sus temas fueron: la formación, una evangelización atenta a los problemas de la actualidad, un sacerdocio más misionero y mejor integrado con las religiosas y el laicado, las comunidades cristianas de base, los colegios y escuelas de Iglesia enfocados en una formación integral, la familia cristiana, y el uso de las posibilidades que ofrecen los medios de comunicación social.
El II Sínodo de Puerto Montt (1966-1969) fue convocado por el arzobispo Alberto Rencoret el 15 de octubre de 1966 y celebrado los días 12, 13 y 14 de septiembre de 196937. Quiso ser un tiempo de oración, reflexión, conversión interior y respuesta generosa al Señor que llama, manteniendo el clima conciliar de apertura, de diálogo fraterno y de libertad. Se estudiaron los documentos del Concilio y también la realidad global de la diócesis en sus ambientes urbano, rural e insular. Los cuatro grandes temas del sínodo fueron: comunidades de base, dirección espiritual, catequesis y movimientos apostólicos.
La convocatoria al I Sínodo de Valdivia (1967-1970) la realizó el obispo José Manuel Santos el 23 de mayo de 1967 y se celebró los días 13 y 14, y 20 y 21 de diciembre de 1969, mientras la presentación de sus conclusiones se realizó con fecha 23 de junio de 197038. Su tema central fue cómo formar cristianos comprometidos en la comunidad, pregunta que se desglosó en cuatro ámbitos específicos: la formación del cristiano, las comunidades de base, la Iglesia frente a los problemas sociales, políticos y económicos, y la Iglesia y la juventud.
La asamblea sinodal del II Sínodo de Chillán (1970) se efectuó el 20 de diciembre de 1970 y la aprobación de sus conclusiones por parte del obispo Eladio Vicuña está fechada el 25 de diciembre de ese mismo año39. Reflexionó acerca de la vivencia de la fe en la Iglesia de Chillán, cómo crecer en ella y cómo anunciarla mejor en el mundo de hoy. El documento final habla del testimonio cristiano, de la predicación del Evangelio y de la dimensión comunitaria de la fe.
La asamblea sinodal del III Sínodo de Chillán (1971) fue celebrada el 18 y 19 de diciembre de 1971. La aprobación del obispo a los acuerdos y compromisos del sínodo lleva la fecha del 24 de diciembre de 197140. Primeramente, estudió algunos puntos sobre planificación, y luego reflexionó acerca del modo y los medios para la formación, sin tocar lo referente al contenido, pues de ello se había ya hablado en el sínodo del año anterior.
3.1.2. Sínodos inspirados en Evangelii Nuntiandi y Puebla
Celebrados entre 1977 y 1990 su reflexión giró en torno a una mayor comunión y participación en la vida de la comunidad eclesial, con la finalidad de impulsar y sostener una evangelización más amplia y fecunda. Ella debía considerar las complejas situaciones sociales, económicas y políticas del país, para proclamar con fuerza la dignidad humana y la defensa de los derechos fundamentales, denunciar las desigualdades económicas y promover el justo acceso y distribución de los bienes materiales y económicos.
El I Sínodo de la Serena (1977-1978) fue convocado por el arzobispo Francisco Fresno el 15 de agosto de 1977 y la asamblea sinodal se celebró entre los días 12 y 15 de agosto de 197841. Significó un paso trascendental para la vitalidad de la Iglesia diocesana y una fundamentación seria y profunda para el proceso de planificación. Desde la conciencia de ser Iglesia se quiso unificar criterios y cimentar la comunión, organizar la pastoral en base a un organigrama común y establecer una pastoral de conjunto en todos los niveles.
