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Alpha (Osorno)
versión On-line ISSN 0718-2201
Alpha n.24 Osorno jul. 2007
http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22012007000100008
ALPHA N° 24 Julio 2007 (111-137) ARTICULO SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO Y DISCIPLINAMIENTO CULTURAL: APROXIMACIONES AL CASO MAPUCHE-HUILLICHE EN EL SIGLO XX1 Obligatory Military Service and Disciplining Cultural Mechanisms: Approaches to the Mapuche-Huilliche Case in the XX Century Yanko González Cangas* Dirección para correspondencia RESUMEN Este trabajo explora en el impacto del Servicio Militar Obligatorio (1900) en las transformaciones culturales del mundo mapuche-huilliche. Se intenta distinguir los dispositivos enculturizadores pedagógicos y disciplinantes afincados en las prácticas, narrativas y ritualidades institucionales del Ejército de Chile y los efectos en algunas dimensiones identitarias de sujetos mapuche-huilliches y mestizos, a través de una perspectiva biográfica (historias de vida) y análisis documental. Palabras clave: mapuche-huilliche, Servicio Militar Obligatorio, disciplinamiento cultural, transformaciones identitarias, Ejército de Chile. ABSTRACT The objective of this article is to explore the impact that obligatory military service, which was established in 1900, has had in the cultural changes of the indigenous mapuche-huilliche world. Through the life history perspective and documentary analysis we point out the pedagogical and disciplining cultural mechanisms rooted in the practices, discourses, and institutional rituals of the Chilean Army and the effects they have on the identity of mapuche-huilliches and mestizos. Key words: mapuche-huilliche, Obligatory Military Service, disciplining cultural mechanisms, identity changes, Chilean Army. 1.- INTRODUCCIÓN: CADA ARAUCANO NACE SOLDADO
Aunque la Ley N° 1.362 señala un gozne desde el punto de vista de la institucionalización efectiva del reclutamiento obligatorio, su antecedente formal es la Ley N° 352 del 12 de febrero de 1896, llamada de Servicio de Guardias Nacionales, que intentó enrolar a todo chileno entre los 20 y 40 años de edad.3 Modificada y ampliada en la Ley de 1900, ambas significaron, en la práctica, casi diez años4 de experimentación sistemática con una población conformada mayoritariamente, por aquella que Edwards pregunta en detalle en su carta. La respuesta, alimentada con observaciones y opiniones de diversos mandos, llegó a manos del Ministro el 12 de octubre de 1909 y resume con frontalidad el imaginario y la mirada sociocultural castrense sobre el mundo indígena, particularmente, sobre los mapuche-huilliche. Respuesta Los acercamientos investigativos al mundo militar por parte de las ciencias sociales latinoamericanas han enfatizado casi en forma exclusiva y excluyente tanto la propia historia institucional y su catequismo patrio como su dimensión política: desde instrumento de las oligarquías artífices de golpes de Estado y nacional-populismos hasta su participación directa en la violación de los derechos humanos. No es casual que parte de estas tareas pendientes se hayan intentado resolver en uno de los últimos números de la Revista Iconos de FLACSO (septiembre de 2006), donde una de las esferas menos abordadas, como la identitaria, constituyen el eje del volumen titulado Populismo Militar y Etnicidad en Los Andes5. En la presentación del número, Cecilia Méndez enfatiza que la investigación sobre los militares tiene una importancia cardinal en América Latina, no sólo por su impacto en la política, el más obvio y el más estudiado, sino en la vida cotidiana y en nuestra socialización: los desfiles marciales por fiestas patrias; los himnos nacionales, el saludo a la bandera, monumentos públicos consagrando guerras y héroes militares a veces con mayor frecuencia que civiles, marcan el paso de la identidad nacional. (2006:14). Junto con generar habilidades para incidir en los ámbitos políticos y socioeconómicos en las sociedades donde funciona un Estado que se erige a sí mismo como principio y fin de todo orden social y político, las fuerzas armadas han potenciado dicha empresa, debido a que como bien plantea Ortiz esa misma intervención les posibilita transferir en estas sociedades sus sistemas simbólicos, imaginarios de ciudadanía, de nación y de nacionalidad, modelando muchos de los patrones de comportamiento social y cultural en los sujetos (2006:74). A pesar de la carencia de acercamientos a las esferas identitarias articuladas en torno a las fuerzas armadas y los pueblos originarios, lo cierto es que las relaciones entre la cultura mapuche y los ámbitos de la soldadesca heroica ya conquistadora, colonial o republicana fueron los dominios predilectos de la crónica, la expresión literaria y la historiografía. Una buena parte de los adjetivos que funda y legitiman las visiones hispano-chilenas sobre los mapuche están sustentados en los versos marciales de Ercilla, empeñado en hiperbolizar la valentía y superioridad propia a través de la animosidad, atrevimiento y valentía ajena. Cada Araucano nace soldado, nos dice el abate Ignacio Molina (1795:69) frisando el siglo XIX en su capítulo dedicado al sistema militar, armas y maneras de hacer la guerra de los araucanos, apreciación a la que se sumarán muchos historiadores Claramente, la resistencia armada al sur