La transición a la universidad y el paso por esta pueden afectar la salud mental de los estudiantes universitarios, ya que es una etapa en donde los estudiantes suelen buscar mayor autonomía de sus padres, establecer nuevas relaciones y ajustarse a un nuevo ambiente social. Deben acostumbrarse a un nuevo currículum y los desafíos que este significa, con frecuencia presentan serios problemas económicos, se preocupan por su futuro y deben aprender a manejar las múltiples demandas a las que se ven sometidos, por lo que, en general, se considera que la población universitaria tiene mayor riesgo de presentar problemas de salud mental en comparación con la población general y la población del mismo rango etario en otros contextos1 , 2 , lo cual no solo se replica en nuestra realidad chilena3 , sino que también se ha visto exacerbado con la pandemia SARS-CoV-24 .
La situación en estudiantes de medicina es particularmente preocupante, considerando que presentaban tasas prepandemia de hasta 27,2% de síntomas depresivos y de 11,1% de ideación suicida5 , 6 , e incluso peores, en nuestro país7 . La carrera de medicina es conocida por ser exigente, demandante y con una elevada carga académica, que interfiere en el bienestar de los estudiantes8 , lo que tiende a aumentar aun más cuando en los niveles superiores se suman las complejidades y dificultades de la docencia clínica9 . Los estudiantes de medicina experimentan una carga de estrés importante, que si bien muchas veces puede promover un aprendizaje necesario para abordar situaciones difíciles propias del quehacer en medicina, en otras genera un detrimento de su salud, desarrollo profesional y humano10 .
Factores ambientales que pueden promover daños en la salud mental de los estudiantes dicen relación con la alta exigencia académica y la competitividad entre pares, además de situaciones de maltrato presentes en entornos académicos, como agresiones y abandono, descritas en Chile en hasta 98% en este grupo de estudiantes11 , lo que resulta preocupante cuando se considera que incluso intervenciones dirigidas a disminuirlo no han sido muy exitosas12 , y que también se sumarían las agresiones en los ambientes clínicos13 .
Estos problemas de salud mental no solo afectarían la salud de los estudiantes, sino que también se asociarían a mayores tasas de deserción, peores resultados académicos y profesionales14 , 15 . Otras consecuencias serían menor empatía, peor cuidado a los pacientes16 , mayores tasas de abuso de sustancias y de suicidalidad17 .
A todo lo anterior se agrega que la mayoría de los estudiantes que podría beneficiarse de alguna intervención en salud mental no utiliza los servicios universitarios o clínicos disponibles1 . Se ha descrito que los estudiantes pueden no percibirse como enfermos, o incluso si lo hacen, no consultar, debido al estigma asociado a los trastornos mentales18 , 19 . Esto es consistente con reportes de que los estudiantes suelen descuidar su bienestar con el fin de priorizar su rendimiento académico y que muchas veces no valoran las intervenciones institucionales enfocadas en mejorar su salud mental como útiles para su bienestar o atingentes a su contexto local20 .
En este escenario, como grupo de académicos y estudiantes que participan de diferentes instituciones universitarias y clínicas, consideramos que cobra relevancia dar una mirada a cómo se puede abordar esta problemática, tomando en cuenta variables tanto de la salud mental como de los sistemas educativos en medicina, por lo que decidimos plantear principios basados en la evidencia existente en ambas disciplinas que permitan orientar iniciativas ligadas a mejorar el bienestar en la carrera de medicina.
Definir la importancia del bienestar a nivel institucional
La educación médica ha sufrido grandes cambios en aspectos curriculares, didácticos y evaluativos en relación con la pandemia del COVID-1921 , forzando a las diferentes escuelas a tomar decisiones en circunstancias más adversas que las habituales acerca de qué priorizar en la docencia22 . Si se quiere promover una educación médica centrada en el bienestar, esto debe estar explicitado desde el modelo educativo, la misión, la visión y el plan de desarrollo estratégico de la institución, hasta la construcción del currículum, las mallas, las asignaturas, las didácticas y las evaluaciones23 . Esto implica que las instituciones, los académicos y los docentes deben decidir qué priorizar, dejando de lado algunas competencias o contenidos para dar espacio al bienestar y decidir invertir en iniciativas de esta naturaleza en lugar de replicar a permanencia las que son más habituales en educación médica, o, incluso, hacer reformas profundas que impliquen cambios a nivel de políticas y legislación universitaria, como reemplazar el sistema de calificaciones en su globalidad a uno basado en aprobar/reprobar, apuntando a los beneficios en aprendizaje y salud mental que estos cambios producirían en el tiempo. Además, se deben incorporar en las intervenciones no solo a los estudiantes, sino también a los docentes, clínicos, directivos y equipos de gestión, teniendo en cuenta el impacto que tienen el modelamiento y el currículum oculto en los aprendizajes24 .