El II Sínodo de Copiapó (1977-1979) fue convocado por el obispo Fernando Ariztía en la fiesta de Pentecostés de 1977 y tuvo dos objetivos, amplios, ambiciosos, permanentes e interdependientes: la unidad y la renovación de la Iglesia diocesana42. Se parte de la convicción de que solo la renovación es el camino a una auténtica unidad. Para tal renacimiento es necesario conocer mejor la realidad sociocultural, a Jesucristo, la doctrina de la Iglesia y ver qué líneas de acción surgen para una pastoral mejor coordinada. Se insiste en una evangelización liberadora, que busque alcanzar al ser humano en la totalidad de su ser y tienda a su auténtica realización.
El obispo Tomás González convocó al I Sínodo de Punta Arenas (1978-1980) el 29 de junio de 1978. La asamblea sinodal tuvo lugar entre el 1 y 4 de noviembre 1979 y la publicación de su documento final se realizó el 2 de febrero de 198043. El sínodo quiso experimentar la Iglesia como comunidad, promover el nacimiento de nuevas comunidades eclesiales de base e integrar más varones a la vida activa de la Iglesia, para que esta tuviera como base la familia. Dos preguntas fundamentales acompañaron todo el proceso sinodal: Iglesia, ¿quién eres? e Iglesia de Magallanes, ¿cómo sirves al hombre de esta tierra? En este contexto se denuncia aquello que impide al magallánico desarrollarse como persona integral –en especial el sistema político, social y económico imperante–, y se afirma que solo Cristo y su Evangelio de comunión, justicia y fraternidad liberan de todo mal.
El VI Sínodo de Ancud (1980) fue clausurado el 14 de abril de 1980 y sus proposiciones fueron promulgadas el 25 del mismo mes, por el obispo Juan Luis Ysern 44 . La Iglesia diocesana, como Pueblo de Dios en marcha, se reconoce misionera, testigo del Señor, y se propone nuevos caminos para la tarea evangelizadora. En el contexto de una evangelización que debe ser llevada adelante en actitud encarnada, crítica, creadora, liberadora y fraternal, el sínodo advierte el peligro de que el cambio cultural que se está dando en la zona –al ser de orientación meramente materialista y consumista, propio de un modelo de desarrollo economicista–, no respete los valores tradicionales de la cultura chilota, y alza la voz en defensa de los más pobres.
El II Sínodo de Antofagasta (1982-1985) fue convocado por el arzobispo Carlos Oviedo el 30 de mayo de 1982 en fiesta de Pentecostés. Se celebró entre el 24 al 26 de agosto de 1984 y fue promulgado el 14 de abril de 198545. Buscó el querer de Dios, con una atenta mirada a la realidad –social, política, económica, laboral, cultural y religiosa de la zona–, y al caminar de la Iglesia arquidiocesana. Impulsó la renovación teológico pastoral de todos los agentes pastorales, para acrecentar en ellos la conciencia de pertenecer a una Iglesia Pueblo de Dios, en comunión y participación; que vive y sigue a Jesús en un contexto determinado, con clara conciencia de misión y de servicio al mundo. Reafirmó la opción preferencial por los pobres como exigencia de esta misma comunión y participación.
El VII Sínodo de Ancud (1985) se celebró en Castro, durante los días 22 al 26 de julio de 1985. Sus conclusiones fueron promulgadas por el obispo Juan Luis Ysern el 8 de diciembre de ese mismo año 46 . El sínodo abre una nueva etapa en el caminar de la Iglesia diocesana en la que se quiere crecer en espiritualidad, vivir la encarnación y acrecentar la formación de personas. Consecuente con su enseñanza de que la espiritualidad auténtica está comprometida con los problemas y situaciones de la vida, denuncia el atropello de la dignidad de las personas por parte de un poder político que deshumaniza y recurre a la violencia, y que ha promovido la desaparición de instancias de participación. Por otra parte, reconoce que hay personas y grupos que promueven la solidaridad. A ello está llamada también la Iglesia. En este contexto el sínodo desarrolla ampliamente la dimensión sacramental de la vida eclesial y de su servicio pastoral.