del Bío-Bío forma una gruesa hebra al interior del tejido identitario mapuche. No obstante, las narrativas conquistadoras, coloniales y nacionales han omitido estas voces a la hora de reconstruir desde la otredad las concepciones sobre la guerra y su eficaz conducción por casi 400 años y las estructuras simbólico-militares de los domados o los indómitos. Más bien, se ha proyectado una epopeya que, en forma binaria, legitimó el exterminio de los paganos por parte de los cristianos y de los salvajes por parte de los civilizados. A su vez, contribuyó a legitimar el proyecto asimilacionista del Estado Nacional, simulando la incorporación equitativa en el crisol de lo mejor de cada raza para producir chilenidad y donde sólo la valentía y la heroicidad militar araucana por cierto, ya vencida militarmente tenía sitio. En efecto, con posterioridad a la apropiación ideológica bajo la óptica rousseauniana de los símbolos antipeninsulares por parte del Ejército Libertador a principios del siglo XIX, donde las figuras de Caupolicán, Lautaro, Pelantaro y otros fueron reivindicadas como fundantes del proyecto emancipador recuérdese los escritos de OHiggins y la propia logia Lautarina se dio paso a la anexión instrumental y la desustanciación de dichos símbolos y figuras bajo la nueva lógica de la integración nacional y homogeneización cultural que operará en la construcción del Estado-Nacional desde la segunda mitad del siglo XX. Radicalizado el proceso militar de exterminio y usurpación en la Araucanía a partir de 1869 eufemísticamente llamada pacificación las huellas reivindicatorias de los valientes araucanos mutan al interior del Estado y del propio Ejército chileno de Cornelio Saavedra y Gregorio Urrutia, hacia un discurso que se apropia sólo de la superficie histórica de los húsares indígenas del pasado, para ser utilizados, paradójicamente, en contra de los bárbaros mapuches del presente, que aún resistían autónomos en los territorios de la última frontera. De este modo, mientras en la narrativa institucional de las Fuerzas Armadas se cita profusamente en los estandartes, nombres de unidades y material bélico a las figuras altivas e indomables de la guerra de Arauco, en tanto que en la expansión del Estado Chileno en los territorios mapuches el Ejército funda fuertes, pueblos y ciudades con sus nombres, la retórica nacional del diario El Mercurio propiedad de Edwards editorializa con frases como arrancar del mapa de Chile ese odioso parche que desde la organización de la república ha venido afeándolo con mengua ( ) o (no se puede permitir que) una tribu de salvajes sin Dios ni ley posea los más feraces campos del país (en Bengoa, 1987: 273). En este contexto y como plantea Muzzopappa (2002), el discurso del Ejército es el discurso del Estado, en cuanto se autoatribuye la tarea de constructor de la nación y de su misión civilizadora. Aunque con matices, la citada narrativa institucional de las Fuerzas Armadas y particularmente del Ejército no tendrá variantes significativas a lo largo del siglo XX. Por el contrario, sostenemos que esta rama de las Fuerzas Armadas, a través del reclutamiento obligatorio, se enfrascará en una lucha por la hegemonía simbólica de Pelantaros y Lientures y emprenderán desde fines del siglo XIX una campaña directa de resemantización de ahora sus héroes patrios a través de la acción pedagógica y el disciplinamiento cultural impartido en sus distintos sistemas de instrucción. 2. CAPITALES CULTURALES PRUSIANIZADOS Y RECLUTAMIENTO OBLIGATORIO
Su preocupación por la distribución de los cuerpos militares; la organización en tiempos de guerra (campaña); los métodos de instrucción y conformación de los cuerpos estables de oficiales y suboficiales, así como los procedimientos de conscripción, resultaron aspectos capitales en la propuesta de modernización de Körner. Al término de la Guerra Civil de 1891 y hasta 1906, se materializan rápidamente sus ideas6, tutelando su implementación, ahora, como General de Brigada, Jefe del Estado Mayor General e Inspector General del Ejército. A la reforma organizacional y reestructuración de mando se sumaron la creación de Zonas Militares, la formación de la Academia de Guerra, la reestructuración de la Escuela Militar y, lo que se considera su aporte axial, la puesta en marcha del Servicio Militar Obligatorio en 1900.7 En rigor, la reorganización del Ejército liderada por Körner se había convertido en una necesidad urgente después de una acumulación de amenazas para la supervivencia y consolidación del Estado-Nacional Chileno y sus clases dirigentes. La Guerra del Pacífico dejó al descubierto un cúmulo de deficiencias y focos de problemas geopolíticos. Al mismo tiempo, a la demanda de expandir las fronteras internas ocupando la Araucanía se sumaba la posibilidad de una guerra con Argentina debido a los conflictos limítrofes de 1898 a 1902 y, en forma posterior, la contención de los movimientos sociales derivados de la emergencia del capitalismo y la hegemonía oligárquica de fines del siglo XIX y principios del XX. De este modo, se hacía imperiosa la urgencia de un mayor y mejor organizado contingente bélico8, légamo para la temprana instalación del reclutamiento obligatorio en el país. En este contexto el Ejército chileno decide recoger la exitosa experiencia alemana para implantarla en el país9 y, de paso, convertir al Servicio Militar Obligatorio y a la propia institución en uno de los más eficaces aparatos ideológicos del Estado, portando consigo una racionalidad caracterizada por una devoción a éste, estructurada en torno a un profundo nacionalismo autoritario, cosmovisión