Integrar los fundamentos de las neurociencias del aprendizaje en la mirada del bienestar
Las neurociencias aplicadas a la educación médica han aportado varias orientaciones sobre cómo debiesen desarrollarse los procesos de enseñanza/aprendizaje para optimizar su consolidación25 , destacando en este sentido el rol de la repetición espaciada del contenido, el uso pedagógico de refuerzos, la visualización, el involucramiento activo en el proceso, el aprovechamiento de niveles bajos de estrés, la relevancia de mantener un adecuado estado psicofisiológico en términos de sueño, actividad y alimentación, y el uso de diversas modalidades sensoriales y estrategias de enseñanza/aprendizaje que consideren diversas individualidades y estilos de aprendizaje. En este sentido, el bienestar debiese ser algo que se promueva no solo como iniciativas, talleres o cursos aislados, sino más bien a lo largo del currículum, tanto en el explícito como en el real y en el oculto, en diferentes niveles formativos, con diversos tipos de actividades y que sea reforzado positivamente a lo largo de la carrera. Por otro lado, también es importante comprender cómo el bienestar puede influir en capacidades cognitivas relacionadas con el aprendizaje. Por ejemplo, se ha estudiado que las emociones positivas pueden influir en las funciones ejecutivas, como la planificación y la memoria de trabajo, favoreciendo una mayor creatividad y flexibilidad cognitiva, probablemente mediante el aumento de la actividad dopaminérgica a nivel del circuito de recompensa y la corteza prefrontal26 , lo cual podría ser deseable a la hora de utilizar metodologías didácticas activas, como el aprendizaje basado en problemas o el aprendizaje servicio y de promover la motivación intrínseca.
Considerar que el bienestar va más allá de la ausencia de malestar
Es frecuente observar que los estudios referentes a bienestar en medicina se realizan desde la perspectiva del burnout , depresión, estrés y suicidalidad, estrechando la mirada del bienestar y limitando las posibles estrategias para promoverlo27 – 29 . Desde estos paradigmas, los estudios han mostrado que las intervenciones que producirían mejores resultados para su adecuado abordaje, serían aquellas más bien estructurales, institucionales, que involucran a diferentes actores de la institución, no solo al individuo, sino también recursos y políticas asociadas con miradas de largo plazo19 , 28 , 30 – 34 .
Si bien estas perspectivas han sido un aporte a la salud mental universitaria, un foco proporcionalmente menos abordado ha sido el bienestar más allá de la reducción o eliminación de la psicopatología. Aunque los sistemas biológicos relacionados con el bienestar y el malestar podrían compartir mecanismos fisiológicos, interactuar entre sí y ser influidos por las relaciones con otros35 , es relevante comprender que el bienestar integralmente comprendido involucraría la incorporación de conceptos como el bienestar hedónico, eudaimónico, las fortalezas, la gratitud, el optimismo, el crecimiento postraumático, entre otros, como potenciales focos de evaluación e intervención36 . Desde esta mirada, se han realizado intervenciones y estudios que han demostrado su utilidad para la reducción de psicopatología, aumento del bienestar37 – 39 , mejores resultados en salud física40 y en productividad41 .
El conocimiento surgido del estudio del bienestar también ha contribuido a la comprensión de por qué intervenciones que han mostrado buenos resultados en estudios aleatorizados, tienden a tener un impacto menor en el mundo real, mediante conceptos como las actividades intencionadas42 y el matching 43 , 44 , dando espacio a la amplia individualidad que pueden presentar los estudiantes de medicina a la hora de definir qué aumenta su bienestar20 . Estos conceptos podrían servir para orientar el diseño de entornos universitarios positivos, plantear de mejor forma las posibles intervenciones en salud mental en estudiantes medicina e, incluso, ayudar a los estudiantes en el diseño de sus propias intervenciones centradas en el bienestar para enfrentar de manera efectiva las situaciones de estrés y adversidad45 .
Reconocer el rol del ambiente educativo tanto en el aprendizaje como en la salud mental
El ambiente de aprendizaje en medicina, entendido como el contexto físico, social y psicológico en el cual aprende un estudiante, y el clima de aprendizaje, entendido como la percepción que tienen los educandos del ambiente de aprendizaje, impactan en el aprendizaje y en la salud mental46 . Se ha observado que, en la medida que los estudiantes se sienten en ambientes psicológicamente seguros, pueden aprender mejor y obtener mejores resultados académicos, lo cual se puede estimular mediante programas/instancias formales de apoyo continuo a los estudiantes, alineando los objetivos/procesos educativos con los clínicos, capacitando a los docentes en elementos como el modelaje y el feedback , promoviendo el proceso de aprendizaje como un valor central por sobre los resultados, reconociendo y agradeciendo a los estudiantes su quehacer, promoviendo el sentido de comunidad entre los diferentes actores del proceso docente y clínico46 , 47 . La creación de este ambiente puede facilitarse mediante la cocreación de los procesos de enseñanza/aprendizaje, incluyendo el diseño curricular, la didáctica y la evaluación, en conjunto con los estudiantes48 , junto con el abordaje del estigma que presenta la salud mental en la carrera de medicina49 .