El I Sínodo de Valparaíso (1989-1990) fue convocado por el obispo Francisco de Borja Valenzuela el 2 de abril de 1989. La asamblea sinodal se celebró entre el 30 de octubre y el 9 de noviembre de ese mismo año. Con fecha 2 de abril de 1990 el obispo acoge y promulga sus conclusiones 47 . Promovió una nueva evangelización con renovados métodos pastorales, desde el Vaticano II, Evangelii Nuntiandi , Medellín, Puebla, y el magisterio de Juan Pablo II. En acuerdo con las nuevas condiciones del país, propuso promover la formación socio-política, poniendo énfasis en la educación para la democracia, con el propósito de que los jóvenes sean, especialmente, protagonistas del quehacer histórico en el Chile de hoy y del mañana.
3.1.3. Nueva evangelización a la luz del advenimiento del tercer milenio
En la última década del siglo XX se celebraron sínodos que pusieron especial atención a los profundos cambios culturales para responder a ellos con una renovada acción evangelizadora. Los caracterizó el llamado a un discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y el querer descubrir las voces del Espíritu en el actual momento de la historia. También el hecho de estar permanentemente atentos a los sectores más vulnerables y postergados de la sociedad.
El proceso sinodal del II Sínodo de Talca (1989-1992) se desarrolló desde el 15 de agosto de 1989 al 15 de agosto de 1992, fecha en la que el obispo Carlos González, en la carta pastoral Por una Iglesia al servicio del Reino de Dios , presentó sus acuerdos 48 . La asamblea sinodal se celebró el 15 de agosto de 1991 y en ella se discernieron los tres principales llamados del Espíritu para evangelizar de la mejor forma en los tiempos actuales: primero, ser una Iglesia que vive en comunión y participación; segundo, al servicio del reino y, tercero, que practica el discernimiento personal y comunitario, a la luz de la Palabra de Dios, en continua oración y formación.
El VIII Sínodo de Ancud (1990) fue convocado por el obispo Juan Luis Ysern el 28 de febrero de 1990, miércoles de ceniza. La asamblea sinodal tuvo lugar en Castro, entre el 11 y el 14 de octubre de ese mismo año, en tanto sus conclusiones fueron promulgadas el 4 de noviembre de 1990 49 . Celebrado con ocasión de los 150 años de la diócesis, quiso consolidar la organización y la marcha de la Iglesia diocesana, insistir en la formación espiritual y doctrinal, en el auténtico compromiso con la realidad, además de responder al llamado a una nueva evangelización.
El II Sínodo de la Serena (1992-1994) fue convocado por el entonces arzobispo Francisco José Cox el 4 de octubre de 1992, quien con fecha 5 de abril de 1994 aprueba y promulga el documento final 50 . Quiso preparar a la Iglesia diocesana para una nueva evangelización en las provincias de Elqui y Limarí, descubrir nuevos métodos y nuevas expresiones necesarias para ser mejores testigos misioneros del Señor y organizar la diócesis para un mejor servicio a la nueva sociedad que se estaba formando en la IV Región.
El II Sínodo de Temuco (1994-1995) fue convocado por el obispo Sergio Contreras en marzo de 1994 y clausurado por él mismo el 8 de diciembre de 1995 51 . Según su carta convocatoria el llamado a este nuevo sínodo de carácter general fue hacerse cargo de los profundos cambios culturales, y, en medio de ellos, fortalecer la identidad eclesial de ser en el mundo signo auténtico y creíble del Señor. También constituirse en Iglesia que camina hacia el tercer milenio, dispuesta a la renovación y al cambio, acogiendo las orientaciones del Santo Padre y los obispos en Santo Domingo.
El IX Sínodo de Santiago (1994-1997) fue convocado por el arzobispo Carlos Oviedo en la fiesta de Pentecostés de 1994. La asamblea sinodal se celebró los días 25 y 26 de julio, y 2 y 3 de agosto de 1997. Fue promulgado con fecha 4 de noviembre de 1997 52 . Su finalidad fue discernir lo que Dios quiere de la Iglesia y de su servicio al mundo, y disponer a toda la comunidad diocesana a realizar esa voluntad del Señor. Además, responder a las exigencias de la nueva evangelización y experimentar una verdadera renovación en la Iglesia. Propuso grandes líneas orientadoras –experiencia de Dios en Jesucristo, comunión eclesial, participación corresponsable del laicado, evangelización misionera e inculturada, Iglesia misericordiosa, acogedora y solidaria– y líneas pastorales instrumentales: catequesis y formación para una vida plena, renovación de las estructuras eclesiales y pastoral de conjunto.
El IX Sínodo de Ancud (1994-1995) fue convocado por el obispo Juan Luis Ysern el 25 de diciembre de 1994. La asamblea sinodal se celebró en Castro entre el 27 y el 29 de octubre de 1995 y fue aprobado y promulgado el 4 de noviembre de ese mismo año 53 . Quiso reflexionar sobre la dimensión misionera de la Iglesia y descubrir cómo llevar adelante el anuncio de la buena nueva en el contexto de los grandes cambios culturales previos al año dos mil. Se dio en clara continuidad con los sínodos anteriores –el de 1980, 1985 y 1990– y con las asambleas sinodales de 1991, 1993 y 1994, que cita explícitamente.
El III Sínodo de Copiapó (1996-1999) fue convocado por el obispo Fernando Ariztía el 26 de mayo de 1996, fiesta de Pentecostés. Tuvo una primera asamblea en el mes de octubre de 1997 y una segunda, en el mismo mes del año siguiente. Sus conclusiones fueron publicadas a comienzos de 199954. Su finalidad fue escuchar al Señor y soñar la Iglesia que le agradaría a Jesús en esa hora; poner a la Iglesia en una mejor disposición para afrontar los grandes desafíos culturales y pastorales a inicios de un nuevo milenio y promover profundos cambios en su vitalidad espiritual y en su quehacer pastoral, en el que el laicado ha de asumir un rol propio.
El X Sínodo de Ancud (2000) fue convocado y promulgado por el obispo Juan Luis Ysern. La asamblea sinodal se celebró entre los días 20 y 22 de octubre del 2000, mientras su promulgación lleva la fecha 4 de noviembre de ese mismo año 55 . Celebrado al término de un milenio y comienzos de otro, propone como actitud permanente escuchar al Señor que envía a la misión, querer transformar la realidad –comen-zando por el propio corazón– y caminar juntos para ser fieles a Cristo, siempre el mismo, en una realidad cambiante.
3.1.4. En el espíritu de Aparecida y Evangelii gaudium hasta nuestros días
Los sínodos celebrados en el transcurso de las dos primeras décadas del siglo XXI dan cuenta del llamado a ser –desde la alegría del Evangelio– discípulos misioneros, en permanente conversión pastoral y salida misionera. En el contexto de una nueva y cambiante realidad social y antropológica impulsaron –con un fuerte sentido de escucha, diálogo y servicio– una convivencia social más acogedora e inclusiva, fraterna y misericordiosa.
El I Sínodo de Arica y Parinacota (2005-2006) fue convocado por el obispo Héctor Vargas con la carta pastoral Caminando Juntos construimos Iglesia , del 29 de junio de 2005. Sus conclusiones se integraron en diversos documentos, pero muy especialmente en las Orientaciones Pastorales diocesanas 2009-2014 56 . Formó parte de un proceso de búsqueda de mayor comunión, participación y corresponsabilidad. Se convocó a toda la diócesis a una experiencia sinodal que permitiera no solo dar pronta respuesta a determinadas urgencias, sino tomar conciencia del sentir de todos los agentes pastorales –consagrados y laicos– y comunidades acerca de la vida y misión de su Iglesia.
El II Sínodo de Rancagua (2007-2011) fue convocado por el obispo Alejandro Goic el 26 de noviembre de 2007. Se celebraron tres asambleas diocesanas. Su Documento final fue entregado a la comunidad en la misa del miércoles Santo, el 20 de abril de 2011 57 . Se propuso construir una Iglesia de discípulos misioneros de Jesucristo, para una evangelización integral que –conducida por el Espíritu Santo y centrada en el anuncio del reino de Dios Padre– respondiera a los acontecimientos y desafíos históricos que presenta el tercer milenio. Pidió también asumir un compromiso de pastoral orgánica y ser cada día más una Iglesia eucarística, fraterna, misionera y solidaria.
El I Sínodo de Los Ángeles (2009) fue convocado por el obispo Felipe Bacarreza con fecha 25 de marzo del año 2009, solemnidad de la Anunciación del Señor, al cumplirse los 50 años de la fundación de la diócesis 58 . Su intención fue hacer un examen de conciencia y salir al encuentro de quienes, debilitados en la fe por las razones que el mismo Sínodo descubriera, pudieran ser fortalecidos y traídos nuevamente a una participación activa. Quiso promover iniciativas evangelizadoras nuevas, desde un mejor conocimiento de la doctrina y las orientaciones del Vaticano II, de las conferencias episcopales Latinoamericanas, especialmente de Aparecida, y las Orientaciones Pastorales de la Iglesia chilena.
El I Sínodo de la prelatura de Calama (2009-2012) fue convocado por el obispo Guillermo Vera el 8 de abril de 2009, en la celebración de la misa Crismal. El decreto que lo convoca señala las tres etapas del sínodo: diagnóstico, camino de renovación y misión. Sus principales temas fueron la familia, los agentes pastorales, los pobres y excluidos, la pastoral andina y la espiritualidad. A cada uno se le dedicó una asamblea sinodal, de la que emanó un respectivo documento. Luego se construyó un texto de síntesis59, que no fue publicado, pues el obispo Vera fue trasladado a la diócesis de Iquique.
El XI Sínodo de Ancud (2012) fue convocado por el obispo Juan María Agurto. Su asamblea se celebró en noviembre 2012 y sus conclusiones fueron aprobadas por el obispo el 25 de marzo de 201360. Entregó prioridades pastorales, objetivos y líneas de acción, como marco y guía referencial para el desarrollo de la acción pastoral de los próximos diez años. Actualizó el objetivo permanente de la diócesis, que habla de caminar como Pueblo de Dios, crecer en fidelidad al Señor, viviendo, celebrando y anunciando el Evangelio, para realizar la liberación total y así hacer crecer el reino de Dios, en actitud misionera, encarnada y fraternal.
El II Sínodo de Osorno (2012-2013) fue convocado por el obispo René Rebolledo, el 8 de diciembre de 2012, en el contexto del año de la fe. En el decreto de convocatoria61 se manifiesta que debería ser una instancia de plegaria y oración, reflexión y estudio, diálogo y escucha para afrontar juntos el gran reto de la Nueva Evangelización, reencuentro profundo de cada uno y en la comunidad de los fieles con Jesucristo. Se trabajó arduamente en su implementación, se nombró
una comisión central, se elaboraron y reflexionaron fichas, pero el proceso se vio interrumpido a fines del año 2013, por el traslado del obispo a la arquidiócesis de La Serena.
El VII Sínodo de la arquidiócesis de Concepción (2012-2016) fue convocado por el arzobispo Fernando Chomalí, al cumplirse los 450 años de la diócesis de la Santísima Concepción. Fue inaugurado el 3 de junio de 2013 y clausurado el 22 de mayo de 2016. El documento conclusivo es de mayo de 201662. El sínodo quiso buscar nuevas formas y métodos para llevar el Evangelio de manera renovada a todos los lugares. Se preguntó acerca de lo que se estaba haciendo como Iglesia diocesana en confrontación con lo que el Señor esperaría de ella. Puso especial atención en tres pistas convergentes: la contemplación en la fe, la vida en la Iglesia y el servicio al mundo. Motivó la reflexión sinodal el deseo de vivir lo expresado en el mismo lema del sínodo: volver a Jesucristo para renovar la Iglesia.
El III Sínodo de Puerto Montt (2012-2017) fue convocado e inaugurado por el arzobispo Cristian Caro, el 11 de octubre de 2012. Sus conclusiones fueron promulgadas el 14 de agosto de 201763 y su objetivo general fue despertar en todo el Pueblo de Dios la alegría del Evangelio, contribuir a reavivar y fortalecer la renovación pastoral y evangelizadora de la arquidiócesis y promover iniciativas pastorales que respondan a los nuevos desafíos que presenta la sociedad actual. Como objetivos específicos se quiso renovar la fe en Jesucristo, Señor y Salvador, y anunciarla a los alejados; acrecentar la pertenencia a una Iglesia que escucha, anuncia y sirve; y comprometer con la misión evangelizadora y social que le corresponde a cada bautizado como auténtico discípulos misionero de Cristo.
El X Sínodo de Santiago (2017-2018) fue convocado por el arzobispo Ricardo Ezzati con fecha 6 de enero de 2017, en la fiesta de la Epifanía del Señor. Tuvo por objetivo optimizar y vitalizar la Pastoral de jóvenes de la Iglesia diocesana, suscitando una mayor participación activa y responsable de los mismos, en comunión con la pastoral orgánica de toda la Iglesia particular de Santiago64. Culminó en una asamblea sinodal celebrada –en un contexto de fuerte crisis eclesial producto de los casos de abusos sexuales, de conciencia y de poder–, entre los días 19 y 21 de mayo de 2018. Participaron en ella alrededor de 500 sinodales que de forma activa y franca compartieron sus inquietudes y esperanzas respecto de la misma Iglesia y de la pastoral de los jóvenes. El trabajo decantó en 48 proposiciones que fueron entregadas al arzobispo. No se han publicado sus conclusiones.
3.2 Aproximación a la forma
Como se ve, en un primer momento de la época que estudiamos los sínodos fueron entendidos como la forma de acoger la renovación del Concilio Vaticano II. Su recepción activó en Chile la ocurrencia de numerosos sínodos, a través de los cuales se quiso hacer presente el Vaticano II en la vida de las iglesias diocesanas y alentar un discernimiento que luego fuera incorporado en un plan pastoral nacional65. Lo cierto es que más allá de esta primera época el Concilio ha sido fuente inspiradora de cada uno de los eventos celebrados en Chile en las últimas seis décadas 66 .
También el magisterio pontificio ha sido fuente importante de la reflexión de los sínodos diocesanos chilenos: la Exhortación Evangelii nuntiandi de Pablo VI, el programa de nueva evangelización de Juan Pablo II y la propuesta de una Iglesia en salida de Francisco han tenido una fuerte influencia en ellos. De igual forma, las conferencias episcopales latinoamericanas han significado un fuerte impulso a esta actividad sinodal y su discernimiento teológico pastoral ha sido determinante para su desarrollo. Las orientaciones pastorales de la Conferencia Episcopal de Chile también han sido fuente de su reflexión 67 .
Cada sínodo ha sido celebrado al modo de un proceso desplegado a lo largo de varios años y según un itinerario bastante regular, que contempla una etapa de preparación o pre-sinodal, la celebración de la asamblea sinodal, propiamente tal, y una etapa de recepción o pos- sinodal 68 .
En un sínodo la escucha y participación es cuidadosamente alentada y sostenida. Desde el comienzo se llama a la comunidad diocesana a involucrarse en su celebración. La base eclesial participa a partir de consultas directas, el estudio de documentos y el desarrollo de diálogos e intercambios en base a fichas de reflexión 69 . Se da un fuerte trabajo de comisiones previo a la asamblea sinodal: para la recolección y síntesis de los aportes surgidos desde la base eclesial, la elaboración de materiales de reflexión, la preparación y animación de los encuentros y asambleas sectoriales y la confección de los documentos para la discusión sinodal 70 . En cuanto a los sinodales es necesario afirmar que en su elección se cuida el sano equilibrio y la representatividad diocesana, y que su participación se da a través de intervenciones y votaciones en las sesiones generales e integrando distintas comisiones durante el desarrollo de la asamblea sinodal 71 .
Los sínodos se han insertado de diversa forma en la vida eclesial y marcha pastoral de las diócesis. En algunos casos el evento sinodal se ha vivenciado como una acción independiente y propia, que marca un antes y un después en el desarrollo de la vida pastoral de la Iglesia diocesana. Otras veces, está inserto en armónica interacción con el devenir pastoral diocesano 72 . También es distinta la forma en que ha concluido el trabajo sinodal. Algunos eventos han alcanzado vida propia con la publicación de un documento final avalado por un decreto de parte del obispo diocesano 73 . En otros casos su publicación ha sido acompañada de indicaciones para el período post sinodal al modo de constituciones post sinodales 74 , decretos para la aplicación de las resoluciones del sínodo y para la renovación de estructuras pastorales (nombramientos, renovación de Consejos), orientaciones pastorales, que surgen luego de los mismos y en continuidad con sus proposiciones 75 . En otras ocasiones las propuestas de la asamblea sinodal han sido entregadas al obispo diocesano el cual las ha incorporado en una carta pastoral 76 . A veces la celebración del sínodo ha quedado abierta, sin una promulgación oficial 77 .
3.3. Aproximación al fondo
A los sínodos celebrados en Chile luego del Concilio Vaticano II los anima una clara intención de renovación eclesial y pastoral, en vistas de una mejor vivencia de la fe y una más fecunda evangelización 78 . Con un profundo sentido espiritual de conversión y renovación, se ha querido discernir, en cada uno de ellos, los mejores caminos para estos propósitos, atendiendo a los cambios sociales y culturales, desde el deseo de anunciar a Jesucristo y servir a la persona humana 79 .
En este sentido, cada sínodo es entendido como un acontecimiento del Espíritu, en el que la Iglesia diocesana se pone a discernir sus llamadas y a acoger los caminos de renovación que propone 80 . Por eso, todo evento sinodal supone un marcado clima espiritual, hecho ante todo de oración, comunión y diálogo 81 . Se trata de un tiempo del Espíritu, en el que, para conocer la voluntad de Dios, se promueve la participación de muchos, sin miedo de preguntarle a todo el mundo, de pensar, reflexionar, de reunirse en todos los ambientes 82 . La renovación que buscan los sínodos tiene, a la vez, un carácter personal y comunitario, pastoral y canónico. Se busca que la vivencia de la fe y las formas de su transmisión se vean favorecidas por estructuras eclesiales más fieles al Evangelio y la tradición cristiana, y más acordes con los tiempos actuales.
Tanto en la motivación de su convocatoria como en la reflexión teológico pastoral de los sínodos, hay un claro énfasis puesto en la evangelización. Se han celebrado con un profundo sentido de responsabilidad respecto del anuncio del Evangelio y de colaboración en la irrupción del reino de Dios en la historia humana. Sabiéndose un pueblo suscitado por Dios, a la vez evangelizado y evangelizador, la Iglesia se reconoce enviada al mundo para comunicar la salvación traída por Cristo, y lo hace por su misma presencia en el mundo, por el anuncio explícito del Evangelio, por la acción de sus sacramentos y por la acción de los cristianos en todo el orden temporal 83 . Característica fundamental de la Iglesia es ser misionera 84 , y en consonancia con ello hay sínodos que declaran a la diócesis respectiva en estado de misión 85 .
El método de reflexión teológico pastoral empleado en nuestros sínodos ha sido mayoritariamente el de discernimiento ver, juzgar y actuar. En primer lugar, un discernimiento creyente 86 de la realidad social y eclesial, y de los desafíos que de ella brotan. En segundo lugar, una iluminación desde la fe y el magisterio, en especial desde la Sagrada Escritura, el Concilio Vaticano II y el magisterio universal y latinoamericano. Finalmente, la definición de opciones y prioridades pastorales, en las que se recoge tanto las conclusiones del discernimiento de la realidad social y eclesial, como de las orientaciones teológico-pastorales reflexionadas 87 . El orden es aleatorio: a veces se comienza por el discernimiento de la realidad, otras por la iluminación doctrinal o desde el deber ser eclesial y pastoral que brota del estudio de los documentos del magisterio.
El capítulo acerca de la realidad social y eclesial, que puede estar acotado o bien disperso a lo largo del desarrollo de la reflexión sinodal, da cuenta de una profunda sintonía con el caminar de la historia. Que se manifiesta en la misma necesidad de conocer la realidad 88 , en la comprensión de las condiciones de la sociedad como desafíos a los cuales la acción evangelizadora debe responder 89 , en la percepción de los fallos y carencias del presente que conlleva la denuncia profética de sus ambigüedades e injusticias 90 , y también en la valoración de los anhelos, búsquedas y avances de la cultura y la sociedad civil 91 , que se reconocen como acción del Espíritu, presente más allá de las fronteras de la Iglesia 92 .
Los sínodos son expresión de una Iglesia que, como Pueblo de Dios peregrino, se reúne cada cierto tiempo para reflexionar más detenidamente sobre su marcha 93 y discernir su condición de sacramento de la presencia de Cristo Resucitado, que por su Espíritu actúa en ella y sirve al mundo 94 . Ambos aspectos son ampliamente considerados en la reflexión eclesiológica de nuestros sínodos. En ellos se habla mayoritariamente de la Iglesia como Pueblo de Dios 95 , Cuerpo de Cristo 96 , Iglesia peregrina 97 , sacramento y testigo de la persona de Jesucristo, signo del amor del Padre y fermento de comunión 98 , servidora de la humanidad 99 .
ALGUNAS CONCLUSIONES
La primera constatación es que la recuperación de material utilizado nos ha permitido reconstruir el mapa de la actividad sinodal en la historia de la Iglesia de Chile en los últimos sesenta años. Sabemos que el recurso al material archivístico de los procesos sinodales dará curso a otras investigaciones asociadas.
Los treinta y nueve sínodos que hemos expuesto, dan cuenta de un esfuerzo constante de la Iglesia local por re-comprenderse y así, re- situarse mejor en el medio social. En este sentido han seguido la senda inaugurada por el Concilio Vaticano II incorporando consultas amplias para la elaboración de sus agendas de trabajo y procurando una participación de representación de la membresía eclesial.
Advertimos una preocupación por responder a las diversas realidades sociales a partir del método de discernimiento del ver, juzgar y actuar. En los casos en los que el levantamiento de la realidad se realizó con concurso de especialistas de otras disciplinas, el discernimiento fue mejor nutrido y produjo como correlato lineamientos y praxis más penetrantes.
En los sínodos celebrados en Chile luego del Concilio Vaticano II hay una gran riqueza de vida eclesial y discernimiento pastoral. Su numerosa existencia y la dinámica de su celebración, tal como se ha dado entre nosotros, nos permite reconocer una voluntad de comunión y participación anticipadamente prometedora de un nuevo estilo de ser Iglesia: una Iglesia sinodal y en sinodalidad permanente.
Por ello es importante –y además de mucha actualidad–, poner una mirada más atenta y penetrante sobre esta realidad eclesial que, ciertamente, ha marcado el caminar de nuestras diócesis y que necesitamos conocer más y mejor.
Este estudio socializa los primeros hallazgos en el análisis de un corpus de textos que, en su mayoría, no han sido publicados. Se trata de un primer esfuerzo de contextualización de la actividad sinodal chilena, cuyo material pesquisado esperamos sea estudiado con otros vastos alcances teológico-pastorales.