La trayectoria de la implantación del Servicio Militar Obligatorio revela el capital que tiene para la educación, la inyección de estos elementos culturales en la población masculina popular, campesina e indígena.10 Desde su implementación, el reclutamiento obligatorio sustituyó en forma efectiva a la instrucción primaria que no era capaz de ofrecer el Estado a las clases subalternas. La Ley Nº 3.654, llamada de Instrucción Primaria Obligatoria, que se venía proponiendo casi desde el mismo año cuando se aprobó la de Reclutas y Reemplazos (1900), recién se aprueba en el año 1920, por lo que el Servicio Militar Obligatorio fue en la práctica y por más de 20 años el único dispositivo estatal de educación obligatoria que tuvo un impacto sustantivo en la población mayoritariamente excluida.11 Esta Ley añade sucesivas reglamentaciones sobre instrucción primaria y alfabetización, por lo que opera, en parte, como sustituto y ciertamente como un complemento fundamental una vez que el sistema de enseñanza pública se expande a lo largo del siglo XX. Pese al cariz educador con el que se intentó legitimar la conscripción obligatoria, las orgánicas políticas socialistas y anarquistas se opusieron tenazmente a su implantación. Las vanguardias políticas y estéticas que sustentaron el proceso de emergencia de los jóvenes como actores sociales sujetos claves en el proyecto emancipador en contra de la explotación y la oligarquía (González, 2002) comprendieron rápidamente que el Servicio Militar Obligatorio se transformaría no sólo en un dispositivo de domesticación de las nuevas energías sociales populares sino, también, en un aparato de defensa armada del statu quo utilizando para ello a los mismos jóvenes. De este modo, como plantea Illanes, la elite construía su ejército con los miembros del propio pueblo ( ) a través de la colonización interna de las fuerza sociales potencialmente productoras de infidelidad. (2002:25). Por ello, los nacientes partidos políticos obreros intentaron develar la mascarada educativa y civilizatoria del Servicio Militar Obligatorio anteponiendo el lápiz contra el fusil (Illanes, 2002:22). Una guerra comunicacional que buscaba persuadir a los jóvenes a no acudir a los llamados de la soldadesca y desertar de los cuarteles. Pese a que en los primeros años la batalla fue ganada por la prensa obrera que transformó a tal grado en impopular la conscripción, que hasta 1908 no pasaron, en promedio, de 3.500 los soldados enrolados anualmente (Cfr. Madonado, 1998) la mano de obra bélica reclutada obligatoriamente fue aumentando en forma progresiva12 y, por cierto, en lo sucesivo será el instrumento represivo de los múltiples movimientos sociales a lo largo del siglo XX. En lo sustantivo, la nueva Ley de Reclutas y Reemplazos prescribía que: Todo chileno de veinte a cuarenta y cinco años de edad en estado de cargar armas ( ) está obligado a prestar personalmente sus servicios en las milicias de la República ( ); que estos servicios se prestarían por un año en el Ejército activo, desde los veinte a los veintiún años de edad, debiendo servir en el cuerpo, nueve meses a lo menos; estableciéndose dos reservas la primera ( ) durante nueve años, contados desde el licenciamiento en el Ejército activo y, en la segunda reserva, desde el licenciamiento en la primera reserva hasta los cuarenta y cinco años. Junto a ello, se establecen los mecanismos de registro de inscripción ocupándose para ello las circunscripciones del registro civil; los procedimientos de sorteo en caso de no completar el contingente necesario y las responsabilidades penales en caso de no cumplimiento de la ley: Los que ( ) quedarán inhabilitados para ejercer cargos y oficios públicos ( ) y sufrirán la pena de prisión en su grado medio y máximo o multa de veinte a cien pesos. Asimismo y como referíamos anteriormente en el artículo 9 se consigna explícitamente el objetivo de alfabetizar a los conscriptos para que los individuos llamados al servicio adquieran los conocimientos primarios de instrucción (Estado Mayor del Ejército, op. cit., 349-356).13 De este modo, en 1903, un año después de entrar en funcionamiento efectivo esta Ley, se establece un reglamento de escuelas primarias para que se impartan en los cuarteles dos horas de clases al día, las que comprendían: lectura, escritura, gramática, aritmética, geografía e historia de Chile (Dirección de Operaciones del Ejército, op. cit., 94). Desde la década de 1940, a la instrucción primaria se agregó la instrucción laboral a los conscriptos, lo que anticipó la instauración del Servicio Militar del Trabajo (1953) y el Cuerpo Militar del Trabajo (1960). En efecto, en 1942 y bajo la presidencia de Pedro Aguirre Cerda, se instauró la formación de tractoristas entre los conscriptos en el contexto de las nuevas políticas del agro. Hasta nuestros días, el Cuerpo Militar del Trabajo continúa con su misión de materializar la construcción de obras de infraestructura vial y complementarias y capacitar a los Soldados Conscriptos que cumplen con su Servicio Militar Obligatorio en la ejecución de construcciones militares y operación