Privilegiar intervenciones con evidencia sobre su efectividad
Si bien existen muchas instituciones y equipos docentes que llevan a cabo iniciativas ligadas al bienestar, considerando el uso óptimo de los habitualmente escasos recursos en educación, se debiese priorizar el desarrollo e incorporación de estrategias con efectividad ya demostrada en ambientes no solo clínicos, sino también educativos, como el comprometer a los líderes institucionales académicos y directivos para que destinen recursos y responsables orientados al bienestar de la institución, empoderar y equipar a los equipos docentes con herramientas pedagógicas y dirigidas al bienestar, generar una carga académica estudiantil adecuada, optimizar las experiencias clínicas para que estas sean mediadas por una reflexión pedagógica, con espacios de apoyo y acogida a los errores y problemáticas de los estudiantes, el promover las relaciones sociales entre los diferentes actores del proceso educativo mediante mentorías, espacios comunes, actividades extracurriculares y comunidades de aprendizaje, el disminuir la competitividad en el ambiente educativo, por ejemplo, cambiando el sistema evaluativo de uno basado en notas y comparaciones a uno centrado en aprobación-reprobación, considerar variables psicosociales como la situación económica de los estudiantes y promover los estilos de vida saludables14 . Esto último, incorporando metodologías como el mindfulness , estrategias cognitivo conductuales para manejo del estrés, intervenciones centradas en la gratitud50 , 51 y docencia en la naturaleza52 . Esto sin perder de vista que se debe procurar que los estudiantes puedan satisfacer sus necesidades físicas y psicológicas básicas, como el sueño, la alimentación, la autonomía, la competencia y el sentido de pertenencia53 , 54 . Finalmente, resulta importante comprender que la posibilidad de que los estudiantes tengan más tiempo a disposición podría, en ciertos escenarios, llegar a ser tan efectivo como otras medidas habitualmente utilizadas para el bienestar, como la meditación55 . En este sentido, existe experiencia internacional56 y nacional57 de que puede disminuirse la carga académica, sin necesariamente producir un impacto negativo en resultados de aprendizaje y favorecer que los estudiantes tengan más tiempo a su disposición para orientarse hacia su bienestar. Pese a todo lo anterior, el que una iniciativa no tenga evidencia, o esta sea incipiente, no debiese ser necesariamente algo que inhiba su implementación, sino más bien se debiese revisar que ese sea efectivamente el caso y, de ser así, favorecer la adecuada documentación y análisis reflexivo de la experiencia para su eventual uso como orientación para otras de similar naturaleza.
Considerar que no toda iniciativa ligada al bienestar es necesariamente positiva y que el malestar en cierta medida puede aprovecharse educativamente también
Si bien la mayoría de los reportes en la literatura muestran resultados favorables ante las intervenciones de bienestar, no se debe perder de perspectiva el sesgo de publicación, y que incluso intervenciones que parecen inocuas pueden tener efectos adversos, como las prácticas centradas en la meditación58 . También, las iniciativas centradas en el bienestar que son obligatorias, mal posicionadas curricularmente, centradas solo en el nivel individual o en el conocimiento, pueden aumentar el estrés y el rechazo de los estudiantes59 , 60 .
Tradicionalmente en educación se tiende a utilizar los conceptos de estrés o distrés con una connotación negativa, habitualmente asociándolo a resultados negativos en términos académicos y de salud, sin considerar la posibilidad de aprovechar el eustrés, comprendido como una respuesta benéfica a un estresor, que podría resultar de la combinación del estresor, con el ambiente y con la vivencia del estudiante, lo que podría asociarse a mayor motivación, mejor funcionamiento mental, memoria y velocidad de procesamiento61 . Poder aprovechar esta posibilidad, inevitablemente, requiere que los educadores tomen conciencia de la magnitud, cantidad y diversidad de estresores, del ambiente de aprendizaje y de la realidad de los diferentes estudiantes. Además, se ha considerado que el distrés y el malestar probablemente son inevitables en cierta medida durante la formación médica, por ejemplo, la angustia que podría sentir un estudiante la primera vez que realizará una historia clínica o un procedimiento solo, siendo este malestar catalizador de herramientas de afrontamiento y resiliencia para el futuro profesional29 , el cual tendrá situaciones de incertidumbre, ambigüedad y resultados desfavorables que el médico deberá sobrellevar.
El bienestar de los estudiantes de medicina es una temática compleja, dinámica y multidimensional. En este sentido, los principios descritos no pretenden ser abarcativos de todas las posibilidades existentes para abordar el bienestar en esta población, sino que más bien servir como orientaciones a los diferentes actores del proceso educativo a la hora de definir cómo abordarán esta problemática en sus contextos particulares, considerando la gran importancia que tiene en la actualidad. Además, se debe considerar que los procesos formativos no empiezan ni terminan en la educación superior, por lo que en la medida que bienestar sea incorporado como un foco central en otros ámbitos como las políticas públicas, la formación escolar y los ambientes laborales, se podrá avanzar hacia una sociedad con un mayor foco en las personas y su felicidad.