de maquinarias y equipos de ingenieros (Cuerpo Militar del Trabajo, 2006). A su vez, en la década del 60 el Ejército firmó un convenio con el Instituto Nacional de Capacitación (INACAP) para dictar cursos de albañilería, instalaciones eléctricas, gasfitería y mecánica automotriz, convenio que tiene vigencia hasta ahora agregándose otras prestaciones tal como promociona la Dirección General de Movilización Nacional en la prensa (Diario La Tercera, 2007) y en su página web (2007). Durante el servicio militar tuve la oportunidad de realizar el III y el IV año de enseñanza media ( ) y gracias a mi comportamiento trabajé en el Casino de Oficiales donde me capacitaron como Asistente Mozo y Garzón, informa esta repartición pública en la sección testimonios citando la experiencia de un conscripto. Gregorio Sanhueza Rubio14, nacido en Valdivia (1941), ha estado vinculado desde siempre al Ejército. Su padre, Gregorio de la Cruz Sanhueza Alday, nacido en 1901, se desempeñó desde 1925 hasta 1950 como Instructor de reclutas en el Regimiento Nº 14 Caupolicán, para entonces situado en Valdivia. Sanhueza Rubio pasó buena parte de su reclutamiento, en 1960, en el mismo regimiento donde su padre era instructor y recuerda vivamente la materialización del paradigma del ejército educador:
A su vez, el relato laudatorio sobre la experiencia del servicio militar contenido en los libros del Estado Mayor del Ejército refleja, en detalle, la intencionalidad de dicha acción pedagógica:
El contraste adquiere un espesor mayor cuando desplazamos la experiencia biográfica a un sujeto mapuche. Estanislao Reilaf Huenún (Quilacahuín, San Pablo, Osorno) nació en 1958 y desde pequeño fue trabajador agrícola. Desde hace más de dos décadas se ha desempeñado como educador intercultural, investigador, dirigente y activo revitalizador de la cultura mapuche-huilliche. Realizó su servicio militar en 1977, igualmente en el Regimiento Nº 11 Caupolicán pero, para ese entonces, ya ubicado en Tierra del Fuego (Punta Arenas). En Reilaf Huenún, el impacto de los capitales culturales prusianizados inoculados por el servicio militar fueron profundos:
3. MAPUCHES. DISCIPLINAMIENTO CULTURAL Y SERVICIO MILITAR EN EL FUTAWILLIMAPU La reforma impulsada por Körner en el Ejército implicó, como se dijo, la creación de las Zonas Militares las que desde 1906 pasarán a llamarse Divisiones del Ejército, cada una con sus respectivas Brigadas, las que albergarán, a su vez, Regimientos de Infantería, Caballería, Artillería, etc. Compañías y otras unidades. Las Divisiones variarán en número y cobertura territorial a lo largo del siglo XX. En un principio se crean cuatro Divisiones, correspondiendo la IV con asiento en Valdivia a los espacios comprendidos entre lo que actualmente son la IX y X Regiones y la Región de Los Ríos. Dicha División y sus variantes15, ha estado ligada geoculturalmente y por más de un siglo, al pueblo mapuche, particularmente al futawillimapu (o las grandes tierras del sur). Estas se extendían aproximadamente desde el norte por el río Toltén hasta el sur, en la isla de Chiloé, lo que actualmente corresponde a las Provincias de Valdivia, Osorno y Llanquihue (Región de Los Ríos y X Región de Los Lagos).16 Aunque en rigor, al interior del futawillimapu se han distinguido tres áreas de poblamiento: desde el río Toltén hasta Valdivia; desde Valdivia a Río Bueno y de Río Bueno hasta el río Mypué (Vergara, 1993:39). En estos dos últimos espacios, autores como Alcamán (1993: 4-6) sitúan otras parcialidades, como los serranos (habitantes de las regiones precordilleranas de los Andes y lacustres), huilliches propiamente tales (ubicados en la zona intermedia que va de la cordillera de la costa a los lagos interiores), y los Juncos (o Cuncos), huilliches que ocupaban la cordillera de la costa desde Río Bueno hasta el río Maypué. Estas distinciones han llevado a otros investigadores (Moulián, 2002) a denominar estos segmentos territoriales en la actualidad con los nombres de Pikunfutawillimapu (tierras al norte de Valdivia); Futawillimapu (grandes tierras del sur, comprendidas entre la provincia de Valdivia y Osorno) y Futahuapi, (Isla grande de Chiloé). Con todo, lo cierto es que regimientos, como el de Infantería Nº 14 Caupolicán (hoy Nº 11) con presencia en la ciudad de Valdivia y La Unión por más de 60 años albergó en sus cuarteles a gran parte de la población mapuche-huilliche que año a año se enrolaba en el servicio militar, abarcando territorialmente el reclutamiento obligatorio en lo que actualmente comprende la parte norte del Futawillimapu en la actual provincia de Valdivia. Convertido en la unidad operativa más relevante de la IV División, este Regimiento refundado en 1906 durante el gobierno del presidente Germán Riesco en la ciudad de Lautaro será trasladado a la guarnición militar de Valdivia en 190917. El mismo año (12 de octubre), el Ministro Edwards Mac-Clure recibe del Ministerio de Guerra la carta-respuesta a sus preguntas sobre las diversas cualidades i aptitudes de los indígenas en el Servicio Militar Obligatorio. En ella se transcribe el informe en oficio 5058 del Comandante en Jefe de la IV División que firma como N. Rodríguez G. a las preguntas del Ministro, en que consigna las apreciaciones de sus jefes de dependencia y las propias. En los primeros tres puntos el comandante plantea:
Lo más relevante, sin embargo, aparece en el punto cuarto de la misiva, donde se despliega lo que creemos es una constante y una dimensión axial en la relación del mundo castrense con la cultura mapuche: la apropiación de su identidad bélica a partir del fomento y ensalzamiento de una supuesta disciplina innata y de una docilidad y sumisión de mando:
Foucault (1997) que ha analizado en la historia europea los diversos dispositivos disciplinantes18 de escuelas, conventos, cárceles, hospitales y, especialmente, instituciones militares reinstala el concepto de disciplina concibiéndolo como una fórmula general de sometimiento, fundamentalmente del cuerpo, distinta a otras (esclavitud, domesticación, vasallaje, ascetismo). La elegancia de la disciplina en relación a la esclavitud, o el vasallaje, por ejemplo, reside en configurar una relación de docilidad-utilidad, donde el cuerpo no es apropiado a capricho. La disciplina nace, según el autor, en el momento en que surge un arte del cuerpo humano que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que en el mismo mecanismo lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés. (1997: 141). Así, si atendemos al informe castrense, la ventaja de enrolarlos es obvia: la disciplina motor y corazón del Ejército desde su prusianización está afincada en los genes de los indígenas (por su carácter respetuoso; sumiso si se quiere, i en estremo obediente ), por lo que constituyen el contingente más apto para la sujeción, en la medida que la obediencia la traen racialmente consigo: cualidades que en el soldado constituyen la base para formar un ejército disciplinado. En esta dirección, es la operatoria disciplinante propuesta por Foucault la que nos ayuda a comprender cómo se emplaza la dominación. En la relación de poder con el cuerpo, a éste se le desarticula y recompone, es decir, se rearma con las mismas piezas la figura que se quiere fabricando, así, cuerpos dominados y ejercitados, cuerpos dóciles. (1997: 142). Al tensionar antropológicamente el concepto de disciplina de Foucault a partir de la operatoria de desarticulación y recomposición podemos entender con más eficacia el impacto simbólico e identitario que hay en dicho disciplinamiento. Se trata de una desarticulación y recomposición de recursos culturales en un cuerpo social que deja activo al sujeto: se le reordenan los capitales culturales y la dirección de su actuar y se le deja viva la voluntad de acatar. Por ello, lo fundamental del informe del Ministerio de Guerra alimentado, por las prácticas, los discursos asimilacionistas y la lógica disciplinante del propio Estado-nacional es su contraparte: el correlato que se inscribe en las trayectorias biográficas de sujetos mapuche enlistados en el Servicio Militar Obligatorio. En este sentido, el Relato de Vida de Arístides Ñancupil García habitante de Lago Ranco, sector Chapul es esclarece-dor. Nacido en 1931 y vinculado, como su padre y abuelos, a la pequeña agri-cultura de autosubsistencia, se enroló el año 1949 en el servicio militar en el Regimiento Caupolicán de Valdivia:
Parece claro, entonces, que si bien la escuela ya misional católica, ya pública nacional contribuyó claramente a la dinámica de asimilación a partir de la enseñanza del castellano y la fe cristiana (Poblete, 2001), la conducción de este proceso estuvo teñido más de violencia simbólica es decir, la eufemización de las relaciones de poder y la naturalización de los capitales culturales que deben de aprendidos que de violencia física y pedagógica directa, como es el caso del Servicio Militar Obligatorio. Aunque en ambos pueden rastrearse a largo plazo los efectos de una aculturación instrumental, en la medida que la adopción de los medios la lengua, la retórica de la chilenización, la adultez y la hombría, entre otros se hace para resistir y conseguir los fines de sobrevivencia material y cultural. La eficacia del Servicio Militar Obligatorio, debido a sus dispositivos disciplinantes, reside justamente en la desarticulación rápida de la otredad; recordemos que la duración del reclutamiento obligatorio no excedió en promedio, a lo largo del siglo XX, en un año y medio, en comparación a los años de escolarización provistos por el sistema educativo. Tal desarticulación violenta procura, finalmente, reorganizar la identidad en torno a lo chileno, borrando toda huella de alteridad y generando en muchos conscriptos indígenas, una aculturación a secas. El programa y sus objetivos son evidentes: el soldado, nos dice Foucault basado en una ordenanza del Ejército francés ya prusianizado se ha convertido en algo que se fabrica; de una pasta informe, de un cuerpo inepto, se ha hecho la máquina que se necesitaba ( ) en suma se ha expulsado al campesino y se le ha dado el aire de soldado (1997: 139). Copia o coincidencia de la ordenanza francesa, lo cierto es que el escrito elogioso del Estado Mayor del Ejército sobre el Servicio Militar Obligatorio en la historia de la institución es, al menos, una paráfrasis:
Pese a que en gran parte del siglo XX uno de los requisitos para acceder al mundo laboral era haber hecho el servicio militar el que no tenía el servicio militar no podía hacer nada, nos dice Arístides esta formalidad estaba dotada de sentido y tenía un derrotero propio al interior de la cultura y sociabilidad familiar campesina, indígena y popular. En ella resultaba un referente, una ley consuetudinaria para la transformación de la identidad en la producción y reproducción de nuevos sujetos. Al respecto, Gregorio Sanhueza Rubio relata:
Por otra parte, un aspecto del testimonio de Arístides que no puede ser soslayado son las relaciones interétnicas que se materializan no sólo en el discurso institucional, sino también en las prácticas. Aunque la exaltada alocución de su propio instructor es una hipérbole de la retórica y la praxis asimilacionista del Ejército, los recuerdos de Sanhueza Rubio sobre su padre instructor y de él mismo como conscripto en el mismo regimiento una década más tarde, iluminan y contribuyen a completar la mirada que la institución armada, a través del Servicio Militar Obligatorio, elabora sobre la cultura mapuche:
Resulta notoria la similitud del testimonio de Gregorio con la del informe del Ministerio de Guerra de 1909, donde la fuerza y la obediencia son relevados como las características distintivas de los indígenas. A su vez, se alcanza a deslizar aquí una regularidad de las relaciones interétnicas, que a contrapelo de una admiración selectiva de las culturas originarias, implicó un desdén directo o un uso instrumental de los recursos más peligrosos o estratégicos de la identidad, como la lengua.21 Sin embargo, la evidencia se completa con las relaciones jerárquicas y la subordinación histórica de los miembros indígenas al interior del Ejército que, como es dable comprobar (Cfr. Estado Mayor del Ejército, 1982, 1983, 1985; V.V.A.A, 1930) han tenido escasísima presencia al interior del alto mando y de la propia oficialidad militar. Nunca existió un cadete de la Escuela Militar que fuera de apellido mapuche, nos relata Sanhueza Rubio. En esta dirección, Estanislao Reilaf Huenún, reafirma este hecho a partir de su experiencia como recluta:
Las relaciones asimétricas por un lado y la instrumentalización identitaria, por otro, han resultado tan obvias como violentas para Estanislao. La intelección de esta obviedad aparece reflejada lúcidamente en su propio análisis, donde los capitales culturales mapuche aparecen igualmente disciplinados tanto por el Ejército como por los chilenos e insuflados por la enajenación deslavada de resistencia, subversión o rebeldía en contra del Conquistador y el Estado Nacional de los líderes militares mapuche:
Junto a está xenofilia selectiva que Estanislao revela y denuncia, aparece la encarnación del Ejército como prototipo sintético y artífice de la nación aquel que a través del mestizaje y no debido a su pureza se erige como fiel representante de una nueva raza, la chilena (Muzzopappa, 2002: 63). El análisis crítico de Estanislao parece proyectarse. Entrado el siglo XXI, las Fuerzas Armadas y, particularmente el Ejército, se muestran inmunes a las inflexiones socioculturales que subyacen en la conformación y construcción del Estado Nacional chileno. De este modo, las narrativas institucionales como la propia reflexividad histórica del Ejército siguen siendo signadas, como hace más de un siglo, por el discurso y la práctica asimilacionista, cuya evidencia oblicua o paradójica se cristaliza no sólo con la creación de regimientos completos con el nombre de líderes militares mapuche sino, también, por los escritos patrióticos del Golpe de Estado de 1973 (Cfr. Morales, 1999) o la presentación pública de escuadrones mapuches en la parada militar de septiembre de 2006. De esta manera, se entiende la lectura que hasta nuestros días el Ejército hace del proceso de construcción de la nación. Así, seguimos leyendo en documentos oficiales que: La Guerra de Arauco ( ) tuvo un enorme costo de vidas para araucanos y españoles a lo largo de los siglo XVI, XVII y XVIII, motivo por el cual en la época de la Colonia los indios como raza fueron absorbidos por la blanca española, origen del mestizaje y de nuestra raza. (Dirección de Operaciones del Ejército, 1995:88). Y más relevante aún por su impacto pedagógico e identitario no sólo se continúa hablando mediáticamente de pacificación para referirse a la ocupación de los territorios mapuches a fines del siglo XIX (Cfr. Ejército de Chile, 2007) sino, también, promocionando el Servicio Militar Obligatorio como la instancia etnocéntrica, nacionalista, aculturadora y disciplinante que tuvo desde su génesis: (¿Qué es el Servicio Militar?). En el Servicio Militar se participa en instrucción militar, actividades de entrenamiento y actividades de capacitación, en un marco de disciplina, valores y muchas tradiciones, orientado a formar soldados valientes, honrados, respetuosos y amantes de su patria. (Dirección General de Movilización Nacional, 2007). Después de cien años, este discurso no ha variado sustantivamente. Al contrario, es asombrosamente cercano a lo que escribiera un periodista en el diario La Aurora en 1911 a propósito de la incorporación de la población indígena al reclutamiento obligatorio:
NOTAS 1 Proyecto Fondecyt Nº 1050309. El autor agradece la valiosa colaboración de Javier Sutil y de Claudia Castillo, estudiantes de Antropología y de Ingeniería Forestal, respectivamente. 2 Además, Edwards Mac-Clure había fundado en el año 1900 y era dueño de El Mercurio de Santiago, publicación que proyectaba la edición del diario El Mercurio de Valparaíso, del que su padre, Agustín Edwards Ross, era dueño desde 1884. 3 En estricto rigor, formas rudimentarias de servicio militar existieron desde el nacimiento de la república. En octubre de 1811 en medio del proceso de emancipación y mediante un decreto, se establece la obligación para todos los hombres libres a prestar servicios militares. En las décadas subsiguientes, tanto en las constituciones de 1823 y 1833 se consigna este servicio. Sin embargo, su impacto y capacidad de reclutamiento en todo el territorio nacional fue escaso. Cfr. Ortiz, 2004. 4 Este guarismo se explica porque el Servicio de Guardias Nacionales enlistó sólo a la población comprendida en los cantones de las, entonces, II y III Zonas Militares, asentadas entre las antiguas provincias de Coquimbo y Victoria. A su vez, la iniciativa legal de 1900 comenzó a operar efectivamente en 1901. Cfr. Estado Mayor General del Ejército, 1982. 5 En esta dirección de trabajo, aporte a considerar en Chile es el de Eva Muzzopappa (2002), al que nos referiremos más adelante. 6 Körner debió su éxito a la Guerra Civil de 1891, ya que se alineó contra los insurgentes que derrocaron a José Manuel Balmaceda. Cfr. Sater, 1998. 7 Para entonces, la leva o los enganches para proveer de voluntarios al Ejército antes de la ley de reclutas y reemplazos había tocado fondo. Resultaba difícil enrolar a una población que percibía como un castigo el servicio militar digno de malentretenidos y delincuentes por lo que algunos procedimientos desprestigiaban progresivamente a la institución armada. En sus Memorias, el general Estanislao del Canto narra uno de los métodos extravagantes de enlistamiento, como el de las comisiones especiales del Ejército. Militares, hábiles y avezados en el juego de naipes o dados, recorrían los pueblos organizando partidas donde el sujeto en caso de perder algo habitual al enfrentarse a esta comisión de tahúres estaba obligado a someterse al empeño de los cinco años de servicio en el ejército (1927:6). Asimismo, Del Canto relata que, una vez adentro, las reprimendas físicas eran una práctica naturalizada, como el plantón (obligación de estar de pie dos días consecutivos). Similar referencia hace Körner en otro de sus libros, respecto al origen y a la calidad social de los integrantes del Ejército antes de su llegada: ( ) la corrupción habría sido total si no hubiesen existido castigos en la forma más brutal, con bastón hasta 200 golpes y grilletes. Soldados y escoria eran la misma cosa ( ), en Maldonado (1998: 28). 8 Varios son los estudios históricos que han contextualizado y analizado tanto las condiciones que gatillaron la necesidad de un ejército reorganizado y prusianizado como las bases ideológicas, políticas y militares de este proceso liderados por Körner y otros oficiales alemanes. Cfr. Quiroga y Maldonado (1988); Brahm (1990, 2003); Sater (1998); Fischer (1999) y Quiroga (2001). 9 Aunque esta modalidad se había iniciado en su versión moderna durante la Revolución Francesa con el desarrollo de la levée en masse, se configuró a cabalidad con las reformas de Gerhard von Scharnhorst y Gneisenau en el reino de Prusia. Cfr. Maldonado (1998). 10 Más allá de la proporcionalidad demográfica, las elites se han librado históricamente a través de diversas argucias del reclutamiento obligatorio, no sólo porque forzaban a sus hijos a compartir con las clases populares (Sater) sino, también, porque ponían en peligro la propia reproducción de su clase. 11 Según los datos estadísticos (Brunner y Catalán, 1985:23) hacia 1860 existían en Chile 18 escuelas secundarias que atendían a no más de 2.000 alumnos. Existían 500 escuelas primarias y la tasa de escolaridad llegaba al 10%. Pese a que entrado el siglo XX estas cifras aumentan, sus efectos son muy limitados. Resultaba evidente que el escaso contingente de niños que llegaban a instruirse se debía, en gran medida, a la carencia de cobertura educativa y a la falta de obligatoriedad que existía en el sistema chileno. 12 Desde 1909 a 1951 el promedio aproximado del contingente anual de conscriptos en el Ejército aumenta a 15.000 soldados. Cfr. Maldonado (1998). 13 La Ley sufrió sucesivas transformaciones a lo largo del Siglo XX. En 1925 se aumenta el servicio a 18 meses en el Ejército y a dos años en la Marina y se restringe el número de personas que podían eximirse de la consripción, haciendo imperativo de todo individuo que optara a un empleo fiscal hubiese cumplido el Servicio Militar Obligatorio. En el año 1931 se establece el Reclutamiento para la Fuerza Aérea y dispone la posibilidad de reclutar a la mujer en tiempo de guerra; en 1933 se establecieron cursos universitarios en períodos de verano. En1953 se crea el Servicio Militar del Trabajo -que desde 1960 pasaría a llamarse Cuerpo Militar del Trabajo- que consideraba la cooperación de las Fuerzas Armadas con los programas civiles de obras públicas, el mismo año en que se reduce el Servicio Militar Obligatorio a un año en el Ejército y la Aviación y a dos años en la Armada. En tanto, por Decreto Ley Nº 2306 del 2 de agosto de 1978, se fijó el texto definitivo y actualizado sobre Reclutamiento y Movilización, normativa que rige hasta el presente. Dicha normativa señala que el Servicio Militar Obligatorio podrá cumplirse mediante la conscripción ordinaria, los cursos especiales o la prestación de servicios. La ley prescribe que el Servicio Militar Obligatorio puede llegar a durar hasta dos años. En cuanto a la reserva, está previsto que todo conscripto licenciado o reservista tiene la obligación de pertenecer a un Centro de Reservistas hasta los 55 años de edad (Cfr. Dirección de Operaciones del Ejército, op. cit.). En la práctica, actualmente el Servicio Militar Obligatorio es selectivo, debido a que el Ejército elige a quienes determina como los más aptos entre los postulantes que tiene a sus disposición. Desde el fin de la dictadura, la legislación sobre el reclutamiento obligatorio ha estado en permanente debate. El año 2005 se promulgó la Ley 20.045 que modernizó este servicio, vigente desde abril de 2006. Pese a ello, se mantuvo intacto el sistema obligatorio y no se consagró la objeción de conciencia ni un servicio alternativo. La nueva modalidad propende a satisfacer los requerimiento anuales de soldados conscriptos "inicialmente con jóvenes voluntarios ("voluntariedad en principio") y, de no lograrse esto, establece que se completen los cupos faltantes con jóvenes no voluntarios ('obligatoriedad en subsidio') seleccionados a través de un proceso de sorteo aleatorio, público, justo, igualitario, transparente y debidamente informado". 14 Este, como los otros informantes referidos en este trabajo, aparecen con seudónimos para resguardar su anonimato. Sin embargo, se procedió a salvaguardar la equivalencia cultural de sus nombres y apellidos en cuanto implicaban un origen cultural específico. 15 Actualmente, y desde 2003, esta Unidad Operativa se denomina III División, cuya zona de cobertura comprende la VII y X Región, excepto la provincia de Palena. La IV División se reservó para identificar a la Unidad correspondiente al territorio juridiccional de la XI Región. Academia de Historia Militar de Valdivia, op. cit. 16 Estos límites y adscripciones étnicas no están exentos de controversias entre especialistas (Vergara, 1993:28 y ss.). La mayor parte de los autores coinciden, no obstante, en que los mapuche-huilliches se les puede caracterizar en relación a la cultura mapuche como un grupo singular geográfico más que étnico, no sólo según las fuentes disponibles (cronistas, viajeros, militares y administradores) sino de acuerdo a algunos antecedentes de autoadscripción territorial realizados por los mismos indígenas en relación a los otros territorios de ocupación mapuche (la Región de la Araucanía, fundamentalmente). Pese a ello, las diferencias de forma más que de fondo, estriban en la modificación de pautas culturales a partir de adaptaciones distintivas al hábitat geográfico, estrategias político-sociales para mantener su semi-independencia y el empleo de una variación dialectal del idioma mapuzugun, el chezugun, que se expresa en diferenciadores fonéticos, pero que no se aparta mayormente de la unidad lingüística del idioma mapuche propio del conjunto del territorio. Cfr. Alcamán, 1993. 17 Este regimiento nace durante la Guerra del Pacífico y figura como Batallón Caupolicán. Se reconoció dentro del Ejército por haber tenido acciones brillantes en las batallas de Chorrillos y Miraflores, participando en la ocupación de Lima y apoderarse en inferioridad numérica del fuerte Julia Rosa (VV. AA, 1930:874). Más tarde se disuelve y es creado en el contexto de la Guerra Civil de 1891 para volver a disolverse y refundarse en 1906. En 1969 se traslada de Valdivia a Puerto Porvenir (Tierra del Fuego), entregando su cuartel a los regimientos Cazadores (de Valdivia), Maturana (de La Unión) y Membrillar (de Valdivia). 18 No es nuestro objetivo abundar en ellos en este trabajo, pero gran parte de los dispositivos analizados por el autor están presentes en el Ejército de Chile. Desde la clausura, la atomización de los espacios, la seriación, el control temporal, las sanciones, exámenes y panoptismo, tienen todos un correlato vivo en el Ejército y en nuestras Fuerzas Armadas, en general desde su prusianización. 19 Cfr. Molina (1997), que en Cataluña ha estudiado las quintas, generación de muchachos que entran cada año en el ejército al cumplir la edad reglamentaria. 20 La construcción de la masculinidad no sólo está dada al interior del locus del regimiento, sino en los espacios intersticiales que deja el servicio militar, como los días de franco, donde los jóvenes, muchas veces, se iniciaban sexualmente en los prostíbulos, tal como lo evidencia la historia de vida de Pascual Antillanca, nacido en 1929 en Chaihuín, comuna de Corral (Valdivia) y que hizo su servicio militar en 1947. Cfr. González, 2004. 21 Al igual que las fuerzas armadas norteamericanas en la Segunda Guerra Mundial frente del Pacífico, Gregorio Sanhueza Rubio relata que cuando no existía la telefonía que tenemos hoy día, todo esto se hacía a través de unos cables y cuando hacían las maniobras cada cuatro años, donde se enfrentaban los regimientos del norte con los del sur, para hacer sus transmisiones, usaban mapuches. Entonces, los nortinos no entendían nada de lo que se estaba hablando, entonces mi padre siempre decía que muchos mapuches los dejaban en el regimiento o les ofrecían quedarse como soldados en la zapatería, la sastrería, en el casino de oficiales como mozos, entonces, siempre se aseguraban de tener el idioma mapuzugun para poder comunicarse. BIBLIOGRAFÍA Academia de Historia Militar de Valdivia. Historia de la III División del Ejército. Puerto Montt: Imprenta Austral, 2005. ALCAMÁN, Eugenio